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El New Age, un conflicto en la sociedad occidental

Domingo.26 de enero de 2025 155 visitas - 2 comentario(s)
Capítulo 10º (y último) del libro «De la pseudociencia a la conspiración: Un viaje por la espiritualidad New Age». #TITRE

«De la pseudociencia a la conspiración. Un viaje por la espiritualidad New Age»
Pablo San José Alonso.

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En relación al impacto del New Age en la sociedad, lo primero que puede decirse es que poseer una comprensión de la realidad como la que venimos describiendo tiene cierta razón de ser. Como han reflexionando largamente multitud de filósofos y sociólogos (por ejemplo los de la Escuela de Frankfurt), la sociedad occidental contemporánea está muy lejos de realizar el proyecto de fraternidad universal vaticinado por la Ilustración y el racionalismo. El desarrollo político-económico y el avance tecnológico, a pesar de sus aportaciones objetivas, no ha conllevado la plasmación de un mundo más justo y ni tan siquiera, como proponía en su tiempo el utilitarista Jeremy Bentham, una superior cota de felicidad y realización existencial para un número mayor de personas. De hecho, en ciertos casos, dependiendo del criterio comparativo y el parámetro que se escoja, más bien puede decirse lo contrario. Hay razón pues, para dudar de las explicaciones que emanan de los centros de poder. Más si cabe cuando se comprueba que la verdad y la mentira se proponen continuamente de forma indiferenciada, empleándose la falsedad con profusión y sin la más mínima censura social cuando conviene para promover o sostener determinados intereses (pensemos, por ejemplo, en todo tipo de publicidad). En tal contexto puede resultar legítimo, incluso conveniente en según qué casos, adoptar interpretaciones de la realidad diferentes o alternativas a las que propone la institucionalidad del «sistema».

Por otra parte la cosmovisión New Age, al menos en algunas de sus concreciones, aporta respuestas a necesidades de tipo espiritual, existencial, etc. allí donde la interpretación racionalista de la modernidad es incapaz de llegar, cubriendo de alguna manera, podría decirse, dichas lagunas e insuficiencias.

Dicho lo anterior, cabe criticar el sistema de pensamiento New Age por diversas cuestiones.

En primer lugar, hay que cuestionar la apuesta que el pensamiento New Age hace por la subjetividad y el relativismo en asuntos que, por su carácter eminentemente material o científico, y su aplicación práctica, deberían ser abordados exclusivamente con métodos objetivos, o con lo que más pudiera aproximarse a ello. Cabe defender, no obstante, el derecho de cada cual a que su pensamiento o su forma de actuar tenga una base de tipo espiritual, como sucedía tradicionalmente con personas fuertemente adscritas a diferentes tradiciones religiosas. Sin embargo, aun en tales casos, el análisis concreto de la realidad ha de depender siempre de la aproximación racional y empírica, no de fuentes «reveladas». Cada individuo es quien ha de saber conjugar cabalmente una cosa con la otra ya que en caso contrario, y el New Age no es ajeno a ello, más que de inspiración espiritual o emocional, hay que hablar de fundamentalismo dogmático.

Yendo aún más allá, la falta de consideración debida a la «Verdad» como pretensión de objetividad y valor no sujeto a infinitas interpretaciones, o a las exigencias que plantea conocer la realidad de una forma cabal, en beneficio de un supuesto derecho a la visión subjetiva particular en cada cuestión, sea la que sea, genera una pedagogía social nociva. Es decir, el New Age es una fuente de difusión de supersticiones, bulos, posverdades, teorías no acreditadas que se ofrecen como verdaderas, etc. Todo ello contribuye de una forma importante a sembrar —todavía más— la confusión, la desinformación y, por tanto, la ignorancia o falta de verdad, en la sociedad.

Como consecuencia de lo anterior, en tanto que desde el New Age emanan desafíos interpretativos de la realidad que se oponen manifiesta y militantemente a los suscritos de forma mayoritaria, es también causa de una mayor división y atomización social. Esto no tiene en sí nada de especial ni de novedoso, incluso no es necesariamente criticable. Es lo que ocurre cada vez que aflora una nueva forma colectiva de interpretar la realidad con pretensiones de sustituir a las cosmovisiones vigentes y de congregar en su derredor a la mayoría social. Es el camino que históricamente han recorrido todas las religiones y proyectos de tipo político, cuyos orígenes son siempre minoritarios y su expresión sociológica de carácter sectario, y que, cuando prosperan suficientemente, pueden llegar a adquirir una dimensión significativa e incluso hegemónica. Sin embargo, en el caso que estudiamos se da una importante diferencia: Dada la total ausencia de objetividad interpretativa en el New Age, resulta imposible que pueda establecer un paradigma lo suficientemente definido y consensuado que logre sustituir —más allá de tratar de refutarlos y negarlos— a aquellos que enfrenta. De tal modo, su única capacidad queda reducida a la de anexar a las cosmovisiones dominantes un sinnúmero de pequeñas visiones particulares formalmente opuestas a ella en diferentes grados, pero sin ninguna posibilidad de plantear una alternativa «unitaria». De lo cual, como decimos, resulta una dinámica tendente a una cada vez mayor división y fractura social. Hecho que, por otra parte, se contradice con la pretensión informal de la New Age de tender a una cierta unidad social cognoscitiva en torno a «la verdad», o, mirándolo desde otra perspectiva, puede semejarse mucho a los enunciados de ciertas teorías conspiratorias que acusan a las autoridades vigentes de instrumentalizar determinadas luchas sociales (por ejemplo el feminismo, o los nacionalismos), para enfrentar y dividir a las personas y, por lo tanto, atomizar la sociedad en pro de sus intereses.

