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Una psicología característica

Domingo.17 de noviembre de 2024 87 visitas Sin comentarios
Capítulo 5º del libro «De la pseudociencia a la conspiración: Un viaje por la espiritualidad New Age» #TITRE

«De la pseudociencia a la conspiración. Un viaje por la espiritualidad New Age»
Pablo San José Alonso.

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«Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se deben a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas».
Bertrand Russell

El New Age, además de ser una forma de comprender la realidad que se materializa en un conjunto de prácticas y creencias, posee algunas dimensiones de tipo psicológico, sociológico, político, etc., que conviene analizar. Retomando las definiciones de la Wikipedia, cuando ésta aborda el perfil de quienes están inmersos en el New Age cita «...la falta de información y formación sólida en ciencia, historia y religión». Lo cual no deja de ser inexacto ya que dicha carencia formativa se da también entre la mayoría de personas ajenas a esta espiritualidad. Sin embargo no parece ilógico aventurar que en el caso de la minoría social que sí está efectivamente formada en dichas materias disminuye sensiblemente la proporción de individuos proclives a adoptar este sistema de creencias. De hecho, existen estudios comparativos contrastados que han comprobado un mayor porcentaje de personas con falta de instrucción entre los seguidores de las pseudociencias y teorías de la conspiración. Dicho factor no es absoluto y a quienes solemos observar lo que acontece en torno a este universo nos llegan habitualmente informaciones sobre médicos, biólogos, científicos en general, que hacen público su personal disenso en relación a su materia de estudio o profesional, en pro de diversas teorías New Age, lo que evidencia que formar parte de este tipo de pensamiento no es algo que pueda achacarse, al menos como única causa, a la falta de formación o de inteligencia. Hay también estudios que relacionan las creencias conspirativas, especialmente cuando se dan en grados superiores, con trastornos de personalidad y diversas enfermedades mentales (1). Naturalmente, tal circunstancia no afectaría a todas las personas seguidoras de estas teorías, pero sí a muchas de ellas.

En páginas anteriores de este escrito ya hemos apuntado algunas pinceladas de las que podrían ser las razones que impulsaran a algunas personas a abrazar esta forma de comprender la realidad: inconformismo, frustración ante circunstancias desfavorables o expectativas que no se cumplen, idealismo antirracional, espíritu de rebeldía, desencanto ante referentes que han defraudado… Ahora vamos a adentrarnos brevemente en lo que podrían ser las principales características psicológicas que podemos encontrar en el perfil del creyente New Age medio.

En primer lugar cabe hablar del aspecto cognitivo. La persona New Age a la hora de conocer la realidad no siente la obligación de ceñirse a métodos y procesos lógicos y racionales convencionales. En su lugar emplea lo que podríamos denominar «atajos», esto es, formas de progresar en la deducción de cualquier cuestión que simplifiquen el proceso y lo conduzcan de la manera más rápida posible a una meta deseada con anterioridad o que concuerde con inquietudes previas del individuo. La forma concreta de lograr dicho objetivo consiste en ir invisibilizando o desechando los datos que no apunten en esa dirección, y lo contrario: ir subrayando y colocando en un lugar destacado del razonamiento todo aquello que coincida con la idea que se quiere establecer o confirmar. Tal forma de conocer se denomina «sesgo de confirmación», mecanismo que, naturalmente, actúa en el plano inconsciente de la mente y que, no es menos obvio, no se da de forma exclusiva entre personas de esta orientación. Algunos estudiosos, relacionando directamente dicho fenómeno con el New Age, hablan de «ilusiones causales», proceso de razonamiento que viene a consistir en una sistemática elaboración de falsas relaciones causa-efecto generadas por la actuación del sesgo de confirmación. Tal forma de construir el pensamiento y las propias creencias sería la que, por ejemplo, serviría de sostén a la convicción de la eficacia de determinadas terapias que en realidad carecen de ella.

