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Culpa y castigo en la película “Sin Perdón” de Clint Eastwood

Domingo.15 de abril de 2012 6419 visitas - 6 comentario(s)
Pablo San José Alonso. #TITRE

“Matar a un hombre es algo muy duro, le quitas todo lo que tiene, y todo lo que podría tener.”

Recientemente volví a visionar la película “Sin Perdón” de Clint Eastwood que, como es sabido, se cuenta entre los mejores westerns de la historia a pesar de su tardía fecha de rodaje (1992).

La primera vez me había gustado ya mucho su argumento así como su ambientación crepuscular (qué adjetivo tan unido a las pelis del oeste) que pretende resumir la mayoría de los ingredientes del género y darles una lectura que en algunos casos parece definitiva (¿podrá surgir un nuevo forajido de leyenda que supere a William Munny?). Tal esfuerzo acaba creando una especie de antiwestern en el que, a diferencia de lo usual en el género, es difícil distinguir buenos de malos, aparecen sentimientos profundos, las mujeres del saloon no son especialmente bellas y los pistoleros no desenfundan a velocidad de vértigo.

Y lo mejor de todo es que la película incluye temas complejos: valentía frente a cobardía, mito frente a realidad, amistad y lealtad, algunos toques sobre género y, muchos dilemas morales. Si la vida y la muerte en las películas del oeste son abordadas siempre de forma anecdótica y subordinada a las necesidades del argumento, en esta película el conflicto moral en relación a matar y morir es omnipresente. Más porque está vinculado a un tema vecino: el de la justicia punitiva. Tema de estremecedora actualidad por más señas; véase, por ejemplo, el caso Marta del Castillo.

Que la película se titule “Sin Perdón”, no es casualidad. A lo largo de su metraje irá desfilando un retablo de personajes imperfectos a quienes se coloca uno tras otro ante los ojos del espectador para que éste juzgue si son merecedores de perdón y una segunda oportunidad, si son recuperables, si su defecto es disculpable, o si por el contrario solo les corresponde el castigo por su culpa y su incapacidad de cambiar.

Doy por descontado que han visto la película. En caso contrario recomiendo no seguir leyendo y verla primero, ya que voy a contar cosas que la destriparán un tanto. La idea es analizar el tema de la culpa y las moralidades sobre castigo presentes en torno a cada uno de los personajes principales. Vamos allá.

Las prostitutas

Ante todo son víctimas. Explotadas por su proxeneta y tratadas como si no fueran personas. Cuando una de ellas es desfigurada en el rostro por un cliente por el hecho de haberse reído de su pequeño pene, el castigo que el sheriff impone al agresor y su acompañante-colaborador es una multa que no debe abonarse a la chica, sino al proxeneta, en compensación por el negocio que pierde al haberse dañado “la mercancía”. Aunque la multa que el sheriff impone a los vaqueros castiga severamente su patrimonio (cinco de los seis caballos que tiene ha de pagar uno, y dos de los cuatro que posee, el otro), las prostitutas entienden que no es suficiente castigo y exigen que, como mínimo, ambos sean azotados. El sheriff se niega -¿no has visto suficiente sangre esta noche?, le dice a la mujer que reclama- y trata de disculpar a los vaqueros ante las mujeres: Son hombres que trabajan duro en el rancho, son buenos chicos y lo que ha ocurrido ha sido "una tontería"; la multa es suficiente castigo. Tal “resolución” indigna a las prostitutas, las cuales hacen piña entre ellas, juntan sus ahorros y deciden contratar un castigo “privado”. Lo que ocurre es que ese castigo ni siquiera se limita a un mero “ojo por ojo, diente por diente”; las mujeres encargan dos sendas penas de muerte que ni siquiera distinguen el grado de participación de cada uno de los dos vaqueros en el crimen. El grupo de mujeres insistirá toda la película en su venganza colaborando en todo –incluso con servicios sexuales- con los posibles verdugos ilegales frente a la justicia legal del sheriff. Cuando la violencia se desencadene, la venganza de las prostitutas habrá sido cumplida con creces. Incluso mucho más allá de lo pensado, llegando a producir una terrible matanza que ellas mismas presenciarán estremecidas y abrumadas.

Datos a tener en cuenta:

- La unidad de las mujeres anula las individualidades. Ya no es la víctima (la mujer marcada) quien toma las decisiones. Ésta incluso es impedida por el grupo de poder aceptar el perdón y la compensación (una valiosa yegua) que pretendía ofrecerle el más joven de los vaqueros, que además había tenido un papel secundario en la agresión. ¿La presión social aumenta el castigo y disminuye la posibilidad de perdón y reconciliación?

