Recuerdos de una infancia en La Carballeda (Zamora): Una cultura que desaparece - Tortuga
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Recuerdos de una infancia en La Carballeda (Zamora): Una cultura que desaparece

Miércoles.19 de marzo de 2014 2895 visitas - 1 comentario(s)
Prólogo y primer capítulo del libro de memorias de Carlos J. San José Palau. #TITRE

Editamos por partes en Tortuga estos capítulos del libro inédito de memorias de Carlos J. San José Palau "Páginas de mi vida. Parte primera". Presentaremos cada domingo un fragmento de la parte de dichas memorias en la que el autor bucea en sus recuerdos de infancia en dos pueblos de la comarca zamorana de La Carballeda: Justel y Muelas de los Caballeros.

A lo largo de estas páginas, Carlos J. San José dibuja ante nuestra mirada una completa descripción de lo que fue la vida en una comarca rural agrícola y ganadera, bastante aislada, autárquica, que mantuvo hasta hace muy poco una cultura y economía tradicional bien afirmada en el apoyo mutuo comunal y en formas concejiles de gestión. Desde la cotidianeidad descrita es fácil adivinar en qué consistió aquella sociedad hoy casi desaparecida y poder comparar sus luces y sus sombras con los modelos urbanos hoy predominantes.

Agradecemos al autor su gentileza por permitirnos la divulgación de estos escritos tan personales.

Nota de Tortuga




Índice:

- Prólogo e introducción

- La vida en casa de los abuelos

- Las diferentes labores

- Las eras

- Las fiestas (en Justel)

- Rapaces y rapazas

- Lugares y personas

- Vivencias

- La naturaleza

- Muelas de los Caballeros, el otro pueblo

- La casa del abuelo

- Las fiestas (en Muelas)

- Algunos sitios importantes

- El río Fontirín

- Tres nombres

- Sucedió en Muelas. Ráfagas




Prólogo: La vida en el pueblo de mi familia. Una cultura que desaparece

La familia de mi padre procede de una comarca montañosa, tradicionalmente aislada, de la provincia de Zamora, limítrofe con la de León. Carballeda es su nombre. Sita en la falda sur de la Sierra de La Cabrera, lindando por el flanco Oeste con La Sanabria, con la que prácticamente se confunde y, al Norte, con la comarca de la Cabrera, ya en tierras de León, a su vez cerrada por el imponente macizo de El Teleno.

Los padres de mi padre eran de pueblos vecinos. De Justel era mi abuelo, y de Muelas de los Caballeros, mi abuela. Ambos pueblos son colindantes y están separados por unos siete kilómetros y un profundo valle tapizado de helecho, escoba y robledal, en cuyo fondo hay una ribera, por la que discurre un río de límpidas y gélidas aguas de tonalidad ferrosa.

En su día estos pueblos, de habla arcaica y dedicados principalmente a la ganadería y la agricultura de subsistencia, debían contar con una población permanente en torno a las doscientas o trescientas almas. Hoy, en invierno, apenas si quedan algunos ancianos jubilados hace ya mucho, que son visitados en estío por sus hijos y nietos emigrantes. En su día, el éxodo rural, dirigido casi todo hacia Bizkaia, y hoy, el envejecimiento poblacional en una zona que jamás abandonó la economía primaria, están logrando que los pueblos y aldeas cobren un carácter fantasmagórico. Se cae el alma a los pies al pasear las calles cementadas en su práctica totalidad y contemplar ruinosa la rica arquitectura popular de casas de piedra seca, barandas de roble tallado y techumbres de pizarra irregular. Aquí y allá los tejados recubiertos de espumas de poliuretano, de uralitas, telas asfálticas. Aquí y allá los pajares derrumbados, las puertas fuera de sus goznes, los balcones caídos. Incluso las fuentes y abrevaderos han sido convertidos en mínimos caños ornamentales y los regatos han quedado condenados bajo el cemento. Casi nadie cultiva las huertas de verano, ni las viñas. Las paredes de las bodegas se deshacen. Los campos de cereal de las zonas llanas, abandonados y vueltos a ser monte. El puente de San Andrés, preciosa construcción pastoril de madera y piedra, que permitía unir pastos a ambas orillas del río, convertido en dos pilares ruinosos y algunas vigas caídas y podridas.

