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Así se fabrica una guerra

Jueves.31 de octubre de 2024 43 visitas Sin comentarios
Política Noviolenta. #TITRE

En este artículo vamos a desarrollar basándonos, principalmente, en La otra historia de Estados Unidos el concepto de guerra cultural y su importancia para el desarrollo de la Primera Guerra Mundial. Es un conocido caso de propaganda política estatal cuyo objetivo era propiciar que Estados Unidos abandonase su habitual aislacionismo y neutralidad en los conflictos internacionales para pasar a ser parte activa en la guerra. Se desarrolló para este fin un amplio catálogo de actividades, tanto en Estados Unidos como en el extranjero, que pueden considerarse como el inicio de la propaganda de Estado.

El capítulo 14 de “La otra historia de Estados Unidos” se titula “La guerra es la salud del Estado”. Es una frase del escritor R. Bourne. De hecho, cuando varios países europeos entraron en guerra en 1914, los Gobiernos prosperaban, el patriotismo florecía, la lucha de clases se había apaciguado y los jóvenes morían en cantidades aterradoras en los campos de batalla, casi siempre por unos cientos de metros de tierra entre dos líneas de trincheras.

James Wadsworth, senador por Nueva York, sugirió que el entrenamiento militar debería ser obligatorio para evitar que “este pueblo nuestro se divida en clases”.

El cumplimiento supremo de esa obligación se estaba llevando a cabo en Europa. 10 millones de personas morírían en los campos de batalla y otros 20 de hambre y enfermedades relacionadas con la contienda. Desde entonces nadie ha sido capaz de demostrar que la guerra aportara algún beneficio que compensase la pérdida de una sola vida humana.

Los ciudadanos británicos no se enteraban de esas matanzas. Un escritor inglés recordó que: “Aunque se hubiera producido la derrota más sangrienta de toda la historia de Gran Bretaña (…), nuestra prensa se mostraba insustancial, pletórica y gráfica, y nada dejaba ver que no había sido un gran día, una victoria, en realidad”. En el bando alemán sucedía lo mismo, tal como escribió Erich María Remarque en su excelente novela: los días en que las ametralladoras y los obuses destrozaban a miles de soldados, los comunicados oficiales anunciaban: “Todo tranquilo en el frente occidental”.

En la primavera de 1917, Estados Unidos cayó en ese pozo de muerte y engaño. En el ejército francés empezaban a producirse motines. Hubo insurrectos en 78 de sus 112 divisiones, se juzgó y condenó a 629 soldados y se fusiló a 50. Las tropas estadounidenses eran absolutamente necesarias.

El pueblo estadounidense no quería ir a la guerra

Al día siguiente de que el Congreso declarara la guerra, el Partido Socialista convocó una convención de emergencia en San Luis y anunció que la declaración era «un crimen contra el pueblo de Estados Unidos». En el verano de 1917, los mítines socialistas pacifistas organizados en Minnesota atraían a multitudes -5.000, 10.000, 20.000- agricultores, que protestaban contra la guerra, el reclutamiento y la especulación. Un periódico de Wisconsin, The Plymouth Review, afirmó que seguramente «ningún partido se ha fortalecido con tanta rapidez como el socialista en este momento». Informó de que «miles de personas se congregan para escuchar a los oradores socialistas en lugares en los que unos pocos cientos de participantes se consideran una aglomeración». The Akron Beacon Journal, un periódico conservador de Ohio, publicó que «pocos analistas políticos (…) no admitirían que, si se celebraran unas elecciones en este momento, una poderosa marea socialista inundaría el Medio Oeste». Aseguró que el país «jamás se ha embarcado en una guerra tan impopular».

A pesar de la propaganda y el patriotismo, en las elecciones municipales de 1917 los socialistas obtuvieron unos resultados extraordinarios. Su candidato a la alcaldía de Nueva York, Morris Hillquit, obtuvo un 22 % de los votos, 5 veces más de los que se conseguían habitualmente allí. En Chicago, el voto al partido pasó de un 2’6 % a un 30’2 %.

