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Respuestas al crimen en la sociedad actual

Jueves.28 de abril de 2016 733 visitas Sin comentarios
Pablo San José Alonso – Grup Antimilitarista Tortuga. #TITRE

Conferencia impartida en el salón de actos del Centro Penitenciario de Teixeiro (A Coruña) en el marco de los Cursos de Verano UNED 2015 “Los centros penitenciarios como espacios multiculturales”.
La conferencia fue seguida por estudiantes de la UNED, personal de diferentes escalas de la prisión y un nutrido grupo de presos, despertando un animado y polémico coloquio a su término.

Presentación

Gracias a la UNED y a Agustín Velloso por invitarme. Para empezar os aviso de que no cumplo el perfil del resto de profesores del curso. No soy profesor universitario ni experto en disciplinas sociológicas. De hecho soy un trabajador manual. Sin embargo tengo lo que podríamos llamar una “visión social” ya que trabajé varios años de mi vida con minorías “multiculturales”. La multiculturalidad no solo es una cuestión de nacionalidades sino de cosmovisiones. Las minorías étnicas y también las subculturas de esta sociedad (rural, de barrio, de clase alta etc.) configuran mundos diferentes. Desde hace unos 25 años desarrollo también una trayectoria política en el ámbito antimilitarista. Sin haber estado preso nunca (aunque sí condenado a una pena de dos años, cuatro meses y un día que no cumplí y varias veces detenido en dependencias policiales) mi trabajo con lo que se da en llamar personas desestructuradas y mi actividad política me han posibilitado una cierta aproximación a la realidad penitenciaria en el estado español. Desde esta perspectiva -que ha merecido mi invitación- voy a acometer el tema.

Cárcel, policía y ejército: tres caras de un mismo poliedro

Hay un montaje de diapositivas, de hace ya unas décadas, llamado “La Isla”. Nos propone una abstracción según la cual un grupo de náufragos llega a una isla desierta. Unos pocos construyen una cerca y acaparan los mejores recursos. ¿Qué podrían hacer los demás? Revertir por la fuerza la apropiación. Pero la minoría acaparadora se dota de aparatos de adoctrinamiento que dirige hacia los de fuera. Además contrata asalariadamente a alguno de los excluídos para que eviten por medios violentos cualquier intento de traspasar la cerca y castiguen a los infractores. La metáfora es muy simple y se entiende, creo. Pues, esos mecanismos violentos que consagran el desigual reparto de la riqueza y el poder en una sociedad son el militarismo, el cual adopta diferentes formatos. El ejército es un club de malhechores (luego definiremos “crimen”) que se asocian para robar a terceros. Pensemos en las guerras medievales, cuyo sentido era asaltar y someter a tributos a las poblaciones de las zonas fronterizas. O en guerras de hoy día, tras cuya puesta en práctica no es difícil ver motivos económicos de expolio de países del mundo pobre. La institución policial sería algo similar, pero su objetivo no sería tanto robar a personas que viven lejos como expoliar y mantener bajo control a los propios conciudadanos.

Robar a conciudadanos y defender el botín obtenido es una necesidad tardía; nace de la Revolución Industrial y del establecimiento de estados nación. Las sociedades anteriores eran mucho más descentralizadas y ese robo a gran escala, esa acumulación de riqueza de tan grandes dimensiones en pocas manos no era posible. Antiguamente no había policías centralizadas, sistemas y procedimientos judiciales igualmente centrales ni existía la prisión como institución en la que cumplir sentencias. Con algunos matices. En el siglo XVIII, en Francia, se inventa la palabra “policía”. La guardia civil, primera policía propiamente dicha del estado español, se crea en 1844. Cuando el campesinado se proletariza en la industria, se convierte en asalariado y va a vivir a las ciudades la riqueza y los medios de producirla se concentran. Como en “La Isla”, se hace necesaria una fuerza armada y unos sistemas punitivos para disuadir a posibles infractores. para proteger ese nuevo orden económico, que rápidamente desarrolla su otra cara, la política, mediante el crecimiento desmesurado de la institución estatal.

