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“Me han cancelado”: Redes, medios, calles y famosos silenciados por criticar la masacre israelí

Miércoles.13 de marzo de 2024 220 visitas Sin comentarios
El Salto. #TITRE

La acusación de antisemitismo se ha generalizado en los últimos meses para acallar las críticas al genocidio palestino realizado por Israel. La censura va de las redes sociales a las universidades, de las calles a la industria cultural.

Martín Cúneo

El macartismo ha vuelto. Las personas condenadas, encarceladas, relegadas, despedidas u obligadas a dimitir, silenciadas, criminalizadas, hostigadas o amenazadas por denunciar la masacre israelí en Gaza se cuentan por miles.

La serie de Netflix Unorthodox está basada en la autobiografía de Deborah Feldman, criada en una comunidad judía ultraortodoxa de Nueva York. Huyó a Berlín y allí se convirtió en escritora y en una de las voces más críticas con el “judaísmo oficial” y la política del Estado de Israel. “Alemania es un buen lugar para ser judío. Salvo que seas, como yo, una judía crítica con Israel”, decía. Este monopolio del recuerdo del Holocausto —un exterminio que también sufrió su propia familia—, explica, lleva décadas provocando cancelaciones de obras de teatros, de invitaciones o de premios y presiones para silenciar las voces críticas dentro y fuera de la comunidad judía. Desde los ataques de Hamás del 7 de octubre y la operación venganza de Israel, aquellos que se atreven a criticar la masacre o la posición de Alemania como segundo mayor aliado de Tel Aviv “son objeto de una marginación aún mayor de lo habitual”, continúa.

En 2019, el Parlamento alemán declaró como “antisemita” la campaña de boicot, desinversiones y sanciones (BDS) a Israel. Los artistas e intelectuales que firmaron una carta de rechazo a esta decisión que equiparaba “antisemitismo” y “antisionismo” fueron objeto de desprestigio, hostigamiento y cancelación. Entre ellos, la reconocida filósofa y escritora estadounidense Susan Neiman, que utilizó por primera vez el término “macartismo filosemita”. Esta pensadora, también de origen judío, exploró en su obra la construcción de la memoria histórica alemana, un proceso de autocrítica ejemplar, dice, salvo por un detalle: Alemania se identificó como la nación perpetradora y asignó a Israel el papel de “nación víctima” por lo que “defiende a Israel en cada ocasión, correcta o incorrecta, y cualquier crítica a la política israelí rápidamente se convertirá en antisemitismo”.

Otra artista de origen judío cancelada por criticar a Israel es la sudafricana radicada en Berlín Candice Breitz. Esta fotógrafa comentaba lo “absurdo” de que “alemanes con ascendencia nazi” le dijeran a una mujer judía lo que podía y no podía hacer”. Si se habla de cancelaciones por criticar a Israel, hay que mencionar al escritor y profesor estadounidense Norman Finkelstein. El hecho de que toda su familia muriera en el genocidio nazi y que sus padres hayan sobrevivido a los campos de exterminio no le impidió escribir La industria del Holocausto en el que criticaba la utilización del “sufrimiento del pueblo judío” para cometer y justificar nuevas atrocidades en otras latitudes. Fue despedido de su puesto en la universidad en 2007 y proscrito desde entonces de los círculos académicos y de conferencias oficiales.

El “hábito de lanzar falsas acusaciones de antisemismo”, en palabras de Deborah Feldman, contra intelectuales, artistas y personalidades públicas en Alemania solo ha alcanzado niveles equiparables en el otro gran aliado internacional de Israel, Estados Unidos. Al puro estilo de la caza de brujas de los años 50, el pasado 5 de diciembre la congresista republicana Elise Stefanik preguntaba y repreguntaba con el fílmico latiguillo “conteste sí o no” a Claudine Gay, presidenta de la Universidad de Harvard, si condenaba el uso de la frase “Desde el río hasta el mar, Palestina será libre” y los cánticos llamando a la “Intifada” por parte del alumnado.