Todo esto es más grave, si cabe, cuando se traslada al ámbito de los grupos y personas que abogan por diferentes proyectos de transformación social. El conflicto que se establece en las propias filas de estos movimientos entre quienes analizan la realidad con parámetros del New Age de carácter subjetivo e incluso conspirativo, y quienes preferentemente lo hacen con los criterios de la modernidad provoca una división, a menudo irresoluble, entre unos y otros, una mengua de dichos movimientos y el descrédito de los mismos de cara a quienes los observan desde el exterior. Todo ello aleja la posibilidad, cada vez más remota, de que pueda llegar a experimentarse en la realidad (ni siquiera a escalas reducidas) cualquiera de los proyectos de utopía social propuestos.

Otra cualidad criticable, ya esbozada, del New Age es su inherente incapacidad para desarrollar un discurso coherente y mínimamente propositivo. Dado que siempre parte de axiomas más o menos acabados, acostumbra a prescindir de todo esfuerzo de documentación e investigación solvente, más allá del que imposta con pretensiones demostrativas de la conclusión que le sirve de punto de partida. De tal forma, en el New Age escasean los análisis y las propuestas, convirtiéndose por ello en un movimiento eminentemente reactivo que piensa y se expresa con formas emocionales, viscerales en no pocos casos, con menoscabo de la dimensión racional. Dicha carencia o debilidad suele ser orillada u ocultada elaborando ad hoc discursos que se muestran como lógicos, científicos e incluso políticos. Es una coartada racionalista que pretende encubrir las verdaderas motivaciones de las teorías esgrimidas, las cuales emanan de necesidades personales de tipo existencial y espiritual. Por ejemplo, desde el negacionismo de la pandemia del covid-19, fue común la crítica al escenario político de restricciones impuesto por unos y otros gobiernos y la apelación al valor «libertad». Sin embargo la gran mayoría de estas personas críticas, en tiempos anteriores a la pandemia y en una sociedad que, desde hace ya bastantes años, viene recortando incesantemente derechos y libertades, no expresaban preocupaciones de ese tipo. Tampoco las expresaron con posterioridad. Más bien parece que dicho discurso, en aquel momento, pudiera estar encubriendo su malestar ante la centralidad mediática de las autoridades sanitarias «oficiales» y el amplio seguimiento que la población hizo de sus indicaciones. De hecho, pudo observarse cómo en el periodo de vacunación masiva el eje del discurso antagonista volvió a desplazarse desde lo político hacia cuestiones más centradas en la disidencia médica: los supuestos efectos nocivos de las vacunas.

Podría concluirse que el New Age, a pesar de algunos de sus discursos, tiene poco o nada de político. Porque, como sería posible decir desde el marxismo, es una teoría carente de práxis que, a fin de cuentas, no se encuentra en un verdadero conflicto con los pilares del orden político y económico occidental. Ciudadanos del primer mundo y del Estado del Bienestar, los seguidores del New Age no son revolucionarios, sino disidentes; más que políticos, como decimos, son antipolíticos y solo creen en el «cambio interior» personal, y no en ninguno de tipo estructural, el cual no les interesa ni lo desean; posiblemente incluso lo temen.

En ese sentido, podemos ampliar la crítica y afirmar que el New Age es una forma de evasión de la realidad: un mundo que no gusta y con el que se está disconforme, sin que haya verdadero deseo de transformarlo. Un mundo, de hecho, que, cuando es analizado, requiere la utilización de distintos ropajes a modo de disfraz para evitar afrontarlo tal cual es. Dice la investigadora Marga Mediavilla: «a base de aplicar el negacionismo a todos los grandes problemas, se crea un discurso que nos dice todo lo que queremos oír: los problemas no existen, son sólo un invento de las élites que quieren robarnos nuestra libertad» (1). De esta forma el militante New Age, desentendiéndose de las grandes disfunciones y retos de la sociedad, se alista en una confrontación idealista y teórica desempeñada contra enemigos frecuentemente imaginarios (véanse las teorías de la conspiración) o, cuando menos, deformados.

