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«Weil percibió el lado oscuro de la modernidad»

Lunes.19 de febrero de 2024 103 visitas Sin comentarios
Entrevista a José Luis Monereo Pérez sobre "Simone Weil. Filosofía del trabajo y teoría crítica social". #TITRE

Salvador López Arnal

José Luis Monereo Pérez es Catedrático de la Universidad de Granada. Es autor de varios libros y más de cuatrocientos artículos sobre distintos ámbitos del saber jurídico, teoría política y otras materias del campo de las ciencias sociales y de la historia del pensamiento político y social. En El Viejo Topo ha publicado, entre otros, La defensa de Estado Social de Derecho: la teoría política de Hermann Heller, La crisis de la socialdemocracia europea: Eduard Bernstein y las premisas del socialismo reformista, y Modernidad y capitalismo: Max Weber y los dilemas de la teoría política y jurídica.

Salvador López Arnal.- Acaba de publicar Simone Weil. Filosofía del trabajo y teoría crítica social. ¿De dónde su interés por la pensadora francesa?

José Luis Monereo Pérez.- Simone Adolphine Weil siempre ha sido un referente intelectual y vital para mí. La descubrí hace muchos años. Atrae su idea de pensar libremente y con absoluta verdad, y hacerlo en cada momento sin atenerse a las consecuencias “inapropiadas” y a los posibles reproches y objeciones de corrientes próximas de pensamiento crítico. Weil respira autenticidad. Era una persona muy generosa que procuraba ayudar a los demás de manera desinteresada. Asimismo, aporta una opción de compromiso social y político (en el sentido de “lo político” que va más allá de “la política” institucional). Ese compromiso le llevó a implicarse en la lucha reivindicativa de los trabajadores, decidiendo asumir la condición de trabajadora y verificar la “condición proletaria” (caracterizada por las privaciones, sumisiones, humillaciones, etcétera, que padecían los trabajadores). Y no solo eso, superando su defensa del pacifismo, decide alistarse en la Columna Durruti para luchar contra el fascismo representado por el bando franquista. Critica sin concesiones –atendiendo al contexto de su época– a los partidos políticos por su incorporación al orden establecido y su tendencia a la corrupción y la mentira en política. Weil se involucra en la lucha sindical y entra en contacto con el sindicalismo revolucionario, y a menudo con los propios partidos a los que no deja de criticar cuando entiende que han actuado erróneamente. Pero también critica a los sindicatos por falta de democracia interna o por su excesiva dependencia de las órdenes de los partidos políticos; y a la misma Iglesia Católica por estar institucionalmente del lado de los poderosos y servir a la mentira interesada, a la intolerancia, al lujo y al dinero.

Salvador López Arnal.- Cabe interrogarse sobre el porqué de la actualidad de Simone Weil en el momento presente…

José Luis Monereo Pérez.- Percibió los grandes males de la modernidad y su cristalización disruptiva en el siglo XX. El lado oscuro de la modernidad. ¿Cuáles son los problemas sociales de su tiempo, según Simone Weil? La condición social de los trabajadores caracterizada por la explotación del trabajo y la humillación del trabajador (“el nuevo trabajo servil” de las fábricas tayloristas); la crisis de época y la puesta en cuestión de los valores que caracterizan la modernidad; el incumplimiento de las promesas de la modernidad bajo las condiciones impuestas por la organización político-jurídica y económica del capitalismo en su dinámica de desarrollo; la crisis de la democracia formal; la formación de un modelo de “hombre-masa” fácilmente manipulable. La burocratización de los partidos políticos (y también de los sindicatos institucionalizados); la mentira en política y la corrupción en los medios y en los fines.

Salvador López Arnal.- Un punto que suele destacarse de la biografía de Weil es su temprana experiencia de la proletarización voluntaria. ¿Qué le llevó a tomar a esa decisión?

José Luis Monereo Pérez.- Hay varios elementos que explican que una persona como Weil, perteneciente a una familia acomodada, joven y siendo profesora en Instituto y en la Universidad, opte por “proletarizarse”. Quería colocarse al lado de los oprimidos en esas organizaciones disciplinarias que eran las empresas basadas en el sistema taylorista de organización y división técnica del trabajo.

