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Concluyendo

Sábado.26 de marzo de 2016 560 visitas - 1 comentario(s)
Última entrega del libro de Pablo San José: "El opio del pueblo: Crítica al modelo de ocio y fiesta en nuestra sociedad". #TITRE

En la conocidísima obra de Julio Cortázar "Historias de Cronopios y de Famas", el autor presenta simplificadas tres tipologías humanas. El cronopio es el ser original y autorreflexivo que aspira a la libertad. Su racionalidad le conduce a lo contemplativo y en ocasiones a lo humorístico, pero siempre a la ruptura con la inercia obligatoria de la rutina social y el prosaísmo de la mentalidad dominante. Desde esta perspectiva nietzschiana "por encima del bien y del mal", participa de cualquier dinámica general sin mayores problemas, pero siempre desde su originalidad propia y chocante. El fama, en cambio, es la representación de la mentalidad burguesa, cómodamente instalada en el Sistema, seguidista de lo que hace la mayoría, conservadora, pendiente del qué dirán y utilitarista a ultranza. La última figura descrita es la de los esperanzas, seres que renuncian a lo racional, tanto en el sentido libertario de los cronopios, como en el pragmático de los famas. Cual si estuvieran lobotomizados, los esperanzas viven a base de estímulos sensoriales y emociones. No tienen pendencia con nadie y son felices así, cual lo es un helecho que recibe el rocío del amanecer.

En una noche festiva cualquiera de nuestra sociedad hallaremos estas tres tipologías, pero sobre todo las dos últimas. La mentalidad de los famas es predominante en el conjunto de la sociedad, por lo cual no es nada rara de ver en la mayoría de lugares de diversión. Y la de los esperanzas, siendo menor, tiene sus espacios, sus reductos propios. Detengámonos un momento en este tercer arquetipo.

Entre las mentalidades inquietas que reflexionan y buscan cómo actuar (para bien o para mal) y las conformistas que dan por válido el cómo son las cosas, hay un sector de personas que, teóricamente disconformes con el status quo, harán por separarse y distinguirse, pero evitando cuidadosamente dos cosas: reflexionar demasiado (no vaya a ser que...) y participar en acciones transformadoras que las puedan comprometer seriamente. Este tipo de personas subliman su supuesta disidencia y la convierten en pose y en estética. Ya hablamos arriba de modas reactivas. De ahí, por ejemplo, el fuerte auge de todo tipo de expresiones artísticas que colonizan las llamadas redes sociales de internet y cada vez más espacios de ocio nocturno. Que estas cosas sean así, llegando a afectar incluso a los individuos de la sociedad que podrían considerarse como más inconformistas, lúcidos o críticos, habla bien de la inteligencia del Sistema, el cual ha logrado conquistar hasta a los espíritus más acendrados.

Como está dicho, no puede haber libertad sin verdad. Para ello, el objetivo nunca puede ser pretender disponer de axiomas absolutos que proclamar a los demás. Eso sería funesto y conduciría más bien al punto contrario. Se trata más bien de esforzarse en alcanzar el mayor conocimiento posible que permita mantenerse a salvo de ignorancias y engaños. Vivimos en un Sistema que es político y económico pero también ideológico. Así, el poder, a lo largo de décadas y de siglos, ha ido tejiendo un manto de estados de opinión que todo lo cubre y que a todos los rincones llega. De la misma forma, ha desarrollado increíbles y variados instrumentos para que esa opinión esté siempre alimentada y dentro de los cauces deseados. El fruto de ese magno esfuerzo es que todos acabemos viviendo en mitad de una colosal mentira. Y no tanto por dar crédito a ideas que son netamente falsas -que también-, sino, sobre todo, por falta de sabiduría y reflexión.

Nuestras fiestas podrían ser de otra forma. Como podrían serlo nuestras relaciones personales, nuestra economía, la propia sociedad en su conjunto y nuestras mismas propias vidas individuales. Pero todas esas realidades las vivimos siguiendo inercias y adaptándonos a patrones predeterminados. El objetivo que de alguna forma se programa en nuestras mentes, es el de que hay que aprovechar las ventajas y minimizar los peajes que nos supone existir en esta sociedad y en este tiempo concretos. El individualismo egoísta en definitiva. Éste consiste básicamente en anteponer siempre, o casi siempre, nuestros deseos e intereses al beneficio colectivo. Verbigracia, si acudir a un concierto (o a un partido de fútbol) es incompatible con asistir a una asamblea de la organización a la que pertenezco, elijo lo primero puesto que la realización de mis deseos hedonistas prima, y está socialmente justificada, frente al compromiso arduo. Lamentaré la falta de financiación de mi colectivo, y me sumaré a propuestas discutibles, como la organización de fiestas con venta de alcohol, para tratar de resolver el problema. Pero al mismo tiempo gastaré sin grandes cortapisas el dinero que podría invertir en los proyectos de mi grupo político, saliendo de fiesta cada fin de semana, sin perdonar uno (1).