Pese a asegurar que ese tipo de discurso le parecía “odioso”, “temerario”, “ofensivo” y “aborrecible”, mostró ciertos matices sobre la necesidad de abrir expedientes disciplinarios a los alumnos que las utilicen. Sus matices desencadenaron un ola de críticas y titulares que la acusaban de tolerar el “genocidio de judíos”, sacando de contexto sus declaraciones. El 2 de enero, la primera rectora afroamericana de Harvard presentaba su dimisión entre acusaciones de plagio e insultos racistas.

El 10 de diciembre ya había dimitido otra de las rectoras cuestionadas en la vista pública del Congreso, Elizabeth Magill, de la Universidad de Pensilvania. Su defensa de la libertad académica y la libertad de expresión y su rechazo a contestar las preguntas de “sí o no” convirtieron su posición como rectora en insostenible y en otro trofeo de la extrema derecha trumpista.

Si la de Harvard era la primera rectora de origen afroamericano, Rashida Tlaib es la primera congresista de origen palestino y la segunda de origen musulmán en ser elegida en Estados Unidos. El 7 de noviembre, el Congreso aprobaba una resolución de censura por criticar la actuación de Israel y la complicidad del presidente Joe Biden. La resolución salió adelante con los votos de la bancada republicana y con el apoyo de 22 diputados demócratas, partido al que Tlaib pertenece. “Para mí, los llantos de los niños israelíes y los niños palestinos suenan igual”, dijo en su defensa.

Cuando señalar un genocidio es delito

No han sido pocos los gobiernos que han prohibido las manifestaciones de condena a los ataques israelíes. Y no solo las marchas sino también el uso de símbolos y lemas de apoyo a la causa palestina. El 12 de octubre, el ministro de Interior de Francia, Gérald Darmanin, ordenó prohibir las manifestaciones propalestinas “por ser susceptibles de general alteraciones del orden público”, todo ello entre amenazas de detener a los “alborotadores”. Amnistía Internacional calificó la decisión como un “ataque grave y desproporcionado al derecho de manifestación”. Diez días después, dos altos cargos del sindicato mayoritario francés, la CGT, eran detenidos por firmar un comunicado de apoyo a Palestina. Un operativo de varios furgones policiales y agentes encapuchados arrestaron a los sindicalistas en sus domicilios.

Más de tres meses después del inicio de la masacre israelí, en Francia sigue siendo ilegal manifestarse por Palestina, aunque el Gobierno ha autorizado algunas marchas, como la gran movilización del 4 de noviembre en París. Otras, como las manifestaciones del 31 de diciembre han desafiado la prohibición y reunido a miles de personas.

En Alemania, la situación es aún más compleja: el Gobierno ha ilegalizado la rama alemana de Samidoun, una organización palestina que agrupa presos políticos, y ha prohibido las manifestaciones “en apoyo a Hamás”. En Berlín se prohibieron todas las manifestaciones de apoyo a Palestina y en algunos Estados alemanes se llegó a proscribir la utilización del lema “From the River to the Sea, Palestine will be free”. Este veto tuvo que ser levantado el 21 de diciembre después de que los juzgados de Colonia y Munster dieran la razón a grupos propalestinos y consideraran que este lema y otros como “Parad el genocidio en Gaza” son legales y están amparados por la libertad de expresión.

Cientos de personas han sido detenidas en Alemania por participar de marchas o incluso por portar banderas o pañuelos palestinos. Las prohibiciones y la criminalización mediática no han impedido grandes manifestaciones, como la del 28 de octubre o el 11 de noviembre, o iniciativas artísticas o de reflexión sobre la el fracaso de la gestión de la memoria y de la mal llevada culpa alemana por el genocidio nazi.