Influyó en su decisión, meditada, la percepción de la realidad de una explotación de las clases trabajadoras en condiciones infrahumanas, que ella conocía y que había tenido en cuenta en sus reflexiones filosóficas, sociales y políticas. Simone Weil había escrito uno de sus más importantes libros, Réflexions sur les causes de la liberté et de l’oppresion sociale en 1934. Consideraba que no bastaba con implicarse en la teoría, y precisamente criticaba a los intelectuales, a los profesores y a los políticos profesionales, porque no habían vivido en su propia piel la experiencia de trabajar en la fábrica, y así comprobar la condición proletaria. Fue una experiencia durísima (que quedó reflejada en su “Diario de Fábrica” –Journal d`usine (1934-1937)­– con anotaciones hechas día tras día; y al límite de sus fuerzas. Weil era una persona frágil).

Otro elemento explicativo es su religiosidad, y en particular su concepción del cristianismo (sin olvidar, como fuentes de espiritualidad, la cultura griega y la civilización occitana). Weil defendía un cristianismo presidido por la compasión y el compromiso con los más desfavorecidos.

Salvador López Arnal.- ¿Cuáles fueron las principales influencias filosóficas de Weil?

José Luis Monereo Pérez.- Ante todo, debe subrayarse su conocimiento profundo de la filosofía clásica griega (Aristóteles, y sobre todo Platón), y en general la cultura de la antigüedad (incluido el cristianismo primitivo y la filosofía hindú). Puede hablarse de la presencia en ella de una filosofía idealista. Estaba convencida de que todos los grandes problemas humanos habían sido percibidos y comprendidos por esos grandes filósofos fundacionales del pensamiento universal. Podía afirmar que “es dudoso que tengamos una sola idea importante que no haya sido claramente concebida por los griegos”.

Para Weil “la noción de valor está en el centro de la filosofía”. Es más: “toda reflexión que versa sobre la noción de valor, sobre una jerarquía de valores, es filosofía; todo esfuerzo de pensamiento que atañe a un objeto distinto que el valor es, si se lo examina de cerca, extraño a la filosofía”. Para ella “la ley de la vida humana es: primero filosofar, luego vivir; pues la elección entre la vida y la muerte, en una situación determinada, implica en sí misma una comparación de valores”.

No estuvo en condiciones de poder conocer y estudiar la filosofía de Marx. Pero sí conoció su pensamiento socioeconómico e histórico; y, discrepancias aparte, su análisis de la modernidad capitalista le influyó de manera relevante. No pudo conocer las obras póstumas de Walter Benjamin, muy próximas en su visión de la historia (como historia de barbarie y del progreso infinito, esto es, como expolio y destrucción de la naturaleza; el desperdicio de las vidas humanas; el despilfarro de recursos, etc.). Sin embargo, no le podía ser ajeno el personalismo de autores como Enmanuel Mounier, que era un intelectual comprometido como ella y defendía, por ejemplo, una Declaración de derechos y obligaciones hacia el ser humano.

Salvador López Arnal.- ¿Qué puede considerarse lo más esencial de la filosofía política de Weil?

José Luis Monereo Pérez.- Por lo pronto conviene dejar constancia de que la filosofía –su concepción del mundo– de Simone Weil no encaja con algo parecido a un filosofar entendido como un “sistema” de pensamiento. Su pensamiento no es susceptible de una sistematización al estilo usual de “escuela” o “corriente” del pensar. Ella misma criticó a los grandes sistemas (a los cuales sólo podía conceder un valor “poético”), pues entendía que era más productivo reflexionar asumiendo el carácter contradictorio del pensamiento. Asumió ciertos esquemas del republicanismo cívico de los clásicos de la antigüedad, de los pensadores de la Revolución Francesa, del pensamiento de Marx y del socialismo utópico. Pone el acento en la elevación cultural de las clases trabajadoras a través de un sistema de educación pública que contribuya a crear individuos con capacidad de reflexión crítica y de participación activa en las decisiones colectivas sobre los asuntos políticos, socioeconómicos y culturales. Tanto Gramsci como Weil centran su interés en la condición obrera; ambos critican la concepción de la política como mentira necesaria. Y están viendo, además, en esos años, la tragedia personal que representa el complementar convicción ética y responsabilidad sociopolítica.

Simone Weil trata de abrazar el sufrimiento del mundo. En su singular manera de afrontar la religión, se muestra innovadora y revulsiva respecto de los postulados y dogmas de la doctrina de la fe del tradicionalismo católico.

Su vinculación con la concepción cristiana de Francisco de Asís es especialmente intensa como opción por los pobres, y también permite comprender otros aspectos de su concepción de la fe religiosa y la espiritualidad. La llamada de Francisco de Asís a la pobreza lo fue también respecto de la idea de fraternidad en una defensa de una sociedad donde las personas deberían ser iguales y ser tratadas como tales. Su mensaje y práctica cuestiona la estructura jerárquica de la sociedad no igualitaria e insolidaria.

