Génesis histórica del pensamiento y cultura New Age - Tortuga
Administración Enlaces Contacto Sobre Tortuga

Génesis histórica del pensamiento y cultura New Age

Domingo.6 de octubre de 2024 110 visitas Sin comentarios
Capítulo 2º del libro «De la pseudociencia a la conspiración: Un viaje por la espiritualidad New Age». #TITRE

«De la pseudociencia a la conspiración. Un viaje por la espiritualidad New Age»
Pablo San José Alonso.

Ver índice y enlace a todos los capítulos


2. Génesis histórica del pensamiento y cultura New Age

El origen del pensamiento y espiritualidad que desde mediados del siglo XX llamamos Nueva Era o New Age es remoto. El sociólogo Frédéric Lenoir, en su recomendable obra «Las Metamorfosis de Dios. La Nueva Espiritualidad Occidental» (Alianza, 2005) ubica su raíz en el movimiento romántico, especialmente el alemán, de principios y mediados del siglo XIX. El romanticismo, como es bien sabido, más allá de sus dimensiones artísticas, fue en su momento una reacción intelectual contra la influencia y predominio del pensamiento racional, cartesiano, ilustrado, materialista... entre las capas pensantes de la sociedad occidental. Pensamiento que, en la segunda mitad de la centuria, desembocaría en el triunfo del cientifismo, el utilitarismo, el positivismo y el Estado. La visión romántica es un desafío a ese paradigma y una reivindicación de emoción frente a razón, subjetividad frente a objetividad, individualidad frente a colectividad, espiritualidad frente a materia, etc. Rasgos que, como puede deducirse fácilmente, mutatis mutandi, son perfectamente extrapolables al movimiento actual que estudiamos en este escrito. Las y los románticos, tal como hoy ocurre a quienes secundan unas y otras expresiones contemporáneas del New Age, se rebelaban contra el imperio de una razón que comprendían —no sin cierta verdad— dogmática y displicente, contra la pretensión de diseñar un mundo de carácter mecanicista y unidimensional. Un mundo que, por otra parte, contradecía y negaba de hecho, en su propia plasmación y desarrollo, cualquiera de los ideales de la Razón y la Ilustración, dado su carácter eminentemente injusto, violento y liberticida.

Algunas derivas de esta reacción romántica, cada vez más descontentas con el cientificismo y el materialismo imperante van incorporando determinados misticismos: relecturas sincréticas de las religiones tradicionales junto con el descubrimiento de lejanas y exóticas espiritualidades, preferentemente orientales, filosofías igualmente místicas (la sociedad teosófica, por ejemplo, se funda en 1873) o propuestas terapéuticas emanadas o emparentadas con dichas sensibilidades y ya enfrentadas a la ciencia «oficial». El siglo XIX, poniendo otro ejemplo, asiste a un formidable éxito de la homeopatía en Europa y Norteamérica. Este tipo de recombinaciones tienen en común su necesidad de oponer una respuesta espiritual, de carácter novedoso, prestigioso a poder ser y —además— liberada de la influencia institucional de las viejas religiones, a la razón dogmática, a las explicaciones y lecturas de la realidad procedentes de los centros del poder ocupados por la emergente burguesía capitalista; explicaciones que están mediatizadas y solo son satisfactorias para las personas y capas sociales beneficiarias de aquel status quo. Como puede seguir advirtiéndose, dichas motivaciones no difieren apenas en nada de las que se dan en el presente. Los románticos, neorrománticos, neomísticos, o como los queramos llamar, de aquellos momentos se sienten íntimamente insatisfechos con la descripción de un mundo puramente material y tecnológico orientado a la utilidad y cimentado en la autoridad; con lo que entienden reificación y despojo de las categorías más trascendentales del ser humano. Por ello aspiran a una suerte de —en palabras de Lenoir— «reencantamiento» del mundo. De alguna forma desean recuperar la magia, el reconocimiento de que hay territorios que explorar, caminos que recorrer, dimensiones más allá de la experiencia y el conocimiento empírico. Apuestan por creer en un individuo humano —y subrayo lo de individuo— lleno de potencialidades, sin apenas límites ni fronteras.

