La fi lo món - Tortuga
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La fi lo món

Jueves.9 de enero de 2020 358 visitas Sin comentarios
Julio Ramírez, Tortuga. #TITRE

Como individuo humano quiero sumarme a los líderes mundiales en su preocupación por las consecuencias que nos traerá el cambio climático. Y, aunque no se me ha invitado a cumbre alguna también quiero hacer públicas mis ponderadas reflexiones sobre este estremecedor devenir.

Como comienzo en mis divagaciones destaco que el cacareado cambio climático NO ES sólo UN PROBLEMA ECOLÓGICO, es más bien un problema LÓGICO.

Vamos, de lógica aristotélica aplastante. Todo un silogismo. En resumen:

Los ejércitos amparan y defienden la libertad, la democracia, el libre comercio, el expolio mineral, vegetal y animal….vamos, el capitalismo.
El capitalismo feroz (el pobre no tiene otra manera de ser, es su naturaleza) es la causa del cambio climático.
Por tanto, los ejércitos defienden y amparan el cambio climático.

O sea:

A implica B
B implica C
luego A implica C

Este aplastante problema lógico que nos atañe a todos no suele aparecer en los sesudos informes climáticos, ni en las toneladas de artículos diseccionando la cuestión, ni en las verdades incómodas de Al, ni en las cumbres borrascosas patrocinadas, entre otras joyas, por ibertrola (colaboradora de “universo mujer”), ni en los gritos de Greta.

Así pues, me he de amparar en textos bastante anteriores que sí parecen darse cuenta de la verdadera génesis del tema que señalo:

Gautama, el Buda, enseñaba la doctrina de la Rueda de los Deseos,
a la que estamos sujetos, y nos aconsejaba liberarnos de todos los deseos para así,
ya sin pasiones, hundirnos en la Nada, a la que llamaba Nirvana.

Un día sus discípulos le preguntaron:

«¿Cómo es esa Nada, Maestro? Todos quisiéramos
liberarnos de nuestros apetitos, según aconsejas, pero explícanos
si esa Nada en la que entraremos
es algo semejante a esa fusión con todo lo creado
que se siente cuando, al mediodía, yace el cuerpo en el agua,
casi sin pensamientos, indolentemente; o si es como cuando,
apenas ya sin conciencia para cubrirnos con la manta,
nos hundimos de pronto en el sueño; dinos, pues, si se trata
de una Nada buena y alegre o si esa Nada tuya
no es sino una Nada fría, vacía, sin sentido.»
Buda calló largo rato. Luego dijo con indiferencia:
«Ninguna respuesta hay para vuestra pregunta.»

Pero a la noche, cuando se hubieron ido,
Buda, sentado todavía bajo el árbol del pan, a los que no le
habían preguntado
les narró la siguiente parábola:
«No hace mucho vi una casa que ardía. Su techo
era ya pasto de las llamas. Al acercarme advertí
que aún había gente en su interior. Fui a la puerta y les grité
que el techo estaba ardiendo, incitándoles
a que salieran rápidamente.

Pero aquella gente no parecía tener prisa. Uno me preguntó,
mientras el fuego le chamuscaba las cejas,
qué tiempo hacía fuera, si llovía,
si no hacía viento, si existía otra casa,
y otras cosas parecidas. Sin responder,
volví a salir. Esta gente, pensé,
tiene que arder antes que acabe con sus preguntas.
Verdaderamente, amigos,
a quien el suelo no le queme en los pies hasta el punto de
desear gustosamente
cambiarse de sitio, nada tengo que decirle.»
Así hablaba Gautama, el Buda.

Pero también nosotros, que ya no cultivamos el arte de la paciencia
sino, más bien, el arte de la impaciencia;
nosotros, que con consejos de carácter bien terreno
incitamos al hombre a sacudirse sus tormentos; nosotros
pensamos, asimismo, que a quienes,
viendo acercarse ya los escuadrones
de bombarderos del capitalismo,
aún siguen preguntando cómo solucionaremos tal o cual cosa
y qué será de sus huchas y de sus pantalones domingueros
después de una revolución,
a ésos poco tenemos que decirles.

Bertolt Brecht

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