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Hay que mirar más lejos (y II): Egocentrismo

Domingo.22 de octubre de 2023 112 visitas Sin comentarios
Pablo San José Alonso, "El ladrillo de cristal", Cuestiones previas. #TITRE

Texto del libro de Pablo San José "El Ladrillo de Cristal. Estudio crítico de la sociedad occidental y de los esfuerzos para transformarla".

Índice y ficha del libro


Tras analizar cómo la actitud etnocéntrica lastra a la hora de comprender la realidad en que se vive, en esta segunda parte del capítulo se analiza otro tipo de mentalidad que dificulta la correcta comprensión de las cosas: el dogmatismo, un defecto, por desgracia, cada vez más generalizado en nuestros días. Nota de Tortuga.


Ver también:

Hay que mirar más lejos (I)


Señalada la cuestión del etnocentrismo, conviene hablar también del egocentrismo; esa actitud de ensimismamiento y encastillamiento intelectual a la que ya nos hemos referido antes en parte. Basta darse un paseo por internet, picoteando aquí y allá en las controversias que se dan sobre temas de actualidad, para comprobar cómo proliferan las mentalidades cerradas, los productores y predicadores de axiomas, de clichés de unos y otros tipos, y cómo cada vez es más difícil encontrar sinceras búsquedas de la verdad mediante el diálogo. La inercia imperante provoca que se sostengan y defiendan con intensidad puntos de vista acabados que no tienen sustento en algún tipo de solvencia documental obtenida personalmente con un mínimo esfuerzo de averiguación y contraste. En su lugar, cada polemista acudirá a ciertos ámbitos de internet, o de otros medios de comunicación con los que se identifica, a recoger las convicciones que allí se generan y retroalimentan hasta la saciedad. Tal carencia y el carácter final de cada idea hace poco menos que imposible algún tipo de intercambio o encuentro intelectual de carácter constructivo. Los ejemplos más notorios se dan cuando se repiten acríticamente los discursos «mainstream» del poder institucional, de la «caverna»; conservadora, o cuando se alimentan diversas teorías conspirativas. Sobre esta última cuestión me detendré más adelante cuando aborde el tema de la posmodernidad y la new age. Todos estos intervinientes, desde luego, se apoyan en fragmentos de realidad objetiva. El problema es cuando el fragmento se eleva a la categoría de totalidad, comprendida, además, como verdad absoluta, la cual, por si fuera poco, niega la existencia de verdad en las lecturas ajenas. Cabe entender que cada tema, por lo común, admite distintos enfoques y visiones relativas. Pero en el caso del que hablamos, el sujeto, a menudo desde una actitud de soberbia o de fanatismo —o determinado por intereses concretos—, solo es capaz de contemplar su propia interpretación, la cual va engordando y convirtiendo en cada vez más sólida y absoluta, mediante el procedimiento de anexarle datos y más datos, siempre debidamente procesados desde la visión previa del punto de partida. Hay que decir que en el momento actual, dicha actitud no solo no es censurada tal como merecería, sino que frecuentemente se justifica y ampara socialmente. Bajo el neologismo «posverdad» se hace negación de la posibilidad de objetivar lo que pueda ser cierto y se otorga patente de corso a que cada cual haga una lectura de la realidad basada en criterios subjetivos propios. Lectura que puede ser «legítimamente» expuesta frente a otras opiniones, y mantenida, incluso, cuando los mismos datos empíricos la desmienten.

Por mi parte, me siento muy disconforme con esa forma de «conocer». No me considero relativista y entiendo que hay que realizar el esfuerzo necesario para tratar de hallar la que pudiese ser una verdad objetiva. Al menos, acercarse a esa meta en la medida de lo posible. Pero, para ello, se hace preciso relativizar, poner en cuestión los propios datos y premisas, abrirse a todo tipo de posibilidades. Karl R. Popper en «La miseria del historicismo» (1961), enuncia de forma harto clara cual debe la actitud metodológica procedente si se quiere evitar el engaño propio y ajeno: «Pero precisamente porque nuestra finalidad es establecer la verdad de las teorías, debemos experimentarlas lo más severamente que podamos; esto es, debemos intentar encontrar sus fallos, debemos intentar refutarlas. Solo si no podemos refutarlas a pesar de nuestros mejores esfuerzos, podemos decir que han superado las más exigentes pruebas. Esta es la razón por la cual el descubrimiento de los casos que confirman una teoría significa muy poco si no hemos intentado encontrar refutaciones y fracasado en el intento. Porque si no mantenemos una actitud crítica, siempre encontraremos lo que buscamos: buscaremos, y encontraremos, confirmaciones, apartaremos la vista de cualquier cosa que pudiese ser peligrosa para nuestras teorías favoritas, y conseguiremos no verla. De esta forma es demasiado fácil conseguir lo que parecen pruebas aplastantes en favor de una teoría que, si se hubiese estudiado críticamente, hubiese sido refutada».

Yo mismo, volviendo sobre estas líneas un par de años después de haber comenzado el esfuerzo de documentación y redacción de este ensayo, me doy cuenta de que no es pequeña la cantidad de ideas previas que he debido completar, matizar, cuando no rectificar por completo, gracias a los nuevos datos y reflexiones que he ido incorporando. Es importante tener presente que si las ideas básicas, las premisas de partida, no están debidamente contrastadas, no gozan de suficiente solvencia, todo el edificio analítico y especulativo que se construya a partir de ellas va a estar viciado. Por muy gigantesco que éste llegue a ser. Nunca será suficiente el tiempo y esfuerzo que se dedique a dicha tarea de validación, tratando de desvelar la más mínima sombra que pueda darse. Sin apriorismos y, en la medida de lo posible, estando dispuestos a reconocer el error de planteamiento cuando suceda. Y viceversa: el punto de partida instrumentalmente válido que nos ha ayudado a llegar a una conclusión, podría no ser de aplicación a otros parámetros. Es decir, hay que evitar fosilizar y convertir en incuestionable cada aproximación concreta a la realidad que nos convenza o que nos haya resultado útil. Tentación, ésta, muy propia de la modernidad, que se denomina «doctrinarismo». Wittgenstein, en «Tractatus», aforismo 6.54, proponía la famosa metáfora de la escalera: «Mis proposiciones sirven como elucidaciones en el siguiente sentido: cualquiera que me entienda, eventualmente las reconocerá como un sinsentido cuando las ha usado -como escalones- para subir más allá de ellas. (Él debe, por así decirlo, tirar la escalera después de que la ha escalado.) Debe trascender esas proposiciones, y entonces verá el mundo de manera adecuada.» La idea de este párrafo, que tomo prestada, vendría a ser algo así como «una vez que ya comprendiste, puedes tirar todos tus andamios».


Índice y ficha del libro

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