El garito - Tortuga
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El garito

Domingo.9 de diciembre de 2007 902 visitas Sin comentarios
Capítulo 4º del libro de Amador Navarro Tortosa “Historias desde lo Alto de una Noria” #TITRE

Estamos publicando cada dos domingos un capítulo de la obra del escritor alicantino y amigo nuestro, Amador Navarro Tortosa, “Historias desde lo Alto de una Noria”. Esperamos que el libro sea del agrado de todos nuestros lectores y que les guste tanto como nos ha gustado a nosotr@s.

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“Cada vez que voluntaria o involuntariamente uno consigue escapar de su rutina aprenderá algo nuevo, experimentará sensaciones distintas o vivirá, al menos, un poco más intensamente”. Esa fue la máxima que inventé para animarme cuando con paso distraído y no de muy buena gana me dirigía bien duchado y bien vestido -siempre que me presento en sociedad procuro maquearme- hacia la Peña del Trompo de mi amigo Natalio para cumplimentar su deseo de agasajarme y bendecirme ante sus amigotes.

Mañana te vienes a comer al garito -me había advertido durante la verbena de la noche anterior- Y yo, que protegía con celo cada jornada aquellas primeras horas de la tarde en las que me disponía para afrontar la locura de encerrarme con mis baratijas en la plaza del baile a lidiar sin capote con borrachos, rapaces, heavylondrios y mangantes, esta vez no pude defraudarle.

Era el garito un simple cobertizo destartalado a unos pocos metros del pueblo. Se accedía a través de un corral grande, de hierba, en el que se desparramaban sin concierto unas cuantas mesas y sillas cada una de su padre y de su madre. Al atravesar el portalón se descubría una única estancia con dos columnas centrales y, aprovechando una de ellas, una rústica barra de bar hecha de obra y de la que colgaban adosados un fregadero y un grifo de cerveza delimitaba el espacio. La barra estaba, por supuesto, abierta a todos y dentro de ella y bajo una de las ventanas una plancha y una cámara frigorífica se hacían hueco entre los innumerables barriles y cajas de bebidas apiladas por doquier. Las paredes estaban decoradas con sprays y corcho quemado y desde un rincón atronaba el espacio un nada desdeñable equipo de sonido. Eso era todo aunque como broche curioso, un fanal de luz roja que colgaba de la puerta de entrada y confería por la noche a todo el recinto un pretendido aspecto de puticlub.

Cuando llegué andaban entre bromas ultimando los preparativos de la francachela. Ensaladas, tortillas, embutido, algo de laterío y carne, mucha carne. Era el menú consensuado invariablemente para todas las fiestas. No se andaban con remilgos. Natalio me presentó visiblemente satisfecho a Marina, su novia, una chavala bonita y risueña que a buen seguro había subido al pueblo a descubrir ilusionada el lugar donde su chico guardaba los mejores recuerdos de su infancia.

- Natalio me ha hablado mucho de tí -me dijo en un momento en que nos quedamos solos repartiendo unas bolsas de aceitunas-
- ¿Ah, sí? -me extrañé- Pero si nos vemos tan solo año tras año, de fiesta a fiesta.
- Pues le caes muy bien -aseguró- Dice que eres de los pocos hippies auténticos que quedan.
- ¡Vaya! ¿Eso dice? -exclamé- Bueno, yo también le aprecio mucho. Desde el principio me di cuenta de que era un chico especial y ahora el tiempo me ha dado la razón. ¿Llevais mucho tiempo?

Aparentó hacer cálculos.

- Unos tres meses aproximadamente.
- ¿Y cómo os conocisteis? -insistí-
- Pues... vino al Centro -me explicó- Hago prácticas de trabajo social en un centro para críos que hay en el barrio y él vino un día a montar un teatrillo. Después de la función nos fuimos algunos a cenar y... salimos -sonrió tímidamente-

Mientras tanto, la excitación general había ido en aumento. Todos se afanaban solícitos en sus tareas deseosos de colaborar en un acontecimiento que aún pareciendo nimio a primera vista bien sugería, profundizando, la posibilidad de abarcar algún que otro significado de naturaleza mucho más elevada. Cuando todo estuvo listo nos sentamos a la mesa y fue entonces cuando entre alcohol y camaradería, conscientes o inconscientes de lo que significaba, la mística ceremonia inundó de nuevo de energía los cerros y vaguadas. Eran las fiestas.

- ¿Qué plan teneis ahora? -pregunté a los postres-.
- Dentro de un rato nos vamos a la capea- respondió Natalio- Hemos preparado unos disfraces de espermatozoide ¿Quieres venir? Sobran algunos.
- ¡Qué va! -me excusé- He de empezar a trabajar enseguida.
- ¿Tan pronto? -se extrañó-
- ¿Crees que no cuesta montar la parada? -respondí- Los hierros, los toldos, los plásticos, la instalación eléctrica, las camisetas, los pañuelos, los paneles de la bisutería... Además hoy viene a tocar un grupo que conozco y me gustaría saludarles con tranquilidad.
- ¿Los Batzer? -recordó haber leído en el programa-
Asentí.
- ¿Son buenos? -Insistió-
- De lo mejorcito que hay. Ya lo comprobarás esta noche.

Se vistieron entre bromas por lo ridículo de los disfraces y aproveché mientras tanto para echar una cabezadita sobre la hierba. Allí tumbado, observaba disimuladamente a Marina y su inocencia despertaba en mí sensaciones intensas, recuerdos de una juventud perdida. Tantos años de carretera me habían convertido inexorablemente en un ser extraño y distante, en un lobo solitario incapaz de expresar sus sentimientos.

Les acompañé hasta la capea en desternillante pasacalles y continué luego abstraído en mis pensamientos hacia la plaza del baile.