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"Los rojos y los blancos" (1967) de Miklos Jancksó

Martes.30 de marzo de 2010 4211 visitas - 2 comentario(s)
Por David Flórez. www.trendesombras.com #TITRE

Preguntas

Hace no mucho tiempo, con motivo de la película Una historia de violencia (David Cronenberg. A history of Violence, 2005), se planteó la, al entender de muchos, acuciante pregunta de “¿Cómo es que un hombre normal se convierte en una bestia?” seguida por la de “¿Cómo se puede seguir amando a alguien que comete esos actos infames?” y se aplaudió la valentía del maestro del fantástico por mostrar la génesis, desarrollo y conclusión de la brutalidad. Los que llevamos cierto tiempo viendo cine no pudimos por menos que sentir cierto cansancio (Abraracurcix-like), ya que, desde que aparentemente cayeron las últimas barreras censoras a finales de los sesenta, periódicamente aparece un filme con esas pretensiones e intenciones, como fue el caso de Perros de paja (Sam Peckinpah. Straw Dogs, 1971). Unas obras en las que se promete realizar un profundo análisis de las razones de la violencia y que, por el contrario, frecuentemente se quedan en un simple espectáculo voyeurista, donde se hilvanan una serie de escenas fuertes propias del más rancio horror serie B, aunque rodadas con un mejor aparato de producción, eso sí.

Sin embargo, a mi entender el debate está mal enfocado. La cuestión no es cómo un hombre se convierte en una bestia. Rutinariamente, los telediarios nos lo muestran todos los días, personas decentes, amantes de sus hijos, respetuosos con sus cónyuges, incapaces de hacer daño a un animal, se entregan a la matanza y exterminio de sus enemigos, sin que ninguna duda moral les asalte. Estas conductas no suponen censura alguna en sus respectivas sociedades, sino que por el contrario son jaleadas y aclamadas oficialmente, recogidas en la historia y el mito, celebradas en monumentos, obras literarias y fechas señaladas del calendario... donde sólo importan los muertos de uno de los bandos. El nuestro, por supuesto.

La película de Jancksó que comento, no se plantea ninguna de las preguntas triviales a las que me refería anteriormente. La violencia que llena la película de principio a fin, las decenas de ejecuciones, a bayoneta, a pistola, a fusil, a granada, a ametralladora, a arpón, no reciben ninguna explicación, ninguna justificación. Simplemente ocurren. Son algo natural en un mundo en guerra, donde unos hombres obedecen las órdenes de matar a otros hombres y, más tarde, esos mismos hombres obedecen las órdenes de sus verdugos, sin que en ningún momento asome la duda, puesto que se trata de una mera cuestión de supervivencia personal... aunque sea sólo por unos segundos más.

Matar es lo que toca hacer, simplemente. Y ahí puede que sea donde está precisamente la raíz de la tragedia. En que es algo que todos, llegado el caso, haremos igualmente, con la misma indiferencia, con la misma tranquilidad con que se representa en esta cinta.

Historia

Con demasiada frecuencia los españoles tendemos a dramatizar en exceso nuestra guerra civil, el breve periodo de guerra y represión que ocupó el final de los años 30 y los años 40. Como país que ha vivido la edad contemporánea de espaldas a Europa, tendemos a olvidar que la historia también transcurrió fuera de nuestras cuatro paredes.

Así por ejemplo, no reparamos en que el núcleo de Occidente, Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia, perdió en dos ocasiones, 1914-1918 y 1939-1945, una generación entera, la de sus jóvenes de apenas veinte años, o que esa catástrofe nacional es leve comparada con la que asoló Europa Oriental. Ciudades como Lvov, en la actual Ucrania, durante el periodo 1914-1945, fueron ocupadas por el ejército austriaco, el ejército zarista, el ejército imperial alemán, el ejército polaco, el ejército rojo, de nuevo el ejército polaco, de nuevo el ejército rojo, las tropas nazis y por último otra vez por el ejército rojo. Conquistas que cada vez eran más destructivas, como corresponde al avance de las técnicas bélicas, y tras las cuales una parte de su población era exterminada, por pertenecer y representar al otro bando. La terrible perversión de las guerras ideológicas, libradas por la población entera de un país, y en las que no puede haber inocentes o neutrales.

