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Aproximación a la propuesta cristiana desde un punto de vista político revolucionario

Lunes.16 de enero de 2012 1326 visitas Sin comentarios
Para creyentes y personas no religiosas. #TITRE

Tortuga no se compromete con las manifestaciones vertidas en este artículo, que son responsabilidad del autor del mismo. Nota de Tortuga.


Pablo San José Alonso.

Por supuesto esta es “una” visión del cristianismo. Pretende ser honesta y por ello reconoce su limitación. Como tal podrá ser compartida en todo, en parte o en nada por otras personas, de las cuales espero su comprensión, su interés y que no se molesten si encuentran afirmaciones con las que no están de acuerdo.

Algo tan amplio como es el cristianismo y con un recorrido histórico de tantos siglos forzosamente ha de admitir numerosas perspectivas. El arco es inmenso, extendiéndose desde los grupos que realizan lecturas prácticamente literales de las escrituras sagradas hasta los que han desarrollado pintorescos sincretismos con otras religiones y filosofías. Tómese esta interpretación, tal como digo, simplemente como una de ellas, que pretende, desde una comprensión personal necesariamente subjetiva, resumirlo en un conjunto de rasgos fácilmente entendibles e incluso reconocibles por personas creyentes e increyentes.

Muy feliz quedaría si este escrito contribuye a paliar alguna que otra laguna de conocimiento en personas educadas en visiones religiosas parciales, o en aquellas cuyo rechazo de las instituciones eclesiales y de lo religioso en general les ha disuadido de aproximarse a conocer el cristianismo, quedándose únicamente con algunas ideas reduccionistas e incluso prejuiciosas.

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El cristianismo, además de una creencia religiosa o espiritual, es una cosmovisión, una antropología, una forma de vida, una ideología que fue en gran forma rupturista con la sociedad en la que se dio en su forma más ajustada entre idea y práctica, esto es entre aproximadamente el año 40 de nuestra era y la emblemática fecha de 313 (edicto de Milán), en que, tras un lento proceso de asimilación por parte del poder, se convierte en religión oficial del imperio romano. Más de dos siglos, por tanto. En este periodo las comunidades cristianas, con múltiples defectos e insuficiencias como no puede ser menos, se esforzaron en crear una sociedad alternativa de acuerdo con el ideal evangélico. En virtud de tal cosa desarrollaron comunidades pretendidamente igualitarias y más o menos paralelas respecto a los poderes establecidos, a los cuales se enfrentaron en ciertos aspectos.

Con posterioridad a esa fecha hubo diferentes intentos de reforma, recuperación, refundación desde los valores originales o algunos de ellos. Por ejemplo la institución del monacato en la alta edad media, las corrientes providencialistas como el franciscanismo y alguna de sus ramas consideradas heréticas, los cátaros, valdenses, hussitas, anababtistas… grupos con características propias cada uno de ellos, pero que en ocasiones dieron pie a organizaciones sociales tendentes a lo igualitario-comunitario y a luchas materiales contra el poder religioso y civil. Principalmente por estas circunstancias todos ellos fueron estigmatizados y perseguidos. Podríamos considerar herencia de estas experiencias de vuelta a los orígenes al movimiento de la Teología de la Liberación, que se dio fundamentalmente en algunos lugares de América Latina en la segunda mitad del siglo XX.

Como es sabido, el fundamento teórico-doctrinal del cristianismo se apoya en una interpretación más o menos concreta de los textos compilados en una heterogénea biblioteca: la Biblia, fundamentalmente en los cuatro libros llamados “Evangelios”. Procedo a presentar lo que considero es el ideal o propuesta evangélica contemplada desde una óptica política revolucionaria y resumida en plan esquemático:

1.- Pobreza y providencia.

El evangelio invita a desprenderse de las cosas no necesarias que se tienen y vivir por opción en la pobreza.