Wilson, ese pacifista que llevó a EE.UU. a la guerra

Hofstadter asegura que las “necesidades económicas” impulsaron la política bélica de Wilson. En 1914 comenzó una recesión grave en Estados Unidos. Más tarde, J.P. Morgan afirmaría: “La guerra comenzó en un momento difícil (…). Las empresas estaban en decadencia, los precios agrícolas se hundían, el desempleo era importante, la industria pesada trabajaba muy por debajo de su capacidad y se habían suprimido las compensaciones bancarias”. Pero en 1915, los pedidos de material bélico de los Aliados –en su mayor parte de Gran Bretaña- reactivaron la economía, y para abril de 1917 se habían vendido más de 2.000 millones de dólares en suministros para los Aliados. Según indica Hofstadter: “Estados Unidos se asoció con los Aliados en la fatídica unidad de la guerra y la prosperidad”.

El capitalismo estadounidense necesitaba la rivalidad internacional –y las guerras periódicas- para crear una unidad artificial de intereses entre los ricos y los pobres que suplantara la genuina comunión de intereses entre los pobres, demostrada en algunos movimientos esporádicos. Es difícil saber hasta qué punto eran conscientes los empresarios y los hombres de Estado, pero sus actos, aunque no fueran del todo intencionados, sino solo el producto de un impulso instintivo de supervivencia, encajaban con ese esquema. Y en 1917 ese proceso exigía que hubiera un consenso nacional sobre la guerra.

El Gobierno tuvo que esforzarse

El Gobierno tuvo que esforzarse para conseguir ese consenso. El que no se manifestara una urgencia espontánea por combatir lo sugieren las firmes medidas que se tomaron: reclutamiento de jóvenes, una minuciosa campaña de propaganda en todo el país y castigos severos para los que se negaran a acatar las reglas.

A pesar de las conmovedoras palabras de Wilson sobre la guerra “para acabar con todas las guerras” y “conseguir un mundo seguro para la democracia”, los estadounidenses no se apresuraron a alistarse. Se necesitaban 1 millón de hombres, pero en las 6 semanas siguientes a la declaración de guerra solo se habían alistado 73.000. El Congreso votó de forma abrumadora el reclutamiento forzoso.

Cuando el presidente Woodrow Wilson tuvo que afrontar la participación de su país en la Gran Guerra, se vio limitado por la presencia de una serie de construcciones ideológicas que habían mantenido a los Estados Unidos fuera de los asuntos europeos. Era una creencia extendida entre amplios sectores de la sociedad norteamericana que la preservación de los valores de la libertad y la democracia exigía mantener las distancias respecto de un Viejo Continente contaminado por siglos de rencillas intestinas. Resultaba, por tanto, imprescindible que Wilson y sus colaboradores convencieran a los ciudadanos de dos cosas: por una parte, que era precisamente en defensa de la democracia por lo que los Estados Unidos debían intervenir en la contienda; por otro lado, que la promoción a largo pla-zo de los valores de la libertad exigía una cierta restricción de los derechos que ésta otorgaba mientras durase la lucha. Asimismo, el ideal de cruzada por una libertad concebida al estilo estadounidense podía servir para allanar el camino al esfuerzo bélico de Norteamérica en el exterior.

El Comité de Información Pública

George Creel, un periodista veterano, se convirtió en el propagandista oficial del Gobierno en cuestiones de guerra; creó un Comité de Información Pública para convencer a los estadounidenses de que la contienda era justa. Contrató a 75.000 oradores, que ofrecieron 750.000 discursos de 4 minutos en 5.000 ciudades y pueblos estadounidenses. Fue un esfuerzo masivo para estimular a un pueblo reacio. A principios de 1917, un miembro de la Federación Cívica Nacional se quejó de que ni los “trabajadores ni los agricultores” tomaban “parte ni mostraban interés en los esfuerzos que estaban llevando a cabo las ligas de seguridad y defensa, ni en ningún otro movimiento para preparar el país”.

El Comité de Información Pública (CPI) fue un enorme aparato de divulgación de noticias y publicidad que, según muchos historiadores, sería a todos los efectos el origen de la moderna propaganda de Estado. (…) Podría alegarse que los actos propagandísticos por parte de los organismos públicos se dieron ya en tiempos antiguos –véanse los desfiles triunfales de los romanos o los discursos inflamados de los oradores griegos–, pero fue en la I Guerra Mundial cuando su uso se hizo sistemático y masivo. Ya no se trataba de acciones esporádicas vinculadas a la iniciativa personal del poderoso de turno, sino de un gran aparato publicitario organizado a nivel institucional, financiado con grandes cantidades de dinero público y dirigido por la burocracia estatal. El objetivo del comité fundado por Wilson era convencer a la opinión pública de que la participación de Estados Unidos en la guerra era necesaria y noble, pues pretendía acabar con la tiranía y preservar las instituciones democráticas.

