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Gaza no es una “cosa”, señor presidente

Viernes.7 de febrero de 2025 58 visitas Sin comentarios
Resumen Latinoamericano. #TITRE

Por Malak Hijazi / La Intifada Electrónica
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Parece que ni Israel ni Estados Unidos están dispuestos a dejar que nosotros, los habitantes de Gaza, vivamos en paz. Incluso después del anuncio de un frágil alto el fuego en la guerra genocida perpetrada por la ocupación colonial israelí –respaldado por el apoyo estadounidense y negociado con garantías egipcias y qataríes–, el presidente estadounidense Donald Trump hizo otra declaración profundamente polémica. Propuso “ limpiar todo eso”, sugiriendo la reubicación de “un millón y medio” de palestinos en países vecinos como Jordania y Egipto, presentándolo como una supuesta solución humanitaria.

Leí sus palabras dos veces, tratando de captar todo el peso de lo que quería decir con “cosa”. Era inequívoco: se refería a Gaza, una tierra que alberga a más de dos millones de personas que han soportado décadas de asedio, bombardeos y desplazamientos forzados. Para Trump, Gaza no es un lugar de vida, historia y resistencia, sino un obstáculo que hay que eliminar, su gente reducida a un problema que el niño mimado favorito de Estados Unidos debe “resolver”.

Al describir una conversación telefónica con el rey Abdullah II de Jordania, Trump calificó a Gaza de “un verdadero desastre” y dijo que instó al rey Abdullah a acoger a más palestinos. Sugirió que el nuevo acuerdo podría ser temporal o de largo plazo para los desplazados, afirmando que les permitiría “vivir en paz para variar”.

“Me gustaría que Egipto acogiera a la gente, y me gustaría que Jordania acogiera a la gente”, dijo . Sin embargo, tanto Egipto como Jordania rechazaron la propuesta de reubicar a los palestinos de Gaza.

Esto no es nuevo. Trump no considera a Gaza como una patria, sino como un problema inmobiliario que debe resolverse. Hace poco la calificó de “ubicación fenomenal”, pero al mismo tiempo la comparó con un “sitio de demolición masiva”. Sus palabras se hacen eco de las de su yerno, Jared Kushner, quien el año pasado habló de las “valiosas” propiedades costeras de Gaza como si fueran tierras de primera para la reurbanización, una vez que su gente fue borrada convenientemente.

Desafío y desesperación

En Gaza, la propuesta de Trump fue recibida con desafío y profunda preocupación. Algunos la rechazaron de plano, negándose a tomar en serio sus palabras, especialmente después de que el ejército israelí se retiró de la mayoría de las áreas del territorio costero, permitiendo que los residentes regresaran a sus barrios devastados en el norte de Gaza. El sentimiento general expresado en Gaza fue que si no se fueron durante los bombardeos, cuando la presión para abandonar las casas estaba en su punto máximo, ¿por qué lo harían ahora, después de que la matanza se detuvo?

Otros, sin embargo, interpretaron su declaración como una advertencia de que la reconstrucción de Gaza podría verse deliberadamente paralizada, volviéndola inhabitable y obligando a sus residentes a marcharse. Incluso sin una acción militar directa, continúa otro tipo de guerra: la de las privaciones. Las severas restricciones a los alimentos, los medicamentos, el agua y el combustible han convertido la vida cotidiana en una batalla por la supervivencia. Los hospitales luchan por funcionar, las familias esperan en interminables colas para obtener agua potable y los frecuentes cortes de electricidad sumen a barrios enteros en la oscuridad.

Si persisten estas condiciones, quedarse en Gaza puede convertirse en una elección insoportable. Los padres se enfrentarán a la dolorosa decisión de ver a sus hijos sufrir hambre y enfermedades o abandonar su patria. La ayuda humanitaria –que ya es un salvavidas para la supervivencia– podría convertirse en un arma, condicionada de manera que se presione a la reubicación bajo el pretexto de la necesidad. Lo que las bombas no lograron, la desesperación creciente sí lo logrará.

Aunque hasta ahora Egipto y Jordania se han resistido a tales propuestas, los esfuerzos diplomáticos podrían generar presión sobre ellos para que acepten a los refugiados palestinos como parte de un acuerdo de paz internacional.

Una larga historia de desplazamiento forzado

El 11 de octubre de 2023, cuando el funcionario estadounidense John Kirby habló de un “paso seguro” para que los habitantes de Gaza pudieran huir, mi padre, sentado en nuestra sala de estar, apagó la radio con disgusto. Su rostro se ensombreció y agitó la mano con desdén. “No nos iremos”, dijo con firmeza, como si se dirigiera al propio Kirby o a las fuerzas detrás de los incesantes ciclos de desplazamiento que han perseguido a nuestro pueblo durante generaciones.

Mi padre hablaba a menudo del exilio de su abuelo en 1948, de las tierras perdidas, de la dolorosa separación de su padre tras la guerra de 1967. Cuando mi abuelo se fue a trabajar a Egipto, nunca le permitieron regresar. No eran historias aisladas, sino parte de una larga historia de desplazamientos, de familias destrozadas, de promesas incumplidas.