También cabe cuestionar la cultura New Age en relación a sus posiciones antihumanistas. En el capítulo anterior hablábamos de la problemática que emanaba de la sublimación del ideal «naturaleza» en detrimento del valor concedido a la especie y civilización humana. Como se explicaba arriba, la concepción bipolar, maniquea, «naturaleza versus humanidad» es fuente de diferentes disonancias cognitivas y, a causa de ello, un importante condicionante que impide el correcto análisis de la realidad. Por lo tanto, un camino que lleva a alejarse del valor Verdad.

Pero lo que me parece más trascendente en esta manera de ver las cosas es el impulso y legitimación que concede a las actitudes individualistas. La desconsideración del ser humano como tal y de la humanidad en su conjunto en beneficio del ideal Naturaleza característica del New Age, como no puede ser menos, es fuente de insolidaridad, de desentendimiento ante el sufrimiento ajeno, ante las tragedias humanas. También se convierte en una cómoda coartada para desmarcarse del grupo y de la sociedad misma en reclamación del derecho individual cuando se necesita el esfuerzo común, la solidaridad, la cooperación, la solución colectiva.

Como también decíamos, la lectura que el New Age realiza de la transformación social en clave individual (pensamiento positivo, crecimiento personal, vida sana…) en detrimento de la dimensión estructural, no puede menos que restar energías y militancia a los grupos y movimientos que sí trabajan ese orden de cosas.

Cabe añadir a lo dicho que nada de malo hay en valorar «lo natural», la propia naturaleza y defender sus diversos ecosistemas de las agresiones que padecen. Todo lo contrario. Siempre y cuando no se olvide que el ser humano también forma parte de ese mundo natural. Sin embargo, la gran mayoría de individuos New Age no suelen ser vistos en luchas y confrontaciones reales con estrategias y tácticas para lograr fines tangibles en el sentido descrito, ya que acostumbran a desarrollar su «compromiso» con la naturaleza más bien mediante acciones individuales (por ejemplo la alimentación ecológica) expresiones emocionales y ritos (y estéticas) propias, y no tanto con militancias y compromisos ecologistas, especialmente si son confrontativos.

Analizando sus posibles implicaciones de tipo sociopolítico, el pensamiento New Age, más allá de servir ocasionalmente de cauce para expresar colectivamente un malestar, siempre relacionado con los temas concretos de su agenda, resulta paralizante, desmovilizador. Como decíamos arriba, genera confusión al negar razón de ser a todo tipo de activismo político «clásico» y señalar falsos agentes y factores causales de los conflictos y disfunciones sociales: los objetivos de movimientos como el ecologismo, el feminismo, el pacifismo, antirracismo, antiimperialismo, diferentes nacionalismos, iniciativas antigubernamentales… interpretados como estrategias bastardas implementadas por organismos, prohombres y organizaciones ocultas que persiguen sus propios fines. De tal forma, al negar razón y sentido a este tipo de luchas, el New Age, consciente o inconscientemente, defiende los intereses de los sectores sociales más inmovilistas y, por ello, se convierte en reaccionario.

Sumado a ello, el hecho de señalar incesantemente conspiraciones imprecisas, agentes poderosos y agendas ocultas, hace poco menos que imposible el poder apuntar hacia objetivos claros, así como trazar estrategias y tácticas que, de algún modo, pudieran incidir, para su transformación, en aspectos fundamentales de la realidad. Incluso aunque hubiese una verdadera intención de neutralizar la supuesta acción sobre la que se especula. En realidad y al fin y al cabo, la principal expresión de la disconformidad es, precisamente, la propia expresión: que se enuncie alto y claro en la mayor parte posible de plataformas disponibles, no la confrontación. Ello tiene el efecto indeseado de generar impotencia paralizadora: la enormidad —y ambigüedad— del mal a combatir hace poco menos que imposible —más allá de la denuncia y la protesta— el combate y, por supuesto, cualquier tipo de victoria. Por lo que todo esfuerzo o riesgo personal al respecto está de más. El militante New Age, después de haber proclamado su teoría en las redes sociales de internet o en cualquier otro espacio propio de retroalimentación puede descansar tranquilo: ya ha cumplido con su tarea, nada más le cabe hacer.

En tal contexto, llama poderosamente la atención que individuos que en otros momentos de su vida han participado en ámbitos de tipo libertario o en movimientos de confrontación contra el orden socioeconómico vigente terminen haciendo suyo un pensamiento y análisis de la realidad que niega la razón de ser de dicho espíritu confrontativo. La principal explicación hay que buscarla en el colapso que en las últimas décadas han experimentado las estructuras de alternativa política de la modernidad (especialmente el derrumbe de lo que se denominaba «socialismo real») y el mismo «espíritu revolucionario», hecho que ha producido emocionalidades de desencanto y frustración entre muchas de las personas que tenían como propios aquellos referentes. En dicho contexto carente de horizontes utópicos, los desafíos que el pensamiento New Age plantea a la institucionalidad, a pesar de su carácter casuístico e incluso extravagante en ciertos casos, pueden dar respuesta a determinadas necesidades individuales, de raíz psicológica y existencial, de mantener una actitud vital rebelde y, de alguna forma, «antisistema».