Como veremos, lo que llamamos “crimen” hoy, en buena parte, es una construcción cultural que es consecuencia y concreción de este nuevo orden. En ocasiones el hecho de considerar un determinado comportamiento como “delito” se genera ad hoc desde el propio poder para justificar la necesidad de ciertos aparatos represivos, y no al revés. El sistema punitivo, que incluye aparatos legales, cuerpos jurídicos, burocracias para la administración de “justicia”, lugares donde cumplir condenas -esto es, la prisión- y personal armado encargado de conducir a los reos a lo largo de todo el laberinto, a su vez es un mecanismo que precisa usuarios, clientes, para autojustificarse y mantenerse engrasado.

Dice César Manzanos:

“El problema que tenemos no es decir que podemos funcionar en esta sociedad sin policía. No, no, la utopía que estamos viviendo y que vive la gente es que podemos funcionar en sociedad a pesar de la policía. Y si no hacemos esta reflexión, creo que estamos equivocados. Porque la policía o las policías, o las cárceles, o los ejércitos, son los que están generando los grandes y graves problemas de seguridad que tenemos en el planeta. Sin ninguna duda.”

Decía, por su parte y en la misma mesa redonda, el activista antimilitarista vasco Antonio Escalante:

“Con esa misma idea utópica e idealista, yo defiendo una Euskal Herria sin ejércitos, ni policías, ni defensa, ni cárceles, ni política de seguridad. La forma pedagógica en la que intentemos llegar a unos o a otros nos la tenemos que trabajar. Pero nuestro discurso no debe de renunciar a su radicalidad en ese sentido. Y, además, es bueno que se oigan esas cosas porque en el contexto en el que estamos parece que empieza a ser imposible; es decir, parece que empiezan a obviarse determinados debates y esos discursos si dejan de presentarse, terminan por no existir, terminan por omitirse del todo.”

Morfología de la actual respuesta ante el crimen

Ésta es represiva y no preventiva. Punitiva y no restaurativa. Utilitarista y no humanista. Porque no trata de beneficiar al individuo ni de lograr una sociedad mejor sino -fundamentalmente- de mantener el status quo. Por si fuera poco, como todo en este sistema, está mercantilizada.

¿Cuánto dinero mueve este tipo de militarismo que podríamos llamar “de control social”? Pensemos en el gasto estatal en funcionarios policiales, carcelarios y judiciales. El negocio que mueven abogados, procuradores, notarios... La vigilancia privada. Uniformes, armamentos, cátering, mantenimiento de centros... Hay incluso empresas industriales que aprovechan el trabajo de los presos como mano de obra barata para reducir costes. Miremos las cifras del negocio inmobiliario de la construcción de nuevas prisiones. En España antes de la crisis hubo una gran burbuja de construcción carcelaria. Conviene relacionar esta cuestión con el hecho de que el español venía siendo el país europeo con más presos por habitante a pesar de contar con una de las más bajas tasas de criminalidad. Los contínuos endurecimientos del código penal y leyes anexas tienen mucho que ver con la intención de llenar de “clientes” las nuevas cárceles construidas por los amiguitos de los políticos en el poder. Como veremos, desde los medios de comunicación propiedad de la misma clase político-empresarial, se ha trabajado con ahínco para crear estados de opinión favorables al encarcelamiento -cada vez por más tiempo- de nuevos tipos de delincuente; maltratador, alcohólico etc. Es curioso contrastar la curva de adjudicación de construcción de nuevos centros penitenciarios con el número total de reclusos en las prisiones españolas, y cómo éste último, cuando se pincha la burbuja constructiva, decrece a su compás.

¿Qué es el crimen?

Un ejemplo (que tomo prestado): nadie desea que haya violadores en serie campando a sus anchas por las calles, pero ¿cuantas personas, anoche, solo en A Coruña, coaccionaron de alguna forma a su pareja para tener sexo en contra de su deseo? Otro: nadie quiere que le den un tirón o le roben el coche. Pero asumimos como normal la plusvalía capitalista o la usura de los bancos. La lista de acciones punibles desde el punto de vista de la misma ley o de la censura social es gigantesca. Que unas supongan la estancia en la prisión y otras ni siquiera la más mínima crítica es cuestión de aplicar raseros diferentes a conveniencia.