En 1914 los periódicos habían relatado las espantosas matanzas que se estaban produciendo en las trincheras europeas. Esa información había reforzado los sentimientos pacifistas de una población que acababa de reelegir a Wilson, entre otras cosas, porque acudió a las urnas con el lema de que había mantenido al pueblo norteamericano fuera de la guerra. Así que, para convencer a sus ciudadanos de la necesidad de entrar en combate había que alimentar las pasiones patrióticas, convertir a los alemanes en enemigos odiados y temidos, difundir la necesidad de aceptar sacrificios y apretarse el cinturón, favorecer el alistamiento de voluntarios y fomentar la compra de bonos de guerra. Eso requirió organizar un bombardeo propagandístico sin precedentes en la historia de la humanidad.

Creel reunió a un equipo de artistas, escritores, reporteros, músicos y profesionales de la publicidad y del entretenimiento. Sus hombres organizaron mítines y desfiles, sacaron carteles e ilustraciones y promocionaron películas y canciones patrióticas. Entre trabajadores y voluntarios, casi 150.000 personas participaron en las actividades del CPI. Además, el comité preparaba notas para la prensa que explicaban los objetivos de la guerra, relataban las hazañas de los soldados y describían las grandes virtudes de los aliados. Los periódicos no estaban obligados a publicarlas, aunque la mayoría lo hacía, pues nadie quería ser excluido de los canales de información oficiales. El Gobierno no suprimió la libertad de expresión, pero apeló a la autocensura y publicó una lista de temas que los medios de comunicación tenían que evitar para no poner en peligro los esfuerzos bélicos.

El CPI se encargaba de la difusión de un boletín oficial y de otras revistas patrióticas como Stars and Stripes (Barras y estrellas). A lo largo de la guerra, los ilustradores contratados por Creel crearon unos 1.500 diseños que sirvieron para hacer cien millones de copias de carteles que inundaron las calles y las oficinas públicas del país. El dibujante Montgomery Flagg fue el autor del póster más célebre. Aparecía el Tío Sam, símbolo de Estados Unidos, apelando al ciudadano con el reclamo: I Want You For U.S. Army (Te requiero para el Ejército de los Estados Unidos). Flagg se inspiró en un cartel de 1914 del artista inglés Alfred Leete. En este caso, era el secretario de Estado para la Guerra del Reino Unido, lord Kitchener, quien invitaba a los británicos a alistarse en el ejército de su majestad.

También trabajó con la oficina de correos para censurar la contrapropaganda sediciosa. Creel estableció divisiones en su nueva agencia para producir y distribuir innumerables copias de folletos, comunicados de prensa, anuncios de revistas, películas, campañas escolares y los discursos de los Cuatro Minutos. CPI creó carteles coloridos que aparecieron en todos los escaparates de las tiendas, llamando la atención de los transeúntes durante unos segundos.

Las salas de cine fueron muy concurridas y el CPI capacitó a miles de oradores voluntarios para hacer llamamientos patrióticos durante los descansos de cuatro minutos necesarios para cambiar de carrete. También hablaron en iglesias, logias, organizaciones fraternales, sindicatos e incluso campamentos madereros. Los discursos se realizaron principalmente en inglés, pero se llegó a los grupos étnicos en sus propios idiomas. Creel se jactó de que en 18 meses sus 75.000 voluntarios entregaron más de 7,5 millones de oraciones de cuatro minutos a más de 300 millones de oyentes, en una nación de 103 millones de personas. Los oradores asistieron a sesiones de capacitación a través de universidades locales y recibieron folletos y consejos para hablar sobre una amplia variedad de temas. Se encargó a los historiadores que escribieran panfletos e historias en profundidad sobre las causas de la guerra europea.

