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Los objetores de conciencia y la Primera Guerra Mundial

Domingo.26 de septiembre de 2010 1345 visitas Sin comentarios
Capítulo 10 de “Breve historia de la Noviolencia”, Jesús Castañar Pérez (Cthuchi Zamarra) #TITRE

Desde los primeros momentos de la objeción de conciencia ya había habido una distinción entre los objetores de conciencia que no pretendían una transformación política y sólo rechazaban coger un arma ellos mismos y los que sí la buscaban, y, por eso mismo, rechazaban además del servicio militar las propuestas de servicio civil alternativo. Los objetores que simplemente rechazaban coger las armas por coherencia personal con su filosofía de vida no tenían problemas en realizar servicios alternativos, como hizo Gandhi organizando un cuerpo de camilleros en la guerra de los Boers o reclutando indios en la Primera Guerra Mundial. Los objetores que con su negativa a coger las armas querían protestar además contra la injusticia de la guerra, rechazaban otras alternativas de colaboración con el Estado y la cárcel era la única opción para ellos. Para estos la cuestión no era el tomar las armas o no, sino
el colaborar con la violencia del Estado o no, y alentados por
Thoreau y Tolstoi, poner en jaque esa misma violencia al
extender y legitimar su opción. Tolstoi denominó “insumisos” a
estos objetores y en el Reino Unido fueron llamados objetores
“absolutists” al negarse de forma absoluta a cualquier tipo de
colaboración con la guerra.

La Primera Guerra Mundial dio carta de naturaleza a este
debate (sobre si la objeción era una cuestión de coherencia
personal o de estrategia política) a gran escala, al forzar a
convertirse en soldados a casi todos los varones adultos de los países implicados. En ese momento, tanto activistas, como
teóricos, religiosos o apolíticos tuvieron que posicionarse, y los
que militaban en movimientos obreros, con marcada vocación
internacionalista, tuvieron que elegir entre el ideal
revolucionario o el nacionalismo patriótrico, muy extendido
también por influencia del movimiento romántico del siglo
XIX. Fue este desencuentro lo que llevó a la disolución de la
Segunda Internacional, organización de corte socialdemócrata
surgida con la idea de seguir los fines de la Primera
Internacional, disuelta como es sabido por diferencias entre
comunistas y anarquistas. El caso es que sindicatos y partidos
obreros se fueron posicionando en posturas favorables a sus
respectivos gobiernos y fueron incapaces de llevar a cabo
acciones concretas contra la guerra, a la que muchos de ellos
apoyaron.

No obstante, a pesar del triunfo de la propaganda
patriótica, la crueldad de la guerra también había traído el
rechazo a los horrores de la misma, y fue la primera vez en que
la objeción de conciencia al servicio militar se practicó de forma
masiva. De la oposición a la misma surgieron nuevos
movimientos, como fueron los movimientos pacifistas y
feministas que se estructuraron después. Así en los años de
escalada militarista previos a la Gran Guerra conocidos como la
Paz Armada, marcados por la división de Europa en bloques
miltitares antagónicos, ya se habían elaborado propuestas, como
la del ya citado anarquista holandés Domela Niewenhuis, para
transformar la guerra que se avecinaba en una situación
revolucionaria mediante el empleo de la huelga general y
objeción de conciencia generalizada en todos los países
implicados32. Hay que señalar que realizó estos llamamientos en las primeras conferencias de la Segunda Internacional, que
como acabamos de mencionar no fue una organización a la
postre muy “internacionalista”. El holandés convocaría
además, en 1904, un Congreso Antimilitarista en Ámsterdam.
donde se expondrían estas ideas, y se fundó la International
Anti-Militarist Union (IAMV Unión Internacional
Antimiltarista).

Una vez desencadenada la guerra, no se consiguió esa
huelga general por el fervor patriótico que contagió a los
obreros, pero este tipo de llamamientos influyó en que muchos
de los llamados a filas en todos los países implicados para que
se negaran a participar en ella, unos por motivos religiosos
procedentes del razonamiento ético, pero otros muchos por
motivos estrictamente políticos, al justificar la violencia de la
revolución proletaria. Estos últimos, procedentes de
movimientos obreros, ya fueran socialistas, anarquistas o
comunistas, mantuvieron sus posturas internacionalistas a pesar
de la oleada de militarización y nacionalismo que recorrió
Europa y que, finalmente, serviría de sustrato para los fascismos
posteriores. Es importante señalar, por tanto, que, a pesar del
triunfo del patriotismo en los movimientos obreros, muchos
miles de activistas se mantuvieron fieles a sus ideas y no se
incorporaron a filas, o lo hicieron de mala gana y provocaron
amotinamientos en cuanto pudieron.