- Jesús nace misérrimo, en un establo, y su cuna es un pesebre. (Lc, 2 1-7).
- Envío de los apóstoles: “no llevéis ni pan ni alforja para el camino, ni sandalias, ni dos túnicas, ni calderilla…” (Mc 6, 6-13).
- El joven rico: “eres perfecto cumpliendo todos los preceptos, pero te falta una cosa; vende todo lo que tienes, da el dinero a los pobres y luego sígueme”. (Mc 10, 17-27).
- Nadie puede servir a dos dioses, a Dios y al dinero (Mt, 6, 19-34).
- Las capacidades que cada cual tiene son para ponerlas al servicio de los demás, no para beneficiarse egoístamente: “gratis lo habéis recibido, dadlo gratis” (Mt 18, 8). San Pablo volverá sobre esta idea en sus cartas (I Cor 9, 18).
- El antiguo testamento habla a menudo de la figura del Anawin, el pobre de Yahvé, el que se hace pobre, humilde y débil opcionalmente para ponerse en las manos de Dios y cumplir su voluntad. A menudo se convierte en piedra de toque que sirve para manifestar el poder de Dios, quien se sirve de la pequeñez, la debilidad y la humildad para vencer y confundir a los sabios y poderosos.
- En el nuevo testamento San Pablo, apóstol itinerante difundiendo el Evangelio, presume de vivir en cada sitio de su trabajo y no serle gravoso a nadie (2 Tes 3, 6-11).

Es una opción ciertamente cercana a nuestros planteamientos ecológicos, no consumistas, decrecentistas etc.

Por otra parte el tema está vinculado al concepto de la providencia, según el cual, todo aquél que se esfuerza por crear el reino de Dios en la tierra (lo podemos traducir desde una lectura no religiosa por darlo todo por la consecución de un mundo mejor para todos) será atendido en sus necesidades de forma providencial por el Padre. Además haciendo un buen negocio: “todo aquel que por mi renuncie a padre, madre, hermanos”… bienes, éxito social… “recibirá el ciento por uno en esta vida y la eternidad en la otra” (Mc 10, 29-31).

- ¿No veis a los pájaros, a los lirios del campo etc., y cómo su padre Dios cuida de ellos? Pues no vais a ser menos vosotros… (Lc 12, 22-28 o Mt 10, 29-31).
- No os preocupéis por el mañana, qué comeréis, qué sembraréis, qué vestidos haréis... Buscad el Reino y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura. (Lc 12, 29-31).
- “Bástele a cada día su afán.” (Mt 6, 34).
- Para ello hay que fiarse de Dios. Por ejemplo a los israelitas que estaban en el desierto, según cuenta el Éxodo, Dios los alimentaba mediante el maná, pero les prohibía conservarlo de un día para el otro (Ex 16). Hay numerosos ejemplos en ese sentido en la Biblia.

2.- Democracia-igualdad.

No es un tema que aparezca de forma tan clara y lineal como el anterior pero muchas personas, entre las que me cuento, hemos visto en el Evangelio una invitación al igualitarismo democrático. Por ejemplo a raíz de pasajes como estos:

- “Quien de vosotros quiera ser el primero sea el último y se convierta en el servidor de todos” (Mc 9, 33-37).
- “Los jefes de los pueblos los oprimen, no sea así entre vosotros”, dicho tras una disputa entre los apóstoles sobre preeminencia jerárquica (Mc 10, 35-45).
- Jesús lava los pies a sus discípulos. Una tarea digna de esclavos. Al término les dice: “Si yo que soy vuestro Maestro y vuestro Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros … Un criado no es más que su amo, ni un enviado más que quien lo envía” (Jn 13, 1-17).
- “No llaméis padre a ninguno de vosotros en la tierra, puesto que solo hay un Padre, que está en el cielo” (Mt 23, 8-12).
- “Todos vosotros sois sacerdotes, profetas y reyes”, frase que atenta sobre todo contra la dignidad judía sacerdotal, la cual era autoridad en lo político e intermediación imprescindible y monopolista en lo religioso (en una sociedad teocéntrica), pero se extiende a otros grados de autoridad, como puede leerse. (1 Pe 2, 9)
- Para sorpresa de la gente, Jesús se relaciona normalmente con niños (Lc 18, 15-17), mujeres (Lc 8, 40-56), extranjeros y pecadores (Lc 7, 36-50), miembros de la sociedad considerados impuros o de indigno trato para las personas “importantes”.

Un aspecto significativo es el de la Ley. Jesús escandaliza varias veces a sus coetáneos practicando auténtica Desobediencia Civil a ciertas leyes religiosas como la del Sábado (Lc 6, 1-5) o la de la pureza ritual (Mt 15,2), entre otras. Reclama la obediencia a la conciencia y al corazón antes que a las normas y autoridades. Es famosa la frase “el sábado se hizo para el hombre, y no el hombre para el sábado” (Mc 2, 27-28). Esta noción tiene hondas reminiscencias bíblicas y ya en el Antiguo Testamento se destaca la preferencia de Dios por las actitudes convivenciales justas y sinceras antes que por el ritualismo religioso. Es paradigmática la frase “corazón quiero y no sacrificios”, pronunciada por Jesús (Mt 9, 13) refiriéndose a un texto antiguo (Os 6, 6).