Un informe publicado en 1940 por el Council on Foreign Relations le da crédito al comité por haber creado «el motor de propaganda de guerra más eficiente que el mundo haya visto jamás», produciendo un «cambio revolucionario» en la actitud pública hacia la participación de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial:

En noviembre de 1916, el lema de los partidarios de Wilson, «Él nos mantuvo fuera de la guerra», jugó un papel importante en la victoria electoral. En ese momento una gran parte del país estaba apático… Sin embargo, en un período muy corto después de que Estados Unidos se había unido a los beligerantes, la nación parecía estar entusiasmada y abrumadoramente convencida de la justicia de la causa de los Aliados, y por unanimidad decidido a ayudarlos a ganar. El cambio revolucionario sólo se explica en parte por una repentina explosión de sentimiento latente anti-alemán detonado por la declaración de guerra. Debe atribuirse mucho más significado al trabajo del grupo de celosos propagandistas aficionados, organizado bajo la dirección del Sr. George Creel en el Comité de Información Pública. Con sus asociados planeó y llevó a cabo lo que quizás fue el trabajo más eficaz de propaganda de guerra a gran escala que el mundo haya presenciado jamás.

El Comité de Información Pública en España

Esta oficina propagandística, establecida en una nación que había considerado la propaganda como un medio impropio de la acción gubernamental, se encargó en un primer momento de difundir en el interior de los Estados Unidos esa visión de la guerra como lucha a favor de valores típicamente americanos. Sin embargo, no pasaría mucho tiempo antes de que se sugiriera la conveniencia de extender las actividades del Comité a otros países, entre los que se encontraba España. Como nación neutral más importante, y debido a su posición estratégica, aquélla fue vista por Washington como una plataforma idónea desde la que abastecer a los ejércitos norteamericanos destacados en Francia. La difusión en territorio español de las motivaciones que habían llevado a los Estados Unidos a unirse al bando aliado podía así servir para convencer a los habitantes de la Península Ibérica de que sería beneficioso para ellos colaborar con Norteamérica. Sin embargo, para llevar a cabo esta tarea, los estadounidenses habían de compatibilizar la propia imagen que querían ofrecer con sus concepciones acerca de España, que se habían formado precisamente en contraposición a sus propios valores.

A lo largo del otoño de 1917 varios representantes del cuerpo diplomático estadounidense destacados en España habían sugerido la posibilidad de poner en práctica una operación informativa. El 5 de octubre de 1917, el Cónsul en Valencia, John R. Putnam, se lamentaba de los efectos negativos que tenía en la opinión española la intensa campaña de prensa desatada por los grupos germanófilos: «Como los intereses aliados no parecen llevar a cabo ningún trabajo de propaganda, el público sólo escucha a uno de los lados, y en consecuencia debe empezar a creer que lo que oye [de los alemanes] es verdad, en cuanto tales declaraciones no son desmentidas». Por las mismas fechas, el agregado naval en Madrid, Benton C. Decker, exponía parecidos argumentos a sus jefes del Departamento de Marina, aunque utilizaba términos mucho más directos: «Queda enteramente de nuestra parte cultivar una buena opinión, o menospreciar su importancia y dejar el campo abierto para que los agentes enemigos difundan otra que nos sea contraria. Este campo está siendo laboriosamente cultivado en la actualidad por el enemigo, mientras nosotros no hacemos nada. Los agentes enemigos han movilizado todos los recursos hacia ese fin y, en mi opinión, se trata de una medida de guerra de gran importancia, que debería ser fuertemente combatida por medio de una propaganda exhaustiva e inteligente».

Decker se dedicó pronto a lanzar nuevas ideas para llevar a cabo el proyec-o. En agosto de 1917 había propuesto a Joseph E. Willard —embajador de los Estados Unidos en Madrid— preparar la difusión en España de una serie de películas norteamericanas; y un mes después le sugirió «enviar cuatro o cinco periodistas españoles dignos de confianza a ver nuestras fuerzas militares y navales en Francia, con vistas a dar a conocer […] el alcance de nuestra ayuda y preparación». En otro orden de cosas, de vez en cuando se ensayaba desde el Departamento de Estado la posibilidad de difusión de algunos folletos propagandísticos. Así, en octubre Lansing instruyó a su embajador en territorio hispano para que tradujese y difundiese un opúsculo titulado Cómo llegó la guerra a América, con el que se trataba de dar a conocer a los españoles las motivaciones que habían llevado a los Estados Unidos a incorporarse al bando de la Entente.