Llegado el siglo XX, en un contexto en el que, de la mano de la expansión de la sociedad industrial, se popularizan las visiones materialistas y utilitaristas de la realidad, estas corrientes de pensamiento menguarán en su dimensión social y se convertirán en interpretaciones aún más minoritarias hasta su reaparición en la década de los años sesenta. Entretanto, su transmisión quedará reducida a ciertas élites intelectuales y culturales. Podemos citar nombres como Jiddu Krishnamurti, Rudolf Steiner, Herman Hesse… como agentes propagadores de filosofías y misticismos de corte orientalizante. También la existencia de determinadas prácticas como el higienismo, el naturismo, el vegetarianismo… Incluso, y es un dato a tener en cuenta a la luz de lo que ocurre hoy día, ciertas querencias de tipo romántico, espiritual y místico de los teóricos e inspiradores del fascismo europeo en los años veinte y treinta de la centuria, o de algunos ideólogos y artistas vinculados con el pensamiento anarcoindividualista, sobre todo en EEUU y Francia.

En los años 60 del siglo XX, en Norteamérica, Europa y otros puntos de Occidente hay un importante cambio de paradigma cultural. El modelo social que, tras las dos guerras mundiales, en su plano material estaba basado en el progreso, el crecimiento, la industria, la tecnología, la fortaleza del Estado..., y en el aspecto ideológico se afirmaba en los valores referenciales de la modernidad, es decir: ciencia, razón positiva, objetividad… comienza a dar muestras de agotamiento. Ello suscita, entre las capas más jóvenes, una nueva reacción cultural que se conocerá como posmodernidad. La juventud de las grandes ciudades, especialmente las capas más instruidas (y Mayo del 68 será su principal expresión) no termina de identificarse con el legado cultural recibido de las generaciones anteriores. Valores como el esfuerzo, la abnegación, el ahorro, la religión tradicional, la posición social, la familia, el emprendimiento, el compromiso con grandes ideales como la patria, que habían sido vivenciados por sus padres en décadas de grandes convulsiones políticas y económicas, pierden casi todo su sentido en lo que ya es, fundamentalmente, una sociedad de consumo y —al decir de Guy Debord— espectáculo. Así, la mirada dejará de estar puesta en el todo social, con su amplio repertorio de valores abstractos, y se dirigirá al individuo. De esa forma, los principios más definitorios de la nueva cosmovisión, además de la individualidad, serán el relativismo y la subjetividad. En su forma más reconocible, sobre todo en Norteamérica, el nuevo movimiento fue denominado —y es un término que ya en su propia definición aclara muchas cosas— contracultura. Entre sus principales manifestaciones destacan el movimiento beatnik, la psicodelia (vinculada al redescubrimiento de las drogas y la cultura del hedonismo) y, especialmente, el movimiento hippy. Es en este contexto cuando muchos de estos jóvenes individualistas, relativistas y reaccionarios a la cultura de sus padres, ávidos de espiritualidad, desarrollo de su yo interior y proclives a acoger con simpatía todo aquello que desafíe los paradigmas del orden establecido, dirigirán su mirada a ese conjunto de espiritualidades y filosofías exóticas, místicas, sincréticas, minoritarias, disidentes y, por todo ello, fascinadoras que existían desde el siglo XIX y que llegan a esa actualidad por los canales descritos. A partir de este momento, cuando los neomisticismos del siglo XIX se funden con la posmodernidad y la contracultura de los años 60 y 70 del siglo XX, podemos hablar de la espiritualidad o movimiento New Age.

La historia de esta sensibilidad epistemológica y posicionamiento cultural, que es como, quizá, mejor podemos denominar a la realidad que analizamos más que como un movimiento organizado y reconocible, no sufrirá grandes variaciones hasta el presente. En todo momento y lugar de Occidente habrá personas y grupos más o menos asociados en torno a ideales hippys (más tarde evolucionarán hacia una mayor integración social y se denominarán «alternativos») que, en su vertiente individualista irán profundizando cada vez más en temas de naturismo, salud natural, crecimiento personal, yoga, zen, diversas cuestiones «biológicas», vegetarianismo… y en su dimensión más sociopolítica en temas relacionados con la comunidad alternativa y el pacifismo y, posteriormente, llegando a nuestros días, preocupaciones ecologistas y de crítica global (teórica) al sistema, espacio en el que terminarán acogiendo, como veremos después, diferentes teorías de la conspiración.