San Pablo, en sus cartas realizará un importante trabajo teológico sobre “la Ley”, la cual comprende como norma jurídica y social y como dimensión antropológica viciada por los aspectos negativos de la esencia humana (el pecado). Pablo es muy crítico con la Ley (Rom 7, 4-6), la cual vincula a un orden viejo y nocivo en lo antropológico y en lo social, y en su lugar reivindica lo que llama “la libertad de los hijos de Dios” (Rom 8, 19-21), los cuales, una vez liberados de la esclavitud de la Ley (por la conversión a Cristo), están capacitados para una vida libre y plena en ambas dimensiones.

3.- Noviolencia.

Al igual que sucede en otras filosofías y religiones, el Evangelio propone una renuncia expresa al daño a otra persona, no pudiendo ser menos como la otra cara de la moneda de la opción por el Amor.

- Jesús no se defiende en el momento de su prendimiento y exige a sus defensores deponer cualquier actitud violenta. “El que a hierro mata, a hierro muere”, le dice a quien trata de defenderle violentamente (Mt 26, 51-52).
- “Al que te abofetea ponle la otra mejilla, a quien te exige la túnica dale también el manto, al que se lleve lo tuyo no se lo reclames” (Lc 6, 27-31). Ideología-opción hoy absurdamente denostada por la modernidad (y la posmodernidad) sin ningún tipo de análisis ni siquiera utilitarista, pero que fue principio de numerosos pensamientos, por ejemplo el de Gandhi, quien no era cristiano pero que admiraba y proponía públicamente esta forma de actuar.
- “Bienaventurados los noviolentos, los perseguidos y quienes luchan por la paz”. (Mt 5, 3-10)

Esto va de la mano de la apuesta por el perdón y la reconciliación siempre. Es paradigmática la secuencia de un hombre que se acerca a Jesús y le pregunta: las escrituras dicen que tengo que perdonar hasta siete veces a quien me ofende. ¿Qué opinas tú de eso? Jesús, le contesta: “Debemos perdonar a quienes nos ofenden hasta setenta veces siete” (Mt 18, 21-22). (No olvidar que en la Biblia el siete es un número que expresa totalidad).

En coherencia con estos principios, las primitivas comunidades cristianas se negaban a menudo a participar en el servicio militar del Imperio Romano, y a causa de ello muchos cristianos fueron asesinados judicialmente por aquel estado.

Hay un episodio controvertido. Jesús llega al templo de Jerusalén (el único en la nación) y lo encuentra convertido en un mercadillo, una “cueva de ladrones” en lugar de ser el espacio de oración y adoración a Dios que debería ser. Cuenta el evangelio (Mc 11, 15-17) que Jesús tomó un látigo y “volcó las mesas de los cambistas de moneda” acompañando su acción con algunas exclamaciones. Algunos han querido ver en dicho gesto una contradicción violenta. Pero lo cierto es que los textos en ningún momento hablan de que golpease o insultase a nadie ni que destruyese nada, y el hecho se encuadra perfectamente en lo que nosotras llamamos “Acción Directa Noviolenta”, la cual supone una irrupción por los hechos y sin uso de la violencia, si bien con agresividad, en una situación que se considera inadmisible, con el fin de tratar de interrumpirla e incidir en la conciencia de sus participantes y personas observadoras.

4.- Justicia social.

Jesús invita a sus seguidores a vivir y anunciar su “Reino” o “la buena noticia” que es lo que significa la palabra griega “Evangelio”. Ante todo la buena noticia lo es para “los pobres y los marginados” (Is, 61, 1), que van a ser liberados de su opresión, y a su vez es “mala noticia” para los ricos y opresores, los cuales son invitados a la conversión y en caso de no convertirse son amenazados de castigo (Mc 12, 38-40).

Los “milagros” de Jesús, sus numerosas sanaciones etc., acontecimientos que posiblemente mezclan lo mítico y hagiográfico con su dimensión histórica de médico-curandero (al uso de los que hay hoy haciendo reiki y cosas así), están claramente presentados en el Evangelio como “signos” o símbolos de una nueva realidad justa y humana que eclosiona y que empieza a hacerse visible mejorando las condiciones materiales y espirituales de la gente más necesitada como preludio de un cambio integral:

“Juan (Bautista) se enteró en la cárcel de las obras que hacía el Mesías y mandó a dos discípulos a preguntarle:
- ¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro? Jesús les respondió:
- Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo:
Los ciegos ven y los cojos andan,
los leprosos quedan limpios y los sordos oyen,
los muertos resucitan
y a los pobres se les anuncia la buena noticia.”

