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El Boig del Matarranyes

Domingo.9 de marzo de 2008 764 visitas Sin comentarios
Capítulo 11º del libro de Amador Navarro Tortosa “Historias desde lo Alto de una Noria” #TITRE

Estamos publicando cada dos domingos un capítulo de la obra del escritor alicantino y amigo nuestro, Amador Navarro Tortosa, “Historias desde lo Alto de una Noria”. Esperamos que el libro sea del agrado de todos nuestros lectores y que les guste tanto como nos ha gustado a nosotr@s.

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Hubo cierto revuelo en el pueblo cuando comenzó a extenderse el rumor de que volvía. El nuevo pacto de convivencia firmado por la mayoría de las fuerzas políticas tras la muerte de Franco había anunciado como una de las premisas indispensables del proceso de transición el retorno de todos los exiliados y entre aquellos figuraba este antiguo vecino que había dejado impregnado en la memoria colectiva de sus paisanos el recuerdo imborrable de un espantoso reguero de sangre. A los mayores, que compartieran los hechos junto a él, se les notaba en la piel el nerviosismo, y no en balde, pues no hubo al discurrir de los años generación en toda la comarca que no hubiese crecido sin escuchar de su boca el relato esperpéntico y cruel de sus barbaridades.

- Va fer molt de mal- se justificaban los que en su día fueran sus compañeros en la escuela, sus vecinos puerta con puerta, los amigos que jugaran y rieran con él y todos los que se vieron sorprendidos en su adolescencia, como él, por la terrible escalada de odio e intolerancia que conmocionó a aquella generación de nuestros antepasados.

Yo pasé por allí años después siguiendo la estela que rutinaria e ininterrumpidamente me transportaba de festejo en festejo. Había montado como de costumbre mi chiringuito sin mayor pretensión que la de que la jornada transcurriese apacible y me encontraba lidiando infatigable con la chiquillería cuando repentinamente se escuchó en la lejanía un soniquete cadencioso que se aproximaba alegremente hacia la plaza del baile. -“Es el boig, el boig del Matarranyes”- gritaron alborozados los chavales cuando lo hubieron reconocido. -“El boig del Matarranyes”- repitieron excitados mientras que salían gozosamente a su encuentro. Pasados unos instantes regresaron frente a mí acompañando enlazadamente de la mano al individuo en cuestión. Se trataba de un hombre inveterado vestido de arriba abajo con un traje colorista recubierto de campanillas y cascabeles. Yo pensé en un principio que se trataba de una botarga, un personaje propio de algún rito peculiar de los que estaba acostumbrado a contemplar durante mi festiva travesía por lo que no le concedí mayor atención. Me lo presentaron y entre bromas y chanzas incluso me permitió que lo retratara como recuerdo junto a mis baratijas a cambio de unos adornos que añadir a su ya estrambótica indumentaria. No hubo más. Fuese al poco rato tal como vino, rodeado de su propia algarabía. Y no hubiese sabido más de él si el alguacil campechano que esperaba paciente entre la clientela el momento tranquilo en el que requerirme una pequeña colaboración para la financiación de las celebraciones no se hubiese presentado con aquella interpelación.

- “¿Conocía usted a ese hombre?- Me inquirió sonriente sabedor de que mi negativa le obligaría forzosamente a proporcionarme alguna explicación.

No quiso de todas formas o no se atrevió a entrar en demasiados detalles. Solo los justos. Los ya expuestos en el encabezamiento. Y yo no pregunté. Pero aún sin pormenores... ¡Qué historia se me acababa de ofrecer aquel atardecer aparentemente intrascendente!. La de veces que habré reflexionado sobre ella. Y no me refiero ni muchísimo menos al camino que nace al cruzar la frontera y termina a la vuelta vestido de payaso sino a ese otro sendero íntimo y desgarrado que recorrió paralelo.
Porque el pueblo, sabemos, recordó su locura
aunque al fin y a la postre se deshizo de él,
pero “él” fue consigo cargado en su petate.

Las escenas violentas,
los abrazos perdidos,
los hechos consumados para siempre jamás...

Me intrigaba sobremanera su supuesta crueldad durante el conflicto y las seguramente especiales circunstancias que le trastornaron de aquel modo y era precisamente intentando figurármelas que entre innumerables conjeturas me asaltaba con frecuencia la imagen de un padre desesperado instruyendo a su pequeño en los conceptos más básicos de la justicia social, lo que me llevaba seguidamente a preguntarme sobre la posible violencia inherente al derecho legítimo de despertar las conciencias y por ende, a especular sobre los límites razonables hasta los que sería lícito aguantar impasible excesos y provocaciones. La ley y la moral difieren en sus interpretaciones e incluso entre los pacifistas de hoy se distinguen asimismo diferentes tendencias. En cualquier caso, ¡cuan amargo habría resultado para aquel padre idealista el comprobar la influencia de sus palabras en el proceder de su retoño y el sufrimiento que habría de acarrearle su conducta a lo largo de la vida!. Al igual que para aquellos aguerridos bolcheviques del 17, adalides de la libertad, el imaginar por un instante a sus biznietas al final del proceso prostituyéndose desamparadas en nuestras carreteras a miles de kilómetros de sus familias y sus dachas. ¡Oh, destino burlón!

Pero regresemos de nuevo a nuestro amigo, que da su semblanza para mucho más. Reflexionemos ahora sobre su verdaderamente estrambótica indumentaria porque es ésta la cancela a su universo interior y manifiesta tantas cosas...
Y es que nada sabríamos de su tormento, de su transformación o de su arrepentimiento si no fuera por ella. Gracias a ella consiguió que su pueblo le aceptara de nuevo y también gracias a ella sus compañeros de antaño, aquellos que en su día temieran su regreso, le perdonaron para siempre.

Podríamos seguir y seguir recreándonos sobre uno u otro aspecto de los muchos que nos estimulan semejante biografía pero prefiero finalizar este relato proponiéndoos un ejercicio aún mejor: Abandonemos por un instante nuestra placentera circunstancia y viajemos mentalmente a su universo infantil. Hagamos un esfuerzo. Experimentemos lo más próximamente posible su desasosiego y su impotencia; percibamos su desamparo...

Es la suya la historia de un niño de la guerra. Como las que nos hemos acostumbrando acomodadamente a digerir al pasar de los informativos. Historias de niños temerosos de sí mismos, abandonados de por vida a la inmensidad de sus conciencias. Historias de niños que ya nunca conseguirán ser mayores. Historias de niños perdidos para siempre.