- Una posible explicación del furor punitivo de las mujeres la encontramos en su situación de debilidad extrema. Cabe entender que las mujeres buscan un castigo de carácter ejemplarizante que las proteja de los arbitrios de sus clientes y de la indefensión en que se encuentran dada la nula o dudosa protección “legal” que reciben. Una alternativa a esta solución sería quebrar la espiral de violencia desde el principio abandonando el lugar de la indefensión total, es decir el oficio de prostituta. Tal cosa evitaría los siguientes escalones violentos: la agresión y su respuesta. Pero siendo realistas, no siempre les es posible a las personas oprimidas hacer algo por dejar de estarlo. En ese caso ¿sirven de protección los castigos desproporcionados frente a agresiones que se suman a las estructurales?

- La prostituta agredida es la única del grupo que no parece estar embargada por los deseos de venganza. La película incluso la muestra predispuesta al amor hacia dos varones solteros: el vaquero que trataba de regalarle una yegua primero, y el asesino Munny después. Pero las circunstancias impiden dramáticamente cualquier opción de desarrollar esos sentimientos incipientemente mostrados. Tema muy interesante que nos puede hacer reflexionar sobre la potencia de las emociones y el clima general de odio como anuladores de la individualidad así como de freno y limitación de otro tipo de soluciones y posibilidades.

Los vaqueros

Como vengo diciendo, son dos papeles y actuaciones muy diferentes, pero ambos reciben el mismo castigo: la muerte.

El primero de ellos, corpulento y barbado, es quien acuchilla el rostro de la chica como castigo por haberse reído de su pene. Lo hace con saña, apartando a quienes intentan retenerle, incluso a su propio compañero, y solo se detiene cuando nota el cañón de un revólver en su nuca. La película nos hace una presentación poco favorable de este personaje, el cual no parece mostrar arrepentimiento meses después cuando acude al pueblo a pagar su multa, y finalmente es asesinado mientras defecaba en una letrina.

Por su parte el más joven de los dos es arrastrado a la agresión por su compañero, quien le obliga sin darle tiempo a reaccionar a sujetar a la chica mientras le raja el rostro. Inmediatamente se aparta y segundos después incluso –cuando recupera la facultad de razonar en conciencia- trata de agarrar a su compañero para que cese en la agresión. A la hora de pagar la multa no solo muestra arrepentimiento sino que trae como reparación voluntaria su más valiosa yegua –uno de los dos caballos que le quedaban tras abonar el severo pago- para la chica, a la que mira de forma que trasluce sentimientos hermosos que parecen ser correspondidos por la mirada de ella. El asesinato de este personaje, en una emboscada cuando cabalgaba en tareas laborales del rancho, es presentado por la película con dimensiones de tragedia que no solo embarga a sus compañeros de trabajo sino a los mismos asesinos, uno de los cuales no es capaz de disparar sobre él, y el que le dispara suplica desde los peñascos que le den un poco de agua antes de morir.

A tener en cuenta:

- Cuando los vaqueros son detenidos y conducidos ante la presencia del sheriff éste les ofrece un acuerdo que recuerda mucho a la mediación penal. Les propone renunciar al juicio a que tienen derecho y en su lugar fijar una compensación económica a cambio del daño causado. Los vaqueros aceptan y ello les libra tanto del juicio como del castigo físico a manos del propio sheriff. A cambio han de renunciar a una parte importante de su patrimonio. El acuerdo tiene dos fallos evidentes. Por un lado no hay una negociación, sino una imposición por una parte, la del sheriff: la compensación es la que es, no hay alternativa ni regateo. En segundo lugar dicha compensación no va a la verdadera víctima sino a una víctima económica subsidiaria –el proxeneta- el cual podría considerarse también como agresor atendiendo a otros criterios éticos. ¿Se hubiera podido resolver la cuestión y evitar toda la violencia que se desencadenó después si la negociación de la compensación hubiera sido entre las partes verdaderamente afectadas y sin imposiciones previas? No olvidemos que al final de todo el proceso ambas partes salen perdiendo. Los vaqueros pierden sus vidas y las prostitutas, lejos de recibir una compensación material, gastan todos sus ahorros en su venganza. El propio juez (el sheriff) acaba también perdiendo la suya colateralmente.