Utilizando palabras del propio Creel, podría decirse que la tarea de Marion radicaba en llevar «el evangelio del americanismo a todos los confines del Globo». De hecho, el pretendido papel del CPI como vehículo primigenio de ese conjunto de ideas, actitudes y comportamientos que vendría a conocerse como americanización, queda patente con tan sólo analizar los títulos de los rollos de película que el agente del Comité se encargó de distribuir por España. De las setenta y cuatro cintas que aparecen en un listado de remisión del mes de enero de 1918, tan sólo ocho se referían a algún asunto relacionado con el esfuerzo militar estadounidense. En cambio, treinta y una tenían como objetivo principal mostrar los avances técnicos de la industria y la agricultura norteamericanas. (…) Un tercer grupo de cintas, el más numeroso —con treinta y cinco rollos—, estaba constituido por documentales acerca de las principales ciudades, monumentos o lugares pintorescos de los Estados Unidos.

Por entonces los trabajos del agente del CPI habían dado lugar a un arduo debate interno en la Embajada norteamericana en España, donde las rivalidades personales preexistentes se mezclaron con las divergentes opiniones en torno a la efectividad de los propósitos del Comité. La discusión de fondo en la que todos ellos se enzarzaron tenía que ver precisamente con la universalidad de los ideales americanos, y por ende con la posibilidad de difundirlos exitosa-mente por la geografía peninsular. Pronto fue posible distinguir entre tres grupos claramente diferenciados por sus opiniones. El primero de ellos estaba encabezado por el propio Marion, el agregado naval Benton C. Decker y el asistente de este último, George A. Dorsey, quien llegaría a sustituir al representante del Comité durante sus ausencias de la capital de España. Todos ellos siguieron fielmente el pensamiento del presidente Wilson, para quien resultaba incuestionable la adaptabilidad de su programa a todos los rincones del orbe. El segundo sector tenía como líderes prominentes al agregado militar John W. Lang y su ayudante, el periodista George Bronson Rea. Ambos conformaron lo que podríamos denominar una línea pragmática o realista, abogando por campañas propagandísticas de corte clásico, centradas en la consecución de resultados inmediatos y carentes del trasfondo moralizante e idealista que guiaba a los subordinados de Creel. En su opinión los representantes estadounidenses debían contestar directamente a las provocaciones alemanas y tratar de demostrar que España tenía que ponerse del lado de Norteamérica no tanto por los principios que ésta defendía, como porque iba a resultar vencedora en la contienda. El tercer y último grupo estaba personificado por el propio embajador Willard, para el que cualquier tipo de campaña informativa se aparecía como una pérdida de tiempo. A su entender la única vía para hacer que los españoles apoyasen los esfuerzos estadounidenses pasaba por la aplicación de medidas de presión directamente dirigidas al gobierno, como los embargos sobre las mercancías estadounidenses destinadas a la Península Ibérica.

Quizá como consecuencia de esta rivalidad de opiniones, los representantes del Comité en España decidieron buscar la opinión de algún experto en la ma-teria. Para ello pusieron sus miras en Rafael Altamira, quien no mucho antes había intervenido en el Congreso de Historia del Pacífico celebrado en San Francisco el año 1915, a la vez que tenía lugar la exposición conmemorativa de la apertura del Canal de Panamá. La tarea que encargaron al conocido historia-dor español consistía en la confección de un informe que reflejase sus opiniones acerca de la manera de mejorar el ambiente de las relaciones hispano-norteamericanas. Altamira acometió esta labor señalando las dificultades que habrían de sortearse a la hora de lograr tal objetivo:

1.- La memoria de la guerra de 1898, que todavía persiste en muchas mentes, ya sea en forma de desconfianza hacia el futuro o de rencor a causa del pasado.

2.- La agitación provocada aquí por las publicaciones, conferencias, etc., de muchos hispanoamericanos, heridos en su patriotismo o en sus bolsillos, por los recientes acontecimientos políticos en América en los que el gobierno norteamericano ha tomado parte (Colombia, México, Centroamérica, etc.).