Jancksó, un cineasta preocupado por la historia y por su interpretación, nos lleva a 1919, a plena guerra civil rusa entre rojos y blancos, tras el triunfo de la revolución de Octubre y el final de la primera guerra mundial. Sin embargo, su visión de la historia no es la que podría suponerse. No se trata, como se hace tan a menudo en el cine comercial y no tan comercial actual, de narrar un punto determinante de la historia, aparentemente simulando las técnicas del reportaje en directo y ajustándose a una supuesta verdad inamovible, de manera que la secuencia de eventos presentada sea perfectamente inteligible y reconstruible por el espectador, el cual pueda irse luego a casa satisfecho por “haber aprendido historia”, mejor dicho, “por haber experimentado la historia tal y como fue en realidad”.

En Los rojos y los blancos, el lugar donde los hechos ocurren, el tiempo incluso, se deja deliberadamente en la oscuridad, excepto por las vagas referencias a Rusia y a 1919. El desarrollo de las operaciones militares, el curso de la guerra, no es narrado en ningún momento. El espectador, al igual que los protagonistas, desconoce quién está ganando o quién está perdiendo, qué lugares de esa geografía imprecisas son importantes para el ataque o la defensa y cuáles no. La línea del frente, en esa guerra librada en las estepas, se convierte en algo inexistente, frágil y permeable, la retaguardia en un lugar peligroso, donde en cualquier momento el enemigo puede irrumpir, trayendo la derrota y la muerte. Un espacio y un tiempo, de confusión, de incertidumbre, donde no hay lugares seguros a los que retirarse, ni futuro u hogar que espere.

El interés de Jancksó, como queda claro, no está en el relato de hazañas bélicas, sino en algo mucho más sutil. Por una parte, la película nos muestra la guerra como combatida por gentes de multitud de patrias e idiomas. Durante la primera guerra mundial, el ejército zarista había hecho un buen número de prisioneros enemigos, alemanes, austriacos, checos, húngaros, gentes del bando enemigo, que en buena parte seguían en campos de concentración cuando estalló la guerra civil rusa y que fueron reclutados por ambos bandos en conflicto. No hubo muchos que se negaran, puesto que permanecer en los campos en medio de una guerra civil, suponía la muerte segura por inanición, así que en su mayoría los prisioneros se unieron al primero que vino a ofrecerles ropa y comida.

De esta manera, en el film de Jancksó, la guerra civil rusa se convierte en una guerra civil europea, un conflicto en la amplia lista de guerras ideológicas que, como las guerras de religión de siglos anteriores, asolaron Europa entre 1914 y 1945, y a las que sólo la bomba atómica impidió que continuaran en los 50 y más allá. Con una importante diferencia, y he aquí el segundo punto insinuado por el director, los hombres que libran esta guerra civil olvidada en un lugar también olvidado no lo hacen por convencimiento ideológico. Excepto algunos de sus mandos, que sí están convencidos de la justicia de su causa, la mayoría combaten por mera supervivencia, lo que hace aún más terrible que, al ser capturados por el enemigo, sean consignados a la muerte sin posibilidad de salvación o redención.

Unas ejecuciones absurdas porque la militancia en un bando o en otro de los condenados responde simplemente al azar.

Estilo

No menos peculiar es el estilo fílmico de Jancksó. Rodada en 2,35:1, en un más que sobrio blanco y negro, cualquier otro cineasta hubiera intentado aprovechar el amplio formato para incluir en él la mayor información posible, para así, como parecería propio y necesario, compilar una lección de historia aún más completa.

Sin embargo, ya he señalado que Jancksó no pretende dar una lección de historia. Su objetivo es narrar el vagabundeo, sin posibilidad de escape, a través de la tierra de nadie que separa ambos bandos, de los húngaros prisioneros de los rusos y enrolados en el ejército rojo, mientras tratan de evitar a las unidades blancas que les persiguen. Un camino por tanto, lleno de peligros, donde ninguna ruta es segura, donde la decisión más inocente puede ser la última, la que preceda a la muerte

El estilo de cámara de Jancksó refleja a la perfección esta incertidumbre. En cualquier momento, fuera de campo puede ocurrir algo que cambie la situación por entero, como la llegada del ejército enemigo, y que sólo podremos anticipar por las expresiones de los personajes que pueden verlo, antes de que irrumpa en la pantalla. En otros, un simple e inocente movimiento de cámara puede descubrirnos la ruta cerrada que impide la huida de los fugitivos. Un movimiento de cámara que llamo inocente, porque no está pensado para que el espectador descubra lo que ocurre antes que los personajes, como podría ser el caso en la tan habitual praxis del suspense, sino que es la cámara, al seguir la mirada de los personajes o su movimiento a lo largo del plano, la que se topa con el obstáculo al mismo tiempo que ellos.