Cuando yo era niño, y hablo de mis recuerdos entre, aproximadamente, el mil novecientos setenta y el ochenta y cinco, solía pasar cada verano algunos días en el pueblo. Casi siempre en Muelas, en casa de Jovita, mi siempre recordada tía abuela. Por aquel entonces aún estaba vivo aquel mundo, con su cultura y economía milenarias. Semanas, quincenas y hasta algún mes permanecía allí. Para mi y mis hermanos menores, niños de ciudad, el pueblo, cualquiera de los dos, pues en ambos teníamos familia y casa, era toda una experiencia. Correr libre por sus calles polvorientas salpicadas de boñiga, por el bosque, ir al río, al jardín Fenal, pescar, coger moras, cerezas, fresas, construir cabañas de madera, beber vino y convivir con todo tipo de animales (perros, gatos, gallinas, ovejas y cabras, vacas, burros...) eran vivencias excitantes y completamente ajenas a la vida urbana que llevábamos en Elx. Por si fuera poco, los adultos se complacían en dejarnos participar y "echar una mano" en alguna faena; ya fuese ayudar a segar hierba, a dar de comer a los gochos, a cortar alguna lechuga, a pastorear algún rebaño... Cada verano llegábamos en la época de la trilla y era una auténtica diversión ayudar, en la era de Justel, a mover los mañizos de cereal, y luego subirnos al trillo tirado por vacas.

Hoy de todo aquello no quedan mucho más que nostálgicos recuerdos de infancia, alguna foto y el testimonio de dos o tres longevas familiares que nunca optaron por la emigración, a quienes veo de año en año, cuando mi economía y situación familiar me permiten viajar a hacer visita.

Menos mal que mi padre, hace unos años, poco después de su jubilación, tuvo la feliz idea de poner por escrito los recuerdos de su vida en formato de memorias. Nada pretencioso; un material que fue redactando poco a poco, a lo largo de algunos años, y que mi hermano pequeño se encargó de editar, copiar y encuadernar de modo casero, pero harto eficiente. Leer cada año una nueva entrega, hasta un total de (por ahora) cuatro, sin duda ha sido una experiencia deliciosa. Y muy reveladora.

Mi padre, que fue el primogénito de una familia relativamente pobre con cuatro hijos varones, a lo largo de su infancia vivió en varias ciudades, obligado por los cambios de destino de mi abuelo, militar de baja graduación. No obstante, pasó largas temporadas en el pueblo. Y es evidente que esta experiencia le marcó, puesto que ocupa la parte principal del inicio de sus memorias. El capítulo referido a su infancia en el pueblo, más allá de las limitaciones que pueda tener la redacción, nunca pensada para que viera la luz, constituye un testimonio etnológico de gran valor, a mi parecer. Porque, lejos de enfrascarse en casos y anécdotas, la escritura pasa a ser una agradable descripción de los detalles de la vida cotidiana de la gente que le rodeaba. Cómo se habitaban las casas, cómo era la dieta, las costumbres, las fiestas, las labores agrícolas y ganaderas, la idiosincrasia y el carácter... Sin habérselo propuesto, mi padre logra en estas emocionantes páginas un documento de excepción, una fotografía naturalista tomada, por casualidad, desde dentro, por alguien perteneciente a ese mundo y a la vez al mundo exterior, que no pretende retratarlo, ni mucho menos estudiarlo como si fuera el típico funcionario de la universidad (o aspirante a serlo) en búsqueda de méritos académicos.

Pablo San José Alonso.

La tía Jovita (q.e.p.d), a la puerta de su casa en Muelas


Páginas de mi Vida. Parte Primera

Carlos J. San José Palau

JUSTEL. EL PUEBLO

Desde que nací y hasta hoy, me han llevado o he ido al pueblo. Es por lo tanto un punto obligado de referencia en mi vida, porque desde donde estaba allí iba para volver al poco tiempo. Más bien ha sido como vivir permanentemente en el pueblo, pero haciendo largas escapadas a la ciudad. Ni que decir tiene que no solo la estancia física ha sido importante, sino que la huella que ha dejado en mi vida ha sido profunda.

En realidad han sido dos pueblos: Justel de la Sierra, el pueblo de papá y Muelas de los Caballeros el de mamá. Ambos en la provincia de Zamora y a ocho Kilómetros de distancia.

Mi vida en Justel

Me es totalmente imposible contar aquí todo lo que ha representado Justel en mi vida y mucho menos con un orden lógico, pues se entremezclan todas las etapas: infancia, adolescencia, juventud, madurez. He ido al pueblo soltero, pero también casado y con mis hijos. Pensando y pensando como hacerlo, vino a mi memoria mi profesor de Fisiología en la Escuela Normal de Magisterio, quien decía que para narrar cosas a veces sobran palabras y que había que privarlas de “hojarasca”. Por eso todos los exámenes nos los hacía con palabras concretas, 20 ó 30, en los que nos descontaba medio punto en aquella definición que dijera una sola palabra que no estuviera vinculada con la original, y por tanto había que hacer “encaje de bolillos” en sus exámenes. Trataré de hacer lo mismo. Serán “flashes” según se me vayan ocurriendo. Agrupándolos por bloques, aunque con el peligro de que me pueda faltar alguno y también permitiéndome el lujo de alguna pequeña divagación, que para eso soy el autor. ¡Al grano!