3.- La obligación moral de España pasa por velar los intereses y la independencia de las repúblicas hispanoamericanas, y por la necesidad de no aparentar desprecio o traicionar la confianza de muchas de ellas en relación con el imperialismo y el americanismo de los Estados Unidos. Cualquier aproximación entre España y los Estados Unidos requiere muchas explicaciones, debe estar bien razonada y basarse en garantías, con la intención de que no sea interpretada allí como una deserción respecto de los intereses de raza de la fraternidad hispanoamericana.

4.- La opinión de las colonias de emigrantes españoles que, en su mayoría, ven a los Estados Unidos como enemigos y considerarían una unión con ellos como una falta de patriotismo, a no ser que fueran profusamente informados de la utilidad y el alcance de dicha relación.

5.- La actitud antiamericana de la mayor parte de nuestros expertos americanistas.

Alianza Americana para el Trabajo y la Democracia

George Creel y el Gobierno crearon la Alianza Americana para el Trabajo y la Democracia, cuyo presidente fue Samuel Gompers; su objetivo fue «unificar el sentimiento de la nación» respecto a la guerra. Contó con delegaciones en 164 ciudades y muchos dirigentes sindicales colaboraron con ella. Sin embargo, según James Weinstein la alianza no funcionó: «El apoyo de la clase trabajadora a la guerra continuó siendo muy moderado…». Y a pesar de que algunos socialistas destacados como Jack London, Upton Sinclair y Clarence Darrow se declararon a favor de la contienda cuando Estados Unidos entró en ella, la mayoría de los socialistas continuó oponiéndose.

Samuel Gompers, presidente de la Federación Estadounidense del Trabajo y fundador de la Alianza Estadounidense para el Trabajo y la Democracia, declaró:

«Desarrollamos un plan para reunir en una organización a representantes del movimiento sindical estadounidense y representantes de lo que se conoce como organizaciones radicales. Los miembros de esta organización acordaron dejar de lado durante el período de la guerra cualquier diferencia que pudieran tener sobre el procedimiento y para unirnos en defensa de los principios fundamentales que defendió nuestro gobierno. Esta organización la llamamos Alianza Estadounidense para el Trabajo y la Democracia «.

Gompers presentó su propuesta a la administración de Wilson para su aprobación, obteniendo la luz verde del Consejo de Defensa Nacional y del Comité de Información Pública encabezado por George Creel. A esta última organización le gustó tanto la idea que llegó a convertir a la Alianza Estadounidense para el Trabajo y la Democracia en una de las principales agencias no oficiales a través de las cuales operaba el Comité de Información Pública.

Una de las organizaciones pacifistas de izquierda a la que Gompers y sus asociados se opusieron particularmente fue el Consejo Popular de América para la Democracia y la Paz, una organización nacional establecida en una reunión masiva de 20.000 personas celebrada en el Madison Square Garden en mayo de 1917.

Cuando Gompers se enteró de que el People’s Council planeaba una conferencia nacional de la organización que se llevaría a cabo en St. Paul, Minnesota, en septiembre de 1917, que iba a ser «verdaderamente representativa del trabajo», Gompers respondió lanzando una contraconvención propia: pidiendo que se celebre una conferencia nacional de la Alianza Estadounidense para el Trabajo y la Democracia en la misma ciudad al mismo tiempo. George Creel, del Comité de Información Pública, se puso a trabajar reprimiendo la capacidad del Consejo Popular para celebrar una convención en cualquier lugar, escribió a un corresponsal de Minnesota que la organización antimilitarista estaba compuesta por «traidores y tontos» y lo alentó a movilizar a los ciudadanos cívicos conservadores organizaciones para aprobar resoluciones contra el Consejo Popular y para reunirse directamente con los editores de periódicos sobre el tema.

El 28 de agosto, menos de una semana antes del inicio programado de la convención del Consejo Popular, el gobernador Joseph Burquist de Minnesota prohibió la reunión del Consejo Popular con el argumento de que brindaría ayuda y consuelo a los enemigos de los Estados Unidos. Un esfuerzo posterior para celebrar una convención en Chicago fue interrumpido por la policía. Cuando el alcalde de Chicago «Big Bill» Thompson intentó intervenir, declarando que «los pacifistas son ciudadanos respetuosos de la ley» y que no «haría que se difundiera que Chicago niega la libertad de expresión a nadie», el gobernador de Illinois, Frank Lowden, movilizó a la Guardia Nacional de Illinois, enviando cuatro compañías de tropas a Chicago al día siguiente para asegurarse de que el Consejo Popular no pudiera reunirse.