- Ambos personajes reciben la pena capital como castigo. La justicia de las prostitutas valora dicha condena como moral y la de los sicarios no discute tal cosa. Sin embargo el resto de la población de Big Whiskey (nombre del pueblo) y especialmente el sheriff tienen una opinión bastante más humana y comprensiva (son buenos chicos, se dejan la piel en el rancho, esto ha sido una excepción, ya han recibido su castigo con la multa…). Por otra parte ni unas ni otros, con excepción del sheriff a la hora de imponer la multa, hacen distinción de grado en las actuaciones diferentes de ambos vaqueros. Es de creer que los espectadores sienten como injusta la muerte del vaquero joven y se sienten indiferentes hacia la del otro, el cual ha sido presentado, como decimos, con un perfil menos amable.

El Sheriff

El personaje del sheriff, magníficamente interpretado por Gene Hackman, es “La Ley” en Big Whiskey. Incluso llega a suplantar a la judicatura si es preciso, como ocurre en su actuación con los vaqueros. "¿Inocente de qué?": esta es su peculiar interpretación de la justicia, la cual evidencia como omnímoda respondiendo a la mujer que le recliminaba haber dado una paliza a un inocente. Su imperio legal lo es también fáctico al estar rodeado de un grupo de ayudantes armados y de, lo que no es menos importante, su leyenda como hombre duro y tirador de primera. Leyenda que el film se encarga de demostrar que no es infundada mediante el divertimento de “Bob el Inglés”. Por si fuera poco Little Bill -que es el irónico nombre del sheriff- acapara el monopolio de la violencia armada en el pueblo, en cuya entrada ha colocado un cartel que prohíbe las armas de fuego. Este monopolio –que puede valorarse como un paralelismo claro con nuestros “estados de derecho”- le otorga un gran poder y el temor de sus conciudadanos. De hecho es un personaje presentado con claroscuros. De ser el torpe carpintero que no desea morir sin haber terminado de construir su casa, o el simpático fanfarrón que dicta su historia al emperifollado biógrafo, puede convertirse en un tipo malcarado, brutal, machista e incluso asesino torturador.

Si bien Little Bill trata de ser –a su manera- ecuánime a la hora de castigar a los vaqueros, cuando su propia situación de poder y privilegio se ponga en peligro por la intrusión de quienes acuden al pueblo en busca de la recompensa prometida, sus actuaciones se volverán indiscriminadas y crueles. Comenzando por la paliza que recibe su competidor Bob el Inglés o la que propina en el saloom a un enfermo e indefenso Willian Munny, siguiendo por la tortura hasta la muerte de Ned Logan (Morgan Freeman), o la última escena en el bar en la que está organizando la cacería y linchamiento de los supuestos fugitivos. A pesar de ser un afamado pistolero, a Little Bill le agrada “impartir justicia” y “hacer respetar la ley” con sus solas manos desnudas, mediante las cuales es capaz de concitar mayor grado de violencia que la que se da en las escenas con armas de fuego. Cruda metáfora del poder despótico que acumula.

El guión de la película, como digo, en un principio amable con la figura del sheriff, poco a poco va acentuando su perfil violento y arbitrario. Sin concederle legitimidad por el hecho de ser oficialmente “la ley”, y esto es curioso y poco habitual en el género, cuando al fin es ejecutado en el saloon en compañía de casi todos sus ayudantes por William Munny, la sensación que al espectador le queda es que “lo merecía”. Especialmente como castigo por el hecho de haber acabado brutalmente con la vida de uno de los pocos personajes realmente agradables de la película: Ned, el compañero negro de Munny. Curioso y a tener en cuenta cómo el punto de vista de una narración y la creación de estados emocionales pueden inclinar la valoración de la legitimidad de unas u otras torturas, homicidios y asesinatos. También cómo el empleo reiterado de las ejecuciones va disminuyendo a lo largo de la película la importancia de la vida humana, al principio contemplada con una valoración muy alta, y convirtiendo la muerte violenta en algo banal, de forma progresiva, hasta llegar al clímax final.