Por su parte, los seguidores del New Age procedentes de un punto de partida conservador o de corte ultraderechista van a encontrar en este tipo de pensamiento disidente y conspirativo un continuo manantial de argumentarios para señalar a todos aquellos sectores (feministas, izquierdistas en general, personas inmigrantes, minorías étnicas y sexuales, gobiernos de turno...) que desean poner en el centro de su diana.

Aunque sea, de alguna manera, redundar en lo ya dicho, viene bien subrayar la carencia de opción por el bien común que suele abundar en las mentalidades New Age, especialmente aquellas que se centran en la cultura del «pensamiento positivo». Esta visión de la realidad que, aparentemente, hace una apuesta por el optimismo y la espontaneidad, en su reverso resulta ser desmovilizadora e incluso reaccionaria, al negar razón de ser a cualquier tipo de lucha o confrontación, acciones en las que cree contemplar la diseminación de «energía negativa». De tal forma, solo el «cambio personal», el crecimiento «consciente» y algunas otras fórmulas relacionadas con el campo de la autoayuda son las que permitirían algún tipo de evolución favorable en la sociedad, en virtud de la «energía positiva» que movilizan.

También supone una forma elitista de relacionarse con el resto de la humanidad, al considerar que son los individuos y no las estructuras los principales responsables de sus propias carencias y dificultades. Así, al igual que buena parte de las enfermedades no estarían causadas por agentes patógenos, sino por decisiones vitales propias incorrectas, la pobreza, el maltrato o, por ejemplo, cualquier tipo de discriminación, tampoco tendrían origen estructural, siendo su causa principal la falta de espíritu (o energía positiva), consciencia, afán de superación o empoderamiento del sujeto que las padece. Desde este tipo de percepción, resulta natural cuestionar cualquier tipo de política social, particular o institucional, la cual, supuestamente, estaría infantilizando y volviendo dependientes a los individuos desfavorecidos, e impidiendo que éstos pudieran desarrollarse desde sus propias potencialidades.

Como puede inferirse, esta ideología se encuadra de lleno en los clichés neoconservadores del autoemprendimiento, «el hombre hecho a sí mismo» o «el sueño americano». Y, como tampoco puede dejar de advertirse, es un pensamiento propio de personas económicamente acomodadas; gentes con trabajos estables, que pagan sus impuestos y a quienes les disgusta que el dinero público se dedique a subsidiar a otras personas cuya situación de pobreza y dependencia de la ayuda externa juzgan libre e interesadamente decidida por las razones descritas arriba.

Más allá de estas aplicaciones «el pensamiento positivo», y el New Age en general resultan elitistas en sí mismos. En otros epígrafes hablábamos del «narcisismo colectivo»; de quienes se autoperciben superiores al resto debido a determinada cualidad compartida. En este caso cabe referirse a la convicción de estar «despiertos» o «conscientes» frente a una mayoría social gregaria, «durmiente» y, en todo caso, ajena e ignorante de sus propias capacidades individuales. En ciertos casos, se llegan a adoptar ciertas visiones filosóficas de corte supremacista: «la moral de los amos», de Nietzsche (2), que apuesta por el Yo, el orgullo, la fuerza, la libertad, el autodesarrollo, el poder.., frente a la «moral de los esclavos» , denominación que condena y desprecia los principales valores de la cultura cristiana: la compasión, la humildad, la paciencia, el sacrificio, la comunidad… o los de la izquierda: el compromiso, la militancia, la solidaridad, el altruísmo... actitudes, todas ellas, que juzgan negativas para el desarrollo personal y limitadoras de «energía vital». Aunque, como es obvio, no es de aplicación a todas y cada una de las personas seguidoras del New Age, resulta fácil relacionar este pensamiento con actitudes personales egoístas e individualistas y con coartadas para eludir cualquier tipo de compromiso o responsabilidad con respecto a terceras personas.

En todo caso, lo que parece claro es que el tipo de pensamiento pseudocientífico y conspirativo —múltiple, heterogéneo y dinámico— propio del New Age es una forma de ver las cosas que va a seguir teniendo presente y futuro en la sociedad occidental y en sus ámbitos de influencia cultural. Como decíamos, el ideal kantiano del triunfo universal de la razón no es más que un mito, una utopía de la modernidad que no tiene visos de poderse realizar. Por ello, dicho paradigma forzosamente, y en justicia, ha de compartir su espacio con otro tipo de aproximaciones a la realidad de raíz emocional e incluso espiritual.

No hay que descartar tampoco que en situaciones de crisis aguda, como sucedió con la pandemia del coronavirus, se dé un aumento de este tipo de sensibilidades que logre una fuerte implantación en el imaginario colectivo e, incluso, la eclosión de movimientos sociales de carácter más o menos espontáneo. Éstos, como en el ejemplo descrito, se aglutinarían en torno a los conflictos interpretativos mediáticos derivados de cada situación. En todo caso, esta circunstancia tampoco supone novedad: cabe recordar, observando la historia de Occidente, cómo en momentos de fuerte crisis social, económica o sanitaria, fue común que un alto número de individuos pusiera su mirada en interpretaciones de la realidad alternativas, fuesen de corte místico o también de corte político.