Existe en Simone Weil un punto de intersección entre el compromiso político y la experiencia mística, lo que constituye un rasgo de originalidad, especialmente atendiendo al tiempo en que le tocó vivir. Este será una parte significativa de su legado para las generaciones que le sucedieron hasta el presente. Su toma de posición no se limita al quehacer intelectual, sino que también alcanza al compromiso activo, a través de la lucha sindical, la lucha activa por una democracia más auténtica, por formas más democráticas de organizaciones de las fábricas (rechazando las condiciones de explotación, mercantilización y deshumanización del trabajo) y todo ello reafirmando la dignidad humana y los deberes recíprocos entre los seres humanos.

Salvador López Arnal.- ¿Cuáles fueron sus principales críticas a la Modernidad?

José Luis Monereo Pérez.- En realidad, Weil lleva a cabo una crítica de la modernidad por el predominio en ella de la racionalidad instrumental y la lógica mercantil, relegando los elementos espirituales y el cultivo de la humanidad. Ella se interroga sobre “¿Qué significa hacer balance o crítica de nuestra civilización?” Trata de poner en claro de una manera precisa la trampa que ha llevado al hombre a “ser esclavo de sus propias creaciones”. Considera que “hay que encontrar de nuevo el pacto original entre el espíritu y el mundo en la misma civilización en que vivimos”. Se sucumbe en la cantidad y se relega la calidad del ser: “Al sucumbir bajo el peso de la cantidad, al espíritu no le queda otro criterio que el de la eficacia”. Y es que “la vida moderna se ha entregado a la desmesura. La desmesura lo invade todo: la acción, el pensamiento, la vida pública y la privada. De ahí la decadencia del arte. No hay ya equilibrio en ningún sitio”.

Para ella la historia de la modernidad –presidida por la racionalización del capitalismo moderno– ha sido una historia de barbarie, de destrucción de los individuos y de la naturaleza. En el progreso, entendido cuantitativamente como crecimiento ilimitado y no como progreso social, no hay lugar al desarrollo de la sociedad, sino a la paulatina destrucción de la especie humana.

Salvador López Arnal.- ¿Qué aspecto o aspectos de la obra de Weil sobre la cuestión del mundo del trabajo parecen más innovadoras y/o interesantes?

José Luis Monereo Pérez.- Simone Weil afirma la centralidad del trabajo para la persona en una sociedad democrática, no sólo en su dimensión material (profesional), sino también y ante todo espiritual (realizarse a través de la transformación de la naturaleza, del medio exterior): el trabajo transforma a la persona que trabaja, transforma la naturaleza y está, al mismo tiempo, en el origen de las transformaciones sociales. Piensa que existe una unidad indisoluble entre mente y actividad laboral y que el trabajo no se puede reducir a una cuestión simplemente material.

El trabajo es existencial y pertenece al ser constitutivo del ser humano: Según Weil no se trata de liberar a la persona del trabajo en sí mismo, sino de civilizar las relaciones de trabajo en las organizaciones productivas. Un trabajo que permita el desarrollo de todas las capacidades y potenciales que pueda desarrollar. Es obvio que esa concepción positiva del trabajo presupone que el trabajador no sea tratado como una mercancía.

Simone Weil defenderá la supresión de la división estricta entre trabajo manual y trabajo intelectual, lo cual contribuirá a hacer desaparecer la alienación e incrementaría la capacidad de sentir la realidad sobre la que se actúa.

Salvador López Arnal.- ¿Por qué Simone Weil despierta tanto interés en la actualidad en los jóvenes?

José Luis Monereo Pérez.- La tremenda actualidad del pensamiento de Simone Weil es que percibía que en las relaciones de trabajo se estaba produciendo un fenómeno de deshumanización y de pérdida del sentido del trabajo como un hacer en que la persona interviene conscientemente. Es más: percibía que en el futuro –si las circunstancias estructurales no cambiaban– todo iba a ir a peor. ello conllevaría la pérdida de la ilusión y el sueño de utopías liberadoras que fuesen realmente realizables en este mundo materializado y sin elemento espiritual (que no debe confundirse con la religión, aunque Weil fue creyente a su manera).