Establecer lo que es o no crimen en nuestra sociedad actual no emana de un contrato social. Es una imposición ideológica procedente del poder en su beneficio. Consagrada con leyes. Verbigracia la ley mordaza. Una sentada pacífica para tratar de impedir un desahucio es un crimen según la ley pero, si se va de uniforme, abrirle la cabeza a un manifestante que no había hecho uso ninguno de la violencia no lo es. Cualquier tipo de violencia que no ejerzan los uniformados del poder es criminal. En cambio éstos pueden aplicarla a discreción incluso dentro de los límites legales. Aunque si los fuerzan, que suele suceder, casi nunca pasa nada. Hay toda una educación de masas -empezando por los niños que reciben visitas de policías en sus colegios- que establece una maniquea distinción entre ambas violencias glorificando la del poder, cuyos agentes reciben todo tipo de reconocimientos y homenajes públicos, y criminalizando la de los demás. Los políticos hoy en el poder se esfuerzan para que percibamos el escrache como violento y criminal. Pero no hay nada que opinar sobre el cargo que toma la decisión de dejar sin atención sanitaria a un sector de la población. Tomen nota de la desproporción y el absurdo.

Obviamente esta forma de señalar lo que es y no criminal no es propio del acuerdo social en que se supone habría de basarse lo que se denomina como estado de derecho. Al contrario: viene a ser la usurpación del derecho, y especialmente del derecho al uso y abuso de la violencia por parte del capital, del estado, del orden establecido.

¿Cómo se afronta el crimen en otras sociedades?

En otras culturas los sistemas para defender a la sociedad de amenazas criminales son diferentes en objetivos y morfología. Por ejemplo:

Los homicidios entre los nuer
“Los nuer resuelven sus venganzas de sangre (o al menos las amortiguan) transfiriendo 40 o más cabezas de ganado vacuno al linaje de la víctima. (…) Los parientes del hombre fallecido están obligados a rehusar la oferta de ganado vacuno, exigiendo en su lugar una vida por otra. Sin embargo, los miembros de los segmentos de linaje que se ven implicados por ser parientes cercanos no están obligados. Hacen todo lo que pueden para convencer al grupo de parentesco perjudicado de que acepte la compensación. En este esfuerzo los ayudan algunos especialistas semisagrados que hacen de árbitros. Estos últimos, conocidos como «los jefes de la piel de leopardo», son normalmente hombres cuyos linajes no están representados localmente y que pueden, por tanto, actuar más fácilmente como intermediarios neutrales. El jefe de la piel de leopardo es el único que puede, ritualmente, purificar a un homicida. De ahí que si ocurre un homicidio, el asesino se refugia inmediatamente en su casa, santuario respetado por todos los nuer. Sin embargo, el jefe de piel de leopardo carece hasta de los más elementales atributos del poder político; lo más que puede hacer es amenazar a los miembros reacios del linaje del hombre asesinado con diversas maldiciones sobrenaturales. Con todo, la determinación de impedir una venganza de sangre es tan grande que el linaje perjudicado finalmente acepta el ganado vacuno como compensación (Verdón, 1982)”.

O este otro ejemplo, más cercano a nuestra cultura:

Vigilancia y control del crimen en la comarca de La Carballeda (Zamora)
El Cacho era un bastón de madera, grueso y nudoso y de color ahumado, pues una parte del tiempo se hallaba colgado en la cocina de cada casa del pueblo.
Existía también La Cacha, que se distinguía de su compañero por ser un poco más corta.
Esta famosa pareja de bastones representaban la justicia y gobierno del pueblo (…) Su contínuo andar de vecino y vecino duró siglos y comenzó (…) de la siguiente manera:
Reunido el Concejo (…) nombró seis lugares estratégicos del término municipal desde los cuales se podía dominar con la vista una buena parte del terreno. (…) A cualquiera de estos lugares y a la hora que mejor le pareciese, el regidor llevó El Cacho y lo guardó. Ya de noche cogió La Cacha y fue a entregársela a su vecino y a revelarle el lugar donde había ocultado El Cacho; comenzaba así la persecución Cacha-Cacho-Cacha, ya que este señor debía ir con La Cacha al día siguiente al escondite del Cacho, recogerla y en su lugar o en otro de los nombrados por el Concejo, dejar La Cacha escondida también.
El fin de esta especie de contínua búsqueda era la vigilancia diaria del término (…) Pues si en alguna ocasión observaba el cachero algo anormal, por ejemplo, un pastor que careaba su rebaño hacia lugares cercados, se escondía hasta que el ganado se hallara ya en el sembrado. Entonces se presentaba ante el pastor y levantando El Cacho decía. ¡Alto, la Justicia! El delincuente se humillaba y rendía ante El Cacho, y el cachero le exigía una prenda que, casi siempre, consistía en la manta del pastor.
Cuando este tipo de cosas sucedía, el cachero regresaba al pueblo muy ufano mostrando a las gentes la prenda, que iba a depositar ante la taberna. Allí por la noche se reunían el regidor, la persona dañada, hombres responsables del pueblo y el dañador, y entre todos decidían “la prendada” que el último debía pagar para recuperar la prenda.
Nunca sucedió que ningún delincuente se rebelara ante la presencia del Cacho; todos lo respetaban.
(…)
...las rondas surgían sin plan previo en una de esas noches en la que se había visto a algún forastero sospechoso por la zona... (…)
Si lograban su cometido de captura del ladrón, castigaban a éste a escanciar vino a todo el vecindario llevando a la espalda aquello que había robado, el domingo siguiente al “día de autos”.

Cartas a Minerva
Argimiro Crespo Pérez.
PA Zamora 1991.

Son ejemplos que nos ayudan a comprender que el sistema de evitación del crimen y castigo que tenemos actualmente o, al menos su enfoque, no es el único posible. Sin embargo un sistema de control de la criminalidad de alto nivel participativo y cierta horizontalidad es difícilmente practicable en una ciudad. Veámoslo:

"Las relaciones en un pueblo de 20 personas suponen tan solo 190 interacciones bipersonales (20 personas por 19 veces dividido por 2) . Pero en un pueblo de 2.000 personas el número de interacciones se dispara hasta 1.999.000. Cada una de estas interacciones tiene el potencial de explotar en una discusión con violencia. Cada agresión violenta (ya sea psíquica o física) suele conducir a un contraataque violento, iniciando un ciclo de violencia que puede acabar con consecuencias a menudo trágicas y que desestabilizan la sociedad. (...)
En una población en la que muchas personas son familiares próximos y todo el mundo conoce a todo el mundo por su nombre, los familiares y amigos que se tienen en común intervienen en las disputas. Pero tan buena circunstancia queda superada cuando se traspasa el umbral de varios centenares por debajo del cual es posible conocer a todo el mundo. A partir de ahí el creciente número de interrelaciones se da entre extraños no emparentados. Cuando dos extraños pelean, pocas personas presentes serán amigas o familiares de ambos adversarios a la vez, con interés personal en detener la contienda. En cambio, muchos espectadores podrían ser amigos o familiares de un solo adversario y se pondrían de parte de esta persona, haciendo que el conflicto entre dos personas pasara a ser una batalla campal. Una sociedad grande que continúe manteniendo la resolución de los conflictos en manos de todos sus miembros tiene garantizada la explosión. Este factor, por si solo, explicaría por qué las sociedades integradas por miles de miembros solo pueden existir si desarrollan una autoridad centralizada que monopolice la violencia y resuelva los conflictos."

Tomado y traducido de: “Perquè ens oposem políticament a les ciutats?”
Na Pai, membre de la Comissió de Difusió i Propaganda de Repoblament Rural

Siendo acertada tal perspectiva, ello no nos conduce a la conclusión de que no se pueda enfocar el sistema de gestión de la criminalidad desde una opción por el ser humano, desde una apuesta por lo restaurativo frente a lo punitivo. El problema, como veremos, no es que no se pueda. Como decía la PAH, es que “no se quiere”.