(Mt 11, 2-5).

El Evangelio, por reiterativo, deja esta cuestión muy clara. Por otra parte Jesús invita a sus discípulos coetáneos y actuales a hacer lo mismo: curando enfermos, liberando presos, expulsando demonios (Mt 10, 5-7) (entendamos esto último de forma metafórica) etc. La forma de anunciar la buena noticia ayer y hoy es haciéndola visible en la realidad cotidiana de las personas más necesitadas.

La invitación a los discípulos es a “anunciar y construir el Reino”, es decir a lograr una sociedad en armonía plena con Dios y con su proyecto para la humanidad, lo cual, en nuestras categorías actuales y en cuanto a su implicación material, se puede traducir en lograr una sociedad justa y libre. A ello hay que añadir –aunque desde la perspectiva cristiana no son aspectos separables- la parte espiritual a la que me referiré más adelante. Despertar a esta vocación por la construcción del Reino se presume una gran suerte. Una parábola lo compara con lo que le ocurrió a un buscador de perlas, que descubrió una de tan gran valor que vendió todo lo que tenía para poder comprarla (Mt 13, 44-46).

En esa búsqueda de la justicia social, como se ha explicado antes, hay una clara propuesta de opción por la pobreza y por dirigirse y servir a los pobres. Un bello ejemplo es el cántico que entona María, sabiéndose madre de Jesús, que canta a un Dios comprometido con los débiles, un Dios que “derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 46-55).

En el nuevo testamento se propone a las comunidades cristianas un tipo de sociedad convivencial en la que no haya “ni siervos ni esclavos, ni maridos ni mujeres, ni griegos ni judíos” (Gal 3, 28), ni propiedad privada (Hch 4, 32) y se dé así la total fraternidad desde la igualdad. Tal cosa ya había sido prefigurada en la narración evangélica de la multiplicación de los panes y los peces (Mc 6, 30-46), en la que más allá del relato milagroso cabe captar el mensaje de que “cuando hay voluntad verdadera de compartir, aunque haya poco, alcanza para todos”.

Construir ese tipo de mundo no es accesorio sino imperativo y urgente. Dice Jesús: “No he venido a traer paz al mundo sino espada” (Mt 10, 34). También dice: “Fuego he venido a traer a la tierra y cómo desearía que estuviera ya ardiendo” (Lc 12, 49). En otro lugar se afirma –exigiendo radicalidad en el compromiso- “vuestro sí sea sí y vuestro no sea no” (St 5, 12), que se corrobora con la tremenda afirmación del Apocalipsis: “a los tibios los vomitaré de mi boca” (Ap 3, 15-17).

Dice el texto de Isaías 61, 1-2 (uno de los libros de la Biblia más antiguos en cuanto a su escritura, fechado hacia el s. VII A.C.) recordando el profeta una de las muchas leyes que Dios dio a Israel a través de Moisés:

El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh.
A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado,
a vendar los corazones rotos;
a pregonar a los cautivos la liberación, y a los presos la libertad;
a anunciar el año de gracia de Yahveh…

Se trata de la ley sobre “el año de gracia de Dios” según la cual al cabo de unos determinados años todas las transacciones se deshacían, la propiedad volvía a sus dueños originales, los esclavos a la libertad etc., reinstaurándose así cada cierto tiempo el primitivo reparto igualitario –mítico- de las propiedades de la tierra que Dios dio a su pueblo, entre todos los miembros de Israel. Tal norma, presente en las Escrituras, no había sido nunca llevada a la práctica. El pasaje de Lc, 4, 14-30 muestra a Jesús en la sinagoga de Nazaret, su pueblo de origen, leyendo este texto de Isaías y proclamando, no sin conflicto, la instauración del año de gracia.

5.- Axiología.

El cristianismo plantea una moral universal y una ética individual bastante contundentes. Casi el cien por cien de la definición de una y otra se encuentran plasmadas en el llamado sermón de la montaña (Mt, del 5 al 7; vale la pena leer los dos capítulos): toda una propuesta de vida en lo concreto.