Considera que en la sociedad moderna existe una correlación entre trabajo y condición humana y ello determina el ser individual y el ser social, esto es la consideración social por el trabajo, pues éste es fuente de integración social. El trabajo es un modo específico de pertenencia social. De ahí que vería el mundo desde la percepción de una sociedad del trabajo (expresión que utilizarían después Karl Polanyi y Hannah Arendt), en el que sin perder la centralidad del trabajo, la persona pudiera reapropiarse del mismo en todos sus elementos, superando los aspectos degradantes de la racionalidad económica instrumental (trabajo abstracto como mercancía), con la consiguiente tendencia hacia la desintegración del tejido social. Advierte de los riesgos del individualismo que nos hace ajenos a los otros individuos que conforman la comunidad.

Atrae a los jóvenes (e insisto, no sólo a ellos) porque en el fondo se buscar un sentido en la vida que vaya más allá del mundo material; un sentido de la vida que cada uno le da, pero que incorpora un elemento inmaterial (en otras palabras, espiritual) y trascendente del mundo del consumo, de los intereses creados, del vivir sin pensar y sin prestar atención a la idea de comunidad. El discurso de Weil aporta verdad, autenticidad, antidogmatismo; y de esto hay poco en la sociedad actual en que vivimos.

Otro factor a tener en cuenta tiene que ver con las políticas llevadas a cabo a partir de la crisis de 2008: políticas neoliberales de descompromiso social de redistribución clasista de la riqueza; de devaluación de los salarios; de encarecimiento de la vivienda (para las familias y jóvenes de las clases populares); de incremento de la pobreza absoluta (y no solo relativa), donde los grandes perdedores han sido las clases trabajadoras. Este factor sociopolítico ha contribuido a generar desconfianza ante el incumplimiento de las promesas de una democracia avanzada, donde los poderes públicos e instituciones del sistema democrático han de luchar para remover todos los obstáculos que impidan que la libertad, la igualdad y la solidaridad sean reales y efectivas.

Salvador López Arnal.- Propiamente hablando, ¿Weil es una pensadora cristiana? ¿Qué tipo de cristianismo fue el suyo?

José Luis Monereo Pérez.- Atendiendo a su forma de pensamiento y acción político-ideológica, social y cultural, no es fácil encasillar a Weil en la dicotomía expresada en el binomio derecha-izquierda, como categorías de “lo político”: lugares del espacio político. Y seguramente ella misma no querría ser encasillada, por lo que esto supone de “definición”, “distinción” y cierta “clausura” del modo de pensar: precisamente cuando ella misma fue cambiando y afinando sus posiciones frente a todos los grandes temas de su tiempo. Tampoco nos sirven que en su época de estudiante fuera llamada la “virgen roja”, aunque resulta que en todo ese periodo y posterior se implicó de manera directa y destacada en luchas sociales, sindicales y políticas (destáquese su pacifismo militante, solo abandonado coyunturalmente por su implicación en la Guerra Civil Española y su activismo posterior).

En cualquier caso, parece dominar en ella la defensa de la solidaridad social, y su plasmación en una democracia realmente participativa dotada de una ciudadanía actividad y formada para pensar y opinar con conocimiento de causa. Asimismo, parece dominar formas de socialismo y republicanismo cívico y no autoritario, con una fuerte defensa de la autonomía de la sociedad civil. En ella se verifica la idea de liberar al ser humano de todo poder injusto y opresivo (ya sea público o privado); y el compromiso activo con la lucha por una libertad real e igualdad efectiva para todos (no meramente formal y abstracta), superando y removiendo los obstáculos que impiden la libertad y las desigualdades sociales (que sin tales, son susceptibles de ser eliminadas en una sociedad democrática.

Su pensamiento cristiano (al margen de la Iglesia Católica y de su tradición institucional) está presidido por una combinación entre el personalismo y el existencialismo cristiano. No hay que simplificar, pero Simone Weil era una socialista no ortodoxa (crítica del marxismo de la Segunda y de la Tercera Internacional; crítica en ciertos aspectos del pensamiento del propio Karl Marx, por ejemplo, su visión más economicista y su confianza en el progreso de la sociedad, según Weil; próxima al socialismo autogestionario e influida por Pierre-Joseph Proudhon y los movimientos libertarios contemporáneos). Por momentos, recuerda al existencialismo crítico (de izquierdas, si se quiere decir expresivamente) de Albert Camus.

Lo cierto es que Simone Weil era tan original en su pensamiento (y a veces tan contradictoria) que puede considerarse como inclasificable en una corriente concreta de pensamiento filosófico y político-ideológico.

