Discursos pedagógicos y sueños en el cajón

No abarateixis el somni
o et donaràs per menyspreu tu mateix.
Lluis Llach.

Como participante en una organización enclavada en lo que se daba en llamar hace un tiempo “los nuevos movimientos sociales”, he participado no pocas veces en este debate:

“Hemos de adoptar discursos razonables, propuestas posibles, que lleguen a la gente, que los entiendan y compartan hasta nuestras madres; sólo así podremos conseguir cosas”.

Pero miro y remiro en busca de esos resultados y no los veo por parte ninguna. El apoyo popular a la causa de mi nuevo movimiento social, a pesar de nuestros masticados mensajes y nuestra buena voluntad de conectar, en lugar de ser masivo, continúa siendo pírrico.

Miro a los lados a ver qué hacen otros y llego a la conclusión de que el discurso reformista solo consigue resultados cuando -después de guardar la utopía bajo siete llaves en el cajón- le dice a la gente lo que quiere oír. Por ejemplo que va a repartir rentas básicas o que va a dar trabajo en la administración a todos nuestros hijos.

En cambio los discursos, por muy reformistas que sean, que no entroncan directamente con los deseos egoístas de la gente -digámoslo en plata- se comen una mierda. La misma que los discursos revolucionarios.

O sea que, salvo que se esté por la labor de desmantelar toda ideología e ir articulando un mensaje puramente demagógico que permita mantenerse mal que bien en la cresta de la popularidad, para este viaje no hacían falta tantas alforjas.

Entonces. Si de todas formas no vamos a lograr conquistar el corazón de las masas para nuestra causa, al menos que la utopía resplandezca en nuestros labios y en nuestros actos.

Porque quizá llegue el día en que esta idea pueda ser comprendida, deseada, aceptada y despierte la fe e ilusión necesaria para jugarse la vida por ella. Desde luego no llegará si somos los primeros en desertar.

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