Sonora - Tortuga
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Sonora

Sábado.11 de junio de 2022 558 visitas Sin comentarios
Demétria d’Alcanyiç, Tortuga. #TITRE

Los mayores decían: “La golondrina vuela al norte en los meses de calor, y regresa a la calidez de su tierra cuando allí cae el rigor del invierno”. Pero en el desierto de Sonora volaban las golondrinas al otro lado del muro y después ya no volvían. Por un tiempo me mantuve en la fantasía de que al norte existiría un lugar mejor para anidar, hasta que mis propias hermanas marcharon sin previo aviso y no supe más de ellas.

Por eso, pese al calor de los meses, preferí volar hacia el sur. Sin saber dónde me metía, llegué a la región de Zacatecas, ¡mal lugar para detenerse! Aquellos cuerpos, aquellos pedazos... El paisaje era tan atroz que me tijereteaba el alma, de modo que me uní a otras que huían también de aquel horror en busca de una utopía, y por millares nos refugiamos en los sótanos del Potosí. Allí vivíamos tranquilas en nuestro abismo, pero al atardecer tampoco todas regresaban. Comprendí que se repetía el engaño y opté por desaparecer antes de que me desaparecieran.

Entre dos océanos de espanto continué mi viaje. Por donde iba me cruzaba con un reguero de infelices en dirección contraria, errantes bajo un halo de ilusión. En vano intenté, volando a ras de suelo, advertirles de que todo era mentira: era mentira el sueño, era mentira la promesa de una tierra de oportunidades, eran mentira el ideal de una vida confortable, la justicia, la paz, el amor mismo, eran mentira.

Desorientadita yo, no sé los meses que pasé dando bandazos de un lado a otro del continente. Sobrevolé Chichén Itzá, donde se prostituía el último maya en un resort de lujo; divisé a lo lejos el altiplano andino, donde fusiles gringos acorralaban a los últimos incas, porteadores del fardo de sí mismos; sobrevolé los tepuis, el Auyán Tepuy, el Kerapu Tepuy... que no eran ángeles en caída, sino los últimos caribes precipitándose majestuosamente en el olvido; y al fin me deslicé sobre el lomo de la gran anaconda amazónica, por donde en barcazas madereras bajaban descomponiéndose los últimos yorimanes, los últimos ibanomas, los últimos awás, hasta disolverse en el manglar atlántico. Con ellos me dejé llevar lánguida e irremisiblemente, pero la desnudez de sus historias rescató para mí una verdad pura, y la determinación de pasar adelante.

Me adentré en aguas abiertas. Me enfrenté al gran Océano. Era mejor no pensarlo mucho, no hubiera dado el salto de otro modo. Aunque creí morir en varias ocasiones durante la gran travesía, la fortuna puso ante mí una isla tras otra donde reponer fuerzas, islas de ensueño unas, otras islas dramáticas de desechos que evidenciaban la ponzoña humana. A pesar de ello, no podía rendirme, debía llegar a algún lugar donde poner a salvo todas aquellas cosas que, a lo largo del viaje, en mi interior fueron dejando de ser mentira. Y aquí me tenéis: yo soy la gente que se me cruzó en el camino. De cada cual que se detuvo ante mí aprendí un gesto, una palabra, una esperanza, que me han ido haciendo. Al principio, yo solo era un espíritu abierto.

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