Dadas las circunstancias de violencia extrema, la
represión a los objetores fue terrible, y hubo muchos casos
incluso de ejecuciones sumarias de objetores, que a veces eran
destinados al frente en contra de su voluntad. No obstante, hubo decenas de miles de objetores repartidos por todos los
países en contienda y grandes figuras del movimiento obrero
internacional encarceladas o condenadas a trabajos forzados,
como fue el caso del famoso lider socialista alemán
Liebknecht. También hubo otras muestras de resistencia a la
guerra menos politizadas, como fueron el caso de las
insubordinaciones y rebeliones de soldados franceses e italianos
que se negaban a volver al frente. En Rusia, el ambiente
contrario a la guerra hizo que estas insubordinaciones acabaran
en revolución, como es bien conocido, con lo que se puede
decir sin rubor que la oposición a la guerra fue uno de los
detonantes del triunfo del bolcheviquismo.

Paradójicamente el
triunfo de la revolución proletaria trajo el fin del sueño
internacionalista del movimiento obrero incluso en el victorioso
comunismo ruso, que alentado por un dictatorial Lenin (y más
aún luego con Stalin) pasó a utilizar el nacionalismo como
catalizador del movimiento, centrado en el concepto de
“socialismo en una sola nación”. La revolución, a partir de
entonces, se convertiría en un asunto nacional, no en una
propuesta internacional como había sido hasta entonces.
En el seno del movimiento anarquista, el alineamiento de
su máximo ideólogo, Piotr Kropotkin, del lado de los aliados en
la Primera Guerra Mundial, seguido de otras catorce
importantes figuras del anarquismo de la época, entre ellas Paul
Reclus (hijo de Eliseo Reclus), Jean Grave, Carlos Malato o
Federico Urales creó un gran cisma en el movimiento. Todos
ellos firmaron el Manifiesto de los Dieciséis (aunque eran
quince), un panfleto en el que se alineaban con los aliados, lo
que supuso una ruptura con el antimilitarismo tradicional del
anarquismo que la mayoría de sus activistas, poco propensos a
autoritarismos, no estaba dispuesto a secundar. Tal como
cuentan los biógrafos de Kropotkin:

"El Manifiesto de los Dieciseis no hacía sino
confirmar la escisión del movimiento anarquista. Ya
en febrero un fuerte grupo de anarquistas ingleses,
suizos, italianos, americanos, rusos, franceses
lanzaban un manifiesto oponiéndose a la guerra. Se
incluían entre ellos dos de los tres secretarios de la
oficina de correspondencia, elegidos en la asamblea
de la Internacional Anarquista de 1907, Malatesta y
Saphiro, y así mismo Domela Nieuwenhuis, Emma
Goldman, Berkman, Bertoni, Ianovsli, Harry Kelly,
Tom Keell, Lilian Wolfe y George Barret, y
representaba a a los elementos más activos y
militantes de Europa y América. El otro miembro
de la oficina internacional, Rocker, estaba arrestado
(en Inglaterra por ser alemán), pero se oponía
también a la guerra. El manifiesto proclamaba la
guerra consecuencia natural de un sistema de
explotación, y por tanto no culpa de un gobierno
determinado, y que no podía establecerse distinción
verdadera entre guerra ofensiva y defensiva. En la
Edad Moderna las guerras son resultado de la
existencia de Estados. "El Estado nación de la
fuerza militar y aún es en la fuerza militar donde
debe descansar lógicamente para mantener su
omnipotencia" los anarquistas sólo deben admitir
una guerra de liberación, desencadenada por "los
oprimidos contra los opresores, los explotados
contra los explotadores". Deben procurar difundir
el "espíritu de la rebelión", organizar la revolución
contra todo el Estado y mostrar a los hombres "la
generosidad, grandeza y hermosura del ideal
anarquista: justicia social a través de la libre
organización de productores; eliminación definitiva
de la guerra y el militarismo, libertad completa con abolición del Estado y sus órganos de
destrucción".33

Si bien esta corriente del anarquismo revolucionario se
posicionaba totalmente en contra de la guerra, no puede
encuadrarse dentro del pacifismo, pues contiene implícita una
teoría de la guerra justa (esta es, la revolución que acabaría entre
otras cosas con las guerras). Hay que señalar no obstante que
sus propuestas de acción noviolenta y su llamada a la huelga
general para parar la guerra se pueden considerar, sin duda
alguna, como antecedentes prácticos de la corriente pragmática
de las teorías de la noviolencia en las que la efectividad de los
métodos noviolentos es el fundamento de la acción.

