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Patxi Zamoro: “A ambos lados del muro”

Miércoles.9 de enero de 2008 2694 visitas - 1 comentario(s)
Impresionante crónica de un preso de leyenda que tuvo el triste honor de ser el primer FIES del Estado Español #TITRE

Título: A ambos lados del muro
Autor: Patxi Zamoro
Edición: a cargo de Lander Garro
Editorial: Txalaparta, Tafalla 2005
Número de páginas: 243


He leído este libro de un solo tirón, a pesar de sus casi 250 páginas. Antes había leído “Huye, hombre, huye” del también malogrado Xosé Tarrío, que asimismo me había gustado mucho. Son dos libros que tienen muchos parecidos. Ambos son dos presos que coinciden en el tiempo en la prisión y conocen en primera persona la implantación del siniestro régimen FIES, los dos son presos indómitos y rebeldes que no cejan en su empeño de denunciar la institución carcelaria, los dos sufren horribles y reiteradas torturas a cargo de los carceleros, ambos son fuguistas persistentes y participan en diversos motines, ambos, a pesar de su extracción humilde, son finos pensadores que alcanzan un importante grado de conciencia política, y por último les une también el haber sido dos personas profundamente contemplativas, con capacidad de penetrar en la esencia de las cosas que les rodeaban.

El libro de Patxi Zamoro es precioso. Es lírico pero es intenso; los hechos se suceden a velocidad trepidante. La pluma de este preso singular consigue transmitir en trazos que se mueven entre la sencillez y la elegancia vivencias absolutamente excepcionales. Al principio del mismo, Patxi, en dos patadas nos resuelve la narración de su vida y de cómo llegó a la prisión. A partir de ahí el libro se desenvuelve en una crónica de vejaciones, torturas, cambios de prisión, amotinamientos, fugas.... Todo ello narrado desde el prisma personal de quien fue “enemigo público número uno”, protagonista principal de los acontecimientos carcelarios más notorios de su época, y líder del movimiento de presos que reivindicaba mejoras en las condiciones de los centros. Es normal leer estas narraciones con el corazón a todo latir debido al ritmo frenético, a lo trascendente de lo narrado, que sabemos hecho real y no ficción, y al toque de suspense que el autor consigue, quizá sin ni siquiera proponérselo.

En medio de esta épica, Patxi consigue narrarnos los acontecimientos que tienen lugar en su alma y corazón, en especial su historia de amor con Arantxa, un amor que duró hasta la muerte y que se entremezcla en la crónica de todos los demás sucesos de una forma preciosa. Los últimos capítulos del libro nos cuentan la vida de Patxi en los últimos años que disfrutó en libertad en Iruña, en compañía de Arantxa, su enfermedad, y su caminar hacia la muerte. El final del libro, es de una lírica apoteósica y nadie con un mínimo de sensibilidad podrá acabarlo sin un pañuelo a mano para enjugar las lágrimas.

Pablo San José Alonso

Como me ha gustado tanto, os voy a copiar las dos hojitas del preludio:

Preludio

El que está en la cárcel escribe como si la vida viniera
a su encuentro. A mí en cambio, que estoy, digamos,
en libertad me parece que a veces este paisaje
se fuera alejando, diluyendo, acabando.

Mario Benedetti
Primavera con una esquina rota

Dicen que nadie, tras traspasar el umbral de la muerte, ha regresado para hablar de ella. Es mentira, pues yo mismo he regresado para, todavía envuelto en su fétido olor, hablaros de la peor de todas las muertes: la que se sufre en vida.

No me digáis que una vez muerto no se siente, que no se experimenta dolor. Yo la he sentido y he gritado de dolor. He vivido allí: unas veces en ataúdes rústicos y rudimentarios, cárceles con siglos de tétrica historia, muros que eran mudos testigos del sufrimiento y las confidencias de mujeres y hombres. Otras, en modernos, sofisticados y herméticos ataúdes de puertas y cancelas mecanizadas, donde la sombra aterradora del verdugo se desliza con guadañas en forma de porras y sprays.

La cárcel no tiene como fin mejorar y recuperar a las personas para la sociedad libre. Su objetivo es castigarlas, hacerles daño. Pero a las personas no se las mejora dañándolas.