Salvador López Arnal.- Afirma usted que existe un punto de intersección en Weil entre su compromiso político y su experiencia mística. ¿Qué tipo de experiencia mística fue la suya?

José Luis Monereo Pérez.- Ella investigaba sobre los místicos al propio tiempo que sobre la dimensión social de la religión y de la Iglesia (con la crítica a su papel histórico de adhesión al poder y al dinero). Ello estaba, en cierta medida, vinculado a una filosofía orientada hacia la salvación, a la acción y el compromiso social.

En ella se mezclaba el compromiso político con la religión, la acción y el sacrificio por lo demás. En su vida –afirmándolo ella misma– había tenido experiencias místicas de contacto espiritual con Dios. La experiencia religiosa la llamaba a la acción y a la entrega solidaria hacia los demás: al “desprendimiento” y a la generosidad, algo que se puede apreciar fácilmente en sus “Cartas”, por ejemplo, donde se ofrece a ayudar no sólo intelectualmente, sino también material y económicamente a sus amigos y colegas. No es baladí hacer notar sus coincidencias con San Francisco de Asís.

Salvador López Arnal.- ¿Qué concepto de libertad defendió Simone Weil?

José Luis Monereo Pérez.- La libertad es para Simone Weil libertad de pensamiento; libre desenvolvimiento de la personalidad en todas sus facetas y dimensiones donde ésta puede manifestarse. Una libertad entendida como no dominación y no privación de pensar la vida y orientarla en el sentido querido y responsable: la libertad es también responsabilidad hacia los demás y respetando y cuidando de la naturaleza como parte de “nosotros”.

Simone Weil había reflexionado –en la teoría y vivido en la práctica– sobre lo que suponía la merma de la libertad y la opresión social en el trabajo asalariado. Lo cual había expresado en numerosos trabajos (recogidos en La condición obrera, y otras recopilaciones). Weil defendía que el valor de la dignidad humana –que pertenece a todos los individuos en una sociedad civilizada– tenía una expresión cualificada en la dignidad social. Y ello debe suponer la modificación de la relación de fuerzas que somete a los trabajadores a la dominación.

Las necesidades del alma se especifican en la libertad. Ahora bien, “echar raíces quizás sea la necesidad más importante e ignorada del alma humana”. No resulta fácil de definir lo que se ha de entender por “raíz” y “echar raíces”: “Un ser humano tiene una raíz en virtud de su participación real, activa y natural en la existencia de una colectividad que conserva vivos ciertos tesoros del pasado y ciertos presentimientos de futuro”. En tal sentido el ser humano tiene necesidad de echar múltiples raíces en los medios y espacios de que forma parte naturalmente. Esas raíces expresan las necesidades de la persona consciente y organizada para conducir y orientar su vida. Las raíces hacen posible el arraigo como crecimiento posible del ser. El desarraigo está vinculado a esa carencia de raíces. Las necesidades de la persona no siempre dependen de ella misma, pues al estar en sociedad existe una interrelación que determina los recíprocos deberes del ser humano. De ahí que postule una Declaración de los deberes hacia el ser humano, yendo más allá de la Declaración de “derechos” humanos que considera insuficiente para garantizar una solidaridad colectiva y una nueva forma de justicia social.

Salvador López Arnal.- ¿Cuál fue su concepto de justicia?

José Luis Monereo Pérez.- A Simone Weil le interesa, ante todo, la realización de la justicia social, evitando todo mal para los individuos, tratarlos respetando su dignidad y una distribución equitativa de los bienes y de la riqueza disponible en la sociedad organizada.

La problemática de la opresión y la injusticia social es un rasgo permanente del pensamiento de Weil. Retiene el papel de los movimientos de masas y las dificultades de luchar contra una fuerza organizada de represión. De la idea de movimiento se pasa a la organización de la acción al servicio de los fines de transformación radical del orden social. Se alcanza la revolución de octubre de 1917, con consecuencias no esperadas en el sentido de los cambios pretendidos: instauración de una “dictadura del proletariado”, los trabajadores “están política y económicamente a entera discreción de una casta burocrática”. El resultado es completamente contrario a un “Estado obrero” que dé crédito a su nombre y significado político. Deja claro lo que para ella es el socialismo: “lo cierto es que el socialismo consiste en la soberanía económica de los trabajadores, no de la maquinaria burocrática y militar del Estado”. De manera que en dicha forma de Estado totalitario se asume el sometimiento con el consiguiente menoscabo del alma de los trabajadores. Su posición alternativa remite, pues, a una idea de la sociedad gobernada, en el terreno económico y político, por la cooperación de los trabajadores.

