El Circo Venezia - Tortuga
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El Circo Venezia

Lunes.24 de abril de 2023 209 visitas Sin comentarios
Episodio 16 de "Historias desde lo alto de una noria", de Amador Navarro. #TITRE

La adquisición de la Dyan 6 amplió mi campo de acción y su primera consecuencia fue el descubrimiento de un territorio todavía inexplorado para mí: La Mancha, tan cercana y tan particular. ¿Habeis observado al transitarla que sus iglesias se divisan desde la lejanía resultando a la vista desproporcionadas respecto al tamaño de sus poblaciones? Pues en lo tocante a sus ferias sucede exactamente igual. Celebraciones que se prolongan durante diez o más jornadas con feriales inmensos en los que casetas y aparatos conviven con teatros y circos entre interminables ristras de tinajas de las típicas berenjenas de Almagro. En aquel tiempo, las mejores atracciones de la época pugnaban por un espacio en los Reales manchegos y los más afamados artistas y toreros actuaban y trasteaban en sus carpas y ruedos, como si del Price o Las Ventas se tratara. Por si esto fuera poco, al ser tiempo de Apertura y resultar que al Régimen caduco parecía costarle menos aflojar en cuestiones de destape en los teatros de variedades ambulantes que en los estables de las ciudades, aquellos proliferaron y en cada feria de pueblo por pequeño que fuera se presentaba el Candilejas, el Capri, el Argentino, el Apolo o el chino de Manolita Chen, que abarrotaban de parroquianos sus aforos durante seis o siete sesiones diarias ante la oportunidad de contemplar durante unos instantes, en vivo y en directo, los descubiertos pechos de vicetiples, coristas y suripantas, en sus picantes números de burlesque, vodevil o cabaré.

Ciudad Real, Puertollano, Alcázar de San Juan, Tomelloso, Consuegra, Tarancón, Campo de Criptana, Manzanares y, por supuesto, Albacete que, por proximidad, ya conocía se convirtieron durante un largo periodo en mi destino veraniego. De una feria a otra me moví y puede decirse que gracias a ellas adquirí conciencia plena de la profesión que había escogido, porque una cosa era vender a salto de mata por los paseos turísticos de la costa o acudir a las fiestas próximas a casa y otra bien distinta sentirte partícipe de este otro universo en el que se daban cita tradición, cultura y los clanes más rancios de feriantes que únicamente montaban en los lugares más reconocidos. En ellas comprendí que nadie podía considerarse feriante de verdad si no había pasado por la experiencia de comparecer en las grandes ferias manchegas.

Pues bien, sucedió un día que tras llegar a vender a una de aquellas ferias la mañana de la jornada inaugural y durante el reconocimiento que acostumbraba a realizar a todo el recinto una vez instalado por si hubiera conocidos o algo me sorprendiera, en un rincón espacioso y apartado descubrí la carpa de un circo de tamaño discreto que no había visto jamás. Me quedé unos instantes por allí observando sus instalaciones cuando una muchacha que trajinaba en la furgoneta que a modo de taquilla y bar al mismo tiempo tenían aparcada junto a la entrada, me saludó en italiano.
- Buongiorno, signor. ¿Vuoi una bibita o una birra?
- ¿Cómo dice? Gracias, pero…, -me excusé-
- Avvicinati. Non avere paura. Io ti invito.

Quizás le gustaran mis greñas, inusuales todavía en aquella época. El caso es que me acerqué.
- Buenos días, -le devolví el saludo- No había visto nunca este circo.
- Oh, no. É la prima volta qui.
Me preguntó si era de por allí cerca y al enterarse de que andaba vendiendo por la zona se interesó y descargó sobre mí una batería de preguntas relacionadas con los legalismos y vicisitudes del oficio ya que, según me contó, ellos habían venido a probar en plan aventura y desconocían nuestras costumbres y manera de funcionar. Antes de despedirnos, me regaló una entrada para la última sesión de aquella noche y me reveló su nombre, Chiara, para lo que pudiera necesitar.

Los primeros días de aquellas ferias tan largas eran de mirar más que de comprar por lo que no me importó recoger el puesto temprano para llegar a tiempo a la función. Me acerqué a la furgoneta de la entrada a comprarme un refresco antes de entrar y a saludar a la muchacha pero en su lugar se encontraba despachando otra mujer que, aunque asimismo gentil, era bastante más mayor.
- Chiara me ha regalado una entrada esta mañana, -se la mostré-
- Oh, sí. Entrate, -me respondió con un ademán-.

No sé qué tienen los circos que cuando traspasas el umbral te olvidas del exterior y te conviertes en intrépido pasajero de una suerte de galeón que surca los confines de lo prodigioso comandado por nigromantes. Este era pequeño pero coqueto y tanto el vestuario como el atrezo habían sido cuidadosamente diseñados y se encontraban limpios y en perfecto estado de revista. En seguida reconocí a Chiara entre los artistas de varios de los números al tiempo que advertía que el resto de la troupe igualmente se repetía incluida la mujer que acababa de conocer. No era un circo de muchos animales pero sí que recuerdo unos caballos blancos que, debidamente enjaezados, montaban a pelo Chiara y otra compañera porque, ¡cómo olvidar la plasticidad y candidez de sus movimientos mientras daban vueltas a la pista una y otra vez! Al terminar la función, la busqué para entregarle una gargantilla que le había escogido de entre las que entonces vendía en agradecimiento a su invitación pero se encontraba atareada y me emplazó a esperar unos minutos a que terminaran de recoger ya que tenían pensado salir posteriormente a cenar en algún chiringuito que quedara abierto en la feria. Y fue allí donde conocí a la troupe al completo. En realidad la componía únicamente una familia, la de Chiara, encabezada por sus propios progenitores y reforzada con algunos compañeros de profesión. No más de diez personas en total que disfrutaban con lo que hacían. Al parecer, en algunas partes de Italia gozaban de un cierto predicamento pero habían oído hablar de una supuesta atracción por el circo en una Cataluña emergente tras la dictadura y, tras un tiempo por allí y ya metidos en carretera, habían decidido continuar su periplo por tierras de Don Quijote. Conversé animadamente con unos y otros, vino tras vino, durante el refrigerio resultando de lo cual un compromiso por mi parte de cocinar al día siguiente en sus instalaciones una paella de mi tierra para todos ellos. Y ahí puede decirse que empezó nuestra relación. No es que resultara muy profunda porque en aquella temporada que anduvieron por La Mancha coincidimos tan solo alguna vez pero puedo asegurar que cada una de ellas la celebraron como si de un acontecimiento se tratara siempre con un arrocito de por medio.

No se os habrá podido escapar que la chavala me gustaba. Su atractivo personal y su naturaleza desenvuelta y simpática. Pero en todo momento procuré que no se me notara ya que no tardé en apercibirme de que, ´sin estar comprometida con nadie, ella pertenecía a toda la troupe por igual. Como la pieza del tablero que da sentido al juego. La que armoniza toda relación. Digno retoño de Venecia, estoy seguro, aunque jamás me he presentado en tan distinguida Meca del amor. Sin embargo, presiento que no me he perdido nada porque un día, en mi Viaje, Venecia vino a mí.

Amador Navarro Tortosa


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