En ese cotidiano actuar según los modelos que recibimos y que vemos alrededor, se nos olvida todo el rato el pararnos a pensar en el sentido último de las cosas que hacemos, en el a ver porqué son y tienen que ser así, y en si no podrían ser de otra manera.

Sin embargo, y aunque constituya una aparente contradicción, que el Pensamiento Único exista no nos libra de nuestra propia responsabilidad. Por suerte, somos seres con uso de razón y conciencia. Los mecanismos que el Sistema pone en juego para adoctrinarnos no pueden anular por completo nuestra decisión personal y nuestra obligación de conocer; nuestra libertad, en definitiva. En realidad, si lo analizamos a fondo, resulta que casi nada de lo que nos ocurre sucede sin nuestra aprobación. Somos cómplices de la mayoría de las dinámicas personales y sociales en las que nos sumergimos y de las que participamos Y cuanto más nos empeñamos en cerrar los ojos somos responsables en mayor medida, lo aceptemos o no, de las consecuencias de nuestros actos y omisiones. Programación social y responsabilidad individual: esa es la dualidad en la que se da nuestra existencia.

Sirva todo este escrito como invitación a la reflexión y a la consciencia. Si habríamos de estar en permanente observación y análisis de la realidad para poder ser, en lo posible, dueños de nuestras vidas y no ligeras marionetas en las manos de otros, la alerta ha de ser mayor cuando se trata de nuestros propios actos. Si no me he explicado mal, el lector habrá podido advertir que la fiesta como fenómeno en nuestra actual sociedad está repleta de trampas que el propio Sistema dispone y esconde bien. El objetivo viene a consistir en anularnos como conjunto social y como individuos. Dominarnos en pro de su interés, en definitiva. Lejos de ser una dimensión que nos ayude a autoconstruirnos como seres humanos, más bien es un medio de degradación a muy diferentes niveles. Nuestro control y alienación no solo se materializa en los momentos festivos, pero en ellos tal fenómeno se puede visualizar de forma privilegiada. La conquista y arrebato de nuestra parte festiva y celebrativa, atendiendo a todo lo expuesto anteriormente, podría tener una gran relevancia, y podría ser un cabo principal desde el que el Sistema estira en pro de su interés.

Si hay un sector social dinámico y fuerte, potencialmente inconformista con el orden establecido, y capaz de encabezar movimientos de cambio, éste es el de la juventud. Pero será difícil que los miembros de esa juventud sean críticos primero, para comprometerse en luchas generosas después, si la mayoría de sus energías son canalizadas hacia el sumidero del hedonismo y la autocomplacencia individualista. Queda así decapitado de raíz, y en su mismo momento de origen, el nudo gordiano de lo que podría constituir la resistencia y oposición al Sistema. Sería bueno que cada cual reflexionara sobre las argumentaciones expuestas, y viera en cuántas de las definiciones se siente reflejado.Y que calibrara hasta qué punto tales cosas le afectan en tanto persona, y con respecto a los sueños que pueda tener como animal político. Sueños que si no se tienen, hay que preocuparse, y mucho.

El panorama que he ido dibujando quizá resulta bastante pesimista. Desolador incluso. Como si todo lo que hiciésemos fuese un estar enfangados hasta los ojos. Sin embargo la idea que me anima a redactar viene a ser la contraria: que la autenticidad y el distanciamiento de las peores nocividades del Sistema y la recuperación de lo que éste nos ha arrebatado, no son nada que no pueda lograrse. No hablamos pues de autoflagelación, sino de invitación a la verdad como paso previo hacia la libertad.