Otro mecanismo operante en la personalidad psicológica característica de la New Age tiene que ver con la generación de respuestas ante emociones de inseguridad y miedo. Dichas emociones, como ya se ha apuntado arriba, pueden estar producidas por múltiples circunstancias: desde déficits educacionales y de socialización del propio individuo a situaciones externas de crisis objetiva. La persona que, por ejemplo, ha perdido la perspectiva de lo que ocurre a su alrededor y con su misma vida y, por ello, se siente confusa y desorientada, será muy proclive a recorrer cualquier atajo epistemológico que le reconforte y proporcione una sensación de control sobre los acontecimientos. Lo mismo ocurrirá con individuos inseguros, dependientes, con ansiedad, soledad, tendentes a maximizar los problemas de la vida o que padecen conflictivamente esa contradicción entre lo que se piensa y lo que realmente se hace definida como «disonancia cognitiva». Para todos ellos, las respuestas sencillas, novedosas y alternativas que proporciona la New Age constituirán un refugio, un espacio de confort, que les proporcionará paz y una renovada seguridad. En resumen; el individuo New Age medio es alguien que necesita y busca respuestas claras, simples y rotundas que compensen sus emociones de frustración e incertidumbre. Esta necesidad y patrón de búsqueda, una vez se encuentre lo que se persigue, desembocará en una serie de mecanismos de blindaje en torno a las nuevas teorías y creencias, ya constituidas en piedra angular de la propia comprensión de la realidad.

En consecuencia con lo dicho, no es nada infrecuente que la persona New Age, sintiéndose de algún modo «comunidad» con quienes comparten creencias similares, creencias que, además, son mayoritariamente discutidas o negadas por el resto de la sociedad, desarrolle la percepción de participar en una «cruzada», de ser parte de la «resistencia» contra la falsedad y la opresión. Y, de hecho, los individuos más comprometidos con las teorías más beligerantes y enfrentadas a lo «oficial» suelen tener la sensación y, a menudo, la convicción, de estar en una guerra de liberación, en una revolución que trata de combatir a un poder dictatorial y liberticida que no permite la pluralidad y aplasta todo lo que sean voces discordantes y propuestas alternativas. Guerra que lo es también contra la ignorancia, pasividad y sumisión de la mayoría social. Armados de convicciones tan potentes, cuando, en su afán de exteriorizar sus puntos de vista, en lugar de acogida e interés, encuentran incomprensión, hostilidad y burla en algunos casos, afloran emociones de tipo negativo relacionadas con lo persecutorio y el victimismo. Dichas emociones alejan a estas personas de aquellos que no les creen y, de alguna forma, les persiguen, así como de sus creencias, y les hacen volverse con más fuerza hacia aquellos otros que, en cambio, sí les comprenden y con quienes comparten una suerte de solidaridad epistemológica. Se entra así en un bucle en el que la retroalimentación de las creencias —y las emociones— compartidas en el pequeño (en el sentido de minoritario) grupo es cada vez mayor, llegándose a una situación en la que el pensamiento y la información se adquiere exclusivamente en el seno de dicho grupo, relacionándose con lo exterior —que se entiende falso y manipulado— con formas exclusivamente beligerantes; para atacar o para defenderse, pero nunca para conocer o contrastar. Se llega, así, frecuentemente, al caso en el que el seguidor de determinadas teorías alternativas está mucho más preocupado de combatir la versión oficial de un asunto en cuestión que en explicar su punto de vista llegando, incluso, a prescindir del esfuerzo de informarse suficientemente para disponer de un discurso elaborado, y a perder toda precaución de no incurrir en contradicciones.

Llegados al punto descrito, como afirma Miguel Ángel Sabadell (2), «esta negación de la realidad para crear una paralela ajustada a los prejuicios resulta difícil de desactivar, como demostraron en 2006 Brendan Nyhan, investigador de la Universidad de Míchigan, y Jason Reifler, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Georgia. Estos investigadores identificaron un fenómeno al que llamaron efecto del tiro por la culata: en cuatro experimentos con personas de diferentes ideologías, descubrieron que la corrección de informaciones falsas o imprecisas favorables a las creencias de esos individuos no solo no cambiaba su postura, sino que incluso la reforzaba». Así es: el efecto backfire, o del tiro por la culata sucede cuando alguien cuestiona convicciones de otra persona que poseen un alto componente emocional o existencial para ella. Ello provoca una necesidad inconsciente e imperativa de defender a toda costa dichos principios, los cuales forman ya parte de la propia identidad del individuo, la cual quedaría comprometida en caso de un súbito desmantelamiento de los mismos (3). Por tal razón, en la discusión, no solo son rechazados argumentos y datos que, desde una perspectiva objetiva, podrían considerarse incuestionables, sino que el individuo interpelado llega, incluso y a causa de ello, a reforzar el propio punto de vista que ha sentido amenazado.