La creación de estados de opinión

Como venimos diciendo, este sistema punitivo y represivo concreto interesa por cuestiones del mantenimiento de un tipo de orden igualmente concreto, además de por intereses económicos tanto directos como indirectos.

Reconociendo que existe una amenaza real, ya que una sociedad tan desarmónica como la nuestra no puede producir otra cosa, ésta es exacerbadamente exagerada. Sobre todo por los medios de comunicación. Recordemos al pionero en temas morbosos Paco Lobatón y su programa “¿Quien sabe dónde?”; el caso de las niñas de Alcàsser y luego toda una catarata de shows mediáticos de sucesos: Sandra Palo y el Rafita, Mari Luz y la cruzada de su padre en pro de la cadena perpetua, Marta del Castillo, José Bretón, la niña Assunta etc. Recordemos el trabajo del documentalista Michael Moore, “Bowling for Columbine”, oscarizado en 2002. Analiza los estados de la opinión pública norteamericana a raíz de una matanza de escolares. Estudia la pasión enfermiza por las armas de los norteamericanos. La causa la encuentra en lo que llama “la cultura del miedo”. Generación a generación, los estadounidenses se educan temiendo a algún tipo de enemigo. Los medios juegan el papel fundamental: “Mientras que el crimen real descendió un 20%, la cobertura televisiva de los crímenes creció un 600%.”

El uso de los medios de comunicación por el poder, como vemos, alienta este miedo. Estos estados de opinión “emparanoiados” desde la televisión y los periódicos favorecen en todo tiempo las vueltas de tuerca represivas. Se dice que el código penal se enmienda y vuelve a enmendar, siempre en la misma dirección, “a golpe de telediario”. El terrorismo, por ejemplo, es un estupendo leiv motiv para legislar contra la disidencia. Para muestra un botón: me dicen que opinar contra la monarquía en redes sociales se ha equiparado jurídicamente al terrorismo.

Qué papel juega la cárcel en todo esto

Está escrito sobre uno de los portones que, siguiendo el protocolo para acceder al interior de la prisión, hemos tenido que atravesar para llegar al lugar donde nos encontramos. Dice la constitución española en su artículo 25:

"2. Las penas privativas de libertad y las medidas de seguridad estarán orientadas hacia la reeducación y reinserción social y no podrán consistir en trabajos forzados. El condenado a pena de prisión que estuviere cumpliendo la misma gozará de los derechos fundamentales de este Capítulo, a excepción de los que se vean expresamente limitados por el contenido del fallo condenatorio, el sentido de la pena y la ley penitenciaria. En todo caso, tendrá derecho a un trabajo remunerado y a los beneficios correspondientes de la Seguridad Social, así como al acceso a la cultura y al desarrollo integral de su personalidad."

Qué bonito suena. Pero sabemos de sobra que no es así. Y de hecho, cuando se ha reclamado el cumplimiento del espíritu y la letra de esta norma, el propio establisment judicial se ha encargado de recordarnos que, aunque no lo diga la constitución, la función de la cárcel es también la de castigar y disuadir. Hay sentencias del supremo que así lo enuncian. Al final la cárcel es la amenaza fantasma. Estas sentencias, a mi modo de ver, constituyen el reconocimiento implícito de que la prisión no es un recurso propio de una democracia instaurado por consenso para resolver problemas, sino una herramienta del poder con la que castigar mediante sufrimiento y ostracismo. Y sobre todo un aviso a navegantes.

La cárcel genera un tabú y la gente, la misma que obediente y acrítica pide “que se pudra en la cárcel” aquel colectivo que no es de su devoción (anarquistas, maltratadores de animales, políticos corruptos, banqueros, independentistas...) no quiere saber ni media palabra de lo que ocurre ahí. La cárcel es una realidad vergonzante de nuestra sociedad. Supone vergüenza social estar en ella, tener un familiar preso o incluso trabajar en ella. Por eso, y a diferencia del resto de oficios, los carceleros no se autodenominan tales, sino mediante el eufemismo “funcionarios de prisiones”. Esta situación produce consecuencias funestas puesto que el desinterés de la sociedad hacia lo que acontece dentro de los muros de la cárcel se transforma automáticamente en impunidad que retroalimenta la fuerte violencia que en ella se da. Y no me refiero únicamente a la violencia que es inherente a una institución que mantiene enjauladas a personas como si fueran animales indeseables, sino también a la violencia física, al maltrato, dando lugar a un círculo vicioso de muy difícil resolución.

