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Sobre la naturaleza humana

Martes.25 de marzo de 2025 34 visitas Sin comentarios
Noemí Villaverde Maza, Ankulegi. #TITRE

“Olvídate. El ser humano no tiene remedio.”

Tal cual me lo dijo aita, con una desolación en la mirada que hacía tiempo no le veía. Me quedé sin palabras. Y no fue por no disponer de argumentos. Durante mis jornadas laborales como educadora social, este tipo de conversaciones sobre la naturaleza humana aparecen en repetidas ocasiones y de la manera más espontánea. Y es que basta con ver las noticias en la televisión y surgir a borbotones dudas sobre las flaquezas y el lado oscuro del ser humano. A mí, qué voy a decir siendo antropóloga y divulgadora, me encanta meterme en estos terrenos, o más bien lodos. ¿No deriva la misma palabra “humano” de “humus” o tierra?

Pero quizás, antes de continuar hablando de mis experiencias laborales, deba hacer un pequeño inciso para presentarme.

Llevo ejerciendo de monitora y educadora social más de 15 años en diversas asociaciones, especialmente con personas con diversidad funcional física e intelectual, neurodivergentes o con trastornos de salud mental. Me licencié en antropología social y cultural en la Universidad de Deusto, tras acabar la carrera de educación social (con especialidad en educación ambiental) y desde entonces me he volcado también en un proyecto de divulgación antropológica y cultural. Participo en el podcast sobre historia La biblioteca perdida, en prensa y en revistas como elDiario.es o la revista cultural Mito. También gestiono varios perfiles en redes sociales y soy autora de un blog divulgativo que lancé en el año 2011 con el nombre Una antropóloga en la luna.

En 2017, la editorial Oberón Libros del grupo Anaya me dio la oportunidad de plasmar y recoger los contenidos de este blog en el libro Una antropóloga en la luna. Las historias más sorprendentes de la especie humana. En este libro, ofrezco un vertiginoso y ameno recorrido por múltiples culturas del planeta, tratando diferentes temas que abarcan al ser humano en toda su complejidad: el parentesco, el cuerpo, los saludos, las emociones humanas, la identidad, el sexo-género… La idea que resalto es que todos los seres humanos somos radicalmente ecodependientes e interdependientes, es decir, dependemos de la existencia de otras personas, de otros seres no humanos y de los ecosistemas.

En 2022, publiqué otra obra: La naturaleza que somos. Un paseo antropológico por la naturaleza y la humanidad, un libro en el que abordo temas como el cuidado, la imaginación y nuestra esencia como seres sociables, simbólicos y rituales, creadores de mil lenguajes y significados que se despliegan en innumerables actividades culturales. Al mismo tiempo, explico, somos dependientes de los elementos naturales (aire, agua, tierra, fuego…) y de la biodiversidad de los ecosistemas para garantizar nuestro desarrollo humano, nuestra salud y nuestro bienestar. Así mismo, destaco el hecho de que los seres humanos somos naturaleza y, como tal, somos vulnerables pero también parte de una totalidad orgánica e interconectada.

Con todo este bagaje, no se me ha dado mal salir medianamente airosa de los debates sobre la naturaleza del ser humano. Durante mis jornadas laborales de educadora, me coloco mis gafas de antropóloga cuando salen a relucir temas sobre diversidad cultural, el racismo, las relaciones sexo-género, el consumismo y otros debates nada triviales.

Las noticias de prensa o de televisión son un recurso didáctico ideal para desarrollar habilidades y destrezas de comprensión de la realidad social, tanto cercana como lejana, para tratar de ir más allá de los titulares y no quedarnos en lo superficial. Pero por la exposición continuada a noticias atroces (el genocidio en Gaza, seres humanos ahogados al migrar, feminicidios…), suele quedar en el grupo un poso de desolación. Es así como surge la gran pregunta: “¿Es el ser humano violento por naturaleza?” y es entonces cuando lanzo un argumento sencillo: si los seres humanos hubiésemos sido belicosos por naturaleza, nos hubiésemos extinguido ya hace tiempo. Pero de alguna manera, estamos auto-domesticados. Solo hay que salir a la calle para ser testigos de cientos de normas de comportamiento: respetar largas colas, sujetar la puerta a los demás, dejar salir antes de entrar… Pasa la ambulancia y, de pronto, como si se abriesen las aguas, hay camino libre. Son normas no escritas que hacen que nuestra convivencia con los desconocidos parezca controlada y modulada, a veces incluso resulta armoniosa.