Habiendo luchado por la justicia social como se refleja en su obra Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social (1934), la experiencia le conduce a una cierta decepción sobre la fraternidad fáctica de los trabajadores y su capacidad real de resistencia a la opresión de los poderes a los que están sometidos.

Salvador López Arnal.- ¿Por qué en Weil la obligación, el deber de los seres humanos prevalece sobre sus derechos?

José Luis Monereo Pérez.- Los derechos (y las Declaraciones de derechos humanos) son importantes para las garantías jurídicas de los valores de la libertad, igualdad y fraternidad o solidaridad social. Pero el individuo no sólo tiene la posición activa de tener y exigir derechos, sino también obligaciones (jurídicas y éticas) como ciudadano que pertenece a una comunidad política, sin pretender desentenderse de esos deberes por su remisión a un Estado protector y a otras colectividades o individuos. En este sentido son obligaciones entre los individuos que se socializan y solidarizan entre sí; y son debidas para el nosotros comunitario (más allá de que esos deberes u obligaciones hayan sido formuladas o no como “obligaciones legales” por el Estado u otro poder público). Weil podrá decir que la noción de obligación prima sobre la de derecho, que está subordinada a ella y es relativa a ella. Un derecho no es eficaz por sí mismo, sino por la obligación que le corresponde. El cumplimiento efectivo de un derecho no depende de quien lo posee, sino de los demás hombres que se sienten obligados hacia él.

Pero al final el papel del Derecho se filtra, porque conceptos como obligación, responsabilidad, obediencia se definen a través del Derecho. Aunque Weil afirma que la noción de obligación prevalece sobre la de derecho, que está subordinada y es relativa a ella, no advierte que la obligación constituye la otra cara del derecho y pertenece íntegramente al mismo sistema y orden jurídico que se pretende relegar. Y es que la categoría central del pensamiento filosófico de Weil se sitúa en otra parte, es decir, en una experiencia en la que los vínculos con la ética y la política están aún por pensar. Esa categoría es la “desdicha”, que va más allá del simple sufrimiento, pues se apodera del alma y la marca: es la conciencia de oscuridad y abandono de todo. Por ello afirma Weil en Echar raíces que “el gran enigma de la vida humana no es el sufrimiento, es la desdicha”. Simone Weil acepta incondicionalmente la desdicha y vive con ella en su existencia.

Salvador López Arnal.- ¿Cuáles fueron las principales críticas de Weil a Marx y al marxismo?

José Luis Monereo Pérez.- Como parte de la crisis política y cultural hay que entender su crítica del marxismo ortodoxo (el de su época era el marxismo de la Segunda Internacional socialdemócrata y el comunismo autoritario). La primera crítica hace referencia a la limitación de los objetivos últimos a perseguir: “En realidad, Marx da cuenta admirablemente del mecanismo de la opresión capitalista, pero lo hace sin mostrar apenas cómo este mecanismo podría dejar de funcionar”. Era ilusorio pensar que la lucha por el poder desaparecería con la instauración del socialismo.

La posibilidad de una democracia efectiva no se puede realizar solo a través del desarrollo de las fuerzas productivas. El error que ella encuentra en el marxismo es que la tarea de las revoluciones consistiría esencialmente en la emancipación no de los hombres, sino de las fuerzas productivas. Encontraría en Marx y en el marxismo de la Segunda Internacional la unilateralidad del economicismo. Esto conduce a una visión inadecuada de las tareas de la democracia y de la acción transformadora consciente de las fuerzas y movimientos sociales. En el otro extremo el análisis de Marx tendría un componente mítico reflejado en expresiones como “la misión histórica del proletariado”, lo que deriva hacia una suerte de “religión” de las fuerzas de producción y del papel político del proletariado como sujeto histórico. Piensa que “el socialismo pone a los hombres al servicio del progreso histórico, es decir, del progreso de la producción”. Destaca que “el gran error de los marxistas y de todo el siglo XIX fue creer que andando, andando, iban a subir por los aires”.

Para Weil la crítica al marxismo (aunque aceptando algunos de sus postulados fundamentales) opera sobre la concepción del materialismo histórico y sus límites, como la rechazable concepción finalista de la historia, la ya aludida idea del progreso y el derrumbamiento del capitalismo por la fuerza de sus propias contradicciones internas.

Salvador López Arnal.- Muchas, muchas gracias. Por su libro y por la entrevista.

Fuente: https://rebelion.org/weil-percibio-...

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