El dueño del burdel

De nombre Skinny, mote adecuado a su físico viperino, es quizá el personaje menos ambivalente del film. Todo su contorno es negativo. Si ya su oficio de proxeneta es un baldón original, le condena definitivamente su actitud hacia las prostitutas, a quienes comprende como objetos de los que extraer dinero y cuyos derechos e integridad física no defiende en absoluto. Incluso las llega a comparar ante sus propias narices con caballos que se poseen sin más. En todo momento, de forma mezquina y cobarde, se subordina al sheriff llegando a poner el local a su disposición, incluso para exhibir el cuerpo sin vida de Ned, acción que le costará la muerte a manos de Munny. Nuevamente el guión presenta esta muerte como un acto merecido de justicia con el que empatiza el espectador. Tiene mucho que ver, tal como comentaba antes, que tal muerte se dé en el momento final de la película, cuando la vida humana cotiza escasos enteros. De hecho es de creer que no habrá espectador que a esas alturas no esté ya embargado por el dramatismo violento de la última secuencia. Viene a ser como un tiempo de disfrute del placer morboso de la venganza sangrienta, en el cual no cabe disquisición racional alguna sobre proporcionalidad de los castigos, derechos de los reos, presunción de inocencia, procedimientos legales etc. Quizá el ser partícipes de este estado de ánimo colectivo “amoral” nos pueda ayudar a comprender ciertos hechos y comportamientos violentos de la vida real.

Los pistoleros

Siendo tres personalidades muy diferenciadas, los tres comparten algunos rasgos en relación al tema que tratamos. Por ejemplo su común disposición a matar a cambio de dinero. También su necesidad de legitimar de alguna forma lo que están dispuestos a hacer. Así resulta ilustrativo cómo el crimen cometido por los vaqueros sobre las prostitutas acaba alcanzando magnitudes desproporcionadas cuando los pistoleros hablan de él. Finalmente también serán compartidos sus escrúpulos y sus dudas morales a la hora de realizar “el encargo”, si bien tales reticencias aparecen en momentos y formas distintas en cada personaje.

Ned Logan (Morgan Freeman) es el menos complejo de los tres. Como en la práctica totalidad de papeles que encarna este actor, su personaje se presenta investido de un aura de bondad. Ni siquiera la desconsideración hacia su esposa india, a la cual deja sola a pesar de su desaprobación, y a la que no es sexualmente fiel, dañará tal imagen. El hecho de que, poseyendo una puntería y un arma legendarias, no sea capaz de disparar su rifle sobre el primero de los vaqueros y que abandone la tarea renunciando a percibir su parte de la recompensa, acabará por redondear esta imagen que el espectador se ha ido forjando de él. De este modo su muerte a manos de Little Bill será vista como una injusticia, como el brutal asesinato de un inocente, que acarrea culpa sobre su verdugo a pesar de que éste está castigando a un delincuente que bien podría ser condenado en un tribunal como cómplice de asesinato. Nuevamente la imagen creada en la mente del espectador por los autores del filme condiciona sus valoraciones éticas y su sentido de la justicia.

Mucho más relieve tiene el personaje de Schofield Kid, interpretado por Jaimz Woolvett. Ese joven aprendiz de pistolero, presuntuoso, fanfarrón, perdonavidas y cegato por más señas. En meritorio bucle de la película se nos presenta como un personaje dentro de un personaje. El joven Schofield dedicará durante todo el filme un esfuerzo máximo a la hora de representar un falso y estereotipado papel: el del asesino duro, frío e imperturbable que –imagina- solo mostrándose así podrá ser respetado por sus compañeros, los asesinos de verdad. Y como tantas veces sucede en la vida real, el personaje acabará anulando a la persona, y de esta forma Kid se comportará casi hasta el final como el personaje más inmoral del grupo, el único dispuesto a matar sin la menor compasión. Reflexión interesante al respecto es tomar nota de cómo la asunción de determinados roles sociales puede determinar ciertas jerarquías de valores y ciertos comportamientos. De ahí que pensamientos, como por ejemplo el de la Noviolencia, siempre dirijan su confrontación contra los roles o personajes y nunca contra las propias personas.

El acto catártico del asesinato del segundo vaquero en la letrina y la implacable frase pronunciada por Munny “Matar a un hombre es algo muy duro, le quitas todo lo que tiene, y todo lo que podría tener” –es otro de los grandes méritos de la película-, rescatarán su persona auténtica. El consiguiente afloramiento de culpabilidad le conducirá a despojarse de la máscara, a reconocer la verdad sobre sí mismo y a una decisión de cambio vital que llega al extremo de renunciar al cobro de su parte de la recompensa. En este caso la tesis que la película ofrece al espectador es que este personaje en su propia culpa tiene su castigo y que tras su arrepentimiento y el lastimoso estado emocional en que queda no precisa de ulteriores penas. Como puede verse, los raseros no pueden ser más que distintos con unos y otros personajes, tal como sucede en la vida real.