Aunque el sermón de la montaña propone y desarrolla un conjunto de valores éticos, la idea principal es la supremacía del amor (Jn 13, 34-35), evidenciada en la práctica por el mismo Jesús que por causa de ese amor, “dio su vida por nosotros” (I Jn 13, 16). Tal se entiende como negación de uno mismo si su deseo está en competencia con la necesidad del otro. Cuando a Jesús le preguntan sobre la validez de los mandamientos de Moisés afirma que lo principal es “amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 28-34). Hay numerosos ejemplos de esta cuestión en el Evangelio. El testamento de Jesús a sus discípulos en la última cena es “amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 33-35).

El amor también es presentado como elemento de integración de la comunidad cristiana y de crecimiento de la misma por contagio:

- “En esto conocerán que sois mis discípulos; en que os amáis los unos a los otros” (Jn 13, 35).

- “…Esta demostración de grande amor lo notan con murmuración algunos. Mirad, dicen, cómo se aman entre sí. Se admiran porque ellos recíprocamente se aborrecen. Mirad, dicen, como cada uno está aparejado a morir gustosamente por el otro. Se extrañan porque ellos más dispuestos están para matarse” (Tertuliano: Apologeticum, XXXIX, escrito el año 197).

Hacia el siglo V, un teólogo más bien “de derechas” como Agustín de Hipona, refiriéndose a cuestiones morales escribió el poema titulado “Ama y haz lo que quieras”:

Si callas, callarás con amor,
si gritas, gritarás con amor,
si corriges, corregirás con amor,
si perdonas, perdonarás con amor.
Si está dentro de tí
la raíz del amor,
ninguna otra cosa sino el bien
podrá salir de tal raíz.

Es llamativo el abandono de esta axiología y su sustitución por una moralidad casuística llena de prohibiciones y de represión por parte de la iglesia medieval y las ramas posteriormente desgajadas de ella. Tal hecho, profundamente antievangélico, en buena medida alcanza nuestros días. Algunas confesiones como el calvinismo, el puritanismo etc. llegaron a postulados morales antitéticos de hecho con los expresados.

Es de suma importancia el pasaje de las tentaciones de Jesús en el desierto (Lc 4, 1-13). Tras cuarenta días de ayuno, oración y soledad, y con carácter previo a su vida pública, Jesús es tentado por el diablo, según cuenta la narración legendaria. La tentación es triple: comida para saciar su hambre, dominio político sobre una nación y la prueba de su divinidad mediante una demostración espectacular. En estas tentaciones están representadas las tres grandes debilidades humanas que son camino para la perdición y el malogro personal: Se trata de la riqueza, el dinero (simbolizado por la necesidad material de comida tras el ayuno), el poder (simbolizado por el dominio sobre la nación) y el prestigio social (simbolizado por la demostración de divinidad). El Nuevo Testamento propone la renuncia absoluta de estas tres tentaciones, en tanto fines y también en tanto medios (1 Cor 1, 20-31).


6.- Dimensión comunitaria.

No existe un cristianismo individualista. El cristianismo, o tiene vocación y, a ser posible, existencia comunitaria, o no es tal. De hecho en la acción del “compartir” se expresan buena parte de los fundamentos anteriores. El mismo Jesús lo afirmó implícitamente generando una comunidad de discípulos a su alrededor. El Evangelio refiere cómo Jesús dio algunas instrucciones para que dicha comunidad tuviese continuación tras su desaparición física (Mc 16, 15-18). Así, la comunidad recibe el encargo de seguir anunciando la Buena Noticia, bautizando (incorporando sacramentalmente a la comunidad) a aquellas personas que se vayan “convirtiendo” y opten por recoger el testigo de la tarea evangelizadora.

Tras la marcha de Jesús, la predicación constante del pequeño grupo de discípulos consiguió un gran éxito transformándose rápidamente dicho grupo en un movimiento con miles de miembros (Hch 2, 41) y comunidades repartidas por diferentes puntos de Palestina (Hch 8, 4). Poco después se extendieron al resto del imperio romano, tras cierto debate (Hchs 15), de la mano principalmente de Pablo de Tarso.

La comunidad cristiana está perfectamente definida en un texto bíblico muy significativo (Hchs 4, 32-36):

“Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar. Nadie consideraba suya ninguna de sus posesiones, sino que las compartían. Los apóstoles, a su vez, con gran poder seguían dando testimonio de la resurrección del Señor Jesús. La gracia de Dios se derramaba abundantemente sobre todos ellos, pues no había ningún necesitado en la comunidad. Quienes poseían casas o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera a cada uno según su necesidad.”