Más aún: tener este tipo de pensamiento (y proclamarlo cuanto más alto mejor) es, también, una forma de expresar que se forma parte de un determinado grupo social. Así, tratar de convencer a alguien para que varíe o desista de dichas posturas viene a ser una forma de proponerle que abandone su tribu y, con ella, los lazos sociales que le sostienen. No cabe esperar, y esto vale para cualquier tema, que alguien modifique sustancialmente su opinión si ello le supone perder su comunidad. Por ello, muchas de las discusiones que se dan en torno a los principales temas New Age son vividas como una forma de defenderse ante lo que se entiende como un ataque frontal a la propia identidad del sujeto. Y nadie puede tener una mente abierta cuando se encuentra tratando de defender sistemáticamente algo tan importante como su propia identidad y su comunidad social. De esa manera, solo cabe esperar algún tipo de cambio de opinión cuando se ha proporcionado un lugar adonde ir: nadie está dispuesto a que su visión del mundo se rompa si el resultado es la soledad.

Un fenómeno psicológico que se suele derivar de todo lo anterior es lo que se conoce como «narcisismo colectivo», que ocurre cuando un grupo minoritario se autopercibe como superior, en términos morales o de conocimiento de la realidad, al resto de la colectividad (4), o cuando desarrolla un convencimiento exagerado acerca de su propia importancia. Algunos estudiosos de este fenómeno relacionan también el narcisismo colectivo con la propensión a dotarse de enemigos imaginarios y de explicaciones conspirativas en relación a ellos. Desde dicha, como se podría decir metafóricamente, «torre de marfil» los narcisistas colectivos tienden a despreciar a quienes no comparten sus puntos vista y a achacar el disenso a actitudes de ignorancia deliberada y sumisión no menos voluntaria a los poderes establecidos. Desde este tipo de mentalidad, dependiendo de las características de cada persona, no es nada difícil incurrir en comportamientos y actitudes arrogantes y dogmáticas que podrían ser calificadas como fanatismo (5) o, analizadas en su dimensión colectiva, participar de muchas de las características psicológicas y sociológicas que definen el concepto de «secta». Tal fenómeno fue perfectamente visible, recurrimos una vez más a este ilustrativo ejemplo, en relación a la crisis del coronavirus, una circunstancia que, como se dijo, además de afectar con intensidad la vida de todas las personas de la sociedad, adquirió una dimensión mediática de ingentes proporciones. En dicho contexto de, podríamos decir, pública «batalla epistemológica», resulta perfectamente lógico que afloren, más que en otros momentos, actitudes agresivas y de tipo fanático como las descritas.

