La crisis de nuestras vidas (V y final). Con la boca tapada - Tortuga
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La crisis de nuestras vidas (V y final). Con la boca tapada

Martes.30 de junio de 2020 717 visitas - 1 comentario(s)
Vicent Teulera, Tortuga. #TITRE

9- Sin contestación

Acabando ya esta larga reflexión que me han encargado los amigos de Tortuga, creo que es pertinente hablar también de cómo han reaccionado los sujetos más o menos críticos o inconformistas con el sistema ante las medidas que se han decretado e implementado a lo largo de la crisis del covid. Para ello conviene diferenciar varias etapas, puesto que los sentires y las públicas expresiones del pensamiento de muchas personas, incluyéndome a mí también, han experimentado importantes evoluciones a lo largo de todos estos meses.

Cuando se decretó el estado de alarma con sus medidas de confinamiento general, allá por el mes de marzo, puede decirse que, haciendo buenas las tesis de Naomi Klein, la sociedad entera entró en estado de shock. Y con ella, la izquierda en pleno. Ante una situación inédita, ante una amenaza de potenciales consecuencias de carácter desconocido, ante la mayor de las incertidumbres acerca de lo que estaba por venir, el que más y el que menos, siquiera por prudencia elemental, se abstuvo de protestar y de disentir frente a las medidas de profilaxis social adoptadas. Ayudó mucho a ello, desde luego, como he comentado en epígrafes anteriores, la, también inusitada, propaganda institucional que, más que nunca, inyectó a diario dosis ingentes de miedo desde los medios de comunicación.

El contexto de ese momento, extendido aproximadamente durante dos meses, como también hemos dicho arriba y ustedes recordarán, supuso un recorte de derechos y una militarización social sin precedente alguno. La clase gobernante emitió decreto tras decreto con el fin de someter a la población a un férreo control, especialmente en cuanto a su libertad de movimiento. Tales medidas sumieron a la sociedad del estado español en un tipo de realidad política más comparable con las pesadillas distópicas de la ciencia ficción que, incluso, con las peores dictaduras del presente y el pasado. Especialmente dolorosa me resulta la memoria de aquellos días en los que las calles eran coto vedado para el continuo patrullar de policías y militares. Cuerpos violentos del Estado, enseñoreados ante el protagonismo y centralidad social que se les había otorgado y, a causa de ello, más propensos que nunca a la arbitrariedad y el abuso.

También hay que recordar una vez más que, ante un escenario no tan diferente en los diversos Estados, no todos los gobiernos actuaron de la misma forma. Tampoco olvidar, como asimismo hemos comentado, la permanente falta de transparencia o de cualquier asomo de concertación o proceso democrático a la hora de adoptar e implantar todas estas decisiones.

Ante un escenario de tal gravedad desde el punto de vista político, ante la adopción de medidas de carácter extremado que, pese a su prometido carácter provisional, cabía interpretar que forzosamente, como así ha ocurrido, habían de dejar secuelas en forma de derechos menguados o extinguidos, ¿dónde estaba la izquierda?, ¿dónde los movimientos sociales? ¿Qué decían los anarquistas?

Lo cierto es que a lo largo de esos meses en los que los hospitales estuvieron al límite, cuando no sobrepasados, y la lista de personas fallecidas a causa del virus no dejaba de aumentar día tras día, pocos se atrevieron a ejercer el menor reproche. Con alguna que otra excepción, ni siquiera resonaron, al menos con claridad crítica, las voces procedentes de esa tribu urbana que ve conspiraciones por todas partes y que hoy clama vigorosamente contra lo que interpreta como el "engaño" del covid. Tampoco se escuchó a los portavoces de la derecha cavernaria. Y mira que éstos no pierden ocasión para tratar de hacer leña del gobierno "progresista"; acción que, por otra parte, sí emprendieron más adelante, en el llamado "proceso de desescalada", aprovechando un nuevo estado de ánimo y una mayor relajación social. En ese momento del que hablamos, el del "quédate en casa", no hubo "cayetanos" ni "migueles bosé" que se atrevieran a nadar en contra de una corriente tan poderosa.