Hablando de procesos de despertar y toma de conciencia, lo cierto es que no le tengo mucha fe a la catarsis como motor de cambio duradero. Siempre me pareció que esos ramalazos de intensidad emocional tienden a la vida efímera, aunque deslumbrante, de un fuego artificial. Menos aún me gustan los efectos péndulo: el pasar de golpe y porrazo de un extremo al otro (2). No soy de la idea de que la nuestra debería ser una sociedad de ascetas. Sí creo, en cambio, y entiendo como un proceso más natural, sobre todo si nos referimos a cambios de mentalidad, en las cosas que van evolucionando poco a poco, abonadas por convencimientos interiores que se adquieren y posan sin presión externa, y con ayuda del tiempo.

El radicalismo inmediatista y voluntarista, por lo común, nunca lleva muy lejos. Es una prenda destinada a gastarse. En cambio, sale mucho más a cuenta aprender a saberse imperfectos y llenos de contradicciones. Sería maravilloso no tener sobre nuestras espaldas tales limitaciones, pero éstas, están ahí. Y negarlas es cerrar los ojos a la propia realidad. Mas, eso sí, el ser conscientes de la propia limitación tampoco nos aportará nada bueno si de ello resulta resignación y acomodamiento. Al fin y al cabo lo más cercano a una clave que dirija hacia la autorrealización es el ser una persona a la vez auténtica y equilibrada. Bien lo saben los budistas. Alguien me decía, y es otra idea que tomo prestada, que la vida solo vale la pena ser vivida si es una existencia "con calidad". Y no se refería a un bienestar material, sino a la satisfacción de saber en todo momento que se hace lo que es conveniente para el bien propio y colectivo. Y esa búsqueda de lo bueno debería ser la pauta que determine cualquier decisión tomada, de la más banal a la más trascendente. De este modo, en ocasiones puede ser preferible perder la propia hacienda, la libertad (por el ingreso en prisión) y la misma vida física si la otra opción es seguir viviendo una existencia adocenada, indigna o inmoral. "Lo hermoso nos cuesta la vida", cantaba Silvio Rodríguez.

Quisiera ahora traer a colación una reflexión de Simone Weil: "... Esos momentos en que los poderosos conocen a su vez, por fin, lo que es sentirse solo y desarmado, no perduran, aunque los desdichados deseen ardientemente verlos durar para siempre. No pueden durar, porque esa unanimidad que se produce en el fuego de una emoción viva y general no es compatible con ninguna acción metódica. Tiene siempre por efecto suspender cualquier acción y detener el curso cotidiano de la vida. Ese tiempo de parada no puede prolongarse; el curso de la vida cotidiana debe seguir, las tareas de cada día tienen que llevarse a cabo. La masa se disuelve de nuevo en individuos, el recuerdo de la victoria se difumina; la situación primitiva, o una situación equivalente, se reestablece poco a poco y, aunque en el intervalo los amos hayan podido cambiar, siempre son los mismos los que obedecen" (3). Y lo copio en este escrito porque creo que tiene mucho que aportarnos y bastante relación con el tema tratado. Cualquier revolución, cualquier cambio social que valga la pena, no podrá hacerse conquistando centros de poder (la Historia demuestra que tal cosa reproduce los viejos mecanismos de dominación, pero con nuevas caras), ni tampoco con movimientos callejeros efervescentes. Si anhelamos cambios de verdad, habremos de conquistarlos, de edificarlos, en la propia cotidianeidad de nuestras vidas, en ese ámbito donde nuestra lucha puede ser de un día, de otro, de otro y de todos los que tengamos por delante. Ese espacio al que apenas damos importancia como tablero en el que se juega la partida. Y no puede haber tal evolución colectiva si no va de la mano del cambio personal, que ha de ser interior y también externo. ¿Qué lógica y qué capacidad de transformar las cosas puede tener una persona que ocupa dos, cinco, diez horas de su semana a la denuncia del Sistema, mientras pasa las restantes dependiendo en todo de él y colaborando en todas y cada una de sus dinámicas? Cambiar la sociedad -también y principalmente- tiene que ver con lo íntimo y cotidiano: la familia, nuestra manera de trabajar, de consumir, de relacionarnos, de viajar, de soñar, de resolver nuestros problemas y necesidades y... de disfrutar.

