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Los habitantes del pozo (vida y muerte en una cárcel manicomio)

Lunes.18 de octubre de 2010 5185 visitas - 1 comentario(s)
Cigala News #TITRE

Ficha Técnica

- HABITANTES DEL POZO, LOS: vida y muerte en una cárcel manicomio
- CÁCERES, ÁNGELES
- Editorial Aguaclara
- 320 páginas
- Idioma: Español
- ISBN: 8486234921 ISBN-13: 9788486234928
- 2 edición (03/1992)


Profundamente agradecido a mi amigo Toni B. que insistió en prestármelo y que lo leyera, termino la lectura de esta auténtica joya de la investigación social. El libro de Ángeles Cárceles Lescarboura sobre las personas internas del Centro Psiquiátrico Penitenciario de Foncalent (Alacant) es una auténtica pasada y una publicación que a nadie puede dejar de estremecer hasta la médula.

No es la primera obra con testimonios de personas presas que cae en mis manos, pero ésta, ilustrada con interesantes fotografías en blanco y negro de Jaime Franco Garbí, es con diferencia la que mayor impresión me ha causado.

El libro nace de una visita de la autora al psiquiátrico de Foncalent en 1984, como periodista local, y con la idea de realizar un reportaje de investigación. Nos encontramos en sus inicios, no mucho después de la inauguración de esta cárcel-manicomio. Según ella misma cuenta, la viva impresión recibida a lo largo de la realización del reportaje creó en la autora el deseo de realizar un trabajo más amplio, que es el que finalmente cristalizó en el libro que estamos comentando. Ello fue posible merced al permiso y colaboración de la dirección del centro, en aquellos tiempos progresista, aperturista, diríamos que "transparentista" y que trataba de enfocar el funcionamiento del psiquiátrico fundamentalmente como una “comunidad terapéutica” muy lejos del terrible lugar de sufrimiento, impunidad y dolor que es hoy día. Hoy sabemos que desgraciadametne aquel histórico intento fracasó, boicoteado por los mismos trabajadores carceleros, y en medio del desinterés de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias que prefirió gestionar una cárcel de cumplimento en primer grado más que un centro especializado en terapia para enfermos mentales. Dicha institución se colocó de esta forma -justo es decirlo- como la primera de la cola a la hora de incumplir flagrantemente la Ley, cosa que ni mucho menos es rara en el ámbito penitenciario.

La investigación que dio lugar a "Los habitantes del pozo" se realizó entre 1984 y 1986, pero la autora no se decidió a editarlo hasta el año 1991 (posteriormente el libro vio una segunda edición). A pesar de los casi veinte años transcurridos debo decir que el trabajo no ha perdido ápice de actualidad ni de interés. La mayoría de situaciones, relaciones, inercias, vivencias etc. que se describen, por desgracia, no solo siguen dándose, sino que en muchos casos se han acentuado para peor.

A lo largo de aquellos años Ángeles Cáceres visitó periódicamente el psiquiátrico y se entrevistó con funcionarios e internos llegando a entablar vibrantes amistades con algunos de éstos últimos, algunas de las cuales, según nos relata, perduraron después de realizado el trabajo, y en algunas ocasiones se dio la posibilidad de que fueran sostenidas en la posterior vida en libertad de algunos de ellos. Las semblanzas, vidas y testimonios de estos psicóticos y psicópatas son indescriptibles, y todas ellas puestas juntas conforman un retrato coral de lo más hondo de la naturaleza humana herida. Y cuando digo de naturaleza herida me refiero tanto a sus enfermedades mentales, a los hechos de su vida, crímenes incluidos, como a su penosa estancia en el manicomio-prisión. También podemos hablar de naturaleza herida cuando nos referimos a muchos de los carceleros que los custodiaban, y que tan bien describe Ángeles Cáceres desde una visión más que crítica de los mismos, de su comportamiento y de su misma función.

