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El mercado capitalista como destructor de las relaciones humanas y las de intercambio

Sábado.23 de julio de 2011 1665 visitas - 1 comentario(s)
Félix Rodrigo Mora #TITRE

¿Por qué casi todo lo que compramos tiene tan poca calidad? ¿Antes los objetos manufacturados eran mejores o peores? ¿Las sociedades agrícolas de antes vivían en el atraso y el hambre permanente y por eso surgió la sociedad urbana-industrial? Pues he aquí alguna que otra respuesta. N. de T.


48

(…)

Detengámonos un instante en esto, con una breve digresión. El colapso de la calidad hoy no se da solo en la agricultura, sino en la totalidad de la vida económica y social. La lógica del capitalismo y el mercado lleva a un descenso continuo de la valía de los bienes y servicios, además de la de los seres humanos, que es la principal. La causa de ello es el ansia, competitivamente instituida, de ganancias y el afán de realizar su maximización, lo que lleva a la búsqueda de una relación asimétrica en el intercambio mercantil.

El mercado natural realiza la justicia conmutativa, pues en él se permutan valores equivalentes, pero en el mercado capitalista lo que se pretende alcanzar es el mayor beneficio con justicia o sin ella, deseo que, entre otros males, introduce la inexorable norma de dar lo mínimo para
recibir lo máximo. Esto es bastante difícil en el aspecto cuantitativo pero
más fácil en el cualitativo, de manera que todos acuden a aquél a entregar productos y servicios con la más baja cualidad posible. Ello es en cierto
grado contrarrestado por los controles que con mayor o menor rigurosidad
establece cada comprador, pero eso es también problemático (los
análisis de calidad son un coste mas, que se desea minimizar) y no alcanza
para superar la presión formidable en pro del declive de aquella, igualmente
promovida por el trabajo asalariado neoservil en si mismo, por el
uso de maquinas y por el envilecimiento del trabajador que el sistema está
obligado a fomentar.

Hoy, la continua declinación de la calidad es observable por doquier,
preocupante cuestión cuyo arreglo exige una alteración categórica del
orden constituido y del régimen de valores imperante, lo que ha de ser
mucho más que la realización de ciertas ingenuas pretensiones sobre “la
abolición” del mercado y del capitalismo. Se necesita el triunfo de una
cosmovisión asentada en la magnanimidad y el desinterés, que ponga el
dar por delante del recibir, que prime los deberes por encima de los derechos,
que busque satisfacer las necesidades naturales, definidas en su
menor expresión, con productos que sean pocos en cantidad, duraderos,
sencillos, bellos y de calidad. Sobre esta concepción de la vida deberá asentarse
una general des mercantilización, de tal modo que cada ser humano
atienda por si mismo, él y sus próximos, el mayor numero de necesidades,
utilizando el mercado natural desmonetizado para lograr por intercambio
equitativo la parte restante. Ello en un contexto mas general en el que
la vida económica ya no seria gobernada ni por el Estado, ni por mecanismos
pretendidamente “impersonales” como el mercado ni por ciertas
etéreas “leyes” económicas descubiertas por los sempiternos sabelotodo,
sino que provendría, como cualquier otra cuestión que afectase a la totalidad
del cuerpo social, de los procedimientos del régimen democrático,
de donde derivaría el dominio efectivo de la actividad productiva por el
pueblo, con el consiguiente final de la propiedad privada concentrada o
burguesa, liberticida por naturaleza.


48. Un axioma o primera verdad fundante no necesitada de demostración expeiencial-reflexiva,
evidente por si misma según la historiografía aferrada a la idea del progreso, es que la economía
preindustrial era incapaz de proporcionar el mínimo vital a una buena parte de la población, que
convivía toda su vida con ≪el hambre≫, fruto del ≪atraso≫. Se citarán tres casos particulares que
suscitan dudas al respecto. Uno es Tratado en Revueltas sociales en la provincia de Toledo. La crisis
de 1802-1805 de M. García Rupérez, que evidencia que el hambre que afectó a ciertas aéreas de la
Meseta en esos años fue más la consecuencia de la intervención depredadora del Estado en la vida
económica municipal que la resultante de las anormalidades climáticas (las cuales, para mas inri,
eran propiciadas por otras formas de intromisión de la corona en la vida popular, especialmente
por el descuaje a gran escala de los montes, realizado desde mediados del XVIII). Tampoco de
la incapacidad inmanente de los modos de producción de entonces, asunto que aparece también
en Los pósitos. Historia de una institución agraria de F. Pérez Garzón, donde se hace responsable
a la ≪rapiña de la Real Hacienda≫ de la decadencia de aquella venerable institución de previsión
social, lo que es una nueva refutación de la estatuaria progresista. Expresivo es el testimonio que
los vecinos de El Carpio (Toledo) dan, hacia 1576, en las ≪Relaciones topográficas≫ ordenadas
hacer por Felipe II, cuando exponen que su pueblo posee ≪mucho pan, mucho vino, mucho aceite,
mucha leña, mucho ganado de todas suertes, mucha miel y cera, buenas aguas, mucha caza, mucho
pescado fresco, mucha molienda y ríos≫, citado en La vida rural castellana en tiempos de Felipe
II de N. Salomón. Retornando al siglo XVIII, en Estudio histórico de Serradilla del Arroyo de A.
Oliva, se describe la eficiencia y pujanza económica del régimen premaquínico, manifestado en
que una población promedio (120 casas) en la provincia de Salamanca era capaz de producir 3.000
mantas anuales de excelente calidad, con telares manuales elaborados por los propios usuarios,
quienes reposadamente trabajaban en sus hogares al mismo tiempo que atendían otras actividades
agrícolas, ganaderas y silvícolas. Todo ello, sin negar sus lados negativos, expresa un estado de autonomía
personal y colectiva, satisfacción vivencial y realización humana que la actual sociedad de la
modernidad no puede proporcionar. En suma, es esta una materia en la que muchísimo queda por
investigar. Mientras, las simplonas e interesadas afirmaciones, tan categóricas, de los partidarios del
orden constituido han de quedar en entredicho.


Texto tomado del libro de Félix Rodrigo Mora “La Democracia y el Triunfo del Estado: Esbozo de una revolución democrática, axiológica y civilizadora” (Ed. Manuscritos).