Y no voy a mentir, hay veces que esta conversación deriva en relatos atroces sobre abusos, robos, humillaciones y demás ultrajes de los que han sido testigos o víctimas (pocas veces reconocen que, en alguna ocasión, también artífices). Pero incluso entonces, tengo otro recurso: el cubo de Rubik. Los seres humanos, explico, somos animales muy complejos. Ni somos inocentes ni corruptos, ni somos en esencia cooperativos ni competitivos, ni amables ni egoístas, ni buenos ni malos. Somos como un caleidoscopio, como un cubo de Rubik. Lo que nos hace humanos es esa capacidad, como seres sociables y morales, para negociar entre todas estas alternativas (David Graeber y David Wengrow 2022. El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad. Ariel; pp. 150). De continuo, exploramos sobre nuestras propias motivaciones y sentimientos y, a la vez, elucubramos sobre los demás. Somos seres sociables y cooperadores, pero también podemos colaborar para competir. Es decir, tenemos una gran versatilidad cooperativa: negociamos y competimos en diferentes niveles y de diferentes formas; competimos para obtener colaboradores y colaboramos para competir. Pero es igualmente cierto que podemos llegar a ser altruistas, incluso en momentos crudos en los que nuestra supervivencia no está del todo garantizada, tal como asegura Rebecca Solnit en su libro Un paraíso en el infierno. Solnit afirma que cuando el orden social imperante fracasa temporalmente, surgen en respuesta multitud de “comunidades extraordinarias”, constituidas mediante la colectividad y la ayuda mutua. “Como cuando en plena pandemia de Covid hacíamos piña en la vivienda. ¿Os acordáis?”, les pregunto. Somos seres perceptivos y confusos. “Y mentimos muchísimo también. De verdad, creedme que no os miento”. Y con esta broma y alguna más, salgo del atolladero.

“Déjalo, hija. El ser humano no tiene remedio.”

Ahí estaba, frente a mi padre sin saber qué responder ante esa mirada inclinada que cavilaba, nublada de nostalgia. El ser humano no tiene remedio. ¿Qué decir? Todas y cada una de mis palabras iban a titubear como la más hipócrita. El cubo de Rubik se desmontó y cayeron las piezas al suelo. Yo quería gritarle que no, que no estaba de acuerdo, que el ser humano sí que tiene remedio, que somos animales especiales como ningún otro ser que pisó este planeta. Que hay alternativas, que alrededor de la resignación siempre merodean aves rapiñas. Pero hay veces que el silencio es la palabra que más suena. Mi mirada cayó bajo la mesa, y vi sus zapatos ya desgastados de tanto caminar con ellos.

Y fue días después que en mi caminar desenredé los pasos. Caminar por el campo o por el bosque, tiempo lento y sosegado, con calma para tomar el pulso a la vida y pensar. A veces esperanzada y la más de las veces, con paso rápido y frustrada. Quizás sea cierto que el ser humano no tiene remedio. Yo qué sé, quizás hay que conformarse y ser dócil ante la idea generalizada de que “el ser humano es un lobo para el ser humano”.

Y de pronto, mi compañero de caminatas paró mis pasos y me advirtió. Alcé alterados los ojos, furtivos, y lo vi: al lobo. Subía con prisa colina arriba, puesto que él ya nos había visto hacía un tiempo. Y de pronto, se paró y se volvió para echar una última mirada. Unos segundos nos miró para continuar su camino. El lobo que huye del más peligroso de los animales: el ser humano. “Siempre hay que echar una última mirada hacia atrás”, dije en alto. Y pensé: más peligroso que el lobo es la idea que tenemos sobre aquello que llamamos “la naturaleza humana”. Hay pocas ideas que tengan una influencia tan decisiva en el mundo como nuestra imagen del ser humano. Se han cometido y justificado demasiados crímenes humanos y ambientales en nombre de una idea negativa sobre la naturaleza humana.

¿Cómo se define, en realidad, la naturaleza humana? Y busco en los libros. Entendemos por “naturaleza humana” ese conjunto de características comunes a todos los seres humanos, independientemente de sus diferencias culturales. Nuestra idea sobre la naturaleza humana pretende esclarecer una verdad y suele cifrarse en los instintos o en el plasma germinal, en los genes.

Gracias a las redes sociales, he podido atender al imaginario y a los relatos más habituales que se utilizan para justificar las crueldades sistemáticas en distintas civilizaciones. Es común alegar que hasta hace poco (un abrir y cerrar de ojos en el tiempo evolutivo) los humanos sobrevivíamos como cazadores-recolectores y en luchas encarnizadas con otros grupos en competencia por los recursos, que la naturaleza y la vida se basan única y exclusivamente en la competición y en la selección natural o “la supervivencia del más apto”. Nada o casi nada hay sobre aquellas múltiples y extensas redes de colaboración y apoyo mutuo que hemos ido elaborando y manteniendo durante toda nuestra historia, aquellas por las que mantenemos una cultura compleja y acumulativa y altos niveles de diversidad genética. Y ya no digamos sobre la educación y el cuidado…