Porque aunque este trabajo pudiera compararse a alguna investigación similar realizada en algún sanatorio psiquiátrico civil, tendría poco que ver con la misma. Sabemos que se va a hablar de enfermos mentales, pero finalmente es la realidad de la cárcel la que se impone sobre la propia enfermedad mental. No hay lugar apenas para hablar de brotes psicóticos, esquizofrenias, psicopatías y de sus tratamientos, y en su lugar se habla de kíes, de carceleros, de motines, de suicidios, de palizas y de aislamientos, tal como si se estuviera escribiendo la crónica interna de una cárcel convencional.

Con un estilo que quiere ser literario, y en muchos momentos lo consigue; estilo trufado con textos copiados directamente de manuscritos autobiográficos de los presos (en ocasiones fotografiados y mostrados como ilustración), o transcritos de la cinta de la grabadora que funcionaba durante algunas entrevistas, con dibujos de los enfermos, con fotografías… Ángeles Cáceres encarrila su trabajo debiendo seleccionar y ordenando su ingente material de investigación para darle formato de libro. A ratos trágico hasta el llanto, a ratos hilarante, a ratos indignante, acomete la descripción de los habitantes de este pozo separando por partes. Como si de pelar una cebolla se tratara va mostrando a los personajes del manicomio-prisión desde fuera hacia el centro.

Tras un capítulo introductorio que sirve para contextualizar la investigación y las vicisitudes previas a la misma, el libro comienza con la parte tal vez mejor conseguida desde el punto de vista literario; introduciéndose en la mente de lo que podría ser un guardia civil tipo que realiza su turno de 24 horas vigilando a los locos desde su lejana garita, la autora nos desgrana en primera persona sus pensamientos y emociones hora a hora.

En segundo lugar nos encontramos con los “boquis”, los carceleros, retratados con el medio de una yuxtaposición de transcripciones de entrevistas grabadas. A pesar de que está presente la dicotomía poli bueno-poli malo, los carceleros salen en general mal parados y queda bastante en evidencia la crueldad y falta de humanidad -en distintos grados- de un número considerable y significativo de los mismos. La propia autora refiere varias veces que fueron solo personas pertenecientes a este estamento quienes le mostraron oposición y practicaron cierto sabotaje a su trabajo. Hay un par de pasajes donde brevemente describe como le intentaron asustar dejándola deliberadamente a solas (una vez encerrada con llave) junto a psicópatas muy peligrosos, incumpliendo todas las medidas de seguridad.

En la siguiente capa de la cebolla encontramos las páginas de mayor tensión dramática e incluso de belleza literaria, cuando nos describe a los “enfermeros destino”; presos comunes traídos de otras cárceles para hacer el trabajo sucio, con la función de auxiliares de enfermería, pero actuando como "apagafuegos" en general donde los carceleros no podían o no querían llegar, a cambio de redenciones de condena. Cómo le costó entrar en el mundillo de los “destinos” y las hondas amistades que labró entre ellos son relatos de gran ternura y lirismo.

Por último, una parte principal del libro se dedica a dar a conocer a una gran cantidad de enfermos psicóticos y psicópatas. Muy diferentes entre sí, son muy numerosas las biografías, entrevistas y relatos en relación a estas personas. Desgranando a corazón abierto infancias y familias rotas, homicidios, asesinatos, esquizofrenias y demencias de todos los colores, violaciones en serie, parricidios o suicidios, consigue que las personas lectoras nos podamos formar una idea cabal de cómo son en general los internos del Psiquiátrico de Foncalent. También de cómo son las relaciones entre ellos, con los enfermeros-destino, los carceleros, el personal médico, sus propias familias... Y, no menos interesante, sus puntos de vista sobre la sociedad y el mundo en general.

El libro concluye con un epílogo en el que se da cuenta del triste fin de la experiencia de “comunidad terapéutica” y la definitiva conversión del psiquiátrico en una prisión al más puro y terrible uso. Hay datos de legislación con los que Ángeles Cáceres trata de argüir la ilegalidad –y la aberración moral- de tener a personas jurídicamente no imputables viviendo una vida de condenadas a prisión con todos los agravantes de crueldad e impunidad posibles y sin ninguno de los escasos derechos que asisten al resto de las personas presas.

Por todas estas cosas, un libro que, si logran obtener por el medio que sea (no resulta fácil de adquirir), no deben dejar de leer.