En todo momento, por tanto, el espectador se siente en tensión, como uno más de los combatientes que no sabe lo que se va a encontrar al dar la vuelta a la próxima esquina. Una sensación de estar prisionero, de angustia y asfixia que, como sólo un gran maestro sabe hacer, se consigue a pesar del amplísimo formato, a pesar de la llanura húngara, en la que nada impide la visión, a pesar de los lentos, medidos, elegantes y suntuosos movimientos de cámara que recorren y describen el espacio (casi podría hacerse un croquis detallado de los diferentes espacios escénicos y de las rutas de los personajes). Una cámara siempre en movimiento que, como ya he dicho, no anticipa lo que va a ocurrir a continuación, como haría un director efectista, sino que obedece a necesidades internas de lo que se ve/ocurre/experimente en el plano. Una cinematografía que tampoco cierra el plano para crear una falsa claustrofobia, impidiéndonos ver lo que está sucediendo alrededor, como haría un director preciosista, ni se aparta del estricto y sobrio plano general para saltar al primer plano y resaltar lo que un personaje siente y experimenta, como haría un director más sentimental y apasionado.

Para conseguir este efecto de miedo, de inseguridad, de incertidumbre, simplemente basta con que la cámara, al igual que haría un espectador inmerso en la escena, se deje seducir por un elemento nuevo que acaba de entrar en campo o un movimiento casual que la cámara ha descubierto. Una distracción que puede convertirse en un imprudencia mortal porque hace olvidar a personajes y espectador que otros sucesos más importantes, y mortíferos, pueden estar teniendo lugar justo a nuestro lado.

Como realmente ocurre en la vida, cuyo curso creemos controlar y dominar, pero en la que sólo somos prisioneros y esclavos del azar.

Erotismo frío

Una de las características de la escuela pictórica de Fontainebleu, allá por el siglo XVI, era el erotismo frío, la representación de las escenas eróticas de manera que dejasen de serlo, por rechazar la intervención del espectador o simplemente por que su plasmación o su estilo no eran los esperados en un material de ese tipo.

No muy distinta es la mirada de Jancksó.

Vivimos en un tiempo donde el estilo del cine porno y el del horror serie B han sido asumidos como rasgos culturales definitorios por público culto y cineastas respetados, un tiempo donde el compromiso y la importancia de una película se mide en el número de brutalidades por segundo y las (posibles) salpicaduras que recibiría el espectador dada la proximidad de la cámara, un tiempo, en definitiva, donde la forma de narrar elegida por Jancksó para ese contenido merece, más que nunca, el honor de ser descrita como erotismo frío.

El primer rasgo que llama la atención en la película es que no hay protagonistas. Mejor dicho, no hay personajes, con un nombre que los identifique, con un pasado, un presente y un futuro, una historia que contar al espectador y con la que podamos identificarnos. Los primeros minutos de la película son voluntariamente confusos, no porque no podamos seguir la historia que se nos cuenta, sino porque los actores aparecen y desaparecen, entran y salen del plano continuamente, la cámara los encuentra y acto seguido los abandona, sin darnos tiempo a conocerlos, sin que podamos decidir quienes serán, en ese ambiente de asesinato organizado, de burocracia del exterminio, los que van a continuar con nosotros hasta el final de la película. Una confusión que se convierte en tragedia cuando, a medida que avanza la película, empezamos a reconocer rostros, a descubrir que ya habíamos visto esa cara antes, que ese personaje ha sobrevivido a tal o cual peligro, para que, sin que lo esperemos, proceda a morir ante nuestros ojos.

Déjese un instante de lado el cómo se plasman esas muertes. Esta confusión, estos personajes que aparecen, desaparecen y vuelven a aparecer, para morir inmediatamente, es otra decisión estética sabía y meditada de Jancksó. Un ejemplo claro de un estilo que se adapta al contenido y, a pesar de eso, lo hace suyo, algo impensable en el cine pirotécnico de hoy en día.