Por todo ello se hace necesario asumir que el pensamiento New Age es una realidad que va a seguir estando presente en la sociedad. De tal forma, es conveniente saber encontrar las fórmulas adecuadas para la convivencia y tolerancia que quepa mantener, al menos, hacia algunos de sus puntos de vista concretos, así como aprender a distinguir cuáles son sus aportaciones nocivas para poderlas enfrentar y limitar su influencia en la sociedad. En definitiva, se trata de hacer una correcta lectura de este fenómeno para aprender a relacionarse con él desde el diálogo y la empatía y también desde el desacuerdo y la denuncia explícita cuando ésta se haga necesaria.

1- «Este negacionismo extenso dice, grosso modo: el virus no existe y sólo es un plan de las élites para restringir libertades, pero, además, tampoco el cambio climático existe, es, también, una excusa de las élites globales para arruinar la economía de los países. Tampoco es preciso decrecer porque el planeta no da más de sí, es un plan de las élites para empobrecer y esclavizar a las naciones; ni debemos tener dietas menos carnívoras porque nos estamos cargando las selvas a base de soja, es un plan de Bill Gates para vender carne artificial. Por supuesto, el pico del petróleo no existe, sino que quieren vendernos coches eléctricos; ni hace falta recordar aquello de que la cantidad de seres humanos que puede soportar la tierra es finita, porque sólo es un plan de Bill Gates para reducir la población, etc., etc., etc.»
https://contadashabas.wordpress.com...

2- https://es.wikipedia.org/wiki/Moral...
En la misma línea, Nietzsche hablaba también de la «voluntad de poder», un concepto principal en su filosofía, mediante el que definía el impulso vital, la fuerza de la que cada individuo debe dotarse para lograr el cumplimiento de todas sus metas personales. No conviene olvidar que ambos conceptos, moral de los amos y voluntad de poder, resultaron inspiradores para los teóricos nacionalsocialistas del Tercer Reich.

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  • Hugo Mercier sostiene que la aceptación de contenidos conspiranoicos es inversamente proporcional al modo en que afectan su vida cotidiana: es más facil aceptar que tus males se deben a Bill Gates o a la élite mundial que a tu jefe, porque a la élite no te tienes que enfrentar, al jefe sí. Es fácil para un adulto que vive en un ambiente inmunizado que las vacunas son veneno, más difícil aceptar que lo son los alimentos de origen animal, sin excepción. Mercier piensa que la mente humana tiende evolutivamente a rechazar los bulos, o a actuar informadamente en tiempo real, y cuando se aceptan cosas sin fundamento es porque se quiere y porque no exigen compromiso en tiempo real. Si su libro se llama "No hemos sido engañados" no es por optimismo, sino, quizás, por pesimismo: la aceptación de bulos por un número relevante de personas no es algo forzado por una instancia que los manipule.

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  • ¿Por qué ya no medito?

    Tombol

    Carta al meditador desconocido:

    En un tiempo no muy lejano, y del que ya no quiero acordarme… dejé de meditar. Atrás quedaban muchos años de práctica, unos catorce años sentándome, nada más y nada menos. Pero también había habido lecturas, charlas, talleres. Prácticas grupales y en solitario. Muchas horas dedicadas a este trabajo de recogimiento interior, de escucha concentrada, siguiendo además diferentes ramas: Empecé desde el lado de la visión oriental, siguiendo la guía de gurús y maestros, enfocado en la meditación transmitida desde corrientes hinduistas y budistas; finalmente me asenté en la meditación zen, y dentro de ésta en la difundida primero por la línea japonesa de Taisen Deshimaru, para centrarme luego en las corrientes católico-cristianas, siguiendo el ejemplo de maestros como Willigis Jäger o Dokusho Villalba, permitiéndome ser influido por otros autores en la misma línea, dígase Thich Nath Hanh o Pablo D’ors.

    Mi intención es transmitirte mi experiencia con esta práctica tan emblemática de adiestramiento interior. No voy a entrar en cuestiones de escuelas, corrientes de pensamiento, tradiciones, filosofías. Según quien sea tu maestro, o guía, o enseñante, habrá sido tu aprendizaje y tu práctica. Comprendí que aquí, en Occidente, se había hecho una fusión entre idearios católico-cristianos y filosofía budista-zen, una suerte de remix integrador de ambas cosmovisiones, sin que a nadie le temblara el pulso en su confeccionado. Cada maestro te podía dar su concepción particular de esa fusión, y es entonces que podías unirte a la corriente que mejor satisficiera tus necesidades, según fueras más o menos exigente. Yo terminé practicando el zazen, en la línea Soto Zen japonesa, quizás de las más duras y ásperas, de un purismo extremo.