A continuación copio unos cuantos textos tomados de diferentes capítulos de "Los habitantes del pozo", como botón de muestra:


3 p/m

(…)

Me sé de memoria las tres esquinas de la garita. Diez pasos: el muro ciego de la sierra de Foncalent, como un telón, tan pardo en verano como en invierno. Diez pasos: las curvas de la carretera, las charcas quietas, las lomas y, más allá, al fondo, la raya inmóvil del mar. Diez pasos: las crestas de las sierras que van cambiando de color, rosas, azules, grises, como clavadas en el cielo. Aitana con la base militar y el repetidor de televisión, Bérnia, el Puig Campana, la sombra o a lo mejor el recuerdo de la Mariola. Y alrededor, aquí mismo, a mis pies, los módulos del Sanatorio, los naranjos jóvenes, las flores de los patios, y más allá el Centro de Cumplimiento sin una sola mancha verde, todo ladrillo, hierro y cemento, con los cristales de las celdas rotos. Y las garitas de los compañeros donde otros desgraciados como yo montan guardia las veinticuatro horas del día, comiendo pipas, arrimándose una radio a la oreja o siguiéndole, también, el vuelo a un pájaro hasta que se vuelve un punto negro en el vacío.
Y los chalés de los funcionarios, y la ropa tendida de su familia, y la bicicleta de sus hijos tirada en el jardín, y el pastor alemán o el doberman que empina la pata y suelta un chorro amarillo que parece que no va a acabarse nunca
Y los coches aparcados como cucarachas de colores, unos sucios y otros relucientes, todos quietos.
Y uno aquí arriba, solo. Con todo el tiempo para pensar, para darle vueltas a la cabeza, para recordar, para inventar… y para hacerse preguntas que no tienen respuesta.
Algunos días la soledad se espesa y uno se encuentra pronunciando palabras entre dientes, por sentir la compañía de una voz. Y entonces –porque la soledad y el silencio gastan esas bromas- hasta te planteas si no estarás tú más loco que los de dentro.

(…)

10 p/m

(…)

Los que más lo acusan son los chavales que están haciendo la mili. Los pitufos éstos de dieciocho años son capaces de tirarse firmes dos horas seguidas, sin mover un músculo ni abrir la boca; a veces me da cosa mirarles a la cara, con cuatro pelos mal contados, porque son criaturas. A estas horas de la noche, el que está de puerta se pega unos sustos de muerte cada vez que salta la alarma. Se piensa que son los locos que se escapan en manada. Y es el gato. Hay noches que cruza siete veces, el cabrón, y son siete alarmas las que se disparan, y siete momentos de tensión. Porque en una de ésas la cosa va en serio, un suponer, y no te puedes confiar. Eso sí lo tenemos bien aprendido: estando en el servicio, cuidado con confiarse.
Porque nos han puesto aquí para algo. De habitual todo es rutina y monotonía pero estamos aquí para vigilar y proteger. Dentro están los funcionarios, pero si alguien se fuga hay que ir por él. Con el cetme: para eso estamos.


Incidencias de la semana

Invierno-primavera, 1984/85

MÓDULO DE INGRESOS.- El General se ha tragado todo el contenido del bote de mercromina que guardaba para curarse el pie; seguidamente se ha bebido un frasco de medio litro de champú de azufre contra la caspa. Ha llamado al funcionario y, sin darle tiempo para abrir la puerta y ante sus propios ojos (le estaba viendo a través del chivato del cristal), ha deglutido dos pilas de transistor, un sacapuntas y un bolígrafo. Se le han administrado leche y claras de huevo antes de trasladarlo con urgencia al Hospital.