El sacramento consistente en reunirse para repetir ritualmente algunos hechos de la última cena de Jesús, que realizaron desde el principio las comunidades y que aún sigue en vigor entre numerosos grupos cristianos (la eucaristía), expresa precisamente, cuando se realiza desde su espíritu primigenio, esa unión y compartir de los miembros del grupo. En ella sienten a Jesús como núcleo de la comunidad y actualizan en cada una de estas celebraciones los fundamentos compartidos de su fe.

La comunidad cristiana, por estas razones, pretende ser en sí misma la realización material de su propio anuncio. Y desde ahí un altavoz para la propagación de su propuesta y un fermento de cambio social.

“Iglesia” –asamblea en griego- , sería un término empleado originalmente para nombrar a cada una de las pequeñas comunidades que se fueron diseminando por las orillas del mediterráneo en los dos primeros siglos de nuestra era. Al cabo de cierto tiempo el significado de la palabra evolucionó para denominar a una especie de federación de todas las comunidades locales. Es conocida la historia posterior que transformó aquella sociedad en una institución piramidal y centralizada.

Los evangelios de hecho no aportan información acerca de que Jesús hubiera podido desear la creación de una iglesia institucionalizada. La frase invocada por la Iglesia Católica para postular lo contrario, la entrega simbólica que realiza Jesús de “las llaves” a Pedro, convertido en “piedra sobre la que edificaré mi iglesia” (Mt 16, 18-19) no es más que una particular e interesada interpretación del texto entre otras posibles, la cual es discutida incluso por la mayoría de confesiones cristianas no católicas.

7.- Anuncio y proselitismo.

El cristianismo, como la mayoría de religiones e ideologías, trata de perpetuarse en la sociedad. Para ello los descendientes de las familias creyentes son educados en la fe en el seno de la comunidad. Pero también se realiza un esfuerzo de anuncio externo orientado a la extensión del mensaje y, sobre todo, a la captación de nuevos miembros. Tal tarea se lleva a cabo siguiendo el mandato evangélico.

Jesús convoca a sus discípulos y los envía a realizar la “siembra” del Reino de Dios (Lc 8, 4-18); es decir, a anunciar la Buena Noticia a los pobres, a llamar a todo el mundo a la conversión personal y a cambiar el chip para vivir en esa clave que permita que dicha realidad buena y justa se pueda dar en cada persona así como en la sociedad. Cabe entender que esa predicación, “concienciación” o siembra es misión permanente de todo discípulo de Cristo. Por otra parte Jesús realiza una llamada “especial”, a seguirle más de cerca, a personas concretas. La Iglesia Católica ha entendido siempre que tales personas conformaban un sector especializado de varones “liberados”: el clero. Quienes pensamos que dicha pretensión de especialización no es congruente con la horizontalidad evangélica antes explicada, vemos en esos “invitados a seguirle más de cerca” a los miembros de la comunidad cristiana en su totalidad frente al resto de la sociedad.

La frase paradigmática en este sentido se da cuando Jesús encuentra a los hermanos Zebedeos (Santiago y Pedro) pescando en el lago de Tiberíades y les invita a dejarlo todo y a seguirle con la promesa de que “yo os haré pescadores de hombres” (Mt, 4, 18-20).

La iglesia medieval, ya bastante alejada de la utopía evangélica, se comprendía a sí misma como único ámbito de acceso a la divinidad y por ende de “salvación” en la otra vida después de la muerte. De ahí su esfuerzo misionero, su persecución violenta de las disidencias y su afán de incorporar de forma orgánica en su seno a cuanta más gente mejor. Las iglesias protestantes desgajadas tras la Reforma del siglo XVI profundizaron si cabe en esta ideología del “Extra Ecclesiam nulla salus” (“sin Iglesia no hay salvación”), declarada oficialmente hacia 1200, dando pie a formas proselitistas agresivas y a una importante desconsideración hacia las personas no creyentes en su misma, exacta fe. Sin embargo la doctrina evangélica hablaba más bien de ser, “luz del mundo”, “sal de la tierra” (Mt 5, 13-16), “levadura en la masa” (Lc 13, 21). Es decir, el objetivo no tendría porqué consistir en apuntar a todo el mundo a la comunidad, a las comunidades, a la iglesia cristiana, puesto que la función de la levadura no es convertir toda la masa en levadura, sino fundirse con la harina y el agua para obtener un buen pan. El fin a perseguir podría ser más bien que quienes pertenecen a esta realidad, sin dejar de proclamar su fe y acogiendo a quienes deseen libremente unírseles, estén presentes en un mundo plural y repetablemente diverso haciendo su aportación particular para el bien colectivo.