Nadie que conozca el sistema penitenciario, puede creer que la cárcel rehabilita; en el “mejor” de los casos, convierte a los presos en actores que interpretan un papel en ese inmenso escenario de dementes, fingiendo (o sintiendo) serlo con el fin de acortar la estancia entre muros. En el peor de los casos, en asesinos sin escrúpulos que ni siquiera se respetan a sí mismos. En cualquiera de ambos casos, destruye lo mejor que de seres humanos tienen.

La cárcel, sin embargo, da a ambos lados del muro. La sociedad, los que vivís a ese otro lado, también sois presos, presos de lo que yo llamo el Cuarto Grado de Tratamiento. En él contáis con mayor espacio de movimiento y prerrogativas que el sistema os concede por vuestro buen comportamiento. La cárcel, a este lado, no sólo es un revólver con el que os apuntan a vuestra sien (y con el que os chantajean), sino una celda de castigo en la que se os confinará cuando dejéis de ser “buenos”.

No es casualidad que la cárcel aleje al preso de su entorno natural. Te apartan de las experiencias necesarias para crecer como persona y, una vez aquí, descubres que existen más cárceles dentro de la cárcel; son los grados, las fases dentro de éstos, los regímenes especiales, los aislamientos. Términos todos que definen una realidad inamovible: la falta de libertad.

Todos sabemos que la muerte se produce cuando dejamos de experimentar. Cuando te apartan de la sociedad, te están privando de las experiencias con tu familia y amigos; te apartan de María, de Juan, del bar de la esquina, de la mesilla con un libro, de la ducha con su cortina transparente, del gato que maúlla a la luz de las farolas, del repartidor de periódicos siempre madrugador, del autobús que se retrasa, de la montaña nevada, del mar enrabietado, de los ancianos que aún se agarran las manos. Te apartan de la vida.

El aislamiento, la soledad impuesta, hace mella incluso en las piedras; debilita la voluntad más férrea, reduce todo tu mundo a un recorrido por el pasado a través de tu mente y, de tanto revivirlo, termina por desgastarse. Al no percibir experiencias, te conviertes en un pozo con agua estancada, corrompida por no recibir agua nueva. Las únicas experiencias que se tienen son extremas, violentas. Para sobrevivir a ellas has de asesinar muchas de las cosas valiosas que hay dentro de ti mismo. Esta mutilación termina por embrutecer al preso, o por enloquecerlo. De ahí que quienes sufrimos largos periodos de tiempo en aislamiento lleguemos a cometer acciones que, vistas desde otro contexto, se perciben como criminales. Y que no se pueden entender ni justificar. Si se me hubiese preguntado, 18 años atrás, si sería capaz de causarme daño a mí mismo, de autolesionarme, hubiese contestado sonriente: “¿Estás loco? ¡jamás!”. Hoy, tras 18 años de prisión, puedo decir que me he cortado las venas de los brazos, y que he ingerido objetos extraños, cucharas de hierro, cuchillas de afeitar, pilas. Que me he clavado cuchillos en el abdomen, que he golpeado mi cabeza contra las paredes. Que he padecido huelgas de hambre y sed.

Lo mismo hubiese contestado si la pregunta hubiese sido si sería capaz de hacer daño premeditadamente, y a sangre fría, a otra persona: “No, no sería capaz”. Sin embargo, transcurrido todo este tiempo de cárcel, me he embrutecido lo suficiente como para, por ejemplo, concebir la idea de apuñalar a otra persona sin tener remordimientos. ¿Qué es lo que me ha transformado?

Sin duda, lo que me ha transformado ha sido la cárcel, o la necesidad de sobrevivir a ella. Os podréis preguntar cómo se sobrevive causándose daño a uno mismo, incluso con el riesgo de perder la vida. Es la desesperación, os diría, la desesperación del que entiende que el suplicio es la única salida, el último grito de protesta que el sistema nos deja.