He dicho con anterioridad como la historia transcurre en una tierra de nadie en medio de la estepa, un espacio donde no hay líneas de frente definidas, donde la retaguardia se convierte repentinamente en vanguardia, la seguridad en muerte, el refugio en matadero. Así ocurre que, en ese mundo, cualquier contacto entre seres humanos es forzosamente pasajero, una bala puede acabar en cualquier instante con una de las dos personas, razón por la que no tiene sentido entablar la amistad con los que te rodean o intentar establecer algún tipo de relaciones. Ésa es la forma en que los diferentes personajes ven su mundo, y así es también como Jancksó nos fuerza a mirarlo, con desapego e indiferencia, con una desensibilización creciente, enseñada y aprendida a medida que nos adentramos en la historia narrada, al igual que la aprenden los mismos soldados, obligados a acostumbrarse a matar y asesinar si no quieren morir ellos mismos.

Desensibilización que se extiende al modo en que se muestra la muerte de los personajes, tanto conocidos como anónimos. Al contrario que el cine actual en que cada homicidio se supone que debe traumatizar al espectador y forzarle a tomar no se sabe qué postura política, en la película de Jancksó cada homicidio es presentado de forma sumaria y burocrática, como algo normal y natural, algo que se realiza todos los días, sin que se piense más en ello, ni por supuesto quite el sueño. Así se nos muestra a nosotros, los espectadores, porque así es para los personajes. En el tiempo en que se narra la historia, la guerra lleva ya cinco años de duración, todas y cada una de las personas que aparecen en la película, todos sin excepción, han visto morir a seres humanos a su lado, son supervivientes de piel y corazón endurecidos, para los que matar y morir es como vestirse por la mañana, un hábito natural y cotidiano, algo sin lo que seguramente no sabrían ya concebir sus vidas, una tarea que realizan con profesionalidad y eficiencia, con cierto desapego, sin ningún placer, como los expertos que son.

Porque ese tiempo, ese lugar, es un tiempo y un lugar donde la vida humana no tiene ninguna importancia.

Ambigüedad

Esta frialdad, esta cotidianeidad, esa vulgaridad incluso, de la muerte y del exterminio se extiende al mensaje de la película. En puridad, una producción húngaro-soviética de estos años, basada en uno de los mitos fundacionales de la URSS y del comunismo internacional, debería haberse convertido en un vehículo propagandístico más, en una obra que cantase el heroísmo y las excelencias de los rojos frente a la corrupción y bestialidad de los blancos.

Sin embargo no es así, los actos de brutalidad se reparten casi (y ése casi es el impuesto por la censura, obviamente) equitativamente entre ambos bandos, así como los raros actos de abnegación, hasta tal punto que varias veces la misma persona se nos muestra capaz de cometer actos heroicos y viles, dependiendo de la situación. El oficial zarista que ha ordenado sin pestañear la ejecución de los prisioneros rojos ordenará el fusilamiento de otro oficial que ha abusado de la población civil. Una enfermera intentará salvar a un guardia rojo arriesgando su vida, pero luego, cuando los blancos amenacen con fusilar a su superior jerárquico, delatará a los enfermos del bando rojo. El oficial rojo que ha impedido el fusilamiento de sus soldados tras huir ante el enemigo, no vacilará en ordenar la ejecución de esa misma enfermera a pesar de la oposición del resto de su unidad... y así y así ejemplo tras ejemplo, hasta que nada sea ya seguro, ni siquiera nuestras propias convicciones, como es propio de esa tierra de nadie, ese infierno en la tierra, en el que están encerrados y vagan los personajes.

O como, en la que constituye quizás la única escena lírica de la cinta, la secuencia en que un oficial zarista manda traer las enfermeras del hospital y las hace bailar ante sí con trajes de fiesta... para inmediatamente enviarlas de vuelta al hospital, puesto que son reflejo de un mundo que ya no existe, un mundo al que, nosotros, espectadores de muchos decenios después, conocedores del resultado de la historia, sabemos que ese hombre no podrá volver jamás.

Heroísmo

Puede parece extraño que cierre esta crónica hablando del heroísmo. En ciertos momentos, como ya he apuntado, aparece fugazmente, para desaparecer inmediatamente, hasta que en los últimos instantes llena la pantalla y la película, en un efecto devastador, amplificado por esa misma ausencia en la hora y cuarto anterior.