En Reino Unido, la ministra del Interior, Suella Braverman, trasladó instrucciones a la policía de perseguir cánticos como “From the River to the Sea” al considerarlo la “expresión de un deseo violento de ver a Israel borrado del mundo”. La ministra también instaba a tomar medidas contra banderas, canciones o lemas que pudieran molestar a la comunidad judía. Según Braverman, en ciertos contextos, ondear la bandera palestina puede ser catalogado como un comportamiento “no legítimo”.

Según Islamic Human Rights Commission (IHRC), organización de derechos humanos asentada en Londres, tanto Reino Unido como Francia y Alemania están “violando el derecho a la libertad de opinión y expresión, de reunión pacífica y de asociación”. En un informe presentado a la ONU en diciembre de 2023, esta comisión advierte que la represión contra la protesta y la solidaridad con Palestina están alcanzando niveles “alarmantes”. Entre las vulneraciones transmitidas a la ONU destacan la criminalización de simpatizantes y organizaciones propalestinas, así como directrices de los ministros de Educación y otros actores a escuelas y universidades “sobre cómo discutir la situación en Palestina”. Esta ONG también condena las propuestas —como la francesa— de tipificar como delito el “antisionismo” y denuncia un incremento de la vigilancia de las personas y organizaciones que critican a Israel. Según IHRC, existe una presión ascendente en estos tres países por realizar “una deportación a gran escala” de los residentes extranjeros que critiquen a Israel.

Las cancelaciones y persecución de artistas críticos con los ataques sobre Gaza han alcanzado en Alemania su máxima expresión. El 4 de enero, el Ayuntamiento de Berlín anunciaba que exigirá a instituciones culturales firmar una declaración contra el antisemitismo, el racismo y la homofobia como condición previa para recibir apoyo financiero de la ciudad. Según la definición más aceptada de antisemitismo, la que proporciona la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) y la ampliación que ha hecho el Estado alemán, cualquier ataque a Israel puede ser entendido como antisemita. La comparación entre el genocidio nazi y cualquier acto del Estado de Israel podría considerarse también antisemita según estas definiciones, puestas en entredicho por más de un centenar de organizaciones de derechos humanos el pasado abril.

La guerra llega a Internet

Hubo unos días de noviembre en los que parecía que los habitantes de Gaza, víctimas de los bombardeos y también del bloqueo —de combustible, ayuda humanitaria y también de conexión a internet— habían encontrado un poderoso aliado: el hombre más rico del mundo. En efecto, Elon Musk dejó por unos momentos su rol habitual y coqueteó con ser el héroe: ofreció su empresa Starlink —que provee internet desde el espacio— para conectar Gaza con el mundo. Pero el papel no le duró mucho y fue rápidamente sustituido por su rol de villano, en el que Musk se siente más cómodo: el empresario viajó a Israel el 27 de noviembre para hablar sobre el “antisemitismo online”, se reunió con el presidente, Isaac Herzog, y el primer ministro, Benjamín Netanyahu, y salió con un nuevo acuerdo: los satélites de Starlink podrán suministrar señal de internet a Israel y Gaza, pero siempre bajo la supervisión del Ministerio de Comunicaciones de Israel y nunca a población palestina sin mediación de Tel Aviv.

En este caso, las acusaciones de antisemitismo contra Musk tenían su fundamento: el 15 de noviembre había dado la razón —“Estás diciendo la verdad real”— a un tuitero que afirmaba que los judíos estaban avivando el odio contra los blancos apelando a la teoría del “Gran Reemplazo”. Tras su desliz, que Musk definió como “el comentario más tonto de su vida”, muchas de las grandes empresas estadounidenses anunciaron que suspendían sus anuncios en X.

Las denuncias contra el propietario de Tesla y SpaceX no se quedaban en su comentario desafortunado, sino que apuntaban al papel del antiguo Twitter en la distribución de “mensajes antisemitas”, en referencia, ahora sí, a la difusión de mensajes que cuestionaban la masacre israelí en Palestina.

