La crisis de nuestras vidas (III). Todos a la cárcel - Tortuga
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La crisis de nuestras vidas (III). Todos a la cárcel

Lunes.8 de junio de 2020 303 visitas Sin comentarios
Vicent Teulera, Tortuga. #TITRE

6. La cultura de la vigilancia y la delación.

A mi modo de ver, si algo ha quedado palmariamente demostrado a lo largo de esta crisis es que el espíritu policial prepondera ampliamente en nuestra sociedad. La llamada "Gestapo" o "Stasi" de los balcones, es decir, toda esa gente que se ha sentido impelida a la colaboración ciudadana con las fuerzas policiales en la tarea de que ningún ciudadano se saltara un pelo los decretos de confinamiento, ha sido triste protagonista del periodo de cuarentena. El señalamiento y la vigilancia se ha hecho desde ventanas y balcones, a grito pelado o mediante oportuna llamada delatora al 091, así como desde las redes locales y no tan locales de internet, espacios donde se ha animado una y otra vez a la denuncia, al tiempo que se han organizado auténticos linchamientos virtuales de las personas infractoras. La propia policía ha llegado a expresar el hecho de verse superada por tanta llamada delatora que no tenía capacidad de atender. Cabe buscar también alguna clave psicológica de este comportamiento social en una suerte de envidia malsana o mezquindad: "Todos moros o todos cristianos". "Si yo me jodo y me quedo confinado, tú no vas a ser menos".

Lejos de estremecerse y escandalizarse por la presencia de patrullas militares y policiales recorriendo las calles vacías, una significativa mayoría de opinantes ha expresado, no solo su contento con tal situación, sino su público aplauso a los uniformados desplegados, a quienes, a tal fin, se ha llegado a comparar, en cuanto homenajes, con las personas trabajadoras del sector sanitario que enfrentaban la situación más complicada de la crisis en los hospitales. Ni siquiera la divulgación de recurrentes imágenes sobre abusos policiales, o el continuo goteo de decretos en el BOE facultando a la autoridad gubernamental a entrometerse en más y más espacios de la intimidad y privacidad de la ciudadanía, ha sembrado en la mente de todas estas personas la menor sombra de duda sobre lo oportuno del estado policial y militar que hemos vivido y cuyas secuelas nos siguen acompañando. Curiosamente, ironías de la vida, muchos de estos sujetos son los que en el llamado "periodo de desescalada" se manifiestan contra el gobierno por las calles y golpean cacerolas en sus balcones en defensa de "la libertad".

El sociólogo menos avispado, sin duda, tiene fácil interpretar todos estos hechos como una preocupante deriva de la población hacia formas crecientemente autoritarias de entender la dimensión política de la sociedad. Teniendo en cuenta que lo propio y natural de los poderes políticos y económicos constituidos es procurarse cada vez mayores márgenes de actuación en detrimento de los derechos y libertades individuales, esta confluencia de deseos e intereses apunta a un escenario futuro de inquietante carácter totalitario. Espero equivocarme en tal pronóstico.

7. Otra vuelta de tuerca

Es pertinente la discusión sobre si la gravedad de lo que era amenaza y luego se materializó, la pandemia del coronavirus, requería adoptar medidas de profilaxis social como las adoptadas. Si no hacían falta en absoluto o si, al menos, podían haber sido distintas, similares a las aplicadas en otros lugares del mundo, en lugar de ese duro y largo confinamiento decretado por el gobierno español. Pero, poniéndonos en el escenario de que, efectivamente, ha sido el confinamiento con su constelación de medidas de distanciamiento personal, la estrategia que ha minimizado el impacto de la epidemia sí cabe ser críticos con la forma en que éste ha sido instaurado. En primer lugar, huelga decirlo, cualquier asomo de democracia ha brillado por su ausencia. El llamado "estado de alarma" ha autofacultado al gobierno a implantar todo tipo de medidas fundamentadas en la pura coerción. No ha habido suficiente suministro de información, deliberación social o algo que se pareciera a un proceso incluyente de toma de decisión. El gobierno ha decretado medidas extremas que, sí o sí, han debido ser obedecidas sin la más mínima pregunta ni el más mínimo cuestionamiento. Y si no, multazo. Y a la segunda, detención. Y punto. Resulta irónico, por no echarse a llorar, que los súbditos de un régimen así, sigan pensando que el nombre más adecuado para él es "democracia".