Sin embargo, este heroísmo es de otra calidad, de otra materia, al que nos tienen acostumbrados en el cine “normal”. El heroísmo con que finaliza la película de Jancksó es el heroísmo real. El que rompe los esquemas mentales de aquél que lo presencia y le conmueve profundamente, simplemente porque no tiene ningún sentido ni admite explicación, puesto que de esas acciones heroicas no va a derivarse nada, ni conseguirse nada, mucho menos la victoria. Un heroísmo que se lleva a cabo simplemente porque se sabe única vía que queda cuando se tiene la certeza de la muerte, y se convierte en la única forma decente de enfrentarse a ella.

Y así, sin esperanzas, sin uniformes, cantando la Internacional, los supervivientes de la unidad del ejército rojo marchan al encuentro del enemigo que les supera en número, sabedores de que ninguno habrá de sobrevivir al combate.

Fuente: http://www.trendesombras.com/articu...

  • "Los rojos y los blancos" (1967) de Miklos Jancksó

    4 de abril de 2010 10:42, por Crates

    Para David Flórez resulta obvio que la película Los rojos y los blancos se aparta de la verdad al no mostrar que los dos bandos políticos presentes en la película cometen actos de brutalidad por igual. Probablemente sea cierto que con eso se aparta de la verdad, pero no sé por qué ha de ser obvio: ¿quién dice que la investigación histórica no ha de demostrar que los rojos (o los blancos) fueron más humanitarios, y no por casualidad? Tal vez esto sea signo de una tendencia que todos (incluyendo, quizás, personajes de la película) tenemos a considerar verdadero aquello que justifica la ausencia de compromiso –pretextando una hipotética igualdad de todos los bandos-.

    Miklos Jancksó o Jancsó es un clásico del cine europeo del que tenía noticias, pero cuyo cine desconocía hasta ver este Los rojos y los blancos –o Rojos, blancos, en lo que parece una traducción más literal del título de la película-. Estoy, desde luego, entusiasmado, y eso que la he visto en las peores condiciones posibles – una copia que circula por la red tardaba en bajar, y opté por ver la película a través de las pantallas de youtube, donde está subida enteramente: todo ello muy lejos de la proyección en pantalla grande de ratio 2.35:1 para la que fue concebida la película. Queda claro cuán poco progreso hay en la capacidad de bajar archivos a ordenadores privados, en comparación con los tiempos en que abundaban salas de proyección estables de tipos diversos…

    En cualquier caso, comparto en general las ideas que arriba expone David Flórez. Rojos, blancos haría un excelente programa doble con la tan premiada película actual La cinta blanca, y eso que en lo referido al uso del lenguaje cinematográfico para hacernos reflexionar sobre la brutalidad como práctica cotidiana, La cinta blanca se queda, en comparación con la película de Jancsó, por debajo del nivel de “Barrio Sesamo”.

  • Sobre Miklos Jancsó

    4 de abril de 2010 10:55, por Crates

    Entrada de Pere Alberó sobre Miklos Janscó en Vientos del Este: los nuevos cines en los países socialistas europeos (1955-1975) / (ed.) Carlos Losilla y José Enrique Monterde. – Ediciones de la Filmoteca de Valencia (2006). Hay algunas interpolaciones entre asteriscos.

    Jancsó, Miklos (1921). Nacido en los márgenes del Danubio, treinta kilómetros al norte de Budapest, capital de Hungría. Su familia procedía de Transilvania, zona en disputa con Rumania, a cuya minoría pertenecía su madre. Los estudios secundarios los hizo en un colegio religioso y después ingresó en la facultad de derecho de Kolozsvar, una zona transilvana recuperada por los húngaros, donde se licenció en 1944. Su dedicación al derecho no pasó de esos años de estudio, que paralelamente fue compaginando con estudios sobre Historia del Arte y Etnografía. Al licenciarse se vio obligado a incorporarse a filas, aunque rápidamente fue hecho prisionero por el ejército soviético, una experiencia que le servirá como materia prima para uno de sus primeros largometrajes, Igy Jotten (Mi camino a casa, 1964). Tras su liberación y la de Hungría se vuelca con entusiasmo en el Movimiento de Colegios Populares que tenía como objetivo la educación de los hijos de los campesinos para facilitar su acceso a la Universidad y la incorporación del espíritu comunista, experiencia que también retomará en otra película, Fenyes Szelek (La confrontación, 1968). Se matricula en la sección de dirección cinematográfica de la Escuela Superior de Arte Dramático, donde se licencia en 1951. En los diez años siguientes su tarea principal será cumplir con los encargos de realizar cortometrajes documentales (alrededor de cuarenta) que según el propio director carecen del más mínimo interés. Años duros que siguieron a la caída del estalinismo y pusieron en evidencia como éste se había construido traicionando los ideales y esperanzas de personas que, como Jancsó, estaban convencidas del ideario comunista. Al referirse a esa época decía: ‘Escuchaba y dormía’. Muchos días ni se levantaba de la cama.