Me habló de la década de 1970: la expulsión de familias del campo de refugiados de Jabaliya, cuando el ejército israelí marcó con una X las casas de los combatientes por la libertad, dándoles sólo 48 horas para marcharse antes de que sus casas fueran destruidas. Otras casas fueron demolidas con el pretexto de ensanchar las carreteras, otra táctica de desplazamiento forzado. Una de esas familias eran los Daoud, vecinos de mi padre, que vinieron a despedirse antes de ser obligados a ir a Al-Arish, en Egipto, sin saber si algún día volverían.

Esta estrategia de expulsión de los palestinos de Gaza no es nueva. En 1953, un plan negociado entre Egipto y la UNRWA (la agencia de la ONU para los refugiados palestinos) tenía como objetivo reubicar a 60.000 refugiados de Gaza en el Sinaí, con el respaldo de 30 millones de dólares de financiación de la UNRWA. En 1955, cuando las incursiones militares israelíes se intensificaron, el plan cobró impulso, pero las protestas masivas obligaron a cancelarlo.

En 1956-57, el ministro de finanzas israelí, Levi Eshkol, destinó 500.000 dólares para financiar la salida de 200 familias de refugiados palestinos de Gaza. En 1969, los funcionarios israelíes estaban considerando medidas para reducir el nivel de vida de Gaza en comparación con Cisjordania con el fin de alentar la emigración. Bajo el mando militar de Ariel Sharon en 1971, Israel destruyó miles de viviendas y deportó a 12.000 civiles al Sinaí, muchos de los cuales fueron ubicados en el “campamento de Canadá”, cerca de la frontera con Egipto, donde vivieron en el limbo durante años. Estas políticas fueron parte de una estrategia más amplia para fragmentar la sociedad palestina, reducir la población de refugiados y eliminar su identidad política, continuando la larga historia de desplazamientos en Gaza.

Estas políticas han moldeado desde hace tiempo la conciencia palestina, reforzando la comprensión colectiva de que el desplazamiento no es incidental sino deliberado. Por eso, muchos habitantes del norte de Gaza se negaron a trasladarse al sur durante la reciente guerra genocida, reconociendo las últimas llamadas órdenes de evacuación como parte de una estrategia familiar de traslado forzoso. Sabían que no se trataba sólo de escapar de los bombardeos, sino de resistirse a la eliminación.

De la misma manera, en el sur, a pesar de la presión y la violencia incesantes, muchos optaron por quedarse en lugar de correr el riesgo de convertirse en parte de otra ola de exilio forzado. Nunca consideraron cruzar la frontera hacia Egipto. La resistencia en Gaza nunca ha sido sólo un acto individual; es una postura colectiva contra una historia que exige repetirse.

Gaza no es una “cosa”

Las potencias coloniales occidentales consideran desde hace mucho tiempo a Gaza, y a los palestinos en general, no como un pueblo con historia, cultura y capacidad de acción, sino como una población que hay que controlar, descartar o gestionar. Para ellas, somos animales humanos, marginados y prescindibles, a los que hay que desplazar, privar de alimentos y borrar del mapa sin consecuencias. Las palabras de Trump –que reduce Gaza a una “cosa” que hay que “limpiar”– no son una anomalía, sino un claro reflejo de esta mentalidad deshumanizadora.

Sin embargo, la historia demuestra que están equivocados. Gaza no es un objeto de política ni una mera zona de crisis. Está llena de carne y hueso, es una tierra de resistencia que ha desafiado todos los intentos de borrarla. Los que son etiquetados como refugiados han desmantelado hasta las estrategias coloniales más sofisticadas. La gente considerada impotente ha desbaratado continuamente los planes mejor trazados del ocupante.

Lo que hemos padecido no es una guerra más ni una catástrofe humanitaria más, sino un esfuerzo sistemático por destruirnos y borrarnos de en medio. Y, a pesar de todo, no lo han logrado. Nuestras pérdidas son inconmensurables: grandes personas, familias enteras, hogares, calles e historias grabadas en los muros de nuestras ciudades. Nos han robado sueños y futuros. Pero cuando vimos a la gente regresar a sus hogares destruidos el 27 de enero de 2025, pisando ruinas y escudriñando los escombros, quedó demostrado que nuestro vínculo con esta tierra es inquebrantable.

Así como Gaza ha frustrado planes anteriores de traslado forzoso, también frustrará el actual. Un lugar que acoge en su mayoría a refugiados palestinos expulsados ​​en 1948 perseguirá por siempre a Israel como una maldición. Y, así como los palestinos de Gaza han regresado a sus ruinas del norte, un día volverán a sus lugares de origen.

Esta gran marcha de retorno habla de una verdad más profunda que incluso los ejércitos más poderosos deben afrontar ahora. Frente a armamento avanzado, guerra impulsada por inteligencia artificial , misiles y un arsenal diseñado para aplastarlos, los llamados más pobres y marginados se han mantenido firmes.

Gaza nunca volverá a ser lo que fue, una verdad que no podemos negar. Tal vez lo que nos espera sea aún más duro, tal vez ya se esté gestando otra guerra. Pero hay algo que queda claro: nuestra conexión con esta tierra es más fuerte que cualquier fuerza que intente separarla. Israel no nos entiende. Tampoco Estados Unidos, porque existe una diferencia fundamental entre pertenecer a una tierra y ocuparla. Ellos creen que el control se logra a través de la dominación. Nosotros sabemos que la verdadera pertenencia es inquebrantable.

*Malak Hijazi es un escritor radicado en Gaza.

Fuente: https://www.resumenlatinoamericano....

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