¿Cómo podríamos afrontar la criminalidad desde un punto de vista lógico?

Decía Lanza del Vasto, un divulgador de la noviolencia desde la perspectiva espiritual:

“Si devuelves mal por mal, no reparas el mal: lo duplicas. ¿Cómo puedes llamar bien al mal que devuelves? Si para castigar al asesino, lo matas, no devolverás por eso la vida a su víctima. Habrá dos muertes en vez de una y dos asesinos: él y tú. ¿Cómo puedes afirmar que es un mal menor, cuando tu justicia exige un castigo igual al crimen? ¿Cómo puedes creer que es un modo de detener el mal, cuando tú mismo agregas un eslabón al que irán a unirse otros más?”

Yo estoy de acuerdo con esta manera de verlo. No tenemos ninguna necesidad de compreder el crimen como un motivo para el castigo y la venganza. La actitud de venganza no deja de ser una acción que nos envilece como personas y como sociedad, por mucho que hoy goce de aceptación entre la opinión pública. Mucho mejor verlo, el crimen, como la evidencia de algún tipo de conflicto que está por resolver. Entendido así, todo acto criminal delata un error en el sistema, un reto a solventar.

La sociedad del futuro, siendo optimistas, por mucho que mejorara ésta en la que estamos, perfecta no sería nunca. El crimen se seguiría dando. Pero vamos a ponernos en el mejor de los escenarios posibles y a pensar cómo podríamos actuar ante los comportamientos y actos criminales en ese escenario ideal. Lo haremos desde el punto de vista de la lógica y también desde el de la ética (olvidada siempre hoy en casi cualquier análisis).

1. Prevención. Lo primero es atajar el problema antes de que suceda. Como decíamos, nuestra sociedad es produndamente desarmónica. Tras la mayoría de ingresos en prisión encontramos casos de pobreza y marginalidad, migración, drogodependencias, falta de salud mental. También personas presas por motivos políticos. Si lográsemos construir un modelo basado en relaciones de poder y economía más justas y solidarias... Más cooperativo. Si el modelo educativo formase individuos autónomos y libres, con pleno desarrollo de sus facultades éticas en lugar de fomentar valores como utilitarismo, materialismo, individualismo, competitividad, desvertebración social y sumisión al poder actual.... Si además hubiera sistemas de detección precoz de comportamientos delictivos -ya remanentes-...

2. Reparación. Se trataría de compensar al colectivo o a la persona damnificada hasta donde sea posible. Con responsabilidad social subsidiaria. Empleando herramientas de mediación penal, con la ayuda necesaria. Entender la reconciliación y el perdón como una situación ideal a alcanzar (nunca una obligación o una exigencia) y no como una debilidad, que es como se ve hoy día.

3. Rehabilitación. No hay lógica ni razón de ser en que una sociedad renuncie y condene a la anulación a una persona potencialmente recuperable. Haya hecho lo que haya hecho. Por razones prácticas y también morales. La rehabilitación no es solo -aunque también- tarea de especialistas, sino de la sociedad toda, la cual debe proveer los recursos materiales y ambientales para la resolución del hecho que provocó el acto criminal y la reintegración en la convivencia, sin estigma, de esas personas. Los tratamientos han de ser individualizados y no escatimar recursos.

4. Protección social. Dicho lo anterior, ¿qué hacemos con enfermos mentales muy peligrosos o con personas demostradamente dañinas a causa de su moral negativa y recalcitrante? En estos casos asumimos la reclusión, incluso de por vida. Pero se haría en instituciones rehabilitadoras y no en cárceles, con sus derechos humanos salvaguardados plenamente y por el tiempo estrictamente necesario. Evidentemente, en el escenario que hemos dibujado, estaríamos hablando de muy pocos casos y la prisión como institución habría dejado de existir.