Por último, el protagonista de la película, el antiguo pistolero William Munny, encarnado por el propio Eastwood, también es presentado con luces y sombras. Como suele suceder también en la mayoría de papeles interpretados por este actor, su personaje mezcla dureza, impasibilidad, rudeza, en ocasiones brutalidad y amoralidad, con toda una serie de pinceladas de humanidad salpicadas aquí y allá que consiguen que el espectador conecte, simpatice con él, y le perdone casi cualquier cosa. Como decimos, es un recurso habitual en casi todos los personajes interpretados por Eastwood. Recordemos a Harry el Sucio por poner un ejemplo; ese policía de métodos expeditivos acostumbrado a hacer de su capa un sayo con los procedimientos y las leyes, las cuales sus filmes nos presentan –y no por casualidad- como demasiado blandas para proteger a nuestros seres queridos ante la criminalidad que les acecha tras cualquier esquina.

En “Sin Perdón”, el actor-director da un paso más y el personaje directamente es uno de esos criminales. Un despiadado asesino de mujeres y niños que mataba por placer, normalmente bajo los efectos del alcohol. Tan turbio personaje en esta ocasión tampoco se dedica a nada edificante, puesto que el sentido de su actuar es matar a cambio de dinero y sin hacer preguntas. Nadie tanto como él en la historia narrada, tratando de ver la cuestión con objetividad, es merecedor de una pena legal o social. Pero, más allá de una paliza recibida a manos del sheriff –gajes del oficio- toda su vida criminal pasada, así como las nuevas muertes provocadas por su encomienda y la desproporcionada venganza desencadenada, y a pesar de que el personaje de Eastwood no parece mostrar especial arrepentimiento, quedan sin castigo alguno, para regocijo del espectador. De hecho la sensación que provoca la matanza final se asemeja a la que deja una típica película con final feliz en la que ganan los buenos y pierden los malos, cuando aquí, y visto desde el punto de vista del enfrentamiento entre legalidad social y criminalidad sin escrúpulos, debería ser justo al revés.

A favor de William Munny, además de lo dicho, interviene un personaje que no aparece en la película. Se trata de su difunta esposa y madre de sus dos hijos, la cual es nombrada como una joven, frágil e inocente criatura de la que nadie –ni su misma madre por más señas- puede entender cómo terminó conviviendo con un hombre así. “Ella me regeneró”, dice Munny en un par de ocasiones, y tal cosa suena verosímil cuando se le ve sin puntería, torpe en el montar, abstemio, criando cerdos e hijos en el fango y consagrado a la fidelidad sexual hacia su memoria. Ese personaje fallecido, cual un Cristo que muere asumiendo los pecados de la humanidad, redime a Munny de sus pasados crímenes a los ojos de los espectadores y lo reconecta para su nueva vida con esas luces que todo ser humano, por muy degenerado que esté, posee en su interior por el hecho de serlo. A menudo ciertas filosofías humanistas han apostado por ese tipo de persona apto para la rehabilitación y la reintegración en sociedad existente en el fondo de cada delincuente. Sin embargo hoy por hoy sabemos que los discursos mediáticos, y no por suerte, no abundan precisamente en esa dirección. Y si el guionista-director de la película no hubiese extremado y perfeccionado los recursos dramáticos que conectan empáticamente a su tosco pistolero con los espectadores, podríamos decir que el personaje de Munny es la pura comprobación de la tesis de que un delincuente siempre será un delincuente, por muy rehabilitado que parezca. No en balde, además de que reincide en su antiguo oficio, su gran hazaña en la película es una carnicería indiscriminada realizada por meras razones vindicativas y, como en sus terribles tiempos pasados, bajo los efectos del whisky. Imaginen el tratamiento que darían nuestros medios de comunicación a una noticia similar trasladada al presente con –por ejemplo- “el Rafita” como protagonista.

Conclusiones

Como bien constató Dostoievsky, el tema del crimen y su castigo es ciertamente complejo y en él intervienen factores muy diversos. Si fuéramos capaces de crear una burbuja de objetividad y honesta intención, en la cual estuviera ausente cualquier tipo de emoción o sentimiento, y si asimismo consiguiéramos dotarnos de datos informativos completos y veraces, no nos sería difícil establecer –al menos- una especie de reglas matemáticas para aplicar las penas siempre de igual modo. Se entiende que el monopolio de la justicia en manos de los estados con sus cuerpos legales y toda su estructura formal pretende justamente eso: Sustraer al reo de interpretaciones contaminadas de subjetividad para determinar el castigo "justo" que merece su comportamiento.