    *(Del capítulo sobre Hungría del mismo libro, por Pere Alberó): La característica más determinante del cine húngaro posterior a la entrada de las tropas soviéticas en 1956, para poner fin al desviacionismo que se estaba produciendo en la vida política, es la investigación histórica para intentar comprender cómo se ha configurado el presente. En esta investigación se evidenciarán, en un gran número de películas, los mecanismos represivos o mistificadores que ha desarrollado el poder para conseguir sus propósitos. Hay en la mayoría de estos cineastas un sentimiento de haber sido engañados, de haber creído en algo que repentinamente se reveló como una monstruosidad, y con esta investigación histórica se intenta descubrir cómo pudo ser eso posible y al mismo tiempo llevar a cabo una especie de catarsis y en algunos casos ajustes de cuentas… Ferenc Kosa nos da de forma muy precisa las claves para situar y entender a esa generación: ‘Vivimos la guerra como niños, los años de estalinismo como adolescentes todavía no culpables, finalmente fue el drama del 56 lo que nos hizo adultos. Yo mismo empecé a reflexionar sobre la vida, la muerte, la verdad y la libertad viendo a mis compañeros de escuela cubiertos de banderas y consignas… “*

    Su primer largometraje –de Jancsó-, visto en perspectiva, está muy alejado de la imagen que después se ha configurado de su cine: A harangok Romaba mentek (Las campanas han salido hacia Roma, 1958) es una película simbolista de exaltación de la lucha antifascista. El propio director la ha valorado, posteriormente, como sin interés, pero importante en su proceso de maduración, sobre todo para descartar vías de expresión. Más conseguido… en Oldas es kotes (Cantata, 1963) … aparece un elemento que adquirirá gran relevancia sobre todo en su cine de los setenta: la búsqueda de las raíces culturales asociadas al mundo rural, algo que le llevó a realizar sus estudios de etnografía y a ver en la figura de Bela Bartok un precursor en este campo, aplicado a la música.

    … Cuando se estrene el siguiente film, Mi camino a casa, aparecerá otro nuevo elemento:… el encuentro con el escritor y en este caso guionista Gyula Hernadi… El primer resultado de esta colaboración, fundamentada en la discusión y en un guión siempre en evolución hasta el momento del rodaje, será la película que proporcionará a Jancsó el reconocimiento internacional: Szegenylegenyek (Los desesperados, 1965), a la que seguirán otras dos, Csillagosok, katonak (Rojos y blancos, 1967) y Cesend es kialtas (Silencio y grito, 1968), que configuran su llamada trilogía de la historia…

    Analizando las tres piezas en su conjunto, podemos… valorar la forma que tiene Jancsó de acercarse al cine histórico, porque más allá de los acontecimientos históricos que pueda relatar, su valor principal radica en la forma en que estos son mostrados. En primer lugar, como aclaración previa, resaltaría que siendo el interés principal de la filmografía de Jancsó la Historia, es más justo precisar que ese interés se centra en algo más concreto: mostrar de qué manera el Poder pone en marcha como un mecanismo que persigue imponer su voluntad en el devenir de la Historia. Ese poder nunca se hará presente, tan sólo asistiremos a su manifestación, a través de unos sicarios que, como anónimos engranajes, mueven una maquinaria que sobrepasa a víctimas y verdugos.