Barrio de San Lorenzo, Roma, 11 de abril de 2020. Un enorme despliegue policial bloquea las calles del barrio para identificar a los participantes del funeral de Salvatore Ricciardi.

A diferencia de lo ocurrido en otros países de cerca y de lejos en los que, si bien escasa y puntual, sí hubo cierta protesta, incluso desobediencia organizada, por parte de algunos grupos de la izquierda radical, en el estado español dicha confrontación brilló por su ausencia. No es que dejara de haber cualquier tipo de acto reivindicativo o de denuncia en la vía pública, es que ni siquiera se trasladó la posible contestación a ese mundo virtual cibernético en el que se hallaba obligadamente instalada toda dimensión social en dichos momentos. No recuerdo haber leído posicionamientos "oficiales" de ninguna organización comunista, anarquista... criticando el recorte de derechos civiles y la imposición indefinida de un estado de excepción de carácter dictatorial. Si acaso alguna, no muy estridente, voz de orientación sindical sugiriendo medidas de protección sanitaria para los trabajadores, o laboral en el caso de los afectados por los ERTE. Sobre precarias de la economía sumergida, inmigrantes sin papeles, personas presas..., sin duda las más perjudicadas por el confinamiento, entre media y ninguna palabra. No ayudó a ello, desde luego, que el ente encargado de aplicar estas medidas, como digo, de carácter fuertemente autoritario, fuese un gobierno "de izquierdas". Muchas nos preguntamos cuál habría sido la percepción, el sentir y el posicionamiento de mucha gente ante estas circunstancias vividas si la dirección del país hubiera estado en manos de la derecha oficial. Podría decirse que ha sido una enorme suerte para "el poder" que esta imprevista crisis, por otra parte bien aprovechada para aplicar una gran vuelta de tuerca a toda la serie de aspectos sociopolíticos que hemos ido desgranando en las entregas anteriores, encontrara gobernando a la facción menos rancia de las dos del PSOE y a Pablo Iglesias en el puesto de vicepresidente.

Ni siquiera desde el antimilitarismo, aprovecho para decirlo ahora que estamos en una página de dicha adscripción, tan abanderado siempre del concepto "desobediencia", surgieron voces denunciando la situación e invitando a resistirla: alguna tímida especulación teórica al respecto, alguna denuncia de abusos policiales puntuales, alguna crítica al despliegue de la UME y, eso sí, toneladas de quejas por el uso de una metáfora de carácter bélico por parte del gobierno a la hora de referirse a la lucha contra la pandemia.

No acaba ahí la cosa. Muchos izquierdistas, sobre todo aquellos a los que la situación no les causó ningún perjuicio laboral o económico, en lugar de indignarse, preocuparse y, tal vez, movilizarse ante lo que estaba sucediendo, prefirieron apostar por lo que interpretaron como "el lado bueno" de la crisis: Los cielos que se limpian, los animales que vuelven a las ciudades, las industrias detenidas... Frenazo al estrés, a las actividades y el consumo compulsivo... De esa manera "compraron" el discurso del pensamiento positivo intensamente promovido por la propaganda institucional ("esta crisis la superamos unidos", "todo irá bien"...) e, incluso, por la publicidad comercial (esos anuncios repletos de ternura y humanidad...). Para no pocos, el confinamiento fue la ocasión de encontrar tiempo para sí mismos; para leer, pensar, escribir, cocinar, cultivarse... Y también para recuperar el vínculo y el cuidado, eso sí, a distancia, de sus amistades y relaciones familiares. En definitiva, una crisis aprovechable para reflexionar, hacer propósito de enmienda y, así, poder ser mejores personas y mejor sociedad. En fin, qué quieren que les diga. Bueno, sí, dos cosas: Diría a toda esa gente que ha apostado por verlo así que: Uno: tal vez deberían pensar un poco en la, al parecer, insatisfactoria vida que llevaban y a la que probablemente estarán regresando en estos momentos, si no lo han hecho ya, a ver porqué tiene que ser como es y porqué no son capaces de cambiarla sin un confinamiento de carácter obligatorio. Y dos: deberían plantearse el atraco bancario como profesión. En el caso de no ser atrapados pueden amasar una gran fortuna dignamente obtenida robando a los más ladrones de todos, y en el caso contrario disfrutar de las ventajas de una larga reclusión en la prisión para poder acometer todos esos proyectos de autoconstrucción personal.