La película “Sin Perdón” y la compleja montaña rusa de estados de opinión con respecto al tema tratado en la que viaja permanentemente el espectador nos ayudan a darnos cuenta de lo fácil que es perder clamorosamente la objetividad en este asunto. Y no es cuestión baladí, porque en ella hay mucho en juego: nada menos que la vida e integridad física de las personas y la salud de una sociedad. Según circulen nuestras simpatías y antipatías así como el grado de información que poseamos sobre los interiores de cada personaje, seremos capaces de no sentir el más mínimo estremecimiento ante la aplicación indiscriminada de la pena de muerte o de desear el perdón y la impunidad completa para el más feroz delincuente, yendo de un extremo al otro. Esto debería hacer pensar, y mucho, a quienes hoy en el estado español piden endurecimiento tras endurecimiento del código penal, siempre al rebufo de algún acontecimiento dramático de gran trascendencia mediática.

Por otra parte otra conclusión válida, y tratando de observar la cuestión de una forma positiva, sería que la justicia no puede olvidarse de comprender a cada persona y sus circunstancias, y que a menudo las mejores soluciones ante el crimen, por muy nefando que éste sea, no son las punitivas –que solo causan mayor mal que el que pretenden castigar- sino las que incluyen fórmulas de negociación, compensación del mal causado así como rehabilitación de la persona infractora. Por supuesto, nada mejor que actuar antes de que los hechos nocivos ocurran previniendo su aparición y desarrollando formas sociales y relacionales lo más justas y armónicas posibles. Recordemos que toda la catarata de muertes de la película tiene su origen en la injusticia estructural que sufren las prostitutas.

También me interesa resaltar, en línea con lo expuesto en el último párrafo y extrayendo alguna interpretación del personaje del sheriff y su omnímoda y dictatorial aplicación de la legalidad institucional, que no debe de ser bueno que una sociedad encomiende esta delicada cuestión a personas ajenas especializadas, a aparatos coercitivos y a códigos penales. De tal cosa sólo puede resultar la negación de aquellos aspectos humanos antes citados y la omnipresencia del castigo punitivo en detrimento de las otras soluciones. Eso, y el fomento de la mayor irresponsabilidad así como la ruptura de los lazos sociales entre las personas de la colectividad. Cierto que, visto lo visto, resulta más que complejo abstraerse de los condicionantes emocionales cuando se ha de responder a una situación de criminalidad. Más si se ha sufrido en carnes propias, y más si la respuesta es colectiva y no personal. No obstante aprender a gestionar adecuadamente estos procesos es un reto ineludible para una sociedad que aspire a ser realmente libre, justa y democrática.


Una crítica cinéfila: http://cinemadreamer.wordpress.com/...

Ver también: “Violencia y cine contemporáneo” (con una parte dedicada a "Sin Perdón"):
http://books.google.es/books?id=_1o...


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  • Yo también la volví a ver. Gran pelicula y gran artículo aunque, a mi modo de ver, la conclusion primera -que no acabo de compartir- y la segunda resultan algo contradictorias.

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    • Es posible que haya cierta confusión en las conclusiones porque la verdad es que es un tema bastante complicado. Pero la idea sería, en primer lugar establecer lo fácil que es que la subjetividad y lo emocional apliquen o exijan castigos distintos para similares comportamientos, cayendo así en la injusticia, la desproporción o como mínimo en la desigualdad de trato. Un primer paso sería evitar esa falta de racionalidad a la hora de responder ante los comportamientos criminales. En segundo lugar señalar que un sistema de justicia que pretenda honestamente el bien para la colectividad, incluso aunque haya obtenido o se acerque a la objetividad citada, no se puede limitar a solo castigar, sino que debe de actuar sobre dicha criminalidad de forma constructiva pretendiendo ante todo prevención, reparación y rehabilitación. En último lugar se añade que responder al problema de la criminalidad debería ser tarea de todas las personas de la sociedad, por una serie de razones que se explican, y no sólo de unos profesionales designados por el poder. Igual así queda más claro.

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  • Culpa y castigo en la película “Sin Perdón” de Clint Eastwood

    11 de abril de 2012 18:09, por Tony Eastwood

    ¿QUIEN ES EL DUEÑO DE ESTA POCILGA?

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  • Culpa y castigo en la película “Sin Perdón” de Clint Eastwood

    31 de diciembre de 2021 20:30, por Vicente Rv

    Te agradezco esta reseña Pablo, me ayuda a poder ver esta gran película desde nuevas perspectivas .

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