    Te hablo del zazen para que entiendas que no he practicado una meditación de chichiná, como ahora hacen todas estas corrientes del Mindfulness, una suerte de práctica meditativa actualizada y adaptada a la mentalidad del consumidor occidental del mercado espiritual, un sucedáneo masticable derivado de las técnicas de meditación originales.

    Sí, alrededor de 14 años, sentándome todos los días. A primera hora de la mañana. Sí, era un momento de relajación, alcanzabas a menudo un estado interior que no sabría cómo definir, quizás como “integrado”. Cada día era un nuevo reto, una necesidad de empezar de nuevo, la experiencia del día anterior no garantizaba el buen funcionamiento de la del día siguiente.

    Hoy en día, la meditación es el summum de las prácticas de crecimiento espiritual. He escuchado que va a ser “el arma más poderosa de autotransformación en el siglo XXI”[1]. Por tanto, lo que yo te diga va a ir en contra de una milenaria tradición y de toda una nueva corriente de espiritualidad que ya, desde hace unos años, ha invadido y se seguirá expandiendo por todo el mundo occidental.

    Ya sé que, prácticamente, en ningún lugar vas a encontrar algo así como una crítica a la meditación, porque ¿cómo se puede demostrar si hace o no hace nada? Su aplicación requiere de un tiempo indeterminado hasta conseguir algo. A pesar de que los modernos gurús de la meditación te hablen de “dos meses para alcanzar resultados”.

    Hay millones y millones de meditadores en el mundo, y entonces, ¿cuántos de ellos se iluminan o, al menos, “se realizan”? Como herramienta, ¿hasta dónde te puede llevar? ¿sirve, como se dice, para todo el mundo?

    Hay que distinguir entre estado meditativo y meditación como técnica de introspección interior. El estado meditativo sería un proceso natural, espontáneo, al que se accedería sin la intervención de la voluntad. La meditación como técnica, es un proceso de entrenamiento físico-mental encaminado (con pretensión de) a alcanzar estados de conciencia profunda o de… ¡supraconsciencia!

    La meditación está muy relacionada con las ideas de reencarnación, karma y con el “tú siéntate que no tienes que hacer nada más, lo demás vendrá por sí solo”. También está directamente imbricada en la necesidad del maestro o guía, así como en la técnica que se requiere para su correcta ejecución, que te debe ser explicada.

    No digo que no tenga algún beneficio positivo, y ¡lo único que tienes que hacer es sentarte y concentrarte! Entonces ¿es una herramienta tan poderosa? Te puedo asegurar que de entre todos los grandes meditadores que he conocido, y han sido unos cuantos, no he visto a ninguno que me haya transmitido un estado superior de conciencia.

    Aparte de lo que dicen las diferentes teorías, ¿puede uno verificar, en base a una certeza constatada, que la práctica de la meditación realiza en nosotros un estado de conciencia profundo? Lo que es seguro es que nadie está dispuesto a reconocer que ha estado tanto tiempo sentado para no alcanzar nada. Al menos para nada constatable que tenga valor en el tiempo.

    Hay dos cosas que hacen que la meditación no pueda ser esa “arma de liberación” que dicen que es…

    La primera, y más importante: Cuando uno se sienta a meditar, lo hace con la idea de conseguir algo, alguna clase de recompensa. Quizás ésta sea alcanzar “la verdad”; o la iluminación; o que desaparezcan sus problemas; o convertirse en un ser realizado. Es entonces que uno se sienta buscando un beneficio, un logro. Esa intención, ese deseo subrepticio, hace que la meditación, como proceso de búsqueda y liberación interior, quede desvirtuado, desde el principio. ¿Cómo puede uno descubrir la verdad, lo profundo o como lo quieras llamar, si está condicionado por el resultado? El proceso de interiorización, en sí, está adulterado, pues solo una mente sin condicionamiento puede alcanzar la verdad (lo que pueda ser considerado como tal).

    Combinado con lo dicho en el anterior párrafo está lo siguiente: Un proceso meditativo auténtico no puede ser guiado por la mente, porque la mente no puede acceder y manipular esos procesos interiores. La meditación como técnica es un sistema, un ejercicio, que somete al cuerpo-mente, lo constriñe, lo subyuga. Es el control de la mente y el cuerpo. Desde esta vía, de un sistema dominante, ¿cómo se puede alcanzar la liberación interior? Es, por tanto, un proceso pretencioso. La liberación te llega, no se puede perseguir ni forzar.

    La segunda es una conclusión a la que llegué, y es que en este mundo tan desnaturalizado en el que vivimos es imposible meditar con la mente debidamente centrada, en unas condiciones mínimamente óptimas. Los más puristas han acudido a monasterios o lugares muy retirados, pagando cuantiosas sumas para ser guiados durante todo el día. Pero cuando hablamos del meditador común, hablamos del que vive en las condiciones de la modernidad, puede ser el pueblo o ciudad, es un ser sometido al implacable reloj, en un mundo caótico, con la psique emponzoñada en veinte mil cosas, rodeado de un entorno repleto de tensión y locura. ¿Cómo puede aprovechar un ser humano su capacidad de introspección profunda en un mundo al que le queda tan poco de humano? Es, entonces, que me di cuenta de que tratar de meditar, al menos en estas condiciones, fue siempre como tratar de atravesar un muro infranqueable.

