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Europa: Ni voz ni voto en la paz en Ucrania

Martes.11 de febrero de 2025 56 visitas Sin comentarios
Tras tres años de seguidismo europeo a Estados Unidos, hoy Donald Trump busca excluir a Europa de las conversaciones de paz con Vladímir Putin. #TITRE

Editorial

Desde que Donald Trump es presidente de Estados Unidos, han cambiado muchas cosas. En realidad, fue su victoria y la expectativa de su nuevo mandato radicalizado lo que desencadenó cambios a escala internacional. Apenas unas horas después de haberse confirmado la derrota de Kamala Harris en las presidenciales de noviembre, ya se hicieron evidentes algunos de los nuevos marcos: hablar de negociaciones con Vladímir Putin pasó, de la noche a la mañana, de disparatada ocurrencia a normalidad institucional.

Pero el nivel de brutalidad del nuevo imperialismo trumpista ha sorprendido en Europa, por sorprendente que pueda parecer. Es cierto que Groenlandia, Canadá o Panamá fueron elementos que el presidente estadounidense no puso encima de la mesa durante la campaña, sino más bien tras ganar las elecciones. No obstante, había tres elementos que podían leerse claramente con con anterioridad: la hegemonía que supo construir dentro del Partido Republicano durante los años de mandato de Joe Biden, la ampliación sociológica de su bloque histórico y la acumulación de fuerzas entre los conglomerados del sector tecnológico-industrial.

Las élites políticas europeas no supieron (o, tal vez, no quisieron) ver la bestialidad del segundo mandato de Trump que se venía y, en consecuencia, no se prepararon. Durante los cuatro años de administración demócrata, Europa tuvo la oportunidad de marcar perfil propio y desligarse, al menos parcialmente, de la política exterior estadounidense. Decidió no hacerlo. Ni la negativa de Biden a terminar la guerra en Ucrania cuando se pudo, ni el apoyo del hegemón al genocidio israelí en Gaza. Nada fue suficiente para que las instituciones y gobiernos de Europa decidiesen desacoplarse del jefe.

De hecho, ni siquiera un desacoplamiento parcial tuvo lugar. Al contrario: en los años de mayor convulsión global en décadas, Europa decidió acatar sin miramientos su posición de subordinado, sin visos a una eventual reformulación de los lazos con Estados Unidos. El retorno de Donald Trump a la Casa Blanca no alteró esta dinámica. Ni siquiera cuando el presidente norteamericano amenazó la integridad territorial de Dinamarca, los gobiernos europeos se plantaron. Absolutamente nada.

Probablemente, el consentimiento europeo al genocidio contra los palestinos haya sido la mayor bajeza moral en décadas de política comunitaria. Y, en este sentido, quizá la negligencia más autodestructiva haya sido en el caso de la guerra en Ucrania. Impulsada durante años por la política expansiva de Estados Unidos en el Este de Europa, y sostenida desde 2022 por un gobierno de Joe Biden obsesionado con desgastar militar, económica y energéticamente a Rusia para defender sus propios intereses, poner fin a la guerra de Ucrania debió haber sido en todo momento una prioridad estratégica europea.

Detengámonos un momento a reflexionar sobre esto: para proteger intereses estadounidenses, Europa consintió el inicio y el prolongamiento de una guerra que solo le generó problemas a su economía, infraestructura y seguridad. Es penoso. Pero, además, la sumisión a los dictados del gobierno de Biden echó por tierra el potencial diplomático de Europa, que hoy exige un asiento en la mesa de negociación que, francamente, no se ha ganado.

Trump ha dejado claro que deben ser Estados Unidos y Rusia los que den forma a las negociaciones de paz en Ucrania. Por extensión, tanto Kiev como Europa habrán de acatar lo que dictamine Washington. Esta línea ya la había esbozado durante la campaña electoral, pero ha sido clarificada una vez ha retornado al despacho oval. Y, aunque la justificación planteada por Trump es que Europa no pone “tanto dinero como Estados Unidos” en la OTAN y que, por consiguiente, no merece el mismo peso en la toma de decisiones, lo cierto es que no es así.

Si Europa hubiera marcado un perfil divergente desde el inicio del conflicto, exigiendo negociaciones de paz a Rusia, sí, pero también a Estados Unidos, hoy tendría motivos de peso para exigir tener voz propia en las conversaciones. Por falso que sea el argumento trumpista, en su fondo tiene sustento: ¿qué sentido tiene que Europa se siente a negociar con Rusia? Si los actores europeos van a seguir exactamente la línea defendida por Donald Trump, ejerciendo como acólitos de Washington, su presencia es redundante en la mesa de negociaciones.

El caso ucraniano es distinto. Siendo plenamente dependiente de la ayuda de Estados Unidos para su propia subsistencia, ciertamente Zelenski acatará lo que imponga Trump. Europa podría haber jugado un papel crucial, pero decidió que no era la mejor idea. Renunciamos a sostener una posición pacifista que se opusiera a Rusia y Estados Unidos y apostamos por el seguidismo ciego al hegemón jefe. ¿Y ahora qué? Pues, esencialmente, sobramos. No somos necesarios para la paz en Ucrania. Y, a la luz de las “reacciones” a la amenaza trumpista contra Dinamarca… probablemente, los Estados europeos volverán a evitar el conflicto con su socio mayoritario, legitimando una vez más la fagocitación.

Fuente: https://www.diario.red/articulo/edi...

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