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Gente extraordinaria (votar o no votar)

Jueves.24 de octubre de 2019 315 visitas Sin comentarios
José Luis Carretero, en El Salto. #TITRE

¿Qué diferencia a la gente ordinaria de la gente extraordinaria? Mientras los primeros ocupan los puestos políticos, los segundos se movilizan diariamente para poder cambiar las cosas a través de la lucha social en las calles.

José Luis Carretero

Instituto de Ciencias Económicas y de la Autogestión

Gente extraordinaria haciendo cosas extraordinarias. Gente joven, dinámica, rupturista, con un pasado de activismo y transgresión que ilumina los viejos despachos con ideas nuevas. Profesionales de nivel, conversadores elocuentes, bohemios y modernos. Eso nos indican, día tras día, los medios de comunicación que sólo comunican unidireccionalmente, que son nuestros “representantes ciudadanos”, nuestras gentes de la “nueva política” y hasta los cuadros avejentados de los viejos partidos. La élite intelectual, cultural, política, que hace cosas sin comparación posible, que cambia el mundo (el único cambio factible y real, puntualizan), que pasa a la historia. Hombres y mujeres que han hecho de sí mismos una marca llamada a perdurar.

Pero nada de eso es verdad: lo que hay en los parlamentos, diputaciones, juntas locales y demás tugurios semejantes es lo más previsible, aburrido y casposo del mundo. ¿Qué hay de nuevo en que los jóvenes más ambiciosos de la clase media —e incluso algunos de la clase obrera—, profesionales sin oficio conocido todavía, hagan el trayecto que va desde una juventud dorada y un poco bohemia o subversiva a convertirse en los ilustres señores responsables que gestionan el desastre que nos envuelve, tal y como era de esperar y como lo hicieron todas (o casi todas) las generaciones que les precedieron? ¿Qué hay de “sexy” y de “rompedor” en ver una nueva jeta en los cuadros macilentos de los orondos “triunfadores” que pueblan los pasillos de los ayuntamientos, ministerios y casinos regionales varios?

Y no, no cambia nada porque ahora algunos vistan con vaqueros y no lleven trajes. La gestión de la miseria es la más antigua profesión de los señores (y las señoras) cuando llegan a esa edad en la que por fin son conscientes de “las serias realidades de la vida” y de sus obligaciones para con sus pares.

Gentes ordinarias haciendo lo ordinario, lo repetitivo, lo rutinario. Lo que se esperaba, desde el principio, de ellos y de ellas: gestionar el desastre, organizar el despojo que enriquece a la clase que realmente manda. Nada nuevo bajo el sol. La “historización” que decía Sartre. El mundo, la clase y la época, en su brutal solidez de plomo, devastando toda posibilidad de creatividad humana.

No me pidáis, pues, que elija entre ellos. Hay breves momentos de fulgor en que el voto puede cambiar algo, porque lo esencial está cambiando en las calles. Momentos en que una monarquía se derrumba porque pierde unas elecciones municipales, como en 1931. Pero porque las pierde con unas calles ardientes de luchas y de organización autónoma de los de abajo. Porque la marea de las calles amenaza con derribar algo mas importante que la monarquía: el edificio entero del Capital. No es ese, ahora, el momento que vivimos.

Nuestros “representantes”, de hecho, se han comportado los últimos meses exactamente como se esperaba de ellos. Poniendo la propia carrera por encima de las promesas electorales varias (“Parar al fascismo como primera prioridad, pero mejor lo dejamos para luego que no me dan lo que quiero…”). Implementando la pedagogía del desencanto sobre las masas populares, una de sus principales labores históricas en el puesto que ocupan.

Mientras los social-liberales mugen que les piden demasiado (más de lo que el Ibex les había autorizado a dar), los socialdemócratas suaves se hacen los exquisitos (pero en lo del programa no hay problema, chicos (o chicas), prometemos que asumiremos lo que venga, empezando por el estado de excepción en Cataluña, si hace falta…). La derecha franquista, por su parte, ejerce de derecha franquista: varias familias en una, grande y libre columna autoritaria que parte de negar toda posible apertura democrática en un Estado heredado, hasta el detalle, de una dictadura genocida.

Como todo esto no hay quien se lo trague, ahora nos envían los refuerzos: un social-liberalismo guay, de gentecilla del “movimiento”, nacionalista pero no, izquierdista pero no, populista pero no. Más guapos, más pulidos, más “personal branding”, más humanidad menguante convertida en mercancía. Más jóvenes airados convertidos en señores y señoras como Dios manda.

Y nada va a cambiar el 10-N, votemos o no votemos. No voy a repetir de nuevo la socorrida y pertinente cita de siempre de Ricardo Mella. Las vacas mugen, los rumiantes tienen varios estómagos, los jovencitos radicales y ambiciosos llegan a una edad en que se convierten en gestores, asesores, expertos, ciudadanos de pro que dirigen lo que las élites les dejan decidir y ni una sola cosa más. La naturaleza es así. La vida es así. Es la ley de hierro de las generaciones y de la sociedad de clases. Lo más previsible del mundo.

No me interesan las gentes extraordinarias que hacen cosas extraordinarias que nos enseñan las tertulias televisivas, porque, normalmente, no son más que productos previsibles del proceso de valorización del capital y de digestión de la vida en los estómagos rumiantes del poder. Por eso no me interesa votar el 10N, ni elegir que “salaud” (como los llamaba Sartre) va a gestionar la descomposición de un mundo que se hunde bajo sus pies mientras toca otra vez la “Marcha Real” la orquesta de Ferreras y Ana Pastor.

Me interesa la gente ordinaria que hace cosas extraordinarias. La modista que defiende Madrid de los invasores en 1808. El albañil que llega a general del pueblo por volver a defenderlo en 1936. Los indígenas cobrizos sin nombre que sitian a un tipo llamado Lenin que se supone que les representa y que es progresista, porque les ha vendido y porque se ha vendido él mismo. Las manos que trabajan y los cuerpos que se exponen a ser desvalijados sin abandonar su dignidad.

Eso es lo que llamaban la abstención activa: olvidarse de los representantes y organizarse con los no representados. Practicar la autonomía de los sujetos sometidos. Construir lo común que viene desde abajo, desde las entrañas, desde el subsuelo, desde las más altas esperanzas de quienes no quieren repetir eternamente la rueda infernal que crea señores y súbditos. Y por eso toman su vida en sus manos, su mundo en sus manos, y se representan sólo a sí mismos.

Lo sabía Eisenstein: los de abajo no somos tan guapos, tan pulidos, tan brillantes. Pero existe la posibilidad, al menos la posibilidad, de que tampoco seamos tan previsibles, tan aburridos, tan reiterativos. De que la monotonía de los señores que ocupan los escaños se vea enturbiada por la volcánica mañana de luz de las calles en revuelta.

No es que se hayan vendido (sea lo que sea lo que quiera decir eso) es que son el rutinario bostezo de un mundo que se repite neuróticamente, pero de una forma cada vez más degradada, más mentirosa. No queremos nuestros caretos en un cuadro gris y feo en la Diputación Provincial, comiendo el polvo del tedio. El 10 de noviembre que no cuenten conmigo. Yo amo a la gente ordinaria que hace cosas extraordinarias, ya lo dije. No a los domésticos responsables que organizan la nada y danzan estáticos la melodía de un mundo sin esperanza.

Fuente: https://www.elsaltodiario.com/elecc...

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