    … La propuesta de Jancsó huye del realismo y de los grandes acontecimientos. En su voluntad de acercamiento, aísla en un espacio (paradójicamente extensas llanuras) a un grupo humano del que se ha eliminado cualquier rastro de individualidad o psicología, convirtiéndolos en piezas que escenifican un ritual que en algún lugar, más allá de las llanuras y también más allá de la cámara, unos poderes invisibles han desencadenado. Con una mirada distante, observando los efectos más que las causas, asistimos a las consecuencias desencadenadas por ese Poder a través de la violencia, de la traición, de la humillación o de la mentira. Janscó, en muchos aspectos, sigue los principios de la estética brechtiana: analizando de forma distanciada los procesos; en una exposición que no persigue ni la apología no el subrayado; evitando el detalle naturalista y accesorio, concentrándose en lo esencial; seccionando la continuidad narrativa e independizando las secuencias y mostrando las cesuras que hay entre ellas, evidenciando que son fragmentos tomados por su carácter representativo. “Lo que me interesa es la forma y si busco constantemente la mayor sobriedad formal es precisamente para intentar eliminar el romanticismo sentimental del que tanto hemos abusado”.

    Jancsó… es uno de los contados directores de la historia del cine asociados a una manera muy precisa de hacer películas… Entre los elementos esenciales de su forma cinematográfica se encuentra su tendencia al plano – secuencia: la acción de la escena encerrada en un solo plano que engloba paisaje y figura, que va trazando un constante vaivén… La forma de iluminar de Janos Kende permitirá la ampliación de los movimientos de cámara hasta realizar el giro total… Otro elemento, menos afortunado, como es el ’zoom’, irá ganando protagonismo. Esta incorporación hara que en sus siguientes películas la imagen se vaya acercando considerablemente a los actores, en detrimento del espacio, reforzando esa búsqueda de lo general en lo concreto, pero llegando a una concreción donde los personajes se convierten en puros signos parlantes, como en La pacifista (La pacifista, 1971). Esta película se puede encuadrar en un período que comprende tres películas más, asociadas por su temática: epifanías del fascismo. La primera de ellas, Sirokko (Siroco de invierno, 1969), sobre una organización nacionalista croata, donde a los temas ya anteriormente tratados se añade el conflicto entre los impulsos individuales frente a la disciplina ciega del colectivo y asistimos, con todo su cinismo, al nacimiento de un mito. Egy Barany (Agnus Dei, 1970) amplia el período histórico de la caída de la República húngara de los Consejos… Con La pacifista Jancsó inaugurará nuevas perspectivas para su cine que, a partir de este momento, incorporará Italia como lugar de trabajo y plataforma de promoción hacia el extranjero. A este nuevo horizonte se incorporará otra presencia importante para su cine: la guionista Giovanna Gagliardo… La película que cierra esta serie, La tecnica e il rito (La técnica y el rito, 1971), con producción de la RAI, nos da la visión más metafórica sobre el fascismo a partir de la figura de Atila, rey de los hunos.

    La importancia que adquiere el ritual se multiplicará en sus películas de principios de los setenta: la recurrencia a la fiesta, a los cantos y danzas; la repetición de los gestos, la manifestación de lo bárbaro y ancestral; la revolución ritualizada, que tendrá su manifestación tanto en Meg kep a net (Salmo rojo, 1972) como en Szerelmem, Elektra (Por Electra, 1974).