    Ya sé que nadie te dirá cosas así, te dirán que debes tener fe en la meditación. Catorce años trabajándolo. Con lecturas. Con maestros muy experimentados. Con la ayuda de reputados guías. Con gente muy purista, en salas con decenas de personas. La fe ciega es clave, te dirán que debes practicar toda tu vida (aumentando poco a poco el tiempo de permanencia sentado), que quizás después de 60 años haciéndolo puede que te lleves la sorpresa ¿cómo se puede tirar uno tantos años haciendo algo que apenas sí alcanza a mostrarte algún resultado? Sí, respóndete desde la sinceridad.

    Eso sí, nunca encontré un maestro o un meditador que me dijera que en la vida debía tener una actitud combativa. Y es que en el fondo es un escapismo, el ascetismo en general, igual que la religión… La fantasía de un mundo irreal-«espiritual» donde «ser feliz», sea en vida o en muerte… Ciertas prácticas ascéticas pueden ser de utilidad en el proceso autoconstructivo, pero lo importante siempre es la realidad, estar en el fango de la vida y el combate, no buscar una pulcritud-«perfección» utópica y escapista… El silencio y recogimiento interior ha de servir para el autoconocimiento, para reflexionar a fin de poner en práctica los principios y valores de bien y virtud… Para vivir conforme a la dialéctica de todo lo real… Porque la vida es imperfecta, dolorosa y ardua… Por tanto, los monjes, y en general los meditadores y ascetas, son unos antipopulares, se creen superiores cuando en realidad son unos cobardes y reaccionarios… Son personas alejadas del pueblo y lo popular, se creen superiores moral y espiritualmente, cuando en realidad actúan como cobardes ante sus iguales y sus problemas, empezando, con conocimiento de causa, por los católicos…

    Sin duda es un elemento muy vinculado a estas prácticas, y que me he encontrado en muchas situaciones, de gente muy presta y dedicada al tema, es el rechazo tajante del concepto LUCHAR. Aborrecen dicho concepto y lo expulsan de su vida, so pretexto de buscar una autorrealización al margen de elementos externos, fuera del conflicto. En esa situación claramente se posicionan del lado del poder y muy cercano a la aceptación de cualquier Imperio de dominio y sometimiento, como bien muestran muchas culturas de donde provienen dichas prácticas. Es normal encontrarse con el discurso de «yo ya hace mucho que dejé de luchar, porque entendí que la vida es otra cosa», eso con una sonrisa estúpida en la cara y mirándote como a un crío que no ha llegado a su nivel de conciencia y entendimiento de La Verdad, así pelada y absoluta. Y es peculiar que rechacen de paso cualquier tipo de conflicto político o compromiso social, lo importante es lo que hagas sólo en tu medio limitado y que tus simples acciones cotidianas ya irradien la bondad a todo el cosmos. También, los más de tipo New Age, llegan a la conclusión, en su afán por eliminar la lucha de sus vidas, que, si uno no lucha, pero hace lo que tiene que hacer, pues el mundo por sí solo cambiará hacia el bien. Nada más infantil y lejos de la realidad de la condición humana.

    Llegué a la conclusión de que, para que tuviera sentido la meditación como ejercicio (si es que lo puede tener) uno necesitaría no estar atrapado en procesos psicológicos que nos condicionan dañinamente la existencia (traumas, procesos de vida no suficientemente madurados, potencialidades insuficientemente desarrolladas, etc.). Cualquiera de estas circunstancias ya hace difícil, sino imposible, el trabajo meditativo. Aun así, te dicen que medites. ¿Cómo, entonces, resuelve la gente esos bloqueos interiores? Te dicen que no pasa nada, que los bloqueos se disolverán. Pero no es cierto. Para poder meditar necesitarías, siempre, haber resuelto, mayormente, tus condicionamientos. Es como intentar beber agua con el tapabocas puesto.

    Meditar, como camino de superación personal y expansión de la conciencia, no te va a llevar muy lejos, de eso estoy seguro. Y si algo consigues, significa que también lo habrías conseguido sin pasar por la meditación. Distinto sería trabajar tus propios límites (fortalecer la voluntad, la relación con los demás, trabajar la introspección, la conciencia en nuestra actividad diaria) combinado (si se ve necesario) con momentos dedicados a la quietud y al centramiento.

    Oriente, cuna de las culturas sumisas por excelencia, es el artífice de todas las técnicas meditativas, perfeccionadas hoy día por los “modernosos” de la ciencia cuántica. A un profesor que tuve, meditador de tomo y lomo, le pregunté una vez qué se debía hacer si te llamaban a filas y no querías ir, y tenías que matar a gente que no te había hecho nada, a lo que él me respondió que lo que debía hacer es obedecer a las autoridades. Como si de esa enseñanza se derivara que el meditador siempre ha de aceptar la realidad sin oponerse. Apechugar.