¿Qué se puede hacer ya?

Construir una sociedad libre y justa queda lejos. Por desgracia. Tal vez no se consiga jamás. Pero, mientras nos dejamos la piel en pos de ese santo grial -que ha de ser irrenunciable- no hemos de olvidar la situación de quienes hoy padecen las consecuencias del orden desigual en que vivimos. Empezando por la gente del sur que muere achicharrada en fábricas insalubres mientras teje la ropa que nos vestimos, pasando por los migrantes cuyas pateras naufragan o que se ahogan bajo un fuego de pelotas de goma de la guardia civil en el estrecho -cuyos supervivientes a menudo van a parar a centros de internamiento de inmigrantes similares a cárceles-, y acabando por las personas presas en este estado que tanto usa y abusa de la cárcel como castigo.

Permítaseme recordar a Xosé Tarrío, coruñés, que estuvo preso en esta cárcel. Es un caso típico de persona de extracción humilde y ambiente desestructurado que acaba en la cárcel. Tras una adolescencia conflictiva entra a prisión por una pequeña pena y ya no sale. Pasa prácticamente toda su vida en la cárcel encadenando condenas. La mayoría del tiempo en régimen FIES, ese sistema inhumano de aislamiento que teóricamente no existe y que, además, es ilegal. Tarrío es conocido por haber sido autor de “Huye, hombre huye”, una autobiografía muy recomendable para conocer cómo es la vida de un preso común que pasa su vida en las cáceles españolas. Está editada por Virus en 1997. Os he traído un texto que se escribió en 2005, al día siguiente de su muerte por un activista de la organización de apoyo a presos Salhaketa:

Muere en A Coruña el histórico preso anarquista Xosé Tarrío
Martes. 4 de enero de 2005
Huye Tarrío ... Huye
El día 2 de enero del año 2005, murió Xosé Tarrio, preso anarquista que luchó contra la cárcel desde dentro de ella, que nos explicó a todos y a todas lo que significa el aislamiento en su libro "Huye, hombre, huye. Diario de un preso FIES" (ed. Virus, 1997 y 2002) y que, ayer, se nos murió.
Creedme que me gustaría deciros que al final de su vida Xosé pudo disfrutar del descanso y la felicidad que merecía, pero no, lamentablemente Xosé murió de cárcel, porque murió de todo lo que la cárcel representa: muerte, tortura, enfermedad, hacinamiento, alejamiento, aislamiento... Excarcelado en mayo de 2003 tras 16 años de prisión y más de 10 de aislamiento (1er. Grado y FIES), Xosé volvió a prisión en septiembre de 2003.
A principios de junio Xosé comenzó a empeorar de salud: portador de VIH desde 1987 y enfermo de SIDA desde unos años después, no recibió el tratamiento adecuado: así, lo que semanas después se descubriría como un infarto cerebral, fue diagnosticado como “gripe” en la enfermería de Teixeiro.
El 20 de octubre entró en coma profundo y, ayer, murió.
Y murió de cárcel. Y la cárcel son los 37 presos y presas muertos en 2004; la cárcel son los al menos 108 torturados y torturadas durante el mismo año en centros penitenciarios y centros de menores del Estado español; la cárcel es un 45% de la población reclusa con enfermedades mentales, otro 45% con Hepatitis C, un 30% con SIDA... la cárcel es el 55% de l@s pres@s vasc@s cumpliendo condena fuera de EH, como el 65% de l@s de Córdoba cumpliendo fuera de Córdoba; l@s cerca de 3.000 pres@s en primeros grados o aislamiento (es decir, con entre 20 y 22 horas de celda diarias).
Y eso lo sabia bien Xosé, como lo saben su hermano pequeño y su madre, que sufrieron por él tanto como él, como lo saben todas las familias de las personas presas. Por eso es un deber humano decir no a esa máquina de hacer más y más violencia, más y más muerte, más y más sufrimiento. Por eso recordamos hoy a Xosé Tarrio, quien nos dejó dicho: “Seguir soñando para que la lucha no muera, porque vivir luchando es la mejor forma de vivir”.
Que la tierra te sea leve, hermano Xosé.

