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La batalla cultural del colonialismo

Sábado.12 de octubre de 2024 231 visitas - 1 comentario(s)
La dictadura franquista impuso un legado colonial en las instituciones culturales, memorísticas y científicas, que aún perdura. #TITRE

Javier García Fernández

Las declaraciones del ministro Ernest Urtasun sobre los planes del Ministerio de Cultura para superar el marco colonial de los museos españoles han vuelto a provocar una oleada de pánico entre los historiadores conservadores españoles. En concreto, el pánico se ha extendido en el entramado de divulgación histórica española y los medios de comunicación conservadores. Lo mismo ocurrió hace unos meses cuando su homólogo en la anterior legislatura, Miquel Iceta, se atrevió a afirmar tímidamente la necesidad de revisar las visiones coloniales en las colecciones estatales. Si bien es cierto que estamos asistiendo a un arrebato de la derecha historicista, académica y divulgadora, no es menos cierto que la izquierda no tiene la misma capacidad de reacción ante esta cuestión.

En cuanto a si España tuvo o no colonias, el debate en sí es una falacia. Lo importante no es si las llamamos virreinatos (como la Corona de Castilla llamó a los territorios americanos), colonias (como se llamó a Cuba, Puerto Rico y Filipinas), protectorados (como se llamó al Marruecos español), provincias de ultramar (como se llamó a Guinea ecuatorial y al Sáhara español), regiones ultraperiféricas (como la Unión Europea llama actualmente a las Islas Canarias) o ciudades autónomas (como se llama a Ceuta y Melilla). El concepto de colonia hace referencia a una situación de dominación extranjera de un territorio mediante el control militar, la dominación política, la dependencia económica y el desprecio cultural. En este sentido, la Corona de Castilla, la Monarquía Hispánica y el Reino de España han tenido territorios dominados colonialmente durante los últimos quinientos años.

Parte de la sociología histórica y de la historiografía moderna coinciden en que la Corona de Castilla fue la primera autoridad política en Europa que tuvo territorios colonizados desde la perspectiva moderna del término, es decir, dominación colonial asociada a explotación económica, genocidio cultural y subordinación política. Y esas primeras experiencias de dominación política que Castilla y Aragón desarrollaron en el norte de África, el Caribe y América Latina se habían puesto a prueba durante la conquista de Al-Andalus, que fue el laboratorio fundamental para la formación de las políticas coloniales que más tarde se desarrollarían fuera de la península. Me refiero a la división racial, a la economía política del despojo y reparto de tierras por derecho de conquista y a la subordinación de los territorios a la autoridad política conquistadora.

La conquista, presencia y explotación peninsular del Caribe y América Latina fue fundacional de lo que llamamos modernidad occidental (que incluye el capitalismo histórico, la política de división racial y el patriarcado occidental-cristiano). Sin embargo, lo que comúnmente se conoce en las ciencias sociales como colonialismo contemporáneo o imperialismo fue el modo específico de dominación colonial que comenzó a producirse tras la crisis del Imperio español en el siglo XVIII y la nueva hegemonía internacional de naciones del norte de Europa como Francia, Gran Bretaña, Alemania, Bélgica y los Países Bajos. La crisis en la que cayó la monarquía española se produjo tras más de tres siglos de dominación colonial en América. Un cambio de dinastías, de los Habsburgo a los Borbones, fracturó un modelo organizativo que había nacido como un pacto entre la monarquía y las nuevas élites locales nacidas tras las conquistas y que se transformó en un modelo borbónico extremadamente centralizado incapaz de arraigar institucionalmente en los territorios americanos.

Desde finales del siglo XVII y sobre todo en el XVIII, una industrialización emergente en Gran Bretaña produjo un fuerte dominio político en el Atlántico a través de la presencia de las XIII Colonias en Norteamérica, y de forma muy exponencial con la presencia británica en Asia tras las Guerras del Opio, en el siglo XIX.

Similar fue el caso de Francia, cuyo segundo imperio (el primero había sido el napoleónico que había llegado a Egipto con el robo de la Piedra Rosetta en 1799) experimentó una brutal expansión tras las crisis del mundo otomano en el norte de África, y la expedición francesa en Argelia en 1830, que le llevó a hacerse con el control de todo el norte de África, y de una parte importante de Asia y África. Los casos de Bélgica y Holanda fueron similares, impulsados por el cercamiento de las tierras comunales, la incipiente industrialización, el comercio de esclavos y un modelo de metrópoli colonial basado en un Estado reducido, bajo el control de una burguesía altamente organizada con objetivos económicos en todo el mundo.

Los antiguos imperios ibéricos de España y Portugal habían perdido su hegemonía internacional, pero se incorporaron colonialismos de nuevo tipo. España perdió el Virreinato de la Plata, Nueva España, Perú, Río de la Plata y Nueva Granada en las primeras décadas del siglo XIX, pero mantuvo Cuba, Puerto Rico, Filipinas, y reforzó su presencia en África en la primera mitad del siglo XIX en Guinea Española, y en las primeras décadas del siglo XX fundó el Protectorado de Tetuán (1912). También es fundamental el papel desempeñado por la burguesía española en el tráfico de esclavos durante la llamada segunda esclavitud en el siglo XX, como ha descrito, entre otros, Martín Rodrigo i Alharilla. La trata de esclavos en los territorios que España pudo retener tras las independencias americanas no le permitió ser una potencia colonial de primer orden, y comenzó así un largo ciclo de crisis imperial y pérdidas territoriales que desembocó en la pérdida, en 1898, de Cuba, Puerto Rico y Filipinas y el fin del llamado Imperio español. Pero los restos del post-Imperio seguirían desmembrándose. En 1956 se independizó del Protectorado de Marruecos, en 1968 el de Guinea Ecuatorial, en 1975 Marruecos ocupó el Sáhara Occidental y en 2017 estalló en suelo peninsular una crisis territorial sin precedentes con el proceso independentista catalán, que sólo puede entenderse como un eco de la larga historia del desmembramiento del Imperio español.