Desde el 7 de octubre, las imágenes de los bombardeos israelíes sobre la población civil han sido emitidas en directo a través de las redes sociales en miles de vídeos y fotos, que incluían escenas de gritos, amputaciones, sangre, menores e incluso bebés asesinados. En no pocas ocasiones, la denuncia de un genocidio en marcha fue confundido por los algoritmos de las redes sociales como promoción de la violencia. Es el caso de la escritora Maruja Torres, cuya cuenta de Twitter fue bloqueada después de compartir fotos de la masacre “excesivamente gráficas”, según el mensaje recibido. “La exposición a escenas sangrientas gratuitas puede ser perjudicial, especialmente si el contenido se publica con la intención de provocar deleite en la crueldad o por placer sádico. Como consecuencia, bloqueamos tu cuenta”, le decía la empresa de Elon Musk a la escritora española.

Al igual que hizo tras la invasión de Rusia a Ucrania, Twitter eliminó centenares de cuentas, en este caso “afiliadas a Hamas”, pero no ha tomado medidas para limitar las incitaciones al odio por parte de los usuarios pro-israelíes. A finales de diciembre, la organización 7amleh-Arab Center for Social Media Advancement había registrado 2,5 millones de mensajes de odio emitidos por simpatizantes de Israel. La falta de filtros en el algoritmo de X que limiten los discursos de odio en hebreo ha permitido este explosión de mensaje racistas y que apoyan el genocidio.

Pese a las críticas a Twitter, ha sido Meta (Facebook, Instagram, Threads, Whatsapp) quien ha llevado la censura más lejos. Según Human Rights Watch (HRW), las políticas y sistemas de moderación de contenido de la compañía de Mark Zuckerberg están “silenciando cada vez más las voces de apoyo a Palestina” en Instagram y Facebook. Esta ONG estadounidense documenta una “censura sistémica” con patrones de eliminación y “supresión indebidas” de mensaje de apoyo a Palestina y de rechazo a la ofensiva israelí, “incluida la expresión pacífica en apoyo de Palestina y debate público sobre los derechos humanos palestinos”.

El origen de esta censura, afinan desde HRW, se encuentra en la implementación “inconsistente, defectuosa y errónea” de las políticas de Meta y en la dependencia “excesiva” de herramientas automatizadas de moderación de contenidos. También, añaden, a la “influencia indebida del Gobierno” en la eliminación de contenido.

“La censura de Meta del contenido en apoyo a Palestina añade insulto a la herida en un momento de atrocidades y represión indescriptibles que ya sofocan la expresión de los palestinos”, dijo Deborah Brown, de HRW. Según esta experta en tecnología y derechos humanos, “la censura de Meta está contribuyendo a borrar el sufrimiento de los palestinos”. Esta ONG revisó más de mil casos en 60 países y en la mayoría de las ocasiones la censura se traducía en eliminación de contenido, suspensión o eliminación de cuentas, imposibilidad de interactuar con contenido, imposibilidad de seguir o etiquetar cuentas y restricciones en el uso de funciones como los directos. Además, HRW documentó lo que llama la “prohibición en la sombra”, un término utilizado por esta ONG para hablar de una disminución significativa y sin razones aparentes del alcance de los contenidos.

Meta también ha fallado, según esta ONG, en la aplicación de políticas sobre contenido violento y la incitación a la violencia, y ha eliminado centenares de post en los que se documentaban lesiones y muertes palestinas “que tienen valor noticioso”. Entre los casos más sonados, destacaron el cierre definitivo de Quds News Network en Facebook, uno de los principales medios árabes con diez millones de seguidores, y la suspensión temporal en Instagram de Eye o Palestine, con seis millones.

Pese a la censura y las cancelaciones por parte de los gobiernos aliados de Israel, de las redes sociales y la industria cultural, las denuncias de la masacre israelí en Gaza en Europa y Estados Unidos no han dejado de aumentar. El cantante puertorriquño Residente animaba a los artistas a posicionarse sin pensar en las consecuencias a corto plazo en sus carreras: “No tengan miedo a ser cancelados porque apoyando a Palestina están del lado correcto de la historia”.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/ocupa...

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