(…)

MÓDULO DE INGRESOS.- El General ha pedido el alta voluntaria media hora después de llegar al hospital exigiendo que le devuelvan a Foncalent, a lo que se ha accedido dado que su estado no revestía peligro inmediato. Una hora después de reintegrarlo a su celda, el General ha mezclado en un vaso el contenido de un tubo de pomada para las hemorroides y el de un fármaco callicida, y lo ha ingerido hasta la última gota; acto seguido ha defecado abundantemente y se ha embadurnado con las heces la llaga purulenta del pie. Al comenzar a sentir molestias estomacales, ha gritado recabando la presencia de un médico y ha entregado sus voluntades testamentarias: un telegrama al Rey, una carta a un fiscal, otra al Defensor del Pueblo, otra a la Comisión de Derechos Humanos, y el esquema –dibujos incluidos- de un invento contra los mosquitos, moscas y moscardones. También una copia de los planos ultrasecretos de un lanzacohetes para la defensa del Estrecho de Gibraltar, con la indicación de que los hagan llegar sin pérdida de tiempo al Alto Estado Mayor del Ejército Español.
Por segunda vez en el día, el General ha sido trasladado al hospital.


49 años. Con diagnóstico de esquizofrenia.

Pero yo veo que hay tantas cosas que son mucho más difíciles de aceptar y comprender, y todo el mundo las admite sin discutir. Yo maté, según dicen, a una mujer, dentro de un sanatorio psiquiátrico civil. Que matara yo o lo hiciera mi enfermedad es lo de menos: hubo una muerte. Y eso es grave: de acuerdo. Pero fuera, en la calle, las muertes se contabilizan por cientos y por miles; las muertes se firman por decreto o se aceptan por estrategia militar, se consienten por política o se deciden por intereses económicos. La gente las ve en las pantallas de sus televisores mientras come y el espectáculo no les estropea la digestión. Y a los que las firman, las decretan, las instigan, las consienten o las llevan a cabo no los internan en manicomios. No, todo lo contrario: les conceden honores militares y condecoraciones, les hacen estatuas, les aumentan el sueldo y los aúpan a puestos de mayor responsabilidad desde donde podrán matar más, mejor y más impunemente. ¿Estoy yo loco, seguro? Yo lo veo de otra manera: yo veo que hay un desequilibrio, un desenfoque y una tabla de valores mal aplicada. Un muerto es algo grave que merece veinte años de cárcel… pero cien mil muertos no pasan de ser una noticia del telediario. ¿Y quieren que eso sea fácil de aceptar?


Todo comienza cuando yo me caso. La mujer del sueño ¿quién era? No lo recuerdo. Sólo que gente tan importante como el Papa y Michael Jackson venían a mi boda.
La ceremonia comienza, y el Papa empieza a cantar cuando poco a poco fui ascendiendo hasta casi el techo de la iglesia junto con la chica con la que me casaba y con Michael Jackson.
Cuando el acto de la comunión, el Papa me entregaba las llaves del cielo y yo podía acabar con las guerras.
Me fui a USA y canté con Michel Jackson, y en todas las actuaciones nos elevábamos. Era el espectáculo más famoso del mundo y yo la persona más popular. Empecé a hacer cine y me hice con mucha pasta.
Me gustaría que esto llegase a manos de M. Jackson, tener una entrevista con él y que me ayudara a descifrar este sueño que me tiene pero que muy intrigado. Sé que no es empresa fácil, pues soy un preso y no puedo ponerme en contacto con él.
Pido a los medios de prensa me ayuden a que estas cuatro líneas lleguen a este señor, y que en el futuro pueda hacer el sueño realidad.


Si no viene el cónsul, me suicido. El machaca de ellos viene dos veces mirarme na más.
Yo estaba mosqueado. Yo hablé con él: ¿de qué van ustedes, de priva y de mujeres? Él hablarme: mujeres, sí; priva, no. Yo pedí máquina de escribir. Él preguntarme: ¿vas a escribir tu vida? Yo hablar que escribir fantasía. El cónsul que vino tienen miedo de mí, porque darme un nombre falso.
Estoy amargado, chachi, no tomarme como un loco.
Estoy amargado. Llevo mucho tiempo así, amargado. Con un baldeo (pincho carcelario, n. de tort.) en la mano, quitar pastillas y tragarlas. Me suicido con pastillas na más.
Quiero estar con mis colegas, también amargados. Ninguna ayuda. Matar gratis, te lo juro. Mandar esto a la Junta de Tratamiento: está loco Keroni.

K.F.