    El aspecto de sumisión al maestro es central, siempre. Él sabe y tú no (ni siquiera de ti mismo). Son los gurús importantes, o jefes de monasterio budistas, o líderes espirituales, los que nos enseñan el camino para llegar a ser como ellos. Es muy probable que te pases la vida queriendo ser como ellos, sin conseguirlo, son muy pocos los que llegan, tendrás que reencarnar. Soñarás con la iluminación, pero te han engañado, tienes más probabilidades de que te toque la lotería que de que te ilumines. Todos esos maestros meditadores se colocan siempre en una postura de superioridad, y luego descubres, siempre, que están atados miserablemente al mundo material. Y aunque te “independices” de ellos, las nocividades inherentes a la propia práctica van a seguir ahí.

    “Siéntate tranquilo, no te preocupes”. La literatura es unívoca, la meditación es lo más. En un tiempo en el que se habla más que nunca de empoderarse, parece que necesitamos más que nunca que nos digan el cómo hacerlo. Y es entonces que entregamos nuestro poder a un sistema organizado por otros para que estructure nuestra concentración, y perdemos el poco poder que tenemos.

    Uno puede descubrir cómo, en la tradición cristiana, se practicaba el silencio, la oración, la llamada contemplación, todas ellas formas de trabajo interior, muy incisivas, por cierto. ¿Por qué hemos vuelto la mirada tan fácilmente hacia las disciplinas orientales? ¿Podría ser que es muy cómoda y no tiene que ser justificada su prolongada duración? Todas las sectas, los grupos religiosos más cerrados, me refiero a los que siguen una línea orientalista, practican la meditación… ¿Pueden ellos “despertar”? Si la respuesta es no, entonces la meditación no es medular. Y se confirma lo que pienso, que no es medular, es un trabajo de concentración, muy bien, útil para fijar tu atención, pero no para transformarte, cualquier ejercicio de disciplina interior es un trabajo de igual valía.

    Y vuelvo a insistir, si lo haces como un ejercicio liberatorio, por eso mismo no lo vas a lograr, porque la “liberación interior” es un proceso que solo puede funcionar sin intención ni deseo. La meditación no puede expandir tu conciencia porque no te enfrenta a tus males, es un estado artificioso como vivencia, es limitado en cuanto a su alcance.

    Una meditación espontánea, que surge en un momento dado por necesidad, es otra cosa, es un proceso orgánico. Todo lo que corresponde a nuestra biología y a nuestra naturaleza no hemos necesitado que nos lo enseñe nadie: Respirar, comer, pensar, sentir. Tenemos la capacidad de profundizar en nuestros estados interiores, para ello hay que poner toda nuestra voluntad, querer ver. Aprender a mirar hacia dentro depende de nuestro interés en ello, no de las técnicas ideadas por unos cuantos espabilados. De ahí que sí es bueno familiarizarse con los momentos de quietud e introspección. No necesitamos guías ni cuadrículas formalizadas.

    Comprender el significado real del ejercicio meditativo no es sencillo, sobre todo si le has dedicado mucho tiempo, como es mi caso. Yo era un fiel practicante. Nadie me sacó de la ecuación, lo vi en un momento dado. Salir de una práctica como ésta no es fácil, pues le otorgas un poder a su ejercitación, tiene una especie de efecto placebo, es algo a lo que agarrarte para confiar en que la vida tiene sentido. Éste es otro tema importante, difícil de reconocer en uno mismo. Lo puedo entender, en este mundo tan caótico, uno necesita asideros para no desmoronarse. Y la meditación ejerce ese efecto placebo, porque al mantenerla en el tiempo, te da un sentimiento de fortaleza (por el hecho de ser capaz de conservar una disciplina).

    Toda esta temática tiene que ver con nuestro enfoque sobre “el sentido de la vida” o “el por qué estamos aquí”. Si necesitamos que nos diga algún experto cómo llegar a ser nosotros mismos, tenemos un problema. La realidad es que estamos solos para ese trabajo, no va a venir ningún maestro a echarte un cable cuando lleguen los problemas. Tú estás solo en tu proceso. Tú te tienes que desenvolver. Tú tienes que ver.

    Esta ha sido mi experiencia de vida respecto a la meditación. Desde luego, no habrá sido por falta de práctica, lecturas y charlas. Sí, te entiendo, has perdido todos tus valores, tu cultura, el conocimiento de tus antepasados, la sabiduría de la tradición de la que procedes, te has quedado sin nada, ahora tu pasado es solo una hojarasca podrida. Y te has agarrado, como a un clavo ardiendo, a las nuevas filosofías, a los nuevos sistemas, a las nuevas propagandas, a un conocimiento que te han prometido que te iba a salvar. Quizás mi experiencia te sirva para ahorrar un tiempo que puede que estés a punto de tirar a la basura. Tú verás. Estás solo en el proceso.

    Fuente: https://revolucionintegral.org/por-...

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