    *(Inciso, tomado de un reseña de Santos Zunzunegui en el mismo libro). Conocido, con la aquiescencia de su autor, por la cinefilia de los países occidentales como Salmo rojo, la película de título cuya traducción literal sería “El pueblo continúa exigiendo” supone el final de la corta luna de miel mantenida entre la crítica europea y americana y el cineasta húngaro –hecho patentizado por el premio a la mejor dirección que la película recibió en el festival de Cannes de 1972-… A la acusación –no siempre infundada- de ‘manierismo’ que sobre la obra de Jancsó comenzó a verterse a comienzos de la década de los setenta, coincidiendo con la creciente internacionalización de la carrera del cineasta, se le añaden los cambios de orientación (estética, política) a los que se ve sometida cada cierto tiempo la crítica cinematográfica y que convierten el ejercicio de la apreciación artística y cultural en algo parecido a una puja en una bolsa de valores en la que determinadas maneras de entender y practicar el cine son sometidas a fluctuaciones no siempre bien comprensibles para espectadores ingenuos… Visto Salmo rojo desde nuestros días es evidente el carácter que presenta de resumen y punto de llegada lógico de una evolución que el cine de Jancsó sufrió en apenas media década… Sobre esta base se inpostan las novedades que incorpora Salmo rojo… En primer lugar, la renuncia brutal a cualquier referencialismo explícito –aunque la película supuestamente sucede en un momento de revueltas campesinas a finales del siglo XIX-, sustituido por un abierto simbolismo aprovechando que el punto de partida del guión fue el descubrimiento por parte de Gyula Hernandi de una serie de ‘salmos socialistas’ que parodiaban los tradicionales salmos cristianos. Dejando de lado cualquier ‘realismo’, la película describe las sucesivas ‘composiciones’ y ‘recomposiciones’ –expresiones que deben tomarse en su sentido exclusivamente musical- de un grupo de campesinos, sus enfrentamientos con los representantes de los poderes económicos, religiosos y militaes, expresados a través de alambicadas coreografías… Concebido como un ‘musical rojo’,… en la película coexisten, en una mixtura salpimentada de escenas en las que los diálogos han sido sustituidos por las declamaciones de textos de Engels o versiones revolucionarias del Padre Nuestro, canciones y bailes folclóricos más o menos locales con músicas militares de toda laya, cantos religiosos o canciones revolucionarias provenientes de los más diversos lugares… Por si esto fuera poco la película maltrata, con pleno conocimiento de causa, la lógica del realismo convencional al hacer resucitar, gracias a los poderes de un beso, a personajes que han sido abatidos ante los ojos del espectador… Esta celebración de la revolución campesina combina la lucha y el descanso del guerrero de una manera muy poco académica, de la misma manera que convierte la violencia en una fiesta en la que están presentes notables componentes eróticos…*

    Tras Szerelmem, Elektra, resuelta en once secuencias, Jancsó anuncia el ahogo de su propio estilo: “Empiezo a sentir miedo de mi propio lenguaje. Creo que mi universo se ha cerrado demasiado. No me gustan los universos cerrados y si aceptase encerrarme en el mío entraría en contradicción conmigo mismo”. El resultado sería el notorio cambio de estilo que se produce en su siguiente película, Vizi privati, publiche virtú (Vicios privados, virtudes públicas, 1974), *referido al suicidio del heredero austrohúngaro en Mayerling y distribuido en los circuitos de cine erótico de lujo de la época*. Pero a partir de ese momento sus dificultades para rodar se multiplicarán y será incapaz de completar lo que debía ser una trilogía, realizando unicamente sus dos primeras partes: Magyar rapsodia (Rapsodia húngara, 1978) y Allegro barbaro (Allegro bárbaro, 1978). Su actividad posterior se ira espaciando y diversificando entre el teatro, la ópera y la televisión.

    *(Inciso de actualización, tomado de http://es.wikipedia.org/wiki/Mikl%C...: Ayudado por un nuevo director de fotografía, Ferenc Grundwalsky -quien también dirige sus propias películas-, Jancsó logró renovar su estilo con Nekem lámpást adott kezembe as Úr Pesten (La linterna del Señor en Budapest, 1999)a la hora de narrar la historia de dos enterradores, Pepe y Kapa, en el cambiante Budapest post-comunista. La película supuso un sorprendente éxito en su carrera, especialmente entre los jóvenes húngaros, que se identificaban con los protagonistas.

    El éxito de esta película condujo a una serie de películas protagonizadas por Pepe y Kapa (seis hasta la fecha, la última de ellas en 2006). Si bien están ambientadas en época contemporánea, Jancsó siempre encuentra formas de mostrar su amor por la Historia, revisitando temas como el Holocausto o a la brutal invasión otomana de 1526, en un intento por criticar el descuido de los húngaros a la hora de abordar su pasado. Estas películas son muy aclamadas entre los jóvenes cinéfilos húngaros debido a su innovación, el humor negro de que hacen gala y la aparición de grupos alternativos o underground.

    Jancsó también debe parte de su reputación a su aparición como actor, tanto en películas propias como de jóvenes talentos húngaros.

    Con la caída del comunismo, Jancsó destacó por su apoyo a la Alianza de los Demócratas Libres (SzDSz), un partido liberal miembro de la coalición gobernante desde 2002. Sin embargo, sus puntos de vista sobre la identidad y la historia húngaras y su apoyo a la legalización del cannabis le han valido una controvertida reputación.*