8.- Radicalidad.

Cuando Jesús se dirige a personas concretas para invitarles a seguirle, continuando en parte el discurso de su posible maestro Juan Bautista (Mt 3, 1-12), les invita a un cambio personal profundo. A dar una respuesta inmediata, a la radicalidad y a dejarlo absolutamente todo para dedicar su vida a la nueva causa (Lc 9, 57-62). La llamada es a dar la misma vida en ese empeño de construir el Reino (Lc 22, 19). En esta tarea, por ejemplo, se distinguirá Pablo de Tarso (2 Tim 4, 7), apóstol tardío, entregado al máximo a la causa llegando a morir por ella, redactor de buena parte del Nuevo Testamento, teólogo, fundador de comunidades cristianas en diferentes lugares del mediterráneo y, en general, personaje histórico muy interesante injustamente denostado por algunos.

Esta llamada evangélica a la radicalidad, por cuyo cumplimiento tantos cristianos y cristianas serán martirizados a lo largo de la Historia, hunde sus raíces en los libros del Antiguo Testamento llamados “proféticos”. Los relatos que narran la llamada de Dios a diversos profetas y su encomienda de arduas y peligrosas misiones para las que habrán de arriesgar todo lo que son y poseen, prefiguran claramente el sentido del discurso de Jesús sobre este tema. La propia Biblia se hace aquí profundamente humana mostrando las dificultades emocionales y materiales que –al igual que sucede con los apóstoles de Jesús- los personajes de los profetas encuentran a la hora de aceptar el mandato (Jer 1, 4-6, Jon 1, 1-3). También cómo –una vez más - la providencia de Dios se pone en marcha (entiéndase el simbolismo pedagógico de los elementos mítico-legendarios) cuando por fin éstos obedecen el designio divino (Dan 6, 17-29).

9.- Conversión y purificación personal.

El punto de partida para una persona cristiana es la “conversión”; un momento de catarsis en el que –tras una experiencia espiritual personal de “encuentro con Cristo” similar a las que proponen otras religiones-, los esquemas mentales cambian y uno/a “vuelve a nacer” (Jn 3, 1-8). Incluso quien recibió en edad infantil la fe desde sus parientes precisa de ese punto de inflexión en un momento dado de su vida adulta. Esta transformación hace pasar del “hombre viejo” al “hombre nuevo” (Ef 4, 22-24) afectando a todas las facetas del individuo. El Bautismo vendría a ser el gesto simbólico en el que la persona toma conciencia, acepta conscientemente dicho cambio y se integra a todos los efectos en la comunidad de los creyentes. San Pablo se refiere abundantemente a este cambio. Por ejemplo:

"Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor; andad como hijos de luz." (Ef 5, 8)

" Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es." (Jn 3,6 )

"Pero los que son de Cristo han crucificado la carne con sus pasiones y deseos. Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu." (Gal..5, 24-25)

Como el resto de religiones, y algunas filosofías, el cristianismo también es una vía para la mejora, armonización, profundización personal. La ascética cristiana invita a hacerse una persona más libre de necesidades y pasiones mediante el cultivo del esfuerzo, el renunciamiento y la apuesta por metas no materiales. Se trata de ser un individuo capaz de funcionar en circunstancias adversas sin desfallecer. “Estoy acostumbrado a lo mucho y a lo poco”, decía San Pablo (Fil 4, 11-13), lo cual abre el camino para entender porqué tantos cristianos a lo largo de la Historia dieron su vida manteniendo sus principios y su causa. Las herramientas del ascetismo cristiano, comunes como decimos a la mayoría de religiones, además de la pobreza material, son la oración (Lc 6, 12), el ayuno (Mt 4, 2) y el silencio meditativo (Lc 2, 19). El resto de masoquistas excesos medievales conocidos no tienen base evangélica.


10.- Unión con Dios.

