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Las eras

Domingo.6 de abril de 2014 567 visitas Sin comentarios
Cuarta entrega del libro de memorias de Carlos J. San José Palau. #TITRE

Había en Justel tres eras: “La del pulverino”, “La del cementerio” y “La de Vaseyo”. Hablar de las eras, era hablar del Edén de los juegos y distracciones de la chiquillería, adolescencia y juventud, pues allí no solo se trabajaban las mieses, sino que se dormía, se hacían juegos y bromas, los novios retozaban, había partidillos de fútbol, etc.

Todos los años al llegar el verano, el Alcalde sorteaba las eras y el sitio exacto, donde habría que colocar “la meda”, con espacio suficiente entre ellas para poder extender luego el trigo. A nosotros, tuvimos suerte, nos tocó muchas veces la era “del pulverino”, es decir pegando a la carretera y cerquita de casa.

Una vez hecho el sorteo, se acarreaban los mañizos de trigo o centeno (con lo cual había dos medas), en sucesivos viajes y se iban disponiendo unifórmenle y haciendo una especie de cabaña circular. Cuando iba siendo ya un poco alta, el abuelo se subía encima y con la tornadera se pinchaban los mañizos y se le iban dando uno a uno para que los colocara.

Las eras en verano parecían un bosque de medas y por entre ellas jugábamos los chicos o bien nos poníamos a la buena sombra que daban a charlar o a dormir la siesta.

Medas (foto tomada de internet)

Dos formas había de sacar el trigo de las espigas: la trilla y la maja.

Trillar

Una vez acarreados los mañizos hasta el lugar dónde se iban a trillar me veo ahora con esfuerzo, arrastrándolos desde la meda, extendiéndolos con las espigas hacia dentro y haciendo un gran circulo, se colocaban las vacas uncidas al trillo encima y ¡hale! a dar vueltas y vueltas durante días. ¡Qué gozada trillar! Sentado en un taburete y al lado de mi tío o tía o del abuelo, dar vueltas lentamente, lentamente, viendo las gentes de otras trillas, o la carretera cuando venía el “Coche de Línea”, o cantando o contándoles las películas que veía en León. Con un sombrero de paja y parando de cuando en cuando, para ir a la sombra de la meda a beber de la barrila o a comer pan y cebolla, que alguno de casa había traído.

Yo trillé varias veces solo. Claro que no era tan experto y había que tener mucho cuidado de que las vacas por algún motivo, no se saliesen de la trilla o de que sus excrementos, “Las buestas”, no cayeran al trigo, para lo cual íbamos provistos de una pala, que luego vaciábamos en un lateral para que cuando se secaran sirvieran de buen abono.

Majar

Un varal largo en cuyo extremo y con cintas de cuero se le unía otro mucho más corto, hacía de herramienta, "el manal”, para golpear la mies. La maja era un procedimiento muy primitivo, heredado de generaciones anteriores (unos turistas, que se extraviaron por aquellas latitudes, lo filmaron y fotografiaron). Para hacerla se necesitaban un mínimo de ocho hombres, que se ponían la mitad enfrente de los otros, para que, o bien cantando o con unas voces que daba “el jefe” de la maja, alternando, daban los golpes para desgranar el trigo. Se pasaban todo el día majando. Las mujeres se llevaban la paja sin el grano, para hacer gavillas y amontonarlas hasta el día en que fueran llevadas a los pajares. Se formaban verdaderos muros de paja. Cada cierto tiempo paraban para descansar breves minutos, allí mismo sin abandonar el manal, y entonces acudía yo -era lo normal en todas las majas- con el botijo de agua fresca en una mano y la cantimplora de vino en la otra, para que quien quisiera echara un trago y así reponer fuerzas para continuar la maja.

Maja (foto tomada de internet). Nótese la tipología de las casas con techumbres vegetales, similares a las utilizadas en la vecina comarca de La Cabrera.

A mediodía, todos iban invitados a comer en la casa del dueño para el que se estaba majando, preparándose una comida especial. A mí aparte de la nuestra y la de tía María, me invitaron en la maja de Juan Manuel el cartero. Éramos algo parientes y además yo era amigo de sus hijos.

Por la tarde se continuaba la maja hasta terminarla y luego se amontonaba el trigo. ¡Cuánto me gustaba empujarlo hacia el montón central! ¡Qué bien lo pasaba, cuando mi abuelo me pedía que subiera encima de él y puesto de cuclillas lo recorría de un extremo a otro, dando varias vueltas, dando saltitos y apretando con el palo de la tornadera, para que estuviera bien prensado! Días después se separaría la paja fina del grano, echando paletadas al aire. Quedaba todo como un campo nevado. Luego venía la criba -yo aprovechaba para coger “los cornezuelos”, que luego vendería al arriero Julián, sacándome unos durillos para gastar en la fiesta de la Peregrina- y por fin se metía en los sacos. Esa noche alguien dormía en la era junto al trigo, yo lo intenté, se estaba bien allí en aquellas noches apacibles y viendo las estrellas y en aquel silencio acogedor, pero luego lo pensé mejor y a eso de la una de la madrugada, me fui para la casa dejando a mi tío Ismael como vigilante.

El día de la maja, la merienda en la era dejaba el pan y cebolla habitual, porque en su lugar se llevaban los mejores trozos de lomo y de jamón y también buenos chorizos, que junto a los buenos tragos del vino del abuelo, hacían las delicias al paladar ¡Quién los pillara ahora!

¿Qué hacía yo en la era?

Divertirme, trillar, ayudar a extender los mañizos, ir a por agua a la fuente o a por vino a casa cuando me mandaban... En una ocasión, estábamos aquel año majando en “Vaseyo”, y quedaba media barrila de vino y el abuelo nos dijo a Ramiro y a mí, que fuéramos a casa a rellenarla y traer otra más, pero por el camino fuimos echando traguitos en plan de broma, pero yo cuando me quise dar cuenta, estaba “un poco demasiado contento” y tuve que ir varias veces a la fuente a hincharme de agua, para que el abuelo no se diese cuenta y me soltase una bofetada, pero luego casi me la da por haber tardado tanto.

Una diversión en la era, consistía en cazar los tábanos que se posaban en las vacas de la trilla, atravesarlos con una paja fina, por la mitad del abdomen y hacer “aviones”, que empezaban a zumbar sus alas hasta que los soltábamos, presenciando entonces sus evoluciones hasta que desaparecían de nuestra vista. Otra, humedecer pajas y con unos palitos en forma de cruz, trenzarlas haciendo sonajeros y “molinetes”. Cuando íbamos a la fuente a por agua para la trilla, jugábamos con los rabos de las cebollas a hacer burbujitas soplando y cuando teníamos que poner a remojo las largas pajas, que servirían trenzadas para atar los mañizos, cogíamos de la charca donde se ponían, renacuajos y los sacábamos a un recipiente con agua para verlos evolucionar. Un poco más mayor, aprendí a coger ranas en todas las charcas, romper sus ancas, pelarlas y asarlas en la lumbre para luego comérmelas.

La de veces que jugué al escondite, a las barajas, al fútbol, a subir por los mañizos después de las majas... ¡Cómo no iban a ser para mi un paraíso las eras! El verano en Justel lo recuerdo como una etapa feliz.


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