Cabe pensar que la instauración de semejante estado policial, además, resultaba innecesaria. Con la debida información y la transparencia precisa para asegurar que la población conoce suficientemente el riesgo que comporta el coronavirus, es de creer que la inmensa mayoría, desde su propia decisión libre impelida por la responsabilidad y no por la coerción, hubiera colaborado a aminorar los efectos de la epidemia adoptando las medidas necesarias de distanciamiento social. Sin duda, una minoría, creo que pequeña, hubiera seguido con su vida normal comportándose con irresponsabilidad y egoísmo. Seguramente mucha gente que me lea sea de la opinión contraria: sin las prohibiciones y las multas la gran mayoría no habría hecho nada para impedir la propagación del covid. Insisto en mi opinión de que ese comportamiento insolidario e irresponsable habría sino netamente minoritario (1). De hecho, pienso que esa visión pesimista del comportamiento social forma parte de la propaganda del poder, dada su evidente capacidad de constituirse en coartada para el dirigismo y el autoritarismo. ¿Habría sido determinante esta minoría para que no se pudiera contener la epidemia? Para valorar eso se necesitaría mucha información técnica, pero viendo lo sucedido en otros países en los que se han adoptado medidas menos estrictas, puede pensarse que no.

Los palmeros de este gobierno "de izquierdas" y la propia cúpula del consejo de ministros, han parapetado sus arbitrios en una supuesta comisión de expertos asesores, procedentes del mundo de la medicina y las epidemias; de la ciencia en definitiva. Así, el discurso construido y propagandeado ha sido que las duras medidas no emanan de los gobernantes sino del imperio de la rigurosa valoración de los especialistas. Un reputado epidemiólogo, en funciones de portavoz y de recomendador de unas y otras cosas, ha sido durante todo este tiempo el encargado de dar verosimilitud a la puesta en escena. Dicha puesta en escena, por cierto, tiene su miga. El sacerdote de las verdades científicas en las que todos hemos de tener fe a diario (aunque dichas verdades -versen sobre recuentos de muertos, lo hagan sobre la eficacia y necesidad de mascarillas- sean más erráticas que las escopetas de feria), comparecía cotidianamente flanqueado por los sacerdotes de las porras y las multas, quienes llegaban verdaderamente a eclipsarle en el momento en que facilitaban las morbosas cifras diarias de ciudadanos abordados, multados, detenidos... fusilados, faltaba decir.

Ese escudarse en científicos expertos ha tenido mucho de trampa. Cabía pensar que siendo motivaciones racionales objetivas y no cálculos de tipo político el foco de donde emanaban las decisiones adoptadas, la más absoluta transparencia debía haber presidido el proceso. En realidad ha sucedido lo contrario y una cortina de espesa opacidad ha ocultado a la población el cocinado de las medidas a aplicar. No ha podido saberse qué nombres estaban en o detrás de la comisión de asesores del gobierno, si había unanimidad entre ellos, qué tipo de opciones barajaban, en base a qué criterios decidían y descartaban unas y otras cosas, porqué sus decisiones diferían de las adoptadas en otros países y un largo etcétera. Dichas decisiones -de obligado cumplimiento- se han suministrado perfectamente acabadas y sin aportar información alguna acerca de cómo se ha llegado a ellas. En definitiva, la carta de los "expertos" ha sido una perfecta coartada para hurtar a la población cualquier posibilidad de opinar y decidir.

El arresto domiciliario masivo, más allá de sus necesidades y motivaciones, ha constituido un gigantesco experimento social, inédito en la historia reciente, que, entre otras cosas, ha medido la capacidad del poder de imponer al conjunto de la población un confinamiento de duración indeterminada, así como el grado de sometimiento de dicha población a esas medidas de carácter semicarcelario, de fuerte impacto en sus vidas y economías, y sobre las cuales, como digo, no ha tenido la menor posibilidad de opinar y decidir. Las medidas decretadas, además, han tenido un carácter arbitrario y discrecional que, por no distinguir situaciones particulares e instaurar una suerte de "café para todos", en muchos casos han resultado, más que absurdas, obtusas.

El confinamiento, en unos y otros países, ha venido acompañado de un conjunto de medidas (en España implantadas mediante decretos no especialmente publicitados) que pretenden aprovechar los últimos avances de la tecnología cibernética para facilitar a la gobernación cuantos más datos personales de la población mejor. De esta forma, aprovechando la crisis del covid, se ha producido un importante avance en el proceso de desmantelamiento del derecho a la privacidad.

Todas estas realidades que acabo de enumerar, las cuales alumbran un nuevo escenario sociopolítico, han sucedido sin que se hayan dado en la práctica respuestas, contestaciones y resistencias, más allá de algún hecho muy puntual o minoritario, o de aprovechamientos partidistas y carroñeros en el proceso de desescalada. Ello me resulta más que preocupante.

Continuará...

Nota:

1-De hecho estoy por decir que muchos comportamientos individuales y grupales imprudentes como los que los medios de comunicación señalan sin cesar en el actual periodo de desescalada (los cuales siguen siendo minoritaria excepción a pesar de la propaganda que se les hace) tienen más que ver con la general infantilización de la población, acostumbrada a la disciplina y a la obediencia y nunca a valorar y ponderar las cosas por sí misma para poder actuar en consecuencia.


Ver también:

La crisis de nuestras vidas (I)

La crisis de nuestras vidas (II). Vivir y morir

La crisis de nuestras vidas (IV). Un mundo virtual

La crisis de nuestras vidas (V y final). Con la boca tapada

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