A pesar de la efervescencia de objetores cristianos y e
internacionalistas, fue un intelectual, Bertrand Russell, que se
vanagloriaba de no ser cristiano y que criticaba a religiosos,
anarquistas, socialistas y comunistas con igual saña, el principal
valedor ideológico de este movimiento de resistencia a la
guerra, en un momento en el que el propio Gandhi, como
veremos más adelante, colaboraba con el ejército británico. La
inusitada actividad intelectual de este aristócrata británico en
contra de la Gran Guerra le llevó a esbozar teorías de la no
colaboración para defender la actitud de los objetores de
conciencia británicos (y a perder su cátedra en Cambridge y dar
con sus huesos en la cárcel). Sin embargo, sus ideas de la no
colaboración no partían de un ideal pacifista, pues él nunca
consideró que todas las guerras fueran injustas o toda la
violencia ilegítima34, sino que, al igual que pensaba la mayor parte del movimiento obrero, era precisamente esa guerra la
que era injusta (de hecho apoyó a los aliados en la Segunda
Guerra Mundial) y sus posiciones noviolentas eran por tanto
estratégicas y no filosóficas (holísticas). Paralelamente, en
Francia, el dramaturgo Romain Rolland, al que se le reconocía
con el premio Nobel en 1915, publicaba ese mismo año Por
encima del conflicto (1915), un ensayo contra la guerra al que
continuaría “A los pueblos asesinados (1917), y tras la guerra Los
precursosres (1923). Rolland había publicado ya una biografía de
Lev Tolstoi y la biografía que posteriormente, en 1924,
publicara de un todavía joven Gandhi serviría para introducir
este personaje en Occidente e inspirar a muchos activistas de la
noviolencia. En Alemania Albert Einstein, en contacto con
Russell y Rolland, también iniciaría una gran actividad pacifista
de corte antimilitarista, que le llevaría más tarde a pregonar la
objeción de conciencia, la desobediencia civil y el desarme
unilateral como estrategias políticas. Sin embargo, tanto
Einstein como Russel abandonaron posteriormente el
pacifismo y apoyaron a los aliados contra el nazismo.

No fueron los objetores o los obreros los únicos
movimientos que se tornaron hacia el pacifismo y el
antimilitarismo, pues el incipiente movimiento feminista,
volcado hasta entonces en luchas sufragistas también hubo de
posicionarse ante la guerra, dando como resultado un nuevo
cisma. Por un lado, las feministas moderadas que veían la
incorporación de las mujeres a las fábricas de armas como algo
positivo para su lucha de emancipación, y por otro, las que se
tornaron hacia posiciones pacifistas iniciando el largo vínculo,
no exento de rivalidades, que ha existido entre antimilitarismo y
feminismo. Y dicho sea que tiene sentido que fuera precisamente por la oposición a la guerra la razón por la que
algunos sectores de otros movimientos sociales se aproximaran
a la noviolencia, puesto que en ese momento se visualizaba
claramente que era precisamente la violencia el problema contra
el que luchaban. De este modo se conformó un movimiento
internacional de resistencia a la guerra en el que pervivían los
valores internacionalistas del movimiento obrero, y se
renovaban muchas de las doctrinas revolucionarias de éste,
dando un nuevo sentido al antimilitarismo tradicional del
anarquismo al conectarlo con la noviolencia hasta entonces
patrimonio de activistas cristianos. Poco después de acabar la
guerra, en 1919, se fundó, desde un punto de vista cristiano
(encuadrado en la corriente holística), el Movimiento
Internacional para la Reconciliación MIR o International Felowship
for Recontiliation IFOR. Pero no fue la única plataforma
internacional, pues tal como veremos más detenidamente,
también se fundaron en esa época, aunque desde un perspectiva
anarcopacifista (en muchos casos judíos, socialistas, feministas y
anarquistas que se separaron de IFOR), la Internacional de
Resistentes a la Guerra IRG o War Resisters International WRI o
su sección norteamericana War Resisters League WRL.

Todas
estas organizaciones siguen funcionando en la actualidad, lo
cual es un indicador de la importancia de estos movimientos.

Fue, por tanto, este ambiente de efervescente pacifismo de
posguerra el contexto en el que recaló la traducción del término
no-violencia efectuada por Gandhi ya en la India, ayudándole a
dotarse de una identidad propia, fundando toda una línea de
pensamiento que vamos a denominar corriente estratégica en
las teorías de la noviolencia.


Notas

32 Herman Noordegraaf: "The anarchopacifist of Bart de Ligt" en Peter Brock y
Thomas P. Socknat (Ed) "Challenge to mars. Essays on pacifism from 1918 to

1945". University of Toronto Press inc. Toronto. Buffalo, London. 1999
pag. 93.

33 George Wooddcock e Ivan Avakumovic: “El Principe Anarquista”.
Ediciones Júcar 1975 pags 343

34 Bertrand Russell “Resumen autobiográfico” escrito en 1956 y publicado en castellano en Bertrand Russell “Antología”. Siglo XXI. Madrid 1972 pag 295
y 296.

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