Los jueces, los psicólogos, y, en general, las autoridades penitenciarias afirman que cuando alguien se hace daño a sí mismo, lo hace desde su propia libertad. Pero obvian reconocer que nadie en su sano juicio lo haría. Si lo reconocieran, sin embargo, tendrían que aceptar que, o bien efectivamente esa persona ha perdido la razón (y debería estar recibiendo tratamiento adecuado fuera de estas jaulas), o realmente existen motivos para que alguien recurra a herirse una y otra vez. La cárcel, al fin, destruye al preso, o lo transforma. Espero mostraros, a lo largo de este libro, cómo se produce ese embrutecimiento, y cómo a través de él, yo y otros compañeros, sobrevivimos a la cárcel.

Patxi Zamoro.


Artículo tomado de Gatopardo (no perderse la nota de abajo)

ÁNGEL ZAMORO DURÁN, "PATXI": A AMBOS LADOS DEL MURO

Hay quien cree que para escribir hace falta imaginación. Yo creo que la empatía, la piedad, y la capacidad de ponerse en el lugar de los demás bastan para sumergirnos en otro universo, otra lógica y otra sensibilidad. A veces ocurren misteriosas conexiones como la que me ocurrió con Ángel Zamoro, "Patxi", al que sólo conocí a través de unas pocas cartas desde la cárcel, que lograron traspasar esa especie de abotargamiento con el que nos defendemos de los demás. Y supe que tendría que describir lo que había sentido allí, como preso FIES, y durante dieciocho años de condena. Escribí a Arantxa, su viuda, y le conté que estaba obsesionada con Zamoro, como si su lógica y su modo de ser se hubieran trasvasado hasta mí. No era la primera vez que me ocurría, pero fue la primera vez que lo contaba abiertamente. Yo soy muy púdica en mis relaciones personales y suelo salpicar mis confidencias con ironías distanciadoras... Y en un momento dado me dirigí a ella llamándola "Pequeña saltamontes"... como la llamaba Zamoro. Pero yo no podía saberlo y sin embargo, no fue la única coincidencia.

Lander Garro ya estaba corrigiendo y editando "A ambos lados del muro", de "Patxi" Zamoro. Y hoy he acabado de leer su libro de un tirón llena de ternura y de admiración por aquel adolescente que entró con apenas diecinueve años a la cárcel y por el hombre que salió dieciocho años después, tras cientos de palizas, torturas, celdas de castigo, medidas de confinamiento de excepcional crueldad y con una sola obsesión: luchar para denunciar lo que era el régimen FIES, para que nadie más tuviera que sufrir esa indignidad, esa deshumanización, en las cárceles españolas.
A Zamoro le pasó factura la prisión y murió con un proceso degenerativo hepático tres años después de salir de la cárcel. Nadie sabe porqué son esas enfermedades letales de etiología desconocida, incluso en ex-presidiarios como Zamoro, que no fumaba habitualmente y no se drogó jamás, y quizás algún día se investigue y se llegue a saber.

Comentario a este artículo en el blog Gatopardo

Autor: ARANTZA

Patxi no ha muerto. Sigue vivo. Más que nunca, porque nosotr@s le devolvemos la vida cada vez que lo recordamos, cada vez que hablamos de él, cada vez que acariciamos su libro. Cada vez que lo leemos penetramos en su historia, una historia que no es única, una historia que es reflejo de tantas otras que todavía permanecen encerradas, exterminadas en vida. Con la publicación de este libro no sólo le devolvemos la vida a Patxi; se la damos a muchas otras personas olvidadas detrás de esos muros. Desde este lado del muro tenemos esa posibilidad, la posibilidad de dar vida a ambos lados del muro.

Fecha: 04/06/2005 11:55.


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  • Patxi Zamoro: “A ambos lados del muro”

    25 de noviembre de 2016 22:49, por Carlos landin

    Muy buen artículo yo también leí el libro de Xosé Tarrio y me encantó. Este no lo leí aunque prometo hacerlo.
    Cuando era pequeño con 12/13,años había un chico en mi colegio que era como el rebelde al que todo el mundo conocía. Resulta que fue junto a Patxi y a Xosé uno de los primeros presos FÍES su nombre es Vázquez Ayude y me encantaría poder ayudarle de alguna manera. Tanto Xose como Patxi consumieron salir de la carcel Ayude no. Arantza me gustaría mantener contacto contigo para que me enseñaras lo que sabes de estos presos FÍES.
    Muchas gracias