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El racismo y la cultura del miedo

Domingo.24 de junio de 2007 784 visitas Sin comentarios
César Manzanos #TITRE


EL RACISMO Y LA CULTURA DEL MIEDO
César Manzanos


¿QUÉ ES EL RACISMO?

En primer lugar habría que preguntarse por qué el racismo es necesario para la reproducción del sistema económico capitalista. La tesis de partida es considerar el racismo como uno de los universos simbólicos, de los marcos de valores que son necesarios al sistema capitalista: este punto de partida nos sirve para ver cómo se ha construido históricamente esta sociedad sustentada en la reproducción del racismo.

Para comprender esto hemos de remontarnos a los orígenes del racismo. Así, la invención de las actuales democracias formales representativas se sustenta en cómo se saldaron las guerras religiosas y políticas en la época antigua y medieval. Es decir, el Estado es un baluarte fundamental para mantener unas relaciones basadas en la guerra, siendo la política la continuación de la guerra por otros medios. Estas guerras eran conflictos de clase y étnicos. Los estados modernos se han construido gracias al triunfo del poder militar y comercial que han puesto aquellos que ganaron estas guerras.

Con esta visión tiramos por tierra esa idealización de que nuestra sociedad se ha constituido gracias a las revoluciones burguesas del siglo XVIII, en base a los principios de libertad, igualdad y fraternidad.

Este hecho es importante para comprender la génesis del racismo y el universo de valores sobre el que se construyen los estados modernos. Pues la civilización judeocristiana se ha caracterizado por procesos de exterminio, aniquilación y segregación de una etnia sobre otra, y en el inicio de cruzadas frente a los «bárbaros» que ponían en peligro la autoridad secular, comercial y militar del poder establecido. Sin embargo, las ideologías dominantes conceptúan el racismo, no como intrínseco a la cultura occidental y a la actual economía-mundo, sino como expresión política de determinados grupos sociales. Estos son los denominados «grupos de riesgo», compuestos fundamentalmente por jóvenes pertenecientes a aquellas clases excluidas de los actuales procesos de producción. Por lo tanto, el germen del racismo estaría en l*s jóvenes parad*s de los barrios periféricos de las metrópolis. Desde esta concepción del racismo las actuales instituciones democráticas hacen llamadas a crear un frente común frente a estos colectivos. Los objetivos son dos: 1) crear una cultura del miedo y 2) buscar la adhesión de l*s ciudadan*s al marco de valores del Estado. En la práctica, esto conlleva la criminalización de la marginación y de la exclusión social.

Esta definición de racismo y de los grupos de riesgo social no arranca de la Unión Europea, sino de las nuevas políticas de Ley y Orden de los Estados Unidos. Para analizarlas debemos referirnos al proceso de reconversión de la industria armamentística, la cual busca ampliar sus cotas de mercado en la venta de armas a los «pacíficos» ciudadanos de a pie. Todo ello con la excusa de «defenderse» de determinados grupos y personas provenientes de la marginación. No se buscan las causas de la misma, sino exterminar a los pobres. Dentro de esta práctica se intenta identificar físicamente a los grupos de riesgo. Ahí cobra un papel especial la criminalización y la persecución de todas las personas y prácticas que transgreden la norma. En especial l*s inmigrantes.

Todas estas políticas pretenden imponer un estereotipo cultural dominante: hombre, blanco, rico y adulto, frente a inmigrantes, jóvenes, mujeres, minusválidos, etc. La salvaguarda de este estereotipo es lo que guía todas las iniciativas de lucha contra el racismo por parte del Estado. Por lo tanto, el racismo es un concepto mucho más amplio, y afecta a todas aquellas personas que no se ajustan o aceptan como universal el actual estereotipo cultural dominante.

¿QUÉ VERTEBRAN LAS POLITICAS DE INMIGRACIÓN?

En primer lugar, cabría destacar la hipocresía de los estados de la Unión Europea por cuanto todas las políticas de inmigración tienden en la práctica al cierre de fronteras. Pero cabría igualmente recordar que en los últimos 200 años 350 millones de personas han abandonado su país de origen. De esta cifra la mitad hay que situarla en Europa y del resto, una cuarta parte han sido personas obligadas por los europeos a emigrar a otros países. Este dato desvela la falta absoluta de legitimidad de cualquier intento de evitar que una persona ponga su pie en alguno de los estados de la Unión Europea. La base de todas la políticas de inmigración es evitar que se ponga en cuestión el mismo sustento económico del sistema capitalista: la exportación de la pobreza a los países periféricos y la importación de la riqueza. Con ello se intenta impedir la huida masiva de las personas que soportan la más severa de las pobrezas a los países que son causa de la misma.
Los flujos migratorios de los países de la periferia han sido incluidos dentro del nuevo concepto de seguridad europea, constituyéndose de esta manera la llamada fortaleza europea y sustituyéndose el antiguo enfrentamiento de la guerra fría por el más real centro-periferia. Esta fortaleza se va configurando a través de una serie de espacios judiciales, penales y policiales, incluyendo la inmigración dentro de los ejes de seguridad junto al narcotráfico, el terrorismo y la prostitución.

INMIGRANTE ENEMIGO

El paso del inmigrante trabajador al inmigrante enemigo se visualiza a través de tres periodos históricos:

1) Hasta el año 1973, en que entra en crisis la sociedad industrial tradicional, demandante de un elevado número de mano de obra. El papel de l*s emigrantes en este contexto es fundamental, ya que se constituyen como uno de los sustentos en el desarrollo de estas sociedades.

