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El explorador más famoso del siglo XIX era un miserable

Jueves.8 de agosto de 2019 512 visitas Sin comentarios
Los secretos inconfesables de Henry Morton Stanley, el hombre que encontró al doctor Livingstone en África #TITRE

Domingo Marchena, Barcelona

Henry Morton Stanley (1841-1904) es el explorador más famoso del siglo XIX, con permiso de sir Richard Burton , otro gran viajero victoriano, pero íntegro, y que lo despreciaba profundamente. Stanley también es el autor de una frase archifamosa: “¿El doctor Livingstone, supongo?”. La pronunció en una expedición legendaria, la búsqueda de un misionero perdido en África.

Al cabo de ocho meses de penalidades, Stanley encontró a su hombre en la aldea de Ujiji, junto al lago Tanganika. Fue entonces cuando planteó la pregunta por la que todavía hoy se le recuerda. Era una interrogación retórica porque en aquella zona remota de Tanzania no había ningún otro blanco en miles de kilómetros a la redonda.

El escocés David Livingstone fue un personaje irrepetible. Médico, misionero y explorador, rastreó las fuentes del Nilo y halló las cataratas del lago Victoria. Y denunció algo que no le importó nunca a Stanley: la esclavitud. No estaba perdido. A pesar de su delicada salud, estaba donde quería estar: ayudando como podía a los habitantes de aquellos pueblos africanos.

El misionero falleció antes de dar su versión de los hechos. Su hallazgo fue un filón para Hollywood, con películas como Stanley y Livingstone , de 1939, con Spencer Tracy en el papel de protagonista. El cine edulcoró la historia, como hizo el propio Stanley, más preocupado por aparecer como un héroe que por evitar las mentiras y tergiversaciones.

Stanley y uno de sus ’boys’. Foto: S. Durand / Wikimedia Commons

Sus viajes tenían una cara oculta y causaron mucho dolor. Y ríos de sangre. Muchas cosas en él eran una impostura. En primer lugar, era galés, y no estadounidense, como dijo en una etapa de su vida, cuando emigró a Estados Unidos y adoptó el nombre de Henry Morton Stanley. Sus padres, un borracho y una mujer soltera que lo abandonaron, lo bautizaron como John Rowlands.

Para compensar sus humildes orígenes imprimió a su infancia una aureola digna de Dickens. Y a su madurez, una épica propia de Kipling. Pero no logró engañar a todo el mundo. Un importantísimo contemporáneo lo descalificó: sir Richard Burton (nada que ver con el actor). Este gran políglota, viajero y escritor (1821-1890) le acusó de “disparar contra los negros como si fueran monos”.

Y, por desgracia, era verdad.

“La poesía es un arma cargada de futuro”, dijo Gabriel Celaya. La lectura de Biografía del explorador (Navona), del poeta y novelista José Ovejero, demuestra que los versos no sólo iluminan el mañana, sino también el ayer. Esta recopilación de poemas, que se acaba de reeditar, airea los secretos, las mentiras y las salvajadas de este personaje.

El lado oscuro de Stanley ya se había destapado. En particular, gracias al británico Frank McLynn, autor de una biografía canónica y desmitificadora, la monumental Stanley, Sorcerer’s Apprentice ( Stanley, el aprendiz de brujo ), no traducida al castellano. Pero José Ovejero consigue la misma contundencia en una obra de apenas 100 páginas con sus poemas y prosa poética.

Como demuestran estos versos, el fusil y el látigo eran para él tan o más imprescindibles que la brújula. Los porteadores de sus expediciones eran exprimidos hasta que exhalaban el último aliento. Morían como moscas sin que Stanley pestañeara. Su indiferencia ante el dolor ajeno lo convirtió en un compinche perfecto para Leopoldo II, el rey de los belgas .

Este monarca instauró un reino del terror en el Congo entre finales del siglo XIX y principios del XX. El premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa dice que “es una gran injusticia histórica que Leopoldo II no figure, con Hitler y Stalin, como uno de los criminales políticos más sanguinarios del siglo XX”.

El rey de los belgas convirtió literalmente el Congo en su finca particular. Sus mercenarios esclavizaron, secuestraron y torturaron a sus habitantes en una orgía de sangre con la complicidad de cobardes como Henry Morton Stanley, que miraba para otro lado cuando no participaba directamente en estas mismas sevicias.

Sus éxitos son innegables. Entre otros, averiguó el paradero del doctor Livingstone y descubrió las fuentes del Congo. Recorrió este río hasta su desembocadura durante tres años. Como en todas sus aventuras, el coste humano fue altísimo: de los 356 expedicionarios y porteadores que le acompañaron, sólo regresaron 114. Y tan innegables como sus éxitos son sus crueldades.

Encadenaba y azotaba a sus sirvientes con la chicotte, un látigo hecho con piel de hipopótamo. Según otro historiador, el africanista Adam Hoschschild, trataba tan mal a sus porteadores que sus expediciones se podían confundir con una caravana de esclavos. Además, engañó a numerosas tribus con documentos que no entendían para que regalaran sus tierras al rey Leopoldo II.

No contento con eso, abrió fuego contra los poblados que no le mostraban sumisión. Sus méritos para ir al infierno no acaban ahí. También secuestró a mujeres y niños para exigir comida a cambio de su liberación. Una de las primeras personas que protestó airadamente contra este Congo de pesadilla fue un misionero estadounidense George Washington Williams.

“Stanley –escribió este testigo presencial del drama– no es un héroe, sino un tirano. Su nombre aterra a estas gentes sencillas, que recuerdan sus mentiras, sus golpes y los crueles medios con que les ha robado sus tierras”.

Ese es el Stanley que resucitan unos versos maravillosos y que confirman que la poesía es un arma bien cargada. De futuro, de presente y de pasado.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/ocio/v...

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