Ley de Espionaje de 1917

En abril de 1917, el mismo mes en que declararon la guerra a Alemania, las cámaras legislativas estadounidenses aprobaron la Espionage Act. Su ratificación no llegó sino tras un arduo debate, tanto entre congresistas como en los medios de comunicación, a causa de las restricciones a la libertad de prensa que pretendía imponer. Por su nombre podría suponerse que fue una ley contra el espionaje. Sin embargo, contenía una cláusula que estipulaba penas de hasta 20 años de cárcel para «todo el que, mientras Estados Unidos esté en guerra, incite deliberadamente o intente incitar a la insubordinación, la deslealtad, el motín, o se niegue a cumplir con su deber en las Fuerzas Armadas o navales de Estados Unidos, u obstruya el servicio de reclutamiento o alistamiento de Estados Unidos». (…) La Ley de Espionaje se utilizó para encarcelar a todo estadounidense que hablara o escribiera contra la guerra.

Un año después de la aprobación de la ley, Eugene V. Debs, candidato presidencial del Partido Socialista en 1904, 1908 y 1912 fue arrestado y condenado a 10 años de prisión por pronunciar un discurso que «obstruía el reclutamiento». Se postuló nuevamente para presidente en 1920 desde la prisión. El presidente Warren G. Harding conmutó su sentencia en diciembre de 1921 cuando había cumplido casi cinco años.

En Estados Unidos v. Motion Picture Film (1917), un tribunal federal confirmó la incautación por parte del gobierno de una película llamada The Spirit of ’76 con el argumento de que su descripción de la crueldad por parte de los soldados británicos durante la Revolución Americana socavaría el apoyo a El aliado de Estados Unidos en tiempos de guerra. El productor, Robert Goldstein, un judío de origen alemán, fue procesado bajo el Título XI de la Ley y recibió una sentencia de diez años más una multa de $ 5000. La sentencia fue conmutada en apelación por tres años.

El Director General de Correos Albert S. Burleson y los de su departamento desempeñaron un papel fundamental en la aplicación de la Ley. Ocupó su cargo porque era un partidario del Partido Demócrata y cercano tanto al Presidente como al Fiscal General. En un momento en que el Departamento de Justicia contaba con docenas de investigadores, la Oficina de Correos contaba con una red nacional. El día después de que la ley se convirtió en ley, Burleson envió un memorando secreto a todos los administradores de correos ordenándoles que «vigilen de cerca… los asuntos que se calculan para interferir con el éxito del… gobierno en la conducción de la guerra». Los administradores de correos en Savannah, Georgia y Tampa, Florida, se negaron a enviar por correo al Jeffersonian, el portavoz de Tom Watson, un populista del sur, un oponente del reclutamiento, la guerra y los grupos minoritarios. Cuando Watson solicitó una orden judicial contra el administrador de correos, el juez federal que escuchó el caso calificó su publicación de «veneno» y denegó su solicitud. Los censores del gobierno objetaron el titular «Civil Liberty Dead». En la ciudad de Nueva York, el administrador de correos se negó a enviar The Masses, una publicación mensual socialista, citando el «tenor general» de la publicación. The Masses tuvo más éxito en los tribunales, donde el juez Learned Hand descubrió que la ley se aplicó de manera tan vaga que amenazaba «la tradición de la libertad de habla inglesa». Los editores fueron luego procesados ​​por obstruir el borrador y la publicación se dobló cuando se les negó nuevamente el acceso a los correos. Finalmente, la enérgica aplicación de Burleson se extralimitó cuando apuntó a los partidarios de la administración. El presidente le advirtió que ejerciera «la máxima cautela» y la disputa supuso el fin de su amistad política.

En marzo de 1919, el presidente Wilson, a sugerencia del fiscal general Thomas Watt Gregory, indultó o conmutó las sentencias de unos 200 prisioneros condenados en virtud de la Ley de Espionaje o la Ley de Sedición.

Fuente: https://www.politicanoviolenta.org/...

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