Una última cuestión que merece la pena nombrar a la hora de presentar un trazo de lo más relevante de la psicología o personalidad New Age, tiene que ver con la actitud individualista. En este caso lo psicológico se confunde con lo sociológico. Ya se ha nombrado arriba que el individualismo es uno de los rasgos principales de la cultura de la posmodernidad. Aplicado al tema que analizamos, la mentalidad New Age, a pesar de lo dicho en líneas anteriores sobre las comunidades de intercambio y retroalimentación de internet, es muy reacia a realizar cualquier tipo de análisis de la realidad desde una óptica compartida; desde la referencia de una colectividad, sea esta de tipo religioso, moral, político o de cualquier otro orden. En su lugar, se apuesta por filtrar todo dato y toda elaboración de conclusiones a través de la propia visión individual. Por ello, volvemos al ejemplo del covid 19, no tenía nada de extraño el hecho de que, en dicho contexto, personas que ya tenían actitudes previas de inconformismo, rebeldía (6) y desafección hacia lo institucional mantuvieran, en todo momento, como máxima prioridad, el sustraerse en la medida de lo posible (en el plano teórico y también en el práctico) de cualquier tipo de medida u obligación que sintieran impuesta desde lo externo y no discernida y libremente elegida desde sí mismas. Ello sin aparentemente prestar atención, siquiera, a la posibilidad de que se estaba ante un grave problema de carácter colectivo-comunitario que, como tal, precisaba respuestas colectivas y no meramente individuales. Resulta obvio, y esto aplica a cualquier tipo de ejemplo, que la solución colectiva ante una emergencia que afecta a muchas personas, implica respuestas compartidas, las cuales precisan ciertas renuncias personales e incluso algún tipo de sacrificio llegado el caso. Podría debatirse si ese tipo de soluciones que necesitan del conjunto para ser puestas en práctica han de ser decididas con métodos más o menos democráticos o autoritarios, pero, en todo caso, ese no es el dilema del individuo medio New Age, el cual tiene como único objetivo preservar su libre albedrío frente a cualquier intromisión externa, sea del tipo que sea. En tal caso, puestos a interpretar cualquier crisis, incluso una pandemia, desde el punto de vista del deseo particular y no del de la necesidad colectiva, el individuo posmoderno o New Age o ambas cosas llega a arrogarse el derecho a, siendo lego en las cuestiones y materias referentes al tema en cuestión, tener el mismo conocimiento que la persona experta. Se defiende, así, una suerte de democratización del saber que ya no dependería del esfuerzo y del estudio, sino que sería un derecho al alcance de cualquiera. Supuesto derecho que, como puede comprobarse y ya hemos hablado arriba acerca de ello, es reclamado en todo tipo de esferas.

1- El periodista y biólogo Javier Yanes firma un artículo titulado Hay un vínculo entre ’conspiranoia’ y trastornos mentales, y no puede seguir ignorándose: https://www.20minutos.es/noticia/51... En él, entre otros estudios, cita éste: https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/348...

2- https://www.muyinteresante.es/actua...

3- «Durante siglos la búsqueda de ese secreto había sido el cemento que los había mantenido unidos, a pesar de las excomuniones, las luchas internas, los golpes de mano. Ahora estaban a punto de conocerlo. Y dos terrores se apoderaron de Ellos: que fuera un secreto decepcionante, y que, al volverse público, ya no quedara ningún secreto. Eso hubiese significado su fin».
Umberto Eco, El Péndulo de Foucault.

4- «Es una sensación agradable de superioridad; la sensación del "yo pertenezco a una élite. No soy José Luis, un triste fontanero de Albacete: soy un tío que sabe lo que pasó realmente el once de septiembre". Claro, tú lo piensas y dices "pero vamos José Luis, ¿un fontanero de Albacete... qué cojones vas a saber tú de los secretos que la CIA quiere mantener ocultos?" Pero en vez de decir "mi vida es una mierda y soy un gilipollas" pues lo que dice es "yo estoy en un secreto que nadie sabe más". Fíjate cómo se refiere muchas veces al resto de gente, a nosotros: "los durmientes, las masas aborregadas”. No sé, es que, claro, tú eres listísimo.»
Ramón Nogueras, psicólogo, autor del libro Por qué creemos en mierdas.
https://www.youtube.com/watch?v=zH2...

5- En algunos casos extremos, personas con una importante vivencia de dicha actitud llegan a poner en riesgo su situación laboral, familiar, convivencial... al optar por llevar a término las implicaciones prácticas de ciertas teorías New Age. También su misma salud al apostar por algunas de sus terapias en detrimento de las que ofrece la sanidad standart. Véase, por ejemplo, el caso del movimiento antivacunas o el de quienes rechazan tratamientos para enfermedades graves, como el cáncer, acogiéndose a algunas de las propuestas de la medicina pseudocientífica.

6- Existe un perfil de personalidad que ha llegado a desarrollar fuertes convicciones antiautoritarias como reacción a una infancia y juventud marcada por un exceso de normatividad o por otro tipo de circunstancias educativas que producen efectos similares en según que personas. Esa necesidad de no sentirse sometido a normas, autoridades o funcionamientos colectivos de cualquier tipo suele ser sublimada y convertida en una ideología cuyo valor de referencia sería la libertad. Como puede inferirse, existen individuos en esta situación que se adscriben a diferentes paradigmas políticos y, por supuesto, al New Age.

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