NOTA: Este preso, de nacionalidad argelina, esperó cinco años en vano una máquina de escribir que no le proporcionaron ni su consulado ni el MDA (resistencia del expresidente Ben Bella). Fue tan repetidamente agredido y golpeado que, cambiando una sola letra de su apellido, se le rebautizó como “Fatal”. Hace un año que está muerto.


El que los enfermos mentales –que tras cometer un hecho delictivo no fueron condenados, a causa de su enfermedad, y sí ingresados en un Sanatorio Psiquiátrico Penitenciario “para su tratamiento hasta su curación” (internados judiciales del Art. 8-1)-, permanezcan bajo la exclusiva tutela de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, comporta para ellos una clara indefensión; sirva de ejemplo esclarecedor al respecto lo siguiente: en el Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla (…) tres médicos sin titulación psiquiátrica han venido administrando fármacos, decidiendo tratamientos y firmando informes con plenos poderes. La conclusión es obvia: el preso, que se ve condenado a una asistencia institucional penitenciaria, puede ser puesto en manos de médicos generalistas que decidirán su tratamiento psiquiátrico. Su derecho a la salud, por tanto, no precisa garantías acreditadas oficialemente.
Queda así demostrado que la arbitrariedad de la Dirección General es total con respecto al tratamiento de los enfermos mentales puestos bajo su responsabilidad. La legalidad es transgredida cuando interesa por cualquier motivo -político, regimental, etc-…

(…)

Es decir, que los internados judiciales, siendo enfermos reconocidos por la ley desde un principio (y por lo tanto ininputables o no condenables por ella en ningún caso, n. de tort.), sufren la totalidad de un régimen carcelario –recuentos, cacheos, sanciones, partes, aislamientos, castigos, etc-, pero ninguna de las ventajas que disfruta cualquier preso español: (…) redención de condena por el trabajo, derecho de progresión de grado, a sección abierta, a permisos, a indultos parciales, a subsidio de desempleo tras la excarcelación…(algunas de estas ventajas han sido modificadas o suprimidas en posteriores reformas del código penal, n. de tort.)

(…)

Con respecto a los internados judiciales, está claro que deberían ser tratados en centros exclusivamente sanatoriales, fuera de todo régimen carcelario; centros dotados de las máximas medidas de seguridad, que garantizasen su custodia, pero que también garantizasen un tratamiento únicamente médico, ya que la ley no los considera reos de delito, y por lo tanto es un contrasentido legal el castigarlos por algo que no les han podido imputar.


De postre, copiamos este artículo lleno de fotos que nos hemos encontrado buceando por internet:

69. Locos y asesinos.

“Locos y asesinos”, sin ambages ni pudores. Directamente y sin mayores contemplaciones titulaba así Interviú un artículo en 1984, aclarando: “por primera vez entramos en una cárcel-manicomio”. El artículo escrito por Ángeles Cáceres y fotografiado por Paco Elvira encerraba entre sus páginas algo más que el amarillismo y tremendismo que podíamos esperar en una primera impresión.

Leemos: “El psiquiátrico penitenciario de Fontcalent (Alicante), rompe todos los esquemas, no sólo carcelarios, sino incluso sanatoriales, del país. En un clima democrático y antirrepresivo, una comunidad de psicóticos –entre los que hay homicidas, drogadictos, terroristas, atracadores, desviados sexuales, ladrones, etc.-, se enfrenta a una realidad distinta de la que conocían, bajo un régimen en el que son tratados –muchos de ellos por primera vez en su vida- como verdaderos seres humanos. Interviú convivió con ellos durante dos días”.

Hace unos días, el interno, armado con un cristal que logró romper a pesar de ser blindado, retaba a todos a acercarse a él para rebanarles el cuello. Lo reconoce: “Esta vez me he pasado”, dice con los brazos segados a tajos.

A diferencia de lo que suele ser habitual cuando se trata de fotografiar una institución psiquiátrica, en esa ocasión los periodistas tuvieron abiertas las puertas de par en par para que pudieran realizar s trabajo con toda libertad: “que estén el tiempo que quieran y hablen con quien les parezca; pueden fotografiarlo todo; pero que les pregunten antes”.