Entre 1889 y 1917, en menos de dos décadas, se desintegraron en Europa cinco viejos imperios: el alemán, el austrohúngaro, el ruso, el otomano y el español. Los cinco se definían como herederos del Imperio Romano y, como ha señalado Aimé Cesaire, su decadencia daría lugar a culturas políticas autoritarias que devolverían a Europa la violencia que las metrópolis habían desarrollado contra los pueblos colonizados. En efecto, el fascismo, el nazismo y el franquismo nacieron como culturas políticas autoritarias de la nostalgia imperial que pretendía reconstruir los grandes imperios territoriales desmembrados varias décadas antes, a principios del siglo XX.

Una de las cuestiones sui generis del caso español es que, a diferencia del nazismo alemán y del fascismo italiano, el franquismo fue una cultura política directamente heredada del colonialismo español en el Caribe, América Latina y el Norte de África. Muchos de los líderes del golpe militar de 1936 fueron militares que habían vivido mucho tiempo en las colonias. El padre de Franco luchó en Filipinas y Franco pasó la mayor parte de su vida en el norte de África. José Sanjurjo, Miguel Cabanellas y Gonzalo Queipo de Llano comenzaron su carrera militar en Cuba y más tarde, junto con Emilio Mola, fueron destinados al Protectorado de Marruecos. Millán Astray combatió en Filipinas y más tarde fue destinado a Argel, donde fue adiestrado en el funcionamiento de las tropas coloniales francesas, y posteriormente formó el cuerpo del Tercio de Extranjeros, más tarde conocido como la Legión, una tropa colonial, creada a imagen y semejanza de la Legión Extranjera francesa, compuesta por población autóctona para sofocar levantamientos y aplastar la resistencia civil en las colonias francesas del norte de África.

Todos los militares de alta graduación de las tropas coloniales españolas como Sanjurjo, Mola, Cabanellas, Queipo, Franco o Astray encabezaron un golpe de Estado que se hizo con el poder en la península, devolviendo al corazón de la metrópoli la violencia colonial que el ejército español había desarrollado hasta entonces en los territorios coloniales. El llamado genocidio español, el exterminio físico del enemigo político (población indígena o combatientes republicanos), la violencia cultural contra la población local, las formas de trabajo forzoso, la recuperación de las narrativas imperiales, los discursos civilizatorios, la recentralización estatal, los campos de concentración, los procesos económicos extractivistas, el despojo, la usurpación de tierras y propiedades fueron formas de dominación colonial que los militares españoles trajeron de nuevo a la península. De este modo, los artífices del golpe de Estado establecieron un gobierno de estilo colonial que cristalizó en España en 1939.

Además de todas las consecuencias descritas anteriormente, el colonialismo español también regresó a la península en forma de batalla cultural, que es la que de nuevo se está librando hoy, la batalla de Franco por la colonización de la historia y la cultura. Franco y la élite de la dictadura concedieron desde el principio una importancia central a los relatos históricos. Cabe recordar que, a pesar de una visión mediocre y sombría que cierta izquierda ha tenido de la legión, entre la tropa colonial de los años veinte proliferaron las sociedades de estudios sobre temas coloniales, como la Revista África o la Revista de Tropas coloniales, y se produjo una tensión intelectual y teórica en el seno del naciente fascismo español. Después de 1939, el propio régimen franquista libró la batalla cultural por el pasado, y se reapropió especialmente de los legados del Imperio español, de modo que, durante el primer franquismo, hubo un impulso de los museos sobre temas coloniales. El actual Museo de la Alhambra de Granada se inauguró como Museo Nacional de Arte Hispano-Musulmán en 1940, el actual Museo Etnológico y de Culturas del Mundo de Barcelona se creó como Museo Etnológico y Colonial en 1949, y el Museo de América de Madrid se inauguró en 1941. Además, el propio CSIC se creó en 1940, tras la erradicación de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, institución nacida de la Institución Libre de Enseñanza. En la nueva configuración, la dictadura franquista incluyó la Escuela de Estudios Hispano-Americanos y el Instituto de Estudios Africano en 1945.

Esto nos indica que las actuales instituciones culturales, científicas y museísticas relacionadas con el mundo colonial o con el legado colonial español están directamente atravesadas por el golpe de Estado y la reestructuración del poder y de las instituciones culturales que llevaron a cabo los militares coloniales, una vez acabada la Guerra Civil. Esto implica que, en el caso español, la descolonización está atravesada por la democratización y la revisión de los legados de la dictadura militar. Descolonizar implica acabar con el legado del colonialismo español que la dictadura impuso en las instituciones culturales y científicas del Estado.


Javier García Fernández es historiador e investigador de la Universitat Pompeu Fabra. Investigador principal del proyecto La España Imperial de Franco. Fascismo, Imperio y cuestión colonial en la España del siglo XX, financiado por la Dirección General de Memoria Democrática, Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática.

Fuente: https://ctxt.es/es/20240201/Firmas/...

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  • La batalla cultural del colonialismo

    13 de octubre 11:26, por agustin

    Cómo colofón obligatorio de este interesante artículo sería necesario señalar expresamente la devolución a la República de Colombia del tesoro Quimbaya expuesto en el Museo de América puesto que nadie puede regalar lo que no es suyo.

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