Carlos E. Hernández (SalHaketa Bizkaia)

Buscando la necrológica de Tarrío encontré textos de otros presos de Teixeiro de ese mismo año que relataban palizas, torturas y arbitrios por parte de carceleros, médicos, autoridades de la prisión y hasta el juez de vigilancia penitenciaria. Nunca, o difícilmente, podremos demostrar procesalmente que tales cosas son verdad, pero el número abundante de este tipo de testimonios procedentes de distintas cárceles y en distintas épocas y denunciados por diferentes instituciones, desde las anarquistas hasta algunas de la Iglesia Católica hacen pensar que el maltrato y la tortura están tristemente presentes en nuestras prisiones ayer y hoy.

La tarea antimilitarista, en la que me encuentro, es la de empujar hacia una sociedad en la que no haya desigualdad generadora de violencia. Mientras llega y no llega, en relación a estos hechos de los que hablamos, nuestro objetivo y el de cualquier persona de bien ha de ser mitigar las consecuencias más escandalosas y dañinas de la actual violencia estructural y represiva.

Una medida obvia y sencillísima sería que el poder, entendido como políticos, jueces de vigilancia, dirigentes de la cárcel, médicos y carceleros se limitaran a cumplir la ley. Por muy mala que ésta sea, la realidad paralegal actual -policial y carcelaria- es mucho más monstruosa.

Como ejemplo se me ocurre citar el caso de los enfermos mentales, inimputables según la ley, y de los cuales las cárceles están llenas. Resulta mejor negocio declarar a una persona que cometió un acto a todas luces demencial como alguien que actuó con plena conciencia y recluirlo como un cliente más en una prisión, que tratarlo como un paciente médico. Pero es que, incluso los diagnosticados como tales no son tratados como enfermos sino como presos. Con menos derechos, incluso, y sometidos a más vejámenes que el resto de presos en las dos cárceles psiquiátrico del estado español. Si la opinión pública se asusta y nada quiere saber de presos, mucho menos de presos en psiquiátricos penitenciarios, uno de los cuales está en Alacant y seguimos con atención desde el Grup Tortuga.

Despedida

No me resulta cómodo hablar aquí. Porque soy un radical. Solo de pensamiento, ya que en la práctica no se puede ser radical. Otro preso histórico, Patxi Zamoro, escribió “A ambos lados del muro” editado por Txalaparta en 2005. Su caso y su historia es similar a Tarrío y su autobiografía tiene el mismo interés documental al que suma una cierta dosis de calidad literaria. Para explicar la dificultad de la radicalidad me apoyo en la teoría de Zamoro, también fallecido, el cual venía a decir, y es la causa del título de su libro, que solo un muro nos separa ya que todos somos presos. Somos presos del sistema y nuestros actos están determinados. Os engañáis si creéis que vosotros no estáis también en una prisión.

Empero en todo hay grados. Y -creo- aún es peor estar en una prisión que está dentro de una prisión. Como decía, me considero una persona de pensamiento radical. También antisistema. Y como tal, estar dentro de una cárcel me es desagradable, me produce incomodidad. Más participando en unas jornadas que organiza una institución tan inherente al sistema como es una universidad, y con la colaboración del ministerio del interior y el patrocinio de un banco. Me es una contradicción grande -en el Grup Tortuga tuvimos nuestras dudas sobre la conveniencia de participar- . Solo la doy por asumible si a alguna de las personas oyentes se os despierta un poquito de conciencia crítica ante la terrible institución penitenciaria, la cual nunca podrá ser vestida de seda, aunque sea propuesta como “ocasión para el encuentro multicultural”. Ojalá que este curso, mi charla y las restantes, consigan abrir una pequeña grieta en el muro de las prisiones, el cual es el propio muro del sistema.

Vuelvo a dar las gracias a quienes me han invitado, especialmente al profesor Agustín Velloso, quien se ha esforzado para que estas jornadas no sean una forma de ver engañosamente la cárcel como algo positivo y edulcorado, sino que pueda ser señalada sin tapujos como lo que es; una de las grandes vergüenzas y derrotas de nuestra sociedad.