A partir de ahí, la truculenta descripción de 8 historias de otros tantos penados que, sin embargo y desde la perspectiva actual, no eclipsan la importancia que tiene el artículo como testigo de una época de esperanza e ilusionados cambios asistenciales.





Espíritu impulsor de Fontcalent.

Aquellos dos días pasados en Fontcalent tuvieron que ser una experiencia profunda para la periodista. “Arañamos la corteza dolorida de un conjunto de ruinas humanas –oficialmente locos, jurídicamente delincuentes- que se nos acercaban lastimeros y ansiosos, mendigando ser escuchados. Tratamos de atender al mayor número posible y al final trasladamos a papel couché una docena de tragedias y un puñado de rostros deformados por la locura y la falta de libertad. El resto quedó dentro”.

Ese gusanillo fue el que le llevó a solicitar de nuevo su entrada al hospital penitenciario, esta vez durante “once largos meses” en que también gozó de total libertad, si bien incómoda para algunos funcionarios, para desenvolverse por el interior del recinto. En esta ocasión el fotógrafo fue Jaime Franco Garbí, que realizó su trabajo en tres fases con cortos desplazamientos desde Barcelona.

“Me acerqué tanto que llegué a perder la perspectiva… se convirtió más en una efusión que en una reflexión: no se puede convivir casi un año con unos hombres que sufren sin implicarse en su sufrimiento. No era, por tanto, un testimonio objetivo.”.

Esto llevo a dilatar durante tiempo y tiempo la publicación de lo vivido, acrecentado todo ello además con el deseo de comprobar si en ese tiempo “se realizaba o se abortaba el hermoso proyecto de Comunidad Terapéutica en el que un director y una médico estaban embarcados poniendo en juego su futuro profesional y hasta su integridad física".

Finalmente el libro vio la luz en noviembre de 1991. Habían pasado 5 años, Daniel Ramírez había sido cuestionado y sustituido, mientras Angeles López vio como su campo de acción se restringía. El Sanatorio Psiquiátrico penitenciario de Fontcalent no se consolidó como Comunidad Terapéutica, sino que había derivado en una amarga cárcel manicomio que en esos momentos ostentaba uno de los mayores índices de suicidios y muertes violentas en el mapa penitenciario español.

“Los habitantes del pozo no es otra cosa que la voz de esos hombres: desgarrada, procaz, soez, violenta, desesperada, rebelde… y al mismo tiempo emocionada, cálida, enamorada incluso, a veces tierna: sencillamente humana”. A lo largo de sus páginas se desgranan historias, generalmente duras y escabrosas, y las diferentes percepciones que la autora, posiblemente sobreidentificada con los internos, tiene de los “loquillos”, “Kies” y psicópatas, “destinos”, “funcionarios” y “psicólogos”.






En Mayo de 2005, el capellán de la institución denunciaba en el Juzgado de Guardia que un grupo de funcionarios maltrataba sistemáticamente a los internos, advirtiendo asimismo al juez de ser él mismo coaccionado con amenazas para que abandonase el Centro.

Información. 25 mayo 2005.

Investigado el asunto por el Defensor del Pueblo, finalmente el juez archivó la denuncia por falta de pruebas. Aún así, la precariedad y dudas acerca de la adecuación asistencial subsisten desde entonces.

http://psiquifotos.blogspot.com/200...


Ver también:

El capellán del psiquiátrico penitenciario de Fontcalent denunció en el juzgado que un grupo de funcionarios maltrata sistemáticamente a los internos

Comentario de un ex-preso del psiquiátrico penitenciario de Foncalent (Alacant)

Un interno del psiquiátrico de Fontcalent denuncia a 5 funcionarios por presunto maltrato

"Yo estoy convencido de que malos tratos no hay": entrevista al nuevo director del Psiquiátrico Penitenciario de Foncalent


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  • Comparto lo que dices, Pablo. Es un libro lleno de humanidad.
    Creo que es una descripción del psiquiátrico de Fontcalent muy humana y nada morbosa o peliculera. Por eso emociona, porque son historias de verdad: algunas hacen reir, otras, reflexionar, y otras, llorar.
    A mí me encantó.

    Un abrazo