Lo he dejado para el final, pero quizá para los y las cristianas sea aspecto principal. Por desgracia no es apenas racionalizable y/o explicable con palabras. De hecho soy de la opinión de que, cuando sucede, no tiene sentido la controversia sobre la existencia de Dios entre personas creyentes y no creyentes ya que las diferentes claves desde las que cada cual se expresa difícilmente tienen punto de confluencia. Más que de argumentos cabe hablar de opciones personales, de apuesta o no por la creencia en una realidad que es empíricamente indemostrable en términos absolutos.

El cristianismo cuando concibe a Dios lo asume como el Dios presentado en los antiguos textos del judaísmo recopilados en la Biblia. La descripción del Dios veterotestamentario fue completada y matizada posteriormente de forma muy significativa por Jesús de Nazaret. Éste a su vez es también asumido como el propio Dios circunstancialmente hecho hombre en un momento determinado de la Historia y que, tras su muerte y resurrección, sigue presente de forma espiritual en la comunidad de los creyentes (Jn 17, 22-23) y de otras formas; por ejemplo en los pobres y en quienes sufren (Mt 25, 42-45).

(Tratando de centrarme en el enfoque pretendido -aproximación al cristianismo desde un determinado pensamiento-, no me detengo aquí en desarrollos de la teología cristiana que ésta entiende fundamentales, como la redención, el problema de la libertad, la trascendencia, la antropología, el mal, el pecado etc. Son temas prolijos que requieren ser tratados con mayor detenimiento y que desbordan el espacio de este escrito.)

En la actualidad se dan entre algunos grupos cristianos posturas de diálogo interreligioso e incluso intercultural que parten del reconocimiento de que la definición sobre Dios recogida por los textos bíblicos, juzgándose cierta, es deudora de unas determinadas tradiciones geográficas, históricas, culturales etc. En virtud de ello se entiende que dicha visión concreta de Dios no tendría porqué agotar la totalidad de la comprensión sobre Dios y sobre el hecho religioso. Es decir, desde esta visión no se estimarían falsas las restantes religiones.

Es fundamental en el cristianismo la vía mística: la práctica de la oración como espacio de encuentro con Dios (o con “el Misterio”, según otra nomenclatura). Dicha práctica es un camino que la persona recorre tanto para establecer un vínculo cada vez más consciente e intenso con Dios, como para realizar el llamado “discernimiento cristiano” (I Tes 5, 19-22). En dicho discernimiento la persona (o el grupo), con ayuda de los textos bíblicos y de sus propias intuiciones al observar la realidad que le envuelve, trata de dilucidar cual es el plan o propuesta de Dios para ella misma o para los suyos. Lo hace incluyendo aspectos generales y concretos. También hay que decir que el encuentro con Dios buscado con la práctica de la oración no puede ser voluntarista y, por ello, la persona creyente cuando ora, más que pretender el logro de objetivo ninguno, simplemente se pone, se abandona, en las manos de Dios.

Lo vivido, experimentado en el plano espiritual, más allá de lo pensado racionalmente, constituye el bagaje llamado “fe”, la cual, como dice el evangelio, puede llegar a mover montañas (Mc 11, 23-24), o hacer que alguien dé su vida, o que se arriesgue a vivir los mecanismos de la providencia de que hablaba arriba. En realidad la fe es una clave para ser uno mismo, para vivir feliz, en armonía y confianza, y por tanto de forma eficaz, el resto de actitudes presentadas antes. De hecho en esto el cristianismo es riguroso y no termina de creerse del todo que una persona sin fe sea capaz de dar lo que hace falta (Rom 6, 17-19). En virtud de ello hay quienes estiman que una persona que no ha alcanzado una fe cristiana plena (nacer de nuevo, como decíamos antes) no está capacitada axiológica y existencialmente –por ejemplo- para hacer revolución alguna. En cambio otros cristianos no lo ven de esa forma y, estimando que los valores del cristianismo no son exclusivos, juzgan que personas con otras creencias o sin fe religiosa alguna están tan capacitadas para el sacrificio y la entrega generosa de sí mismas como quienes –tal es el caso de los cristianos- relativizan su propia vida porque no creen que la muerte sea el punto final (Lc 23, 39-43). De todas formas sería pretencioso para una persona cristiana tratar de encasillar los designios de Dios (Is 55, 8-9), el cual, en su versión de “Espíritu Santo”, “es como el viento, que sopla donde quiere; oyes el ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va” (Jn 3, 8).

Pablo San José Alonso.


Nota:
Para no perderse en el mar de citas bíblicas sería recomendable leer al menos de forma lineal y completa el Evangelio de Mateo para tener una mejor idea de conjunto.


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