Como vengo diciendo, el conocimiento faculta para la libertad. La mayoría de las veces se adquiere a través del contacto testimonial entre unas y otras personas, y muy pocas por la propia cuenta o por la propaganda. De ahí la importancia de la interpelación y la reflexión compartida (interpelación que de ninguna de las maneras podrá suceder si solo es cuestión de palabras, de discursos, y no de hechos de la propia vida).
Su objeto es el de ser conscientes de las propias actuaciones, logrando ser capaces de advertir todas sus implicaciones y consecuencias. El acto de conocer prepara el ánimo para los cambios, los cuales, en último término, -como es natural- han de ser responsabilidad y decisión de cada cual. Y no se trata de variar los propios hábitos por voluntarismo o militantismo. Es la misma vida quien los debe reclamar para que puedan darse en forma natural. Me parece preferible que una persona siga experimentando lo que le ofrece la fiesta del Sistema en tanto no ha tomado conciencia de sus nocividades, a que la abandone por algún tipo de presión externa culpabilizadora. Hay que considerar también procesos y grados, y como decía arriba, ser capaces de tolerar cierto nivel de contradicción propio y ajeno, siempre que se esté en proceso de superación. Como en tantas otras cosas, aquí tampoco todo es blanco o es negro. Esta posibilidad de evolucionar sin presiones, y solo de esta manera, debe ser vista como fuente de posible realización personal y también como camino a recorrer para la regeneración social.

Hemos argumentado una serie de razones que recomiendan hacerse críticos primero y, en la medida de cada cual, prescindir después de buena parte de los elementos de la diversión institucionalizada que estamos estudiando. Incluso de todos o la mayoría de ellos. Pero a la reflexión y examen personal cabe añadir también una forma social de verlo. Cualquier colectividad organizada que aspire a transformar la sociedad de verdad se verá en la obligación de proporcionar alternativas y soluciones a cada necesidad común. Desde las más perentorias a las más "culturales". Como quedó dicho, la fiesta es una dimensión imprescindible en toda sociedad y es una importantísima herramienta cohesionadora de la misma. Por ello, también es de la mayor importancia definir qué modelo de diversión colectiva proponemos para una futura sociedad mejorada.

Necesitamos fiestas que sean distintas a las actuales. Porque seguimos teniendo la ancestral necesidad de jugar, de romper con la rutina, de relajarnos, de socializarnos, de sentirnos y construirnos como comunidad, nos es imprescindible dotarnos de espacios en los que podamos cantar, danzar, divertirnos y encontrarnos de otra manera. Espacios que no estén presididos ni por la droga, ni por el sexo deconstruido ni por el consumo. Ámbitos que permitan el acceso por igual a mujeres y hombres, adultos, niños y ancianos, en los que prime lo colectivo, y no el hedonismo individualista. Ni lo mercantil. Momentos para hacer presente la memoria del pueblo, su cultura, y sentirnos parte de un todo. Decía Emma Goldman: "si no puedo bailar, tu revolución no me interesa". Pues precisamente, porque deseamos esa revolución humana, también hemos de construir esos espacios en los que podamos bailar mientras la hacemos.

No solo eso; hay que tener claro en qué medida nuestra propuesta puede ir siendo viable desde ya, y puede ir materializándose como alternativa transformadora y como referente. No hablamos únicamente de cosas que sucederán en un futuro más o menos lejano. Y aclarar también en qué grado, por nuestra parte, somos capaces, como grupo, de ir dejando de mantener y colaborar con aquéllo que deseamos superar. No son pasos fáciles de andar -hay muchas cosas en juego- pero tampoco imposibles. Querer es poder, y la nuestra es una bella causa. Salut.


Notas

1.- El ir a conciertos, a cenas, salir de fiesta y desfasar ha venido a ser considerado un derecho y casi una necesidad básica, indispensable para la autorrealización personal, y equiparable a otras como el alimento y el vestido. Normalmente por parte de esas amplias capas de personas en adolescencia prolongada e indefinida que, por vivir con sus padres y sin cargas familiares, tienen cubiertas las que el resto consideran que son las verdaderas necesidades vitales.

2.- Esas afirmaciones han de admitir una salvedad. Si hablamos del abandono de una droga o adicción, en esa circunstancia sí será importante la decisión drástica y en muy escasos, irrisorios, casos servirá el tratar de dejarla poco a poco.

3.-El párrafo procede de "Escritos Históricos y Políticos", de la escritora y pensadora francesa Simone Weil, textos redactados entre 1927 y 1939, y publicados en castellano por Trotta en 2007, con traducción de Agustín López Tobajas y María Tabuyo.


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