2) Entre 1973 y 1985. Se produce el fin del reclutamiento masivo de mano de obra barata «legal». La economía se transforma, en base a su mundialización y a la apuesta decidida por el sector terciario y de servicios, lo cual exige una mano de obra cualificada. Estos cambios en el proceso económico conllevan la regulación de la entrada de inmigrantes extranjeros, por cuanto ya no son necesarios.

Pero esta nueva configuración económica necesita de la economía sumergida. Así se impulsan una serie de actividades basadas en la autoexplotación y el subempleo. El ideal de este tipo de economía está representado por los inmigrantes ilegales: mano de obra barata, sin prestaciones sociales e incapaz de reivindicar sus derechos. En definitiva, mano de obra de usar y tirar.

Esto provoca la creación de dos sociedades: la de l*s ciudadan*s que poseen una serie de derechos de ciudadanía; y la de toda una serie de personas que están de hecho en nuestra sociedad, pero que carecen de derechos. Hay otro factor que incide en la exclusión y criminalización de l*s emigrantes (considerados ya como enemig*s): el envejecimiento de la población, lo cual conlleva un tipo de sociedad que sobreprotege a sus niñ*s. Este envejecimiento provoca igualmente la consolidación de una mentalidad muy conservadora, sin posibilidad de ruptura por la irrupción de nuevos valores.

3) A partir de 1985. Se configuran los países fronterizos de la Unión Europea, cuya labor es evitar la entrada masiva (aunque sí controlada) de inmigrantes ilegales. Los países van desarrollando diferentes leyes de extranjería que se fundamentan en la expulsión inmediata de l*s inmigrantes. Así, por ejemplo, en la actual Ley de Extranjería española (aprobada en 1985) aparecen los epígrafes de «la necesaria cooperación con los países originarios de los inmigrantes» o «la incentivación del retorno o la integración social».

La única pretensión del primero es lograr acuerdos comerciales favorables a los países de origen para que sean ellos los que impidan la inmigración o la repriman en caso de darse. La incentivación del retorno significa, pura y simplemente, la expulsión inmediata del inmigrante. La llamada integración social no busca, por ejemplo, el reagrupamiento familiar, sino la creación de un censo -con fines claramente represivos- de los inmigrantes legales e ilegales.

Todas estas políticas de inmigración se resumen en dos principios fundamentales: el control policial de la entrada en el país y en segundo lugar la ejecución de las expulsiones de los residentes ilegales lo más rápidamente posible.

CRIMINALIZACIÓN

El dato de partida más relevante para hablar de l*s inmigrantes como nuevos sujetos de criminalización es el referirnos a su paso por las cárceles. Antes de 1985 l*s inmigrantes pres*s era una minoría, nunca superaban el 4% de la población reclusa total. A partir de 1985 se incrementa esta cifra se eleva hasta el 16% actual. Estos datos nada tienen que ver con el aumento de los flujos migratorios hacia el Estado español y sí con la aplicación de una política de control hacia l*s inmigrantes ilegales.
Junto al chivo expiatorio tradicional de la criminalización que ha sido siempre el yonki o el terrorista, se coloca ahora al inmigrante ilegal. Esta criminalización se plantea como un elemento disuasorio frente a posibles intentos de entrada ilegal en el Estado español.

LA CULTURA DEL MIEDO

El racismo se nutre de la cultura del miedo y de sus creencias subyacentes. L*s inmigrantes nos roban, nos quitan el trabajo, huelen mal... aquí está el germen de una violencia social incontenible, que se complementa con las políticas de los Estados europeos. Además esto queda corroborado por la implicación de los diferentes cuerpos de seguridad del Estado en la creación y consolidación de los diferentes grupos neonazis.

Toda esta cultura del miedo tiene como principales portavoces a los diferentes ministros del interior, quienes hablan del desempleo o de supuestos actos delictivos de los inmigrantes para justificar las actuales leyes de extranjería. Leyes que en Alemania, por citar un caso, han supuesto la expulsión de muchos turcos algunos de los cuales han sido ejecutados al llegar a su país. Con lo cual se está aplicando una forma de pena de muerte a través de terceros países.

La base de esta cultura funciona desviando el conflicto entre dominadores y dominados, hacia el enfrentamiento y la creación de prejuicios entre los propios dominados. Un ejemplo significativo es el de la prostitución procedente del tercer mundo, que produce un conflicto entre las prostitutas autóctonas y las emigrantes. Las autóctonas se muestran hartas ya que no pueden competir con mujeres que son más guapas y más baratas. También es un hecho constatable que los emigrantes se encargan de labores que no quiere hacer nadie, por lo cual no se produce una competencia real entre los intereses de los dominados.

La aceptación o rechazo de la inmigración viene determinada por las necesidades del mercado en cada momento y de los ciclos de reproducción capitalista. Un capitalismo que no tiene el menor reparo en desplazar sus industrias del primer mundo a países terceros porque en ellos existe una mano de obra más barata. El capital financiero alemán, japonés, norteamericano saben que la mano de obra de estos países no tiene capacidad contractual, ni derechos político o sindicales.

El racismo es, por tanto, un concepto básico para entender la reproducción de las formas de vida occidentales. Y en este sentido, las campañas institucionales sólo contribuyen a mantener ese modelo. Por eso, mientras no que creemos espacios de intercambio y de autodefensa, espacios en los que prime la autoorganización por encima de la información, las campañas no servirán más que para potenciar la industria del papel.

César Manzanos
(Transcripción de la charla celebrada durante unas jornadas culturales organizadas por CNT en Bilbao)