10. La nueva normalidad

Cuando, más o menos a mediados del mes de mayo, tras decaer la curva de la pandemia, se puso en marcha el llamado "proceso de desescalada" y, gradualmente, se fueron levantando muchas de las restricciones impuestas, el estado emocional de shock y pánico de la población se atemperó y ello dio pie a un escenario más propicio para expresar la disconformidad. Ahora es cuando surgen con fuerza los llamados "capitán aposteriori" y los "donde dije digo, digo diego". Las fuerzas conservadoras, como decía, reanudan su cansina y pertinaz labor de zapa del gobierno socialdemócrata (y los simpatizantes de éste último su, no menos cansina, defensa a ultranza del mismo), al tiempo que resurge con fuerza el movimiento "holístico-conspiracionista" (la verdad es que no sé cómo nombrarlo sin descender de lo descriptivo a lo peyorativo), vigorizado en este nuevo contexto tan propicio y abonado para quienes su forma de comprender el mundo es la sistemática sospecha y negación de toda forma oficial o mayoritaria de interpretar cada cosa. Pero, aunque, con cuentagotas, se leen artículos cuestionadores del aprovechamiento que el sistema ha hecho de la crisis para aumentar el control social, y comunicados en dicha línea de carácter libertario, sigue sin aparecer en internet (mucho menos en las calles) un posicionamiento crítico y opuesto, desde algún tipo de izquierda radical (hoy más ocupada, al parecer, en la revisión de la estatuaria urbana), al autoritarismo que hemos vivido y a los vestigios que de él han quedado y que denominan "nueva normalidad". Al menos a mi no me consta. Que tal cosa sea así, desde luego, no indica nada bueno con respecto a la salud y vigencia de dichos movimientos y colectivos.

Y hablando de nueva normalidad, aunque oficialmente ya no hay "alarma", como alguien ironizaba en internet, cabe mantenerse alarmados puesto que sigue el "Estado". Y éste es hoy más poderoso que ayer, siendo nuestros derechos y libertades menores que antes de la crisis, y estando nuestros hábitos y patrones vitales más sometidos a su control que nunca. Más allá de la verdadera peligrosidad actual del coronavirus, de si, desde un punto de vista puramente médico, resultan necesarias o son (interesadamente o no) exageradas las medidas de distanciamiento vigente, la pedagogía social que resulta de la imposición de la mascarilla, la distancia personal, todas esas normas para desenvolverse, esas líneas que compartimentan, que prohíben..., el hábito de vigilarse y denunciarse unos a otros... es verdaderamente atroz y de consecuencias tan incalculables como difícilmente reparables. Resulta más que triste comprobar como la inmensa mayoría de la población, supuestos izquierdistas incluidos, parece sentirse perfectamente adaptada, incluso cómoda, en la nueva situación. Pareciera por momentos que la gente haría sin rechistar cualquier cosa -andar de puntillas, dejar de cantar, usar solo prendas de licra...- que desde el gobierno se decretara bajo el paraguas discursivo de contener el virus covid. Ciertamente, permítaseme el pesimismo, si no hacemos algo para remediarlo, el futuro es inquietante. Y la culpa no es de ningún virus.

FIN


Ver también:

La crisis de nuestras vidas (I)

La crisis de nuestras vidas (II). Vivir y morir

La crisis de nuestras vidas (III). Todos a la cárcel

La crisis de nuestras vidas (IV). Un mundo virtual

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