Los algoritmos de las redes sociales están programados para airear los contenidos más radicales, los que más nos impresionan y los que retienen más nuestra atención. Es una manera eficaz para vender los anuncios de quienes financian estas redes. Así pues, estos contenidos deben ser extremos y nada aburridos. Es decir, ni corrientes ni cotidianos, sino al contrario: excepcionales y llamativos. El tema del egoísmo, la violencia o la lucha encarnizada son los temas centrales. Estos contenido cuestionan la iniquidad y la debilidad humana y hacen referencia a la naturaleza humana como nuestros “bajos instintos”. Cuando hablamos de “bajos instintos” es como si nos deslizáramos a un “abajo” que en nuestro imaginario es un lugar peligroso, escabroso, mórbido y violento. Este recurso también lo utilizamos cuando decimos que “caemos” en el relativismo, en los “bajos fondos” de la sociedad e incluso en la economía que llamamos “sumergida”.

En general triunfa el argumento que planteó Richard Dawkins: que los genes también son egoístas, que actúan con codicia y sin escrúpulos, como una eficiente economía de mercado que resulta ser así algo “natural”, como naturalmente humana es la competencia y la codicia, la lucha perpetua por el beneficio propio. Cualquier atisbo de cooperación es solo un espejismo: en realidad, se trata de oportunismo. Todo lo que hacemos está orientado a los beneficios que podamos obtener de manera individual. Únicamente utilizamos los encuentros con el resto para satisfacer y maximizar los intereses propios.

Y así, tan enjaulada y difamada como está la naturaleza humana, ¿cómo hablar de nuestras capacidades? Si como planteó exitosamente Thomas Hobbes, el ser humano es un lobo para el ser humano, atendamos entonces a esas manadas gregarias y a sus técnicas de cooperación. Quizás, en esta huida hacia delante que propone, haya que echar una última mirada hacia atrás.

¿En qué consiste la humanidad?

El camino de la naturaleza humana no es inmutable, sino una posibilidad, un “llegar a ser” basado en la capacidad de llevar a cabo el proyecto cultural apropiado. De caminar siempre con los demás. No existe algo que podamos llamar “naturaleza humana” independiente de la cultura. ¿Tendría algún sentido preguntarnos si los tardígrados o los bonobos son buenos o malos por naturaleza? El antropólogo Tim Ingold en su artículo “Against Human Nature” (2006, Contra la naturaleza humana), asegura que “no hay forma de describir lo que son los seres humanos independientemente de las múltiples circunstancias históricas y ambientales en las que se convierten, en las que crecen y viven sus vidas”. El antropólogo Marshall Sahlins es más radical: la cultura es la naturaleza humana.

La palabra humano deriva de “humus”, tierra, pero también deriva de “humus” la palabra humildad. Ser humano también es debilidad, vulnerabilidad y, por lo tanto, cuidado. La especie humana se forjó en ese compromiso: la reproducción y el mantenimiento de la vida, y en reflexionar en conjunto y con ahínco sobre maneras de “vivir una vida que merezca la pena ser vivida”, en palabras de la antropóloga y educadora Yayo Herrero. A lo largo de nuestra evolución, el trabajo de cuidados o el reproductivo debió ser el impulsor de nuestro éxito como especie, ya que es condición existencial: todos los seres humanos necesitamos de cuidado para sobrevivir. Es el modo en que el ser humano se construye en su humanidad y persiste. Todos y cada uno de los seres humanos dependemos de los otros y de la naturaleza de la que somos parte para poder sostener nuestras vidas.

Y sin embargo, el trabajo reproductivo está relegado al espacio doméstico y es una tarea asumida históricamente por las mujeres. Y el caso es que la visibilización del cuidado en relación con la interdependencia y la vulnerabilidad contribuye a desmontar el ideario de la naturaleza humana que define al ser humano únicamente como egoísta, violento y desprovisto de afectos. Todo ser humano está conformado y depende de relaciones que lo conforman y le permiten sostener su vida. Ante seres que se saben comprometidos, responsables y a veces hasta subversivos, resulta más complicado regular y controlar desde arriba. Porque el mundo no está únicamente constituido por individuos aislados y racionales que compiten en el mercado, sino por redes de personas que satisfacen sus necesidades y las de los demás seres, entrelazadas en el cuidado en un mundo fértil en invenciones.

“Olvídate. El ser humano no tiene remedio.”

¿Era cierto lo que me dijo aita? La palabra “remedio” viene del latín remedium de mederi: curar, cuidar, pensar. Este es el remedio del ser humano. Debemos echar la vista atrás durante nuestra huida hacia adelante, antes de que sea tarde.